jueves, 28 de julio de 2022

Con diez cucharas

 

Este es un cuento breve, que publiqué en el blog en julio del 2015, hace ya ocho años, y que tiene una génesis interesante. Lo escribí en 1993 cuando asistía al Taller de Narrativa de Eduardo Liendo en el centro de Caracas. Luego de leerlo, Eduardo me preguntó cuál había sido mi intención al escribirlo y yo no supe qué responderle… Ninguna, creo que le dije; se me ocurrió, no más. Después me enteraría de que mi maestro había estado preso en “la isla del burro” y que algunos prisioneros políticos se habían escapado por un túnel hecho a través de una letrina. No llegué a leer su novela “Los topos” sino años después. Aquí, tan lejos y acicateado por los recuerdos, he decidido volver a mostrarlo, tal cual lo escribí para leerlo en el Taller de Narrativa del año 93.

Diez cucharas tropezando entre ellas eran un repiqueteo infernal en aquel denso y asfixiante silencio. No se hablaban y el ruido de los cubiertos resultaba demasiado fuerte. Hasta llegaste a temer que el tintineo se pudiese escuchar afuera atravesando la letrina. Menos mal que el broder estaría listo para impedirle entrar al urinario a cualquiera.

Se arrastraban con una lentitud exasperante y aunque no se hablaban, de vez en cuando las cucharas se sentían repicar con un sonido demasiado estridente. Sentiste como el ñero adelante reptaba y cuando se detuvo, calculaste que estaba luchando con los fósforos. Escuchaste el rasgar, luego las chispas y al fin algo de luz cuando encendió el pabilo de la vela de sebo.

Allí acostado solo veías sus interiores sucios, su espalda y sus patas tropezándote, mientras él preparaba con cuidado los hierros. ¡Que arrecho fue palearse los cubiertos! Son diez cucharas solamente... ¿Mis angustias? El tinguilin de nuevo, fue demasiado fuerte y pensaste si acaso era posible que brotara el sonido musical hacia afuera, por la boca del túnel.

Siempre habían despegado toda la loza del albañal y al meterse en el hueco lo cerraban luego; pero lógicamente el orificio de la letrina quedaba abierto permanentemente para respirar. Tú veías la espalda sudorosa del Ñero mientras él arañaba la tierra con el cabo de todas las cucharas a la vez. Usaba cinco en cada mano, como si fuesen uñas de metal y saltaban las piedras y la arena mojada te bañaba e ibas acumulándola dentro de aquellos trapos, hacías un nudo y empujabas hacia atrás el bulto, hasta tus pies y luego, lo pateabas lejos, lo más lejos posible. Vergación Ñero, cuando lleguemos al terreno detrás de los alambres y la cerca ciclón, voy a decirte Ñero, vos si sois bien arrecho!

Semidesnudos, sudando a mares, cumplían con el trabajo asignado, tú soportabas esa lluvia de piedras y de arena mojada y pegostosa que parecía otra cosa, te bañabas en ella, se te metía en la boca, no te dejaba respirar. Ambos se sofocaban aspirando el aire denso ya enrarecido por el humo de la vela de sebo. Tú reunías las piedras con el barro y soportabas en silencio las patadas del Ñero.

Dentro del nicho, dos crisálidas, transformadas en activos bichos, salpicados por el sebo hirviendo, ejecutando una labor refleja, sistemática, desesperante y en silencio. Tú escuchabas como él, acezante arañaba la tierra como un perro localizando un hueso. Con diez cucharas, cinco en cada mano, el Ñero iba escarbando el terreno como un poseso y tú reunías el barro en trapos que anudabas maldiciendo por la falta de aire y luego, lo pateabas bien lejos.

Robarse las cucharas de la cocina fue toda una proeza y luego convencerlos para que no las usaran como chuzos, todo un proceso. Diez cucharas virguitas, dijo el ñero cagado de la risa. Cuchara o bollo, papo o chuzo, que importaba ya, lo que quieran, maldita sea, pronto estaremos fuera. Acostado, recogiendo guijarros, tierra y barro, no era el momento para pensar en hembras, pero el ñero en cada mano tenía un puñado de cucharas y allí bajo la tierra te pateaba y parecía excremento lo que chorreaba sobre ti, pastoso y húmedo, aquel barro que con sus uñas de metal tu compañero iba ordeñando entre las piedras.

Quizás por eso, cual lombriz de tierra, como gusano dentro de un túnel sepulcral, casi asfixiado en esa cueva, pensaste que todo iba a salirles como era, porque estaban en el tramo final y diez cucharas cavando como el diablo los sacarían afuera. Achanta un pelo Ñero. ¿Hasta cuándo seguirás echándome más tierra? Yo con una cuchara me conformo, con una solamente ¿pero vos?, ¡vos seguís escarbando! Le agarraste una pata. Ya es suficiente Ñero. Pero él no captaba tu señal. ¡Vámonos de regreso!

Vergañero, ya es demasiado el humo, ve que se acaba casi el cabo de la vela de sebo. Nada. Seguramente el Ñero presentía que estaba muy cercano el momento cuando verían la luz del día, en el terreno detrás del paredón, un trecho más allá de los alambres, y la cerca ciclón. Tal vez por eso cavaba sin parar, con furia y desespero, sin importarle que te estuvieras asfixiando.

Ñero, no aguanto más. ¡Ñero que me ando meando, Ñero! Cuando se abrió súbitamente el inmenso agujero fue el aire entrando, a bocanadas, lo primero que te golpeó de frente. Tú lo aspiraste ansioso y te fuiste de bruces sobre tu compañero. Caíste de cabeza y embadurnados ambos rodaron sobre el piso del comedor frente a la guardia en pleno, quienes suspendieron atónitos el ritual de tomarse la sopa oyendo las cucharas del Ñero que repicaron desparramadas, tintineando en el suelo... Y se te oscureció toda la escena ante las carcajadas de todo el regimiento, y tú solo pensaste, pelamos bola nuevamente... ¡La pusiste Ñero!

Desde Londres en un jueves veintipico de julio, del 2022

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