La mujer del Metro
Este breve relato, nació
en 1993 como un ejercicio planteado en el Taller de Narrativa del escritor
Eduardo Liendo y surgió de una frase de Henry Miller en su novela “Sexus”, la
cual, como epígrafe, decía: “esa mujer del Metro a la que has seguido, un
fantasma anónimo que reaparece ahora de repente”.
Acepto que ya lo he
publicado antes en el blog. Inicialmente hace ya siete años en julio del 2015.
Años después lo mostré estando en la periferia de Toronto en Canadá, en
septiembre del 2019. Hoy regreso desde Londres, con este breve relato que
“Percibes el calor de su
mano, más sientes sorprendido que te empuja, imaginas sus dedos largos e
intentas atraparlos y notas que se escapan sin remedio, los sentiste clavados
en el pecho con el impulso de su cuerpo todo, su palma y dedos en tu costillar
cuando esperabas tierna caricia tibia y ese tu asombro al inclinarte y
trasponer la línea amarillenta que se pierde en la boca iluminada por el
destello parpadeante de la máquina que crece prontamente.
Trataste de agarrarla,
sí, mas ya vas torciéndote de angustia y tratas de voltear pero tu cuerpo cae
antes de dar la espalda, sin posibilidad alguna de apoyarte, y entonces
distingues aún su mano, pálida, sus uñas escarlata y hasta su rostro crees
detectar entre el gentío, cuando ya has comenzado a descender iluminado todo tú
por el monstruo creciente que emite su mugido agudo y te eclipsa el rumor y los
gritos de la muchedumbre estática, petrificada en el andén.
Te alejas de ellos sin
asidero, sin balance, sin remedio y sabes que era ella. Entiendes que es esa la
mujer del metro, la que has seguido hasta la calle, hermosa y misteriosa, es
esa joven, la del guiño amable, cuando colgabas de la abrazadera, tú, ser
anónimo y te sonrió con su mirada cómplice, guindando tú con tantos otros
cuerpos y aquel multiplicarse de su sonrisa reflejada en las puertas,
¡tantas! Esa, la mujer del metro, la que casi se pierde entre el
tropel a la salida de la calle y tropezarse y empujar y correr desesperadamente
y la impotencia en la escalera atiborrada de figuras inermes, interminable la
escalera eléctrica, ascendiendo.
Esa, la mujer del metro
que desapareció en el resplandor incandescente de la calle, colmado de empujones
e improperios y en el espacio caes y casi ya no ves el brillar de sus ojos, más
otra vez, quizás muy al final logras atisbar su sonrisa. Esa, la mujer del
metro, la que has seguido hasta la calle, la que has perseguido desde lejos sin
entender por qué tenías que hablarle, se esfumó tras un auto antes de
desaparecer tragada por la esquina, ¡es ella!
Tú captaste el mensaje y
corriste como loco escaleras abajo, ese fantasma anónimo se ha materializado, y
carne y huesos, y sonrisa, y aquel guiño achinado y amable, estuvo por segundos
a tu alcance, hasta tocarla casi, cuando ella colocó su hermosa mano con largos
dedos de uñas esmaltadas de un rojo sangre sobre el pecho tuyo, y la sorpresa,
el fuerte ramalazo y tu trastabillar en el asombro.
Esa, la mujer del metro
te entregó todo el peso de su hermosa figura y tú te fuiste más allá de la
línea amarilla y no obstante, todavía lograste detectarla entre la gente,
arriba, desde el abismo, sin retorno ya, ante la máquina que gruñe y pita y
bufa encandilándote.
Esa mujer del metro,
seguro estás, proviene de esa tú pesadilla reiterada, la de un sinfín de
madrugadas sudorosas, de tantísimos despertares crispados, corazón al galope
tendido, de angustias sostenidas, toda una vida de búsqueda infructuosa, hasta
encontrarla, ¡al fin!, ¿después de cuantos años?, ya casi de cabeza lo
entiendes todo, ¡claro!, es tú fantasma anónimo que reaparece ahora de repente
cuando la máquina acezante ruge casi encima de ti...
Wimbledon, Londres el viernes 15 de julio del año 2022
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