martes, 20 de noviembre de 2018

Los Haticos


Los Haticos

Hace tan solo una semana, me tocó acercarme hasta el “Terminal de pasajeros” de la ciudad de Maracaibo. Teníamos que llevar a un buen amigo caraqueño-portugués, que habría de transportar en un par de cajas algunos enseres hasta la ciudad capital y no se conseguían boletos aéreos por lo que la urgencia y las dificultades para conseguir puesto en los autobuses del transporte de los llamados “expresos”, nos llevaron hasta “el Terminal”… La vía natural y lógica, que es la prolongación de la Avenida Las Delicias estaba trancada, con patrullas y fiscales motorizados por lo que la necesidad de desviarnos del curso normal nos llevó por callecitas y callejones hasta el Mercado de Santa Rosalía y más allá, sorteando calles con múltiples cráteres y entre personas y automóviles, tan destartalados como las calles y las casas mismas, hasta que logramos acercarnos a la parte trasera del Terminal que reconocimos por su cerca de color azul pastel. Dejamos al viajero en la calle pues estaba “prohibido entrar por detrás”, así nos dijo un vigilante y comenzó la segunda parte de nuestra aventura “hatíquita”.

Resulta que, desde el sitio, detrás del Terminal, se veía radiante la Iglesia de La Milagrosa, de color amarillo al ser bañada por el sol marabino y entonces decidí regresar atravesando el territorio de Los Haticos (una doble vía que corre paralela al lago y que me habría de traer recuerdos de mi lejana infancia y juventud). Vamos hasta “el Sanatorio”, le dije a Julia, un sitio donde había trabajado 8 años -del 68 al 75- (ahora es el hospital General del Sur), y además era volver para rememorar a la Cervecería Regional, el zoológico, la casa del “santo Lückert” por arriba, y hasta una tagüara donde con Enrique escuchábamos los tangos de Gardel… Pero la desilusión me dejó pasmado… La doble vía funciona por un solo canal, el otro, desde hace añales -me dijeron luego- se destruyó al reventarse unas cloacas y nunca más fue reparada (evidencia típica de los tiempos que vivimos, pensé)…y eso que el morocho del Abasto decía “que veinte años no es nada”… ¿Nada?, que febril la mirada… Febril es la mirada nuestra, errante en la sombra, cuando vemos como es que aún sobrevivimos a 20 años de destrucción masiva…

Vino a mi mente entonces un fragmento de mi novela “Ratones desnudos” en la cual, en su Capítulo 9 relato la historia de “un restaurante en Los Haticos”, y donde decía así:


Recordar es importante. Algunas veces es necesario mirar las aguas del lago para evocar los tiempos pasados… En ese sentido, me encantan los poemas que han proclamado las bellezas de esta tierra... También otros, nos han mostrado cómo se ha venido corrompiendo todo…

Yo escuchaba hablar a Ágatha sin perder una sílaba, mientras notaba como su mirada verde parecía disolverse en la reverberación del mediodía. Algo había leído yo en esos días sobre el poeta Udón Pérez, y a través de la ventana observé cómo se fundía la calle en un resplandor intenso.
Ella volvía sobre el tema de la poesía, y pensé en el poeta Udón, también nativo de la ciudad de fuego... Una estrofa del himno que le compusiera a la calurosa región llegó a mi memoria
“…La hoguera que deslumbra,
cuando al zénit se encumbra la cuadriga del sol.”
Ágatha parpadeó y me sacó de mi ensueño. En aquel momento, la vi decidida a proporcionarme más información.

–¿Sabéis una cosa?, ahora que hablamos del lago y de la poesía, te informo que sus riberas hacia la parte sur de la ciudad, estaban sembradas de mansiones, de grandes casas... Eran los hatos. ¿Te cuento? La casa de los Roncajolo en Los Haticos, era uno de esos caserones... Figurate que durante el año 1913, la alquilaron y se volvió la sede de la Caribbean Petroleum Company. Estas casas que te digo, al comienzo, eran habitadas por los alemanes, por muchos alemanes. La mayoría eran comerciantes. Se vestían de dril blanco, inmaculado y allí vivían con sus familias. Aquellas casas situadas a orillas del lago estaban en el sector de Los Haticos, sí. Ojalá y pudieras conversar con María Antonia Polanco y me gustaría que ella lograra conversar con vos sobre la época cuando vivió por allá con su madre, en su infancia, en Los Haticos, o más allá... En el tiempo, digo. Aquella época más lejana, cuando su madre Chela Polanco conoció al chino Chón. Mirá sí que me gustaría contarte esa historia, pero primero quisiera que te leyeras, por lo menos una parte de un verso que me gusta mucho. Este es de un poeta nuestro, Don Elías Sánchez Rubio, tomá, leé aquí…

Recibí de sus manos un libro amarillento aparentemente muy trajinado. Ella lo tenía abierto y solo me dejó ver la última parte de un poema que al final curiosamente, decía, “… versos dedicados a Udón Pérez”
Leí las dos estrofas de corrido: …
“Hoy todo es diverso:
nuestro mismo lago ya no es la guitarra de nuestra canción,
cruzan por sus aguas con ruidoso estrago
cien hélices raudas, en trepidación.

Nuestro antiguo cielo, de un azul tan vago,
está envuelto en hoscos vahos de carbón
y hay en nuestras ruas un humor aciago de tropel,
y voces de extranjero son…”

Voces de extranjero, parecía repetirme en la mente un eco. Me resonaba el final del verso y pensé en las ruas, y de momento no supe si era aquello un deja–vù o si de veras significaba algo importante.

Un hecho era muy cierto, ya no era una sorpresa para mí. ¡La bruja era también amante de la poesía! ¡Que caray! Ya estaba habituado a vivir ante ella en un constante y permanente asombro. Ambos estábamos aireados por un ventilador que iba y venía moviendo el aire denso y húmedo de la habitación en el pleno sopor del mediodía. Cuando me arrellané en su sofá con la mejor disposición de escucharla, ella inició su amena conversación.

Mississauga, Ontario, 20 de noviembre de 2018

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