domingo, 18 de diciembre de 2022

Armando Reverón


Armando Reverón (1889-1954). El artista venezolano, fue un precursor del “Arte povera”, movimiento artístico surgido en Italia en la década de 1960 que utiliza para su creación materiales humildes y pobres. Por su carácter exótico, excéntrico y primitivo, Reverón era conocido como “El Loco de Macuto”. Pionero del ensamblaje artístico, de la intervención y de la escultura textil, fue autor de más de 450 pinturas, 150 dibujos y decenas de objetos entre los que se destacan sus famosas muñecas de trapo.

Armando fue el hijo único de Julio Reverón Garmendia y Dolores Travieso Montilla y entre 1885 y 1896 estudiaría en el Colegio de los Padres Salesianos, en Caracas. En 1899 llegan “los andinos” al poder en Caracas y en 1902, Armando viviendo en Valencia enferma gravemente de fiebre tifoidea. En 1908 cuando el presidente Cipriano Castro se va a operar en Europa, Armando es un joven de 18 años y Herrera Toro dirige la Academia de Bellas Artes en Caracas. Aunque se cierra bajo el mandato del general Juan Vicente Gómez, se reabre y Armando va a asistir hasta 1911 cuando egresa. Con una pensión de 120 bolívares mensuales se va a Europa…


Alfredo Boulton, reconocido biógrafo e intérprete de Reverón como artista venezolano, ha propuesto una periodización basada en el colorido de las obras de Reverón la cual ha sido aceptada sin someterla a pruebas críticas. Según Boulton la obra reveroniana se divide en tres segmentos cronológicos sucesivos: un período azul, desde 1919 hasta 1924; un período blanco, de 1924 a 1934; y un período sepia, desde 1935 hasta 1954, año del fallecimiento del artista. Semejante periodización ha sido influida por la célebre taxonomía que circunscribe la producción juvenil de Picasso, con su período azul y su período rosa, aunque para muchos, es bastante discutible para el caso de Reverón.

Es innegable que durante el lapso 1919 a 1924, en la obra de Reverón abundan los cuadros con un dominante azul y diversos tonos de azules desde cobalto, a ultramarinos, cerúleos, malvas y violeta presiden sus composiciones. También hay que entender que durante el bienio 1919-1920, se hace más palpable la influencia del pintor impresionista ruso Nicolás Ferdinandov, debido a la estrecha amistad que ambos mantenían. De esta época son: Grupo familiar, 1919, Mujeres en la cueva, 1919, Quebrada de Morrocotudo, 1919, La luna, o Nocturno con luna, s.f., El río Guaire, 1920, Procesión de la Virgen del Valle, 1920, Antigua carretera de El Valle, 1920, Uveros azules, s.f., La trinitaria, 1922, Fiesta en Caraballeda, 1924, y Aaiguatá, 1924.

Este primer periodo denominado azul es también la época del Castillete donde Reverón va a producir obras de un colorido variable y en ocasiones abigarrado como sucede con Juanita con abanico, 1919, El bosque de la manguita, 1919, Figura bajo un uvero, 1919, Calle de Punta Brava, 1920, Calle de El Valle, 1920, Calle de Maiquetía, 1920, Paisaje azul (Calle del Valle), 1921, y El Parque de Macuto, 1921. En todas estas pinturas, el color azul casi siempre es asumido como un tono local usado para el mar y el cielo de acuerdo con las convenciones, o como un valor de sombras y de penumbras conforme a las características requeridas por el estilo impresionista donde este mismo juega un papel secundario frente a la avasallante presencia de otros vivos colores.

Los otros dos períodos propuestos por Boulton para el decenio 1924-1934, presuntamente denominado período blanco en el cual sobreabundan en la producción reveroniana obras construidas sobre la primacía de blancos lechosos y grises perláceos, no es menos cierto que durante esa misma época, Reverón produjo también otros trabajos pictóricos en los que predominan los tonos marrones claros, ocres y grises cenicientos Estos tonos, serán característicos del supuesto período sepia, que son propuestos para delimitar un lapso entre 1935-1954. En ese período sepia no son infrecuentes tampoco los cuadros dominados por los tonos, blanquecinos y cremas.

Se ha dicho con alguna frecuencia que Reverón usaba el coleto de 'arpillera' y los papeles baratos, porque no tenía la posibilidad de escoger ni de ser exigente, aunque hay quien afirma que Reverón si escogía su material de trabajo y que era exigente (Miguel Arroyo). Cuando Arroyo revisa la obra de Reverón posterior a 1926, encuentra cinco constantes en lo que a materiales y a uso de materiales se refiere y destaca como la primera, su aversión al brillo. Esta aversión lo llevaría a emplear temple, especialmente en los empastes, y a escoger bases mate y de mucha absorción. También Arroyo destacara su predilección por soportes de mucho poro y de trama visible. Finalmente, el uso de las uñas, los cabos del pincel, o cañas de bambú especialmente cortadas, para hacer raspaduras en la tela, para con ellas crear sombras, definir linealmente ciertos perfiles, o enriquece sus planos.

Ese es el mundo de Reverón, ésa es la visión de Reverón, el pintor de la pura visualidad. Reverón es el primer pintor que, en nuestro medio, expresa -de manera consistente y a veces genial- el mundo propio de su visión. De modo que es únicamente en esto, y en su decisión de atenerse exclusivamente a los datos que su mirar le proporcionaba, en lo que Reverón se vincula con los propósitos de los impresionistas. Hasta allí llega su vinculación, pues, para expresar su realidad, Reverón tuvo que hacerse él mismo con sus materiales y crearse su propio lenguaje. Un lenguaje de "sabias marcas instintivas", como diría Bacon, y tan irrepetibles -aún por él mismo- como la realidad visual que percibía. Reverón, además de enseñamos a ver, nos enseña también en qué consiste el ver, como actividad distinta -y complementaria- del palpar, del imaginar y del conocer.


Podría suponerse que, al confiar el pintor exclusivamente en su mirada, y al olvidarse de todo otro conocimiento estaría simplificando su problema, ya que, en el puro mirar, un objeto puede ser no más que una leve o intensa coloración, suspendida -ingrávida y flotante en el campo que abarque la visión. Pero tal suposición carecería de fundamento, pues nada es más difícil que encontrar, para cada ocasión, el signo indefinido pero preciso, y la exacta señal que reconstruirá, para el otro, la esquiva evanescencia que percibió la mirada. Así están evanescentes, están hechas muchas de las imágenes de Reverón.

Así, rodeando con tonos las zonas intocadas del soporte, o dando acentos de luz, sombra o color, en esas zonas, sería como Reverón crearía las más inimaginables transposiciones. En Juanita, por ejemplo, una ligera veladura de blanco y dos suaves tintes de azul alteran sutilmente el color del coleto y lo convierten en una magnífica piel tostada, envuelta en aire y luz. El mismo coleto, en la parte superior, da una variante cálida al tenue azul del cielo, y, en el ropaje, es el coleto, otra vez, el que, por contraste con los blancos, crea las sombras y define el color y la materia de los pliegues.

Reverón: con golpes de pincel, con brochazos, veladuras, raspaduras y empastes, casi siempre directos e instintivos, que traducen cerros, nubes, espumas, carnes y todo cuanto había en el universo visual que él contemplaba. "Casi siempre instintivos", ha señalado Miguel Arroyo, porque hay también algunas obras en las que parecería que Reverón hubiese perdido su instinto y se deleitase en un efectismo demasiado fácil para su talento.

Maracaibo, domingo 18 de diciembre del año 2022

 

No hay comentarios: