Los Haticos
Hace tan solo una semana, me tocó acercarme hasta el “Terminal
de pasajeros” de la ciudad de Maracaibo. Teníamos que llevar a un buen amigo caraqueño-portugués,
que habría de transportar en un par de cajas algunos enseres hasta la ciudad
capital y no se conseguían boletos aéreos por lo que la urgencia y las
dificultades para conseguir puesto en los autobuses del transporte de los llamados
“expresos”, nos llevaron hasta “el Terminal”… La vía natural y lógica, que es
la prolongación de la Avenida Las Delicias estaba trancada, con patrullas y
fiscales motorizados por lo que la necesidad de desviarnos del curso normal nos
llevó por callecitas y callejones hasta el Mercado de Santa Rosalía y más allá,
sorteando calles con múltiples cráteres y entre personas y automóviles, tan
destartalados como las calles y las casas mismas, hasta que logramos acercarnos
a la parte trasera del Terminal que reconocimos por su cerca de color azul pastel.
Dejamos al viajero en la calle pues estaba “prohibido entrar por detrás”, así
nos dijo un vigilante y comenzó la segunda parte de nuestra aventura “hatíquita”.
Resulta que, desde el sitio, detrás del Terminal, se veía
radiante la Iglesia de La Milagrosa, de color amarillo al ser bañada por el sol
marabino y entonces decidí regresar atravesando el territorio de Los Haticos (una
doble vía que corre paralela al lago y que me habría de traer recuerdos de mi
lejana infancia y juventud). Vamos hasta “el Sanatorio”, le dije a Julia, un
sitio donde había trabajado 8 años -del 68 al 75- (ahora es el hospital General
del Sur), y además era volver para rememorar a la Cervecería Regional, el zoológico,
la casa del “santo Lückert” por arriba, y hasta una tagüara donde con Enrique
escuchábamos los tangos de Gardel… Pero la desilusión me dejó pasmado… La doble
vía funciona por un solo canal, el otro, desde hace añales -me dijeron luego-
se destruyó al reventarse unas cloacas y nunca más fue reparada (evidencia
típica de los tiempos que vivimos, pensé)…y eso que el morocho del Abasto decía
“que veinte años no es nada”… ¿Nada?, que febril la mirada… Febril es la mirada
nuestra, errante en la sombra, cuando vemos como es que aún sobrevivimos a 20
años de destrucción masiva…
Vino a mi mente entonces un fragmento de mi novela “Ratones
desnudos” en la cual, en su Capítulo 9 relato la historia de “un restaurante en
Los Haticos”, y donde decía así:
Recordar
es importante. Algunas veces es necesario mirar las aguas del lago para evocar
los tiempos pasados… En ese sentido, me encantan los poemas que han proclamado
las bellezas de esta tierra... También otros, nos han mostrado cómo se ha
venido corrompiendo todo…
Yo escuchaba
hablar a Ágatha sin perder una sílaba, mientras notaba como su mirada verde
parecía disolverse en la reverberación del mediodía. Algo había leído yo en
esos días sobre el poeta Udón Pérez, y a través de la ventana observé cómo se
fundía la calle en un resplandor intenso.
Ella
volvía sobre el tema de la poesía, y pensé en el poeta Udón, también nativo de
la ciudad de fuego... Una estrofa del himno que le compusiera a la calurosa
región llegó a mi memoria…
“…La
hoguera que
deslumbra,
cuando
al zénit se encumbra la cuadriga del sol.”
Ágatha
parpadeó y me sacó de mi ensueño. En aquel momento, la vi decidida a
proporcionarme más información.
–¿Sabéis
una cosa?, ahora que hablamos del lago y de la poesía, te informo que sus
riberas hacia la parte sur de la ciudad, estaban sembradas de mansiones, de
grandes casas... Eran los hatos. ¿Te cuento? La casa de los Roncajolo en Los
Haticos, era uno de esos caserones... Figurate que durante el año 1913, la alquilaron
y se volvió la sede de la Caribbean Petroleum Company. Estas casas que te digo,
al comienzo, eran habitadas por los alemanes, por muchos alemanes. La mayoría
eran comerciantes. Se vestían de dril blanco, inmaculado y allí vivían con sus familias.
Aquellas casas situadas a orillas del lago estaban en el sector de Los Haticos,
sí. Ojalá y pudieras conversar con María Antonia Polanco y me gustaría que ella
lograra conversar con vos sobre la época cuando vivió por allá con su madre, en
su infancia, en Los Haticos, o más allá... En el tiempo, digo. Aquella época
más lejana, cuando su madre Chela Polanco conoció al chino Chón. Mirá sí que me
gustaría contarte esa historia, pero primero quisiera que te leyeras, por lo
menos una parte de un verso que me gusta mucho. Este es de un poeta nuestro,
Don Elías Sánchez Rubio, tomá, leé aquí…
Recibí
de sus manos un libro amarillento aparentemente muy trajinado. Ella lo tenía
abierto y solo me dejó ver la última parte de un poema que al final curiosamente,
decía, “… versos dedicados a Udón Pérez”
Leí
las dos estrofas de corrido: …
“Hoy todo es diverso:
nuestro
mismo lago ya no es la guitarra de nuestra canción,
cruzan
por sus aguas con ruidoso estrago
cien
hélices raudas, en trepidación.
Nuestro
antiguo cielo, de un azul tan vago,
está
envuelto en hoscos vahos de carbón
y hay
en nuestras ruas un humor aciago de tropel,
y
voces de extranjero son…”
Voces
de extranjero, parecía repetirme en la mente un eco. Me
resonaba el final del verso y pensé en las ruas, y de momento no supe si era
aquello un deja–vù o si de veras significaba algo importante.
Un
hecho era muy cierto, ya no era una sorpresa para mí. ¡La bruja era también
amante de la poesía! ¡Que caray! Ya estaba habituado a vivir ante ella en un
constante y permanente asombro. Ambos estábamos aireados por un ventilador que
iba y venía moviendo el aire denso y húmedo de la habitación en el pleno sopor
del mediodía. Cuando me arrellané en su sofá con la mejor disposición de
escucharla, ella inició su amena conversación.
Mississauga,
Ontario, 20 de noviembre de 2018
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