Quisiera poder conversar sobre una posible asociación entre la política o lo que podemos considerar como hechos históricos y el quehacer literario. En particular me referiré a la más proteiforme de las creaciones literarias: la novela.
Ya en noviembre del año 2016 (https://bit.ly/3FR9RSV) conversaría sobre este tema en el blog, a propósito de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) un escritor que, relatando los magnicidios del abogado y líder político Jorge Eliécer Gaitán (1948) y del senador liberal Rafael Uribe Uribe (1914), Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) se dio a conocer, al haber ganado el Premio Alfaguara 2011, con El ruido de las cosas al caer, una novela que obtuvo también el Premio IMPAC Dublín 2014 y el Premio Gregor von Rezzori otorgado a la mejor obra de narrativa extranjera traducida al italiano.
Juan Gabriel Vásquez no estaba dispuesto a desvelar cuánto había de verdad y cuanto de mentira en su novela, La forma de las ruinas (Alfaguara 2016). Sencillamente, el logro trasladar a una novela “la preocupación de los colombianos con su pasado de violencia y el intento por dejarla atrás”. Juan Gabriel Vásquez destacaría la situación en una entrevista, señalando que “el problema de fondo con estos crímenes es que no tienen culpables”, (El País, enero 2016).
Los venezolanos hemos arribado a grados inconcebibles de impunidad, en medio de la grotesca politización de “nuestra Justicia” y si quieren podríamos arrancar con la muerte del fiscal Anderson, pero siguen presentes y repetidos decenas de crímenes impunes. En las ergástulas del régimen, la muerte regresa sesgando vidas, como ya lo hiciera en 2014 y 2017 con centenares de jóvenes valientes con deleznable complacencia de quienes impasibles llevan las riendas de un desgobierno que se inauguró con la populachera promesa de trasladar a los venezolanos a “el mar de la felicidad” y ha destruido al país llevándolo a la peor crisis de su historia.
Me considero un escritor de novelas, zuliano (y me perdonarán la inmodestia, pero son 9 novelas ya publicadas) y lo digo en estos tiempos, cuando suenan y crujen tantos personajes de la politiquería queriendo disfrazar indesvelables marraucias. Creo haber inicialmente desnudado las miserias de nuestro añorado sistema democrático en mis dos libros de ensayos publicados en 1991 y 1998, como “Reflexiones…” y “Mas reflexiones…” y particularmente en la novela “La Peste Loca” (Maracaibo, 1997). Escribí por la consolidación de la investigación en las universidades y destacaría reiteradamente las deficiencias y la falta de apoyo a las labores de investigación y de la injerencia de la politiquería en el devenir diario de quienes se atreven a escribir (en “La Entropía Tropical”, “El movedizo encaje de los uveros” y en “Ratones desnudos”). Mostré la corrupción del sistema policial y judicial en medio del narcotráfico (en “Para subir al cielo…”). Llamé la atención sobre las falacias de la revolución cubana cuando nadie se atrevía a hablar de ello (en “Escribir en La Habana”), y finalmente hube de destacar la tragedia político social en que hemos caído –y ya van más de 20 años- en esta “robolución” (en “El año de la lepra”). La última novela que logre publicar es una historia del siglo XVI (“Vesalio el anatomista”) sobre un médico luchador que por sostener sus criterios terminaría siendo condenado a muerte.
Pero… ¿Acaso se ha plasmado ésta, nuestra tragedia nacional, en la novelística de los venezolanos? Un episodio clave en la historia del pasado siglo XX fue el asesinato de León Trotsky que escindió al Partido Comunista de otras organizaciones izquierdistas, y ese hecho singular me llevo a hablar en el blog , en “Política y novelas” (https://bit.ly/3RpAWRo) sobre la novela de Leonardo Padura “El hombre que amaba a los perros”, la cual al igual que a “La segunda muerte de Ramón Mercader” de Jorge Semprun, se inscriben en una tradición cercana a la de “Tres tristes tigres”, de Cabrera Infante y todas ellas nos obligan a regresar a La Habana, la raíz del mal…
He querido atreverme a personalizar este asunto de las novelas y de la política, precisamente ahora, cuando pareciera haber en Venezuela un “boom editorial” donde se producen libros en un rentable negocio, y se publican libros “como arroz picao”-la mayoría virtualmente…¿holografias?- y hay “ferias...” para promover las ventas en las que parece ser, evidentemente, que existe una total ausencia de lectores conscientes de lo que está sucediendo en un país que ha visto emigrar en unos 20 años al 45% de su población joven más capacitada.
Quienes escriben pareciera que no se atreven a relatar ni en cuentos y menos en novelas, la verdadera naturaleza del mal que explicaría esta tragedia nacional… Es que parecería existir un temor larvado a decir la verdad, a ocultar la raíz del mal… Es más fácil, y hasta más productivo, y así, casi como para seguir viviendo en “Narmia”, se corre el tiempo cual si fuese una arruga… Como decía sabiamente mi primo Ernesto…“El que tenga ojos, que vea”.
Maracaibo, el miércoles 28 de diciembre del año 2022 en este siglo XXI
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