viernes, 1 de abril de 2016

En Sarita, conversando sin rencores




EN SARITA, CONVERSANDO SIN RENCORES                                                                                       
                                                                                                                      ( a Ricardo: para vos que si me leéis)


Nuevamente me había hospedado en el hotel Kristoff de la ciudad de fuego. Llegué en un avión al mediodía y un taxista dicharachero me transportó desde el aeropuerto hablándome sin cesar sobre el beisbol. Había viajado desde Ciudad Bolívar con una escala en la capital, sin más equipaje que mi bolso de mano, capaz de alojar desde mi computadora portátil hasta una resma de hojas de papel escritas, y mis infaltables guayaberas. . .   Antes de la dos de la tarde pude hablar con María Elvira, la esposa de Amador y desde ese momento me quedé esperando por la llamada del fotógrafo. Dos semanas antes nos habíamos conocido y luego de un apoteósico almuerzo en su casa, teníamos pendiente una nueva entrevista. Mi visita a la ciudad capital del Estado Bolívar, la hermosa Angostura, en el extremo opuesto del país, había concluido y yo me sentía optimista. . .En mi reloj eran las 6:30 de la tarde cuando decidí suspender el trabajo. Estaba releyendo línea a línea el texto de lo escrito en la pantalla del ordenador cuando el timbre del teléfono me sobresaltó. Era mi buen amigo Amador Montiel y convinimos en vernos en el bar del mismo hotel a las 9 de la noche. . .  Llegó mi amigo puntualmente y decidimos sentarnos a tomar cerveza. Te voy a llevar a una “taguarita” que está por aquí cerca, me dijo el fotógrafo, pero nos sentamos a charlar un rato en la quietud del elegante bar del hotel, y allí nos quedamos. Un pianista recreaba música variada al estilo de Richard Clayderman.

A: De modo che, que venís llegando de Angostura. La guayanesa ciudad, ja! Allí El Libertador hizo hace muchos años un memorable Congreso, ¿pero vos ya te sabés todo sobre todas estas cosas, verdad?
HS: Pues sí. Además, te informo que tuve un raro privilegio. Conversé largo y tendido con el profesor Soriano, y pude acompañarle a visitar las instalaciones de lo que él denomina “La torre de Babel”. Su antiguo laboratorio. El sitio está proscrito ahora. Antes era donde tenía su querido microscopio electrónico. Más que nostalgia, pasar por allá le produjo rabia y dolor.
A: Hiciste bien en tirarte ese lance, pibe. En acompañarle. ¿Sabéis una cosa? Solo hay dos personas que te pueden revelar los intríngulis de la vida de Dieguito Carías. El profesor Soriano y Alonso Guerra. Ya te lo dije el otro día cuando estuvimos morfando en casa. Pero con Alonso tenés más chances, él es mi amigo y además, vive cerca. Bueno, más o menos cerca, jajaja.
HS: Pero yo no he podido conectarme con él. Tienes que indicarme cómo hacer para hablarle. ¿Cómo lo localizo? ¡Vamos Amador! Es en serio. ¿Me vas a ayudar a entrevistar a Alonso Guerra?
A: Vos ni te mortifi quéis por eso. Despreocupate que ya te lo tengo todo resuelto. ¿Vos nunca habéis viajado por el lago? ¡Biiirsia, no sabéis de lo que te habéis perdido! Alonso vive en la isla de Toas, en la boca del lago. Ya veréis, che. Si vos queréis, puede ser el domingo, bien temprano. Vamos, y ya veréis. ¡Te va a ir, fenómeno!
HS: Pero si es en una isla, tendremos que ir en un bote, o ¿algo así?
A: ¡De bola que yes! No te voy a meter en una piragua platanera, de seguro, che. Te puedo cuadrar un fuera de borda, y podemos salir desde El Moján. Ya veréis cómo resolvemos eso, en un suspiro chepibe. Ni te preocupéis, que yo, cualquier jaiba invento. Y cuando habléis con Alonso, te vais a dar de cuenta de que entonces tu trabajo si te va a quedar, ¿sabéis cómo?, ¡machete!, pepiaito pues. Me lo vais a tener que agradecer. ¡Estará de un bárbaro!

