El 2 de octubre de 1918 la división avanzó rápidamente dentro del bosque de Argonne, eran las Compañías C y D del 306º, la Compañía K del y 307º y las Compañías A,B,C,E, G y H del 308.º Regimientos de Infantería que avanzaba en la creencia de que eran apoyados en el flanco izquierdo por fuerzas francesas y en el flanco derecho por dos unidades estadounidenses... El mayor Charles White Whittlesey desconocía que el avance francés se había estancado.“Adjuntos los Ingenieros / de Línea a la Infantería / vamos en “segunda ola”. /Somos como almas perdidas/ en una escena dantesca. / La metralla nos fustiga;/ nos doblegamos, intensos;/ avanzar es la consigna/ y avanzamos... avanzamos... / interrogaciones vívidas/ ante el dilema patente/ de la Muerte o de la Vida...
La unidad avanzó más allá del resto de la línea aliada cuando se encontraron aislados y rodeados por fuerzas alemanas. Por los siguientes seis días, los hombres de la división fueron forzados a rechazar los ataques alemanes, quienes parecían haber visto en esa pequeña unidad como una gran amenaza para toda la línea del frente. El batallón sufrió muchas penurias... El castigo ineludible/ nos va raleando las filas/ pero, mecánicamente, / gritamos: -Guardar la línea !/ “Keep the line” y proseguimos/ la marcha, marcha infinita / torturante, interminable,/ puestas el alma y la vista/ en una mancha borrosa,/ en una línea indecisa / que nos dieron de “objetivo”/ de esta “operación sencilla”!
Faltaba la comida, y el agua estaba disponible sólo arrastrándose bajo fuego enemigo hacia un arroyo cercano. Las municiones se terminaron. El fuego de artillería aliado cayó sobre su posición, la cual estaba rodeada por los cuerpos putrefactos de los camaradas caídos. "El shrapnel tamborilea/ nuestro paso desde arriba / y las granadas regüeldan / insaciables, y vomitan / con horripilantes bascas, / tierras y entrañas y vidas…” Las comunicaciones eran muy difíciles y cada corredor enviado por el mayor Whittlesey, o se perdía o era capturado por las patrullas alemanas. El único modo confiable de comunicación era por medio de palomas mensajeras, pero solo se podían mandar mensajes, no podían recibirlos, y en ocasiones, fueron bombardeados por proyectiles de artillería propios, ya que se desconocía la ubicación exacta del batallón, y solo cuando una paloma mensajera logró llegar a retaguardia se detuvo el bombardeo.
Los hombres lograron mantener el terreno y causaron suficiente distracción para que otras unidades aliadas rompieran las líneas enemigas alemanas, lo que les obligó a retirarse. “Y fue llegando al camino/ chiquillo de la alegría,/ que te vi: tenías abierta/ desgarrada, la camisa/ y rojos hilos de sangre, al respirar, te salían/ de un arabesco bermejo/ que en tu pecho se encendía./ Con el semblante tranquilo/ reposando parecías, / reclinado en el talud/ a la vera de la vía.../ mientras que hilo tras hilo/ se deshilaba tu vida. “El Batallón Perdido” fue el nombre que se le dio durante la Primera Guerra Mundial a aquellas las ocho unidades estadounidenses con aproximadamente 554 hombres, todos ellos de la 77.ª División, al mando del mayor Charles White Whittlesey.
En octubre de 1918, se encontraron aislados por fuerzas alemanas después del ataque estadounidense adentrándose en el bosque de Argonne. Aproximadamente 197 morirían en acción y 150 fueron declarados perdidos o fueron tomados como prisioneros antes de que los 194 restantes fueran rescatados. "Fue un instante, nada más;/ un trance de pesadilla,/ la impresión fugaz de verte,/ camarada, en la agonía; / más en la mente, quemada,/ la llevaré mientras viva./ Y maldije la crueldad,/ de la inflexible consigna/ de seguir...siempre seguir.../ dejándote en la agonía!/ Groseras interjecciones,/ afiladas, asesinas,/ rebosaron en mis labios/ al maldecir, expresivas, / la cáfila de vejetes,/ tahures de la política,/ que así lanzan a los pueblos/ y a los hombres a la ruina!/ Fue un instante, nada más;/ pues cuando la Muerte grita/ las impresiones más hondas/ en un instante se olvidan".
