Literatura,
historia y política
Brevemente
quisiera poder conversar sobre la importancia de la asociación entre lo político,
o lo que podríamos considerar como hechos realmente históricos, con el
quehacer literario, y en particular con
la más proteiforme de las creaciones literarias, con la novela. Existen numerosos
ejemplos de esta fusión. La reciente novela de Juan Gabriel Vásquez publicada
por Alfaguara es un ejemplo de esta conjunción.
Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) se dio a conocer al haber ganado el
Premio Alfaguara 2011, con El ruido de
las cosas al caer, una novela que obtuvo también el Premio IMPAC Dublín
2014 y el Premio Gregor von Rezzori otorgado a la mejor obra de narrativa
extranjera traducida al italiano. Ahora, Juan Gabriel Vásquez no está
dispuesto a desvelar cuánto hay de verdad y cuanto de
mentira en su última novela, La forma de las ruinas (Alfaguara 2016). Desde su ciudad, Bogotá, el escritor logra a través de
los magnicidios del abogado y líder político Jorge Eliécer Gaitán (1948) y del
senador liberal Rafael Uribe Uribe (1914), hablarnos en una excelente novela,
sobre “la preocupación de los colombianos con su pasado de violencia y el intento
por dejarla atrás”. Ambos acontecimientos históricos, aunque distantes en
el tiempo, confluyen precisamente en estos tiempos de plebiscitos y acuerdos de
paz que intentan reparar la deuda de Colombia para con su destino. Gaitán y
Uribe podrían ser cualquiera de los personajes públicos que a lo largo de la
historia de Colombia han sido condenados a muerte sin juicio en el marco de
violencia en el que ha vivido sumida, una nación que para los venezolanos
siempre será apreciada como el “el hermano país”. Juan Gabriel Vásquez destacaría
en una entrevista, que “el problema de
fondo con estos crímenes es que no tienen culpables”, señalando el alto
grado de impunidad todavía existente en
su país, para de inmediato afirmar que “un
país así no puede mirarse al espejo cómodamente” (El País, enero 2016). Los
venezolanos hemos arribado a grados inconcebibles de impunidad, y no existe ser
alguno que no esté consciente de la grotesca politización de nuestra Justicia o
que recuerden casos que destaquen por la impunidad y quizás se remontan paradigmáticamente
a la muerte del fiscal Anderson, pero que sabemos están presentes y se repiten
con deleznable complacencia de quienes impasibles llevan las riendas de este
dizque gobierno que con la populachera promesa de trasladarnos a “el mar de la
felicidad” ha sumido al país en la peor crisis
de su historia.
El asesinato de Trotsky el 22 de agosto de 1940 en la ciudad de México,
puede ser examinado como otro ejemplo de un crimen político que generó
numerosas consecuencias. Resulto ser un episodio clave en la historia del siglo
XX que escindiría al Partido Comunista de otras organizaciones izquierdistas, e
igualmente provocaría la aparición de varios textos literarios. Sobre este tema
podemos regresar a la última novela de Leonardo Padura El hombre que amaba a los perros, que como La segunda muerte de Ramón Mercader se basa en el asesinato de León
Trotsky y se inscribe en una tradición cercana a la de Tres tristes tigres, regresando a La Habana y las conexiones de lo
histórico y lo político con las novelas. La novela de Padura estéticamente no
se parece a la de Semprún. En El hombre
que amaba a los perros existen tres historias, dos de ellas formalmente históricas
relacionadas con Trotsky y con Ramón Mercader, su asesino. La tercera, quizás
es la que vertebra el relato completamente y corresponde a la verdadera
historia del narrador. Hay que recordar
que el título de El hombre que amaba a
los perros es el mismo de un cuento de la colección Asesino en la lluvia del autor norteamericano de novelas policiacas
Raymond Chandler, quizás por ello es explicable que el narrador, Iván, aparece
casi como un doble de Conde, (el detective protagonista de la mayoría de las
novelas de Padura) pero también se percibe como doble de Padura, el autor de la
novela, quien evidentemente sin que sea necesaria la nota final, el lector habrá
de reconocerlo, a Padura como Iván. Es decir, el personaje de Iván y el autor
Padura vivirán en la excelente ficción biográfica, de historia y de política
que constituye la novela El hombre
que amaba a los perros. En Tres tristes tigres, la parodia
literaria valdría para reunir en el asesinato y la traición las amargas
realidades que definirían resultados revolucionarios en la Cuba que recién
abandonaba Cabrera Infante. La segunda
muerte de Ramón Mercader constituyo la lectura que hizo Semprún del
fracasado proyecto histórico de un crimen perpetrado en las manos de la
burocracia estalinista. En Iván se derrumban las ilusiones de los procesos que
dieron origen a la historia, tanto a la de Trotsky como a la de Mercader y
finalmente al desplomarse el techo de su casa en ruinas Iván y Padura terminan
aplastados por el peso de una historia que resulta ser grotescamente verdadera.
Cinco años de dudas y miedos llevan al autor a atreverse a escribir una especie
de simulacro autobiográfico. Miedo, y
una metáfora de la generación de Iván que no es otra que la misma del autor
Padura. El asesinato como traición al proyecto revolucionario desencadena
relatos y en todos ellos, las profecías de Trotsky, como señala el narrador de
Padura, “acabaron cumpliéndose”. La revolución seria traicionada, tal y como lo
anunciaba el líder ruso en su ensayo de 1937.
Toronto, 22 de noviembre de
2016
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