Acodados en la barra y ante nuestras jarras plenas de cerveza conversamos en aquel ambiente agradable, muy frío, casi helado diría yo . . .    Me quedé observando las líneas de escayola en el techo, simulaban ristras de tiza, iban y regresaban por el perímetro del cielo raso delimitando el espacio, y pensé en el cielo, en el viejo Albert Einstein, en el espacio y en el tiempo, mientras Amador, quien había comenzado a hablarme sobre su Buenos Aires querido rememoraba a Parminio, citando esporádicamente, a algunos de sus autores favoritos. El cuadrado de la velocidad de la luz . . . De pronto hizo silencio, . . . miró nuevamente alrededor y decidido a cambiar de tema me dijo sonriente.
A: Me va a quedar bien feo llevarte ahora a una “taguara”. ¡Qué lujo de bar el de este hotel tuyo, che! ¡Está macanudo. ¿Qué me decís del pianista? Escuchá, La Cumparsita, no más, es lo que toca ahora.
HS: Sí, cojonudo está. Escúchame Amador, me gustaría que me hablases sobre Diego Carías y la doctora Manzanilla. ¿Qué sabes tú, en un plano personal, digo yo, sobre ellos dos?
A: ¿Marianela? Linda chica. ¡Qué sentimientos que tenía! ¡I bueno! Cuando se derrumbó todo, perdón, fue antes, sí, ¿ella?, ¡casi nada!, pues, ella rajó. No sé si lo de ella sería como en el tango, que uno se raja panoshllorar, pero ¿te digo?, a mí me entraron ganas de pegarle un par de bifes. A la final, ¿quién le daba el calce? Se volvieron todos una manga de cagones, y ella, la Marianela, ni reviró. ¿Qué querés que te diga che? La vida es así. A veces la gente es como és, se la pasa a los besos y no manyás que a vos mismo te están montando en la olla. Me daban ganas de agarrarlos a todos a patadas. Hace ya tantos años que ya todas esas arrecheras se me pasaron. Te lo juro. Por Dios y mi madre, te lo juro...
HS: Todavía parece que te durara la calentura, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces... ¿Me puedes decir si fue verdad que ellos, Diego y la doctora, digo, si ellos ¿tuvieron algo?
A: ¡Qué metejón el tuyo, che! Paica mistonga la Marianela y ¡quépapusa que era!, pero, ¡qué vachaché! Te pasás de otario. Vos andás morfando el aire puro si crees que yo voy a decirte cualquier cosa de una dama. No sé si será por ella, o será más bien por Diego a quien le guardo mis respetos. Sí, lo sé, pero, ¿sabés pibe?, seré una tumba. ¿Me entendés, che? Acabala, que el tema, ni te lo toco. ¡Cerrá ese piano!, no toqués ese vals, como dijo Ezequiel Bujanda en “sobre las olas”, o como el último vals de Andrés Mata, quien en su “música triste” te decía. “Un amor
que se va, cuantos se han ido, otro amor volverá más duradero y menos doloroso que el olvido”...
HS: ¡Bien amigo! Estamos de acuerdo, pero, entonces dime una cosa. De tanta poesía y tanta literatura como la que absorbiste de Parminio, ¿tienes algún poeta que sea tu favorito?
A: ¿Me andás macaneando, che? Con esta pregunta, diría mi amigo Alonso que estáis haciéndome un cambio de velocidad, o lanzándome una curva de afuera. Yo no sé si vos sabéis mucho o poco de béisbol, si sabéis me entenderéis. Te puedo decir una jaiba, que aunque me guste mucho el compás rezongón de los fuelles del bandoneón, en estas vainas de las letras para mí, el mejor poeta siempre ha sido, Andrés Eloy. Con sus versos enamoré a mi María Elvira. Le llegaba a la mera alma con aquello de. “Fuiste un ensueño de gasa, fuiste una gasa en la brisa”. I lo otro, lo de: “No sé si me olvidarás, ni si es amor este miedo; yo solo sé que te vas, yo solo sé que me quedo”. ¡Si yo te contara che, si yo te
contara!
HS: Dele mi hermano. Cuénteme. Hábleme de poesía, de Borges, o de la literatura inglesa. ¿Sabes que algunos dicen que los argentinos son italianos que se las dan de ingleses? Yo cuando oigo estas cosas, a veces me acuerdo de Borges, tal vez del memorioso Funes. Además, en tu casa me dijiste que te llamaban Ayerza. ¿Por el título de la novela de un inglés?
A: Sí, pero en la novela va sin erre. “Ayesa”. Una novela del autor de “Ella” y de “Las Minas del Rey Salomón”. Sir Henry Rider Haggard, un escritor británico del siglo XIX. ¿Sabés che? De los autores del siglo XIX, Parminio y yo teníamos nuestra lista de preferencias. Stevenson, Dickens, Conan Doyle y los discutíamos, Parminio... ¿Qué te digo? El pibe, todas las noches meta hablar y hablar. ¿Qué querés que te diga? Pues, no solo leíamos a los ingleses, también leíamos a Proust, a Flaubert, a Víctor Hugo, Dumas, Balzac y a Sthendal, sin olvidar a Zola. Un día de estos vamos a conversar vos y yo. Me gustaría hablar con vos del Ulises de Joyce. Pero ahora, mejor acabala, che.

