El 68 en Praga
...En
aquel abril, ya tan lejano, en Praga, estábamos viviendo nuestra feliz
primavera, todos con espumosa cerveza, ambarina bebiendo, allá lejos... Años
ha, sí, y salimos de Antonín, lo echamos, placer inenarrable era decirlo,
Dubeck le sucedió, horas dichosas, esperanzadas, las disfrutamos, espumosas y Novtry
Antonin se largó, y nosotros las bebimos en la vieja taberna, celebrando, jarras
y jarras de cerveza. En un instante, de vino blanco se abrieron las botellas, fragmento lúdico, Antonino, perdió
el vaso en el camín, pobre vaso, pobre vin, se jodió Novtry Antonin, cantarinas carcajadas, admirar tus dientes
parejos, todos envueltos, en aquel dejo de tu acento, tu mirada, espejo de tu aliento,
risueño, embriagador y el abrazarnos, tú y yo, solos en Praga, entre reflejos
caleidoscópicos del inmenso vitral, barras de plomo fragmentando luz, y un rayo
azul colándose entre el humo de todos los cigarros.
En
la taberna de la plaza estábamos, y a reírnos del mundo y de la guerra, y de
Sartre, nosotros todos asomados a la historia universal, éramos defensores de
un socialismo inexistente, estuvimos muy juntos, de un comunismo ortodoxo, a
rabiar con Lenin y Carlos Marx, y ásperamente a deglutir a Engels, asimilando a
Hegel, y a escuchar puntuales opiniones sobre Nietzsche. Allá, bebiéndonos las
jarras de cerveza, ¿y Sigmund Freud? Pilsen a temperatura de Kant, el ambiente
ambarino del viejo Herman Hesse, mirar en tus pupilas reflejados los techos del
palacio Czerny y sus ventanas brillando al sol opaco de un atardecer con suaves
tonos ocres y violáceos, lejana la terraza y balaustrada, sombreados querubines
de piedra, y hacia el poniente, las cúpulas con reflejos verdosos, mientras
deseaba ahogarme en el esmeraldino mar de tu mirada, quizá de azul malváceo
entre tu rutilante pestañeo, margullido en tu charla embriagante, entusiasta,
parloteo desbocado, yo padecía extasiado aquel atardecer en Praga, cuando el
palacio Woldjhe reventaba en flores, filigrana de ramas, y desde allí atisbar
el curso del Ultava, un encaje con reflejos dorados, brillar de trecho en
trecho, espejos en cada techo de las casas...
Primavera
de Praga, mirando el río entre los puentes, su chispear en el atardecer dorado,
tú y yo abrazados, disimulando la mirada de los horrendos gárgolas, y en el
puente de Carlos, encendidos ya los faroles, tomados de la mano, escrutamos la
velada sonrisa de los ángeles pétreos, de unos guerreros medievales, con
grandes cimitarras, y los cristianos con su cota de malla y el mandoble, y los
frailes, misteriosos de silenciosa piedra, recuerdo que te hablé de Wenceslao,
del patriarca Roberto, y tú trajiste a la mesa al joven Kafka, de Franz y sus
tormentos, a orillas del Moldava y levitamos sobre los tejados de Praga, quedaba
abajo la ciudad embrujada, y la noche se acercaba arropándonos, íbamos por los
aires, ¡hasta Francia!, sobrevolando el Sena, en un París de cielo encapotado, para
encontrarnos, ¿entre caballeros Templarios?, poco rato después, olisqueamos sus
carnes, ardiendo en las hogueras, allá tan lejos, en la Isla de Francia, achicharrados
en la ciudad luz, ellos, ¿y nosotros?, casi oscureciendo, realmente estábamos
en Checoslovaquia, fue una ilusión sutil y vaga, ¿tal vez como la muerte?
¡Primavera de Praga!
Esta
vez en un tren, sí que nos fuimos a París, nada de gárgolas, ni maestres
templarios, tan solo tu mirada. Recorrimos Pigalle, Montmatre y Montparnasse. Tomados
de la mano, recorrimos el boulevard Sebastopol, y cruzamos el Sena, tantos
puentes. La huelga era un pivote, y sentíamos sincero el apoyo de los
intelectuales, Jan Roche en la Sorbona, mitin estudiantil, el Odeón, las
barricadas, la represión, los esquiroles, se dispersaron los obreros, la police
persiguiendo estudiantes, hechos elípticos, reciclables, como la pólvora, se
regó por el mundo, hasta el Japón, se expandió en Berkeley y llegó hasta
Polonia, la policía azuzó a los perros contra los estudiantes, aplastados por
botas, era millares de manifestantes... El día veinte de agosto, los tanques
rusos penetraron en Praga.
Ya
estábamos muy lejos. Nosotros, ilusos viajeros visitantes, escapamos por los
aires a Francia, espectadores hispanoamericanos, ¡qué bien se ve la historia
desde lejos!, emoción de muchachos. Los troncharon en flor. El dos de octubre, cerrando
un periplo de viajeros castellanoparlantes, curiosos ejemplares, cual extraña locura, latinoamericanos,
algunos dizque eran hasta militantes, asistimos al colofón de la jornada… Mientras
esperaban Olimpiadas Mundiales, se alborotaron otra vez los estudiantes,
escuincles pidiendo libertades, miles de cuates en una plaza llena de
historias, y sacrificios aztecas y de gachupines, y de cruces, y espadas,
emboscados, arteramente, como el último día de Emiliano Zapata, de guantes
blancos los guardias mexicanos, en la plaza de Las Tres Culturas masacrarían a
cientos de manifestantes, y nos sentimos todos estudiantes. Fuimos tan
solidarios, desde lejos, ¡qué fácil era así!, ¡Tlateloloco! ¡Horrible
corolario! Pesadilla y trasnocho, de aquel esfuerzo temerario que culminó en la
muerte. Para nunca olvidar. En México o en Praga. Desde ese entonces ya nada
sería igual. Año sesenta y ocho...
Texto
modificado de “La Peste Loca” novela publicada por la Secretaría de Cultura de
la Gobernación del Estado Zulia en 1997
Maracaibo,
jueves 30 de enero, 2020
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