martes, 10 de septiembre de 2024

Retazo de una novela…


Se me hace fácil recordar la historia del señor Juvencio Palacios O´Leary porque fue muy bien conocido como el mejor vendedor de Seguros de la época, en unos tiempos cuando las Compañías Aseguradoras casi ni existían en el país y si alguien no creía en ellas, por su peculiar idiosincrásica manera de ser, eran las personas comunes y corrientes de la ciudad de Maracaibo en el Estado Zulia al noroeste de Venezuela.

Durante años Juvencio fue muy querido por todos. Se había casado con una linda catira tachirense y estaba criando una hermosa familia. Mucha gente no se explica por qué Juvencio pasó los últimos cinco años de su vida “entregado al aguardiente”. Algunos creían que había sido víctima de una brujería, pero los más cuerdos sabían que todo estaba relacionado con malos negocios y algo más. Cuando murió su padre le dejó a él solito, puesto que no tenía más hermanos, una fortuna en tierras ubicadas en el Estado Yaracuy, terrenos que Juvencio muy pronto vendió y transformó en dinero contante y sonante.

Lamentablemente, todo lo perdió a causa del juego. Todo se le volvió cera y pabilo, sin duda por la ambición de ver como si fuese un rey Midas criollo, como su dinero habría de multiplicarse en las patas de los caballos, en las loterías y hasta en las mesas de juego con el poker y la ruleta. Después comenzó a beber, y se convirtió en un borrachín. Fue despedido de la Compañía de Seguros. Se trasformó en un ser irascible y pronto enfermaría con los síntomas y signos característicos de la hidropesía, cirrosis hepática dijeron los médicos.

Un día, a mediados del año 1953 hizo su primer vómito de sangre, hematemesis dijeron los médicos. El episodio fue aparatoso. Relataba Régulo que estando todos reunidos a la hora del almuerzo, dio un rugido y transformó la mesa en un lago de sangre perdiendo muy pronto el conocimiento. Sólo gracias a la sangre fría y la celeridad de Ligia, su mujer, se salvó de morir desangrado en aquella ocasión, por shock hipovolémico dijeron los médicos, ante sus tres hijos, sobre un mantel y entre platos de comida ensangrentados.

La odisea de lograr el adelanto del dinero de su seguro de vida para pagar los gastos de la hospitalización, el diagnóstico de cáncer meses después, carcinoma hepatocelular implantado sobre un hígado cirrótico dijeron los médicos, y su lenta agonía, quedarían como una impronta imborrable en el espíritu de toda la familia. La resignación cristiana y todos los principios religiosos inculcados a los tres hijos de Juvencio y Ligia desde muy temprana edad, hubiesen tal vez sido suficientes para aceptar el tardío, pero firme y sincero arrepentimiento de su padre por los errores cometidos en vida. Verlo sufrir de tal manera, sin duda se transformó en un purgatorio en vida, y sus hijos terminaron considerando que tal vez mereciese subir directamente al cielo.

No obstante, si algo no pudieron tolerar ninguno de los tres hijos del difunto Juvencio y de Ligia, fue el ir captando paulatinamente, como la esposa y madre, en medio de los meses de tórpidos padecimientos paternos y familiares, terminaría enamorándose del hombre equivocado. Cual, si un rayo los hubiese fulminado, no lo aceptaron. Por sus principios y porque era incuestionablemente inaceptable la situación.

A Régulo y a sus hermanos, les parecía absurdo y bochornoso que su madre estuviese enamorada del mismo individuo que condujera a sus hijos varones, y sea dicho de paso también a Daniel Vargas, por los caminos de la fe y del sacrificio hasta llegar, fanáticamente, a querer cada uno de ellos, obsesivamente, ¡transformarse en santo! ¡Un contrasentido rayano en el absurdo! Particularmente a Régulo y a Daniel les parecía abominable vivenciar la fractura de lo que ellos consideraron como una gran y sólida mole de principios morales y de dogmas de fe...

Les aterraba ver resquebrajarse la imagen del hombre aquel quien paulatinamente los convenciera de que era posible alcanzar la gracia divina por caminos de fe y de sacrificio. Era terrible para ellos quienes estaban persuadidos de que la mejor manera de subir al cielo tenía que ser aspirando llegar a transformarse en sacerdotes jesuitas, misioneros redentores del mundo, a la mayor Gloria de Dios…

¡Pues mire usted! ¡Que se han liado una de lo lindo! Ellos, quienes iban a ser los más puros, castos, obedientes y selectos hijos de la Santa Iglesia Católica y Apostólica Romana... Tal vez presentían escucharle decir de un momento a otro al individuo. ¡Pues hala, que no sois más que un par de gilipollas! ¡Era como para alucinar! De golpe y porrazo se sintieron engañados. Creyeron ver falseadas todas las claves secretas. Tantas ideas urdidas para afrontar las conspiraciones que habrían de detener los avances de Satán. Para enfrentar los combates contra el maligno...

¿Armaros caballeros de hojalata, pues… I ahora… ¿Que vais a decirle? ¡Cuando queráis, bajad Satán! ¡Que hemos de tocarte los cojones! ¿Podría acaso ser una tomadura de pelo insincera, todo aquel magma de artilugios aprendidos para lograr la derrota de los espíritus malignos? ¿Cómo quedaba todo aquello de la férrea defensa hasta ver alzar los santos lábaros en la batalla triunfal? Se frustraron sus ilusiones ante aquella probablemente mal intencionada burla del destino, era la propia mamadera de gallo, no una simple tomadera de pelo, ¡Todo era puro cuento!

¿Cómo creer que fuesen sinceras sus intenciones sobre tantos procedimientos engranados en la mente y el corazón de los muchachos con la intención de coronar el juego y finalmente subir al cielo?... ¡Poneros vosotros ahora en su situación! ¡Enroque y jaque al rey! ¡Hala! ¡Pues menudo lío! De paso sea dicho, el máximo de la irónica desfachatez, era para ellos recordar… ¡Dizque iban a ascender al empíreo en aroma de santidad!

¡Pues se han cabreado, hombre! Tantas cosas juntas se dieron para torcer el rumbo de la existencia tranquila y romántica de Daniel Vargas y de Régulo Palacios, quienes para aquel entonces eran tan solo inocentes y castos adolescentes comenzando a estudiar el tercer año de bachillerato. Pero, ¿qué hacerle?

Bien lo decían todos cantando la salsita aquella: “Así es la vida, así de ilógica, cada quien lleva al fin una historia que hablar o callar. Así es la vida, así de ilógica, de irónica, de drástica”...

 

NOTA: el texto es estrictamente tomado del Capítulo VII de la novela “Para subir al cielo…” premiada en 1997 en “Narrativa”, de la Bienal de Literatura Elías David Curiel del INCUDEF (Instituto Nacional de la Cultura del Estado Falcón).

Maracaibo, martes 10 de septiembre del año 2024

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