Salimos del bar del hotel para irnos “a que Sarita”. Así es como le dicen a la “taguara” donde inicialmente me había invitado Amador y de momentos; el sitio más apropiado para continuar bebiendo cerveza. Me explicó que estábamos tan solo a un par de cuadras de distancia, pero que dados los peligros de la noche, una inseguridad tal que estaba ya caracterizando a todas las ciudades del país desde finales del siglo XX, era preferible trasladarnos en su auto. . . La entrada protegida por “parabanes” pintados de rojo y con el emblema de la cerveza en letras doradas impedía mirar hacia afuera y no era posible ver los autos en la calle por una tupida pared de matas de cayena que rodeaba el recinto. Nos sentamos en taburetes de cuero de chivo y en un instante estábamos degustando la Regional que estaba “como culoefoca”. Después de hacer un poco de pugilato literario y de caer en el folcklore de los guajiros y del real significado de la gaita zuliana, regresé al tema del amor en el INP, tal vez recordando al Gabo en los tiempos del cólera. Insistí ante Amador que las mujeres del INP, sus romances y desamores, me estaban dando que pensar en lo relacionado con el cuento de los ratoncitos nudistas. Mi amigo el fotógrafo me dio a entender que yo estaba prejuiciado por los disparates que le había oído a la bruja Ágatha. Yo tuve que decirle que creía que él me estaba sacando el cuerpo para no tocar ciertos temas
escabrosos, y volví a la carga.
HS: Entonces amigo mío, de la doctora Manzanilla y de sus afinidades, por llamar de alguna manera sus acercamientos a Diego Carías, no me vas a dar ni una pista. ¡Serás una tumba!
A: ¡Pero como sos de persistente vos! Che pibe, yo mantengo mi palabra. Soy una lápida.
HS: Amador. Tu nombre lo dice todo. En esos planteamientos amatorios, he hallado sorprendentes paralelismos entre ciertas historias y asuntos del corazón. Pero me falta información. Creo que tú me puedes dar datos. Por ejemplo. Yo vengo de hablar con el doctor Soriano y puede parecer curioso pero no tengo detalles sobre su vida personal. No sé si estas cosas del amor son irrelevantes para él, pero ni idea tengo sobre su vida con una mujer, si tiene hijos, si acaso él se casó. ¡No sé nada de él! De eso nada me dijo.
A: Soriano se casó en los Estados Unidos con una gringa. ¡Calculá vos que pipiolada, che! Le pasó que, un par de años después de haber regresado y viviendo en Ciudad Bolívar, la piba se le fue. Se regresó a visitar a sus padres con su hijo muy pequeño y no regresó nunca más. ¡Angostura era para ella la manigua che! Eso dijeron. Al pasar los años, Soriano se fue quedando como una especie de viudo. Vivió siempre como en espera de algo que nunca volvió a ser. Al fi nal, dejó de buscarla, se cansó... Como el cuervo de Poe, “never more” ¿Qué más queréis que te diga che?
HS: La desgracia como que les persigue, ¿verdad? A mí, se me hace raro que Diego Carías, siendo un investigador tan prolífico, cuya historia profesional suena como la de un tipo muy centrado, dedicado a su trabajo y por demás, exitoso, pareciera haber sido poco diestro en el manejo de sus sentimientos, de, ¿sus emociones será?, no lo sé, o de sus historias amorosas...
