miércoles, 23 de noviembre de 2016

Literatura, historia y politica


Literatura, historia y política

Brevemente quisiera poder conversar sobre la importancia de la asociación entre lo político, o lo que podríamos considerar como hechos realmente históricos, con el quehacer  literario, y en particular con la más proteiforme de las creaciones literarias, con la novela. Existen numerosos ejemplos de esta fusión. La reciente novela de Juan Gabriel Vásquez publicada por  Alfaguara es un ejemplo de esta conjunción. Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) se dio a conocer al haber ganado el Premio Alfaguara 2011, con El ruido de las cosas al caer, una novela que obtuvo también el Premio IMPAC Dublín 2014 y el Premio Gregor von Rezzori otorgado a la mejor obra de narrativa extranjera traducida al italia­no. Ahora, Juan Gabriel Vásquez no está dispuesto a desvelar cuánto hay de verdad y cuanto de mentira en su última novela, La forma de las ruinas (Alfaguara 2016). Desde su ciudad, Bogotá, el escritor logra a través de los magnicidios del abogado y líder político Jorge Eliécer Gaitán (1948) y del senador liberal Rafael Uribe Uribe (1914), hablarnos en una excelente novela, sobre  la preocupación de los colombianos con su pasado de violencia y el intento por dejarla atrás”. Ambos acontecimientos históricos, aunque distantes en el tiempo, confluyen precisamente en estos tiempos de plebiscitos y acuerdos de paz que intentan reparar la deuda de Colombia para con su destino. Gaitán y Uribe podrían ser cualquiera de los personajes públicos que a lo largo de la historia de Colombia han sido condenados a muerte sin juicio en el marco de violencia en el que ha vivido sumida, una nación que para los venezolanos siempre será apreciada como el “el hermano país”. Juan Gabriel Vásquez destacaría en una entrevista, que “el problema de fondo con estos crímenes es que no tienen culpables”, señalando el alto grado de impunidad todavía  existente en su país, para de inmediato afirmar que “un país así no puede mirarse al espejo cómodamente” (El País, enero 2016). Los venezolanos hemos arribado a grados inconcebibles de impunidad, y no existe ser alguno que no esté consciente de la grotesca politización de nuestra Justicia o que recuerden casos que destaquen por la impunidad y quizás se remontan paradigmáticamente a la muerte del fiscal Anderson, pero que sabemos están presentes y se repiten con deleznable complacencia de quienes impasibles llevan las riendas de este dizque gobierno que con la populachera promesa de trasladarnos a “el mar de la felicidad”  ha sumido al país en la peor crisis de su historia. 

El asesinato de Trotsky el 22 de agosto de 1940 en la ciudad de México, puede ser examinado como otro ejemplo de un crimen político que generó numerosas consecuencias. Resulto ser un episodio clave en la historia del siglo XX que escindiría al Partido Comunista de otras organizaciones izquierdistas, e igualmente provocaría la aparición de varios textos literarios. Sobre este tema podemos regresar a la última novela de Leonardo Padura El hombre que amaba a los perros, que como La segunda muerte de Ramón Mercader se basa en el asesinato de León Trotsky y se inscribe en una tradición cercana a la de Tres tristes tigres, regresando a La Habana y las conexiones de lo histórico y lo político con las novelas. La novela de Padura estéticamente no se parece a la de Semprún. En El hombre que amaba a los perros existen tres historias, dos de ellas formalmente históricas relacionadas con Trotsky y con Ramón Mercader, su asesino. La tercera, quizás es la que vertebra el relato completamente y corresponde a la verdadera historia del narrador. Hay que recordar que el título de El hombre que amaba a los perros es el mismo de un cuento de la colección Asesino en la lluvia del autor norteamericano de novelas policiacas Raymond Chandler, quizás por ello es explicable que el narrador, Iván, aparece casi como un doble de Conde, (el detective protagonista de la mayoría de las novelas de Padura) pero también se percibe como doble de Padura, el autor de la novela, quien evidentemente sin que sea necesaria la nota final, el lector habrá de reconocerlo, a Padura como Iván. Es decir, el personaje de Iván y el autor Padura vivirán en la excelente ficción biográfica, de historia y de política que constituye la novela El hombre que amaba a los perros. En Tres tristes tigres, la parodia literaria valdría para reunir en el asesinato y la traición las amargas realidades que definirían resultados revolucionarios en la Cuba que recién abandonaba Cabrera Infante. La segunda muerte de Ramón Mercader constituyo la lectura que hizo Semprún del fracasado proyecto histórico de un crimen perpetrado en las manos de la burocracia estalinista. En Iván se derrumban las ilusiones de los procesos que dieron origen a la historia, tanto a la de Trotsky como a la de Mercader y finalmente al desplomarse el techo de su casa en ruinas Iván y Padura terminan aplastados por el peso de una historia que resulta ser grotescamente verdadera. Cinco años de dudas y miedos llevan al autor a atreverse a escribir una especie de simulacro autobiográfico.  Miedo, y una metáfora de la generación de Iván que no es otra que la misma del autor Padura. El asesinato como traición al proyecto revolucionario desencadena relatos y en todos ellos, las profecías de Trotsky, como señala el narrador de Padura, “acabaron cumpliéndose”. La revolución seria traicionada, tal y como lo anunciaba el líder ruso en su ensayo de 1937.

Toronto, 22 de noviembre de 2016

 

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