De los más de 500 soldados que entraron al bosque de Argonne, sólo 194 pudieron salir indemnes. El resto fueron muertos, desaparecidos, capturados, o heridos. El mayor Charles White Whittlesey, junto con varios otros oficiales recibieron la Medalla de Honor por sus valientes acciones. Whittlesey también fue reconocido siendo uno de los portadores (del féretro) en la ceremonia de inhumación de los restos del Soldado Desconocido. Sin embargo, la experiencia de Argonne afectó considerablemente al Mayor Whittlesey quien desapareció en 1921 de un barco en lo que se cree fue suicidio, y así fue reportado.
Mi tío Fernando C. Tamayo escribió el “Romance del camarada muerto” en un lugar de Francia, unos días después de haber sobrevivido tras una de las últimas batallas, la de Meuse-Argonne por la que fue condecorado, ya al final de la Primera Guerra Mundial. Él comenzaría su poema escribiendo… “Extraño que en mis recuerdos/ de esta madrugada fría/ no se agiten torvos cuervos/ de pasiones agresivas; / sino que en fugaces giros/ las alegres golondrinas/ de mi añoranza, pincelen/ en raudas policromías,/ paisajes inolvidables / de mis lejanas campiñas.” De este poema épico, he utilizado varias estrofas para darle cuerpo a esta narración ya que puedo recordar las historias de mi tío relatadas cuando yo era niño, o contadas luego por mi madre, sobre los horrores de la guerra de las trincheras y de los gases mostaza que minaron su salud pulmonar y de la terrible sensación de tener que caminar entre los cadáveres de sus compañeros…
Fernando Carlos Tamayo había nacido en Valencia en 1889 y combatió en Francia por la unidad expedicionaria del Ejército estadounidense, país al que había ido a estudiar y ya siendo profesor se alistó en el ejército para acompañar a sus discípulos. Estuvo en una de las últimas batallas del conflicto, la refriega de Meuse-Argonne. "Cuando te hallé, ya no eras./ No había sol en tus pupilas/ y el lodo había mancillado/ el oro de tus espigas./ La medalla de la Virgen/ sobre tu pecho pendía / y, compasiva besaba / un hueco de tus heridas. / Casco en mano, los sollozos / mi oración enronquecían... / Un instante, nada más,/ y me sacudió la vida".
Después de la guerra se casó con la estadounidense Katherine McShane y vivió en ese país donde trabajó en Hollywood como guionista de cine. En 1937 volverían a su tierra con la intención de instalarse definitivamente, y vivieron en San Cristóbal, en una casita alquilada.A finales de ese año, morirá Don Lorenzo Tamayo de la Madriz y pocos meses después en 1939 fallecerá la madre del poeta, Doña Albina. Treinta y dos años después de haber dejado su tierra, para iniciar su vida de aventurero, Fernando, de vuelta en su casa recibe estos dos golpes del destino y un año después, Katherine se caería accidentalmente sobre un rosal y moriría de tétanos en San Cristóbal.
En 1945 Fernando Tamayo, vería coronada una gran aspiración pues a través de sus amigos del Grupo Literario “Yunke” se publicará su libro “Romances de mi Montaña”, el cual se inicia con un poema dedicado a su esposa, titulado “Intimo”, fechado en octubre de 1944. Fernando, luego de la muerte de su esposa, empeoró de su condición pulmonar crónica como consecuencia de los gases en las trincheras, y regresó a la casona de sus padres en San Cristóbal. En 1938 tras visitar a sus hermanas en Maracaibo, regresó a Norteamérica y murió en un hospital de Veteranos en Nueva York en 1948.
La historia de “el batallón perdido” ya había sido relatada en este blog, y hoy cuando el ambiente es de un preocupado recogimiento tras el fallecimiento de la Reina Isabel II de Inglaterra me toca recordar el tema de la guerra, estando en Londres, el día jueves 15 de septiembre de este año 2022, cuando quien se siente el nuevo Zar de Rusia insiste ya en el siglo XXI en una guerra despiadada contra Ucrania que se está transformando en una amenaza a la paz mundial…
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