A: ¿Sabés qué pibe? Cada cabeza es un mundo. Te pongo el caso. Vos conociste sobre mi vida de saltimbanqui, pero decime, ¿sabés vos porqué yo cambié completamente? Yo sí lo sé, pibe. Fue María Elvira che. Con ella yo he sido muy feliz y, ¿te digo?, vos me tenés que escuchar. Te juro que nunca le he faltado, y no me arrepiento, che. ¡Boludo vos! No te miento, che. ¿Sabéis qué? He aprendido que a vos no te debe importar cómo le caigás a la gente, que si sois simpático, que si vienen y te miran feo. A la gente, ni media bola le tenéis que parar. ¿Te digo, sí? No es para nada necesario que te quieran bien. Si vos queréis ser feliz, lo que necesitás es querer. Eso y no más. ¿Me entendés pibe? Querer vos, a la otra persona, amarla, pero de verdad. Pero, ¡ya va!, esperate. Hay una condición. ¿Sabés qué cosa necesitás, chepibe? La condición debe ser, no esperar nunca una retribución. ¿Capishi? Te estoy hablando che, de querer, de amar, sin esperar nada a cambio. ¿Vergatario el asunto? Amor así, con todos los hierros, amor de verdad, y si te corresponden, ¡pues mejor, mucho mejor! Pues claro, pero entendeme, che. La felicidad está en vos mismo, en ese darte todo, ¿me entendés, che? Lo demás son mentiras, mentiras y lamentos. Al final escondida en las aguas de una mirada buena puede estar la muerte agazapada y cuando menos manyés, no podréis abrigarla porque más podrá siempre la muerte, ¿me entendés pibe? Te lo dice un viejo que ha recorrido el mundo. Al final, ya lo sabés, acabás sabiendo más por viejo que por ser el mismo diábolo. ¡Qué macana!
HS: Me has dejado mudo. ¿Cuál sería tu explicación, luego de todas estas sabias reflexiones, para entender lo que sucedió con Diego Carías?
A: Percantas que lo amuraron en lo mejor de su vida. ¡Por una paledonia! Vestida de blanca pollera o de percal floreado, cualquier mina preciosa puede ser muy maleva, y no le bastó la ciencia al otario, se nos embanderó el gilito, y ¿te digo?, aquellas no eran pibitas de arrabal, ¿qué te puedo decir? ¡Por una paledonia! Se pianto el pibe justo cuando tenía que demostrar quién era el taita, il capo di tuti i capi y a la final. Se lo echaron al coleto. ¿Si yo te dijera? ¿Sabés? Te dijera que su suegro, el poderoso millonario hizo que los dos, que Diego y que Luisita, la
estudiante de enfermería, ¿sabés?, que los dos desaparecieran, ¿vos me lo creerías? No. Es cierto. ¿Verdad? Pero, ché. ¿Esa puede ser una buena versión? Tenéis que hablar con Alonso, él puede que te aclare algunas cosas. Él te va a decir la verdad de todo, seguro estoy de que él se dejaría de macanas. Los demás, si quieren que se metan sus opiniones por el traste. Te juro que hay otras opciones, debe haberlas. Lo visitaremos en la isla, su isla. Alonso fue el único que no claudicó. Yo sé por qué te lo digo.

Parte del Capítulo  24 de RATONES DESNUDOS 
(novela, 2011, Editorial elotro@elmismo, Mérida)

Para lapesteloca.blogspot.com en Maracaibo el 1 de abril del año 2016

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