En 1973 asistía a unos
“talleres de narrativa” del CONAC dirigidos por Eduardo Liendo, donde aprendí
algo que es crucial en el oficio de escribir. Quien escribe, debe hacerlo desde
el fondo de su ser, desnudando su alma, sin afanes de pedagogía ni ideales
políticos o proclamas reformistas, sin ser rebasado por lo sociológico ni por
sus propios conflictos. Sosteniendo siempre algo como principio lógico: “lo menos que se le puede pedir a un escritor
es que escriba bien”. La frase es del escritor Oswaldo Trejo y es por demás
evidente que es necesario cuidar la ortografía, la sintaxis y la prosodia,
pero, ante todo nos decía nuestro maestro el escritor Eduardo Liendo, una cosa hay
que es muy cierta: “Para escribir bien hay
que leer bien”.
En mi novela “Escribir en La Habana”, uno de sus queridos
personajes decía: “Leer siempre
es difícil, es complejo, leer un libro es más complicado que leer un
periódico... Un libro puede leerse dos o más veces, la literatura es para releerla...
Lo que cada quien encuentre en los libros, depende más del lector que del
autor, sobretodo del lector que sea capaz de releer”. Esto suena
lógico, pero en ocasiones es muy complejo, y puede ser difícil de entender.
El escritor además de sus vivencias personales, las de cada quien, existe lo que cada escritor haya ido incorporando a su intelecto como lector de muchos autores. Aunque el escritor sea un testigo de su tiempo, la lectura lo habrá llevado a investigar otras épocas, y citando a Federico Amiel, ya nos lo decía Liendo que todos, escritores y lectores no somos más que “copia de copias reflejo de reflejos”. Es importante que el escritor evite transformarse en exégeta de sus admirados literatos…
A través de la lectura el
escritor debe buscar su estilo, con el tono y el ritmo de sus palabras, e ir
hacia el uso polifónico del lenguaje como instrumento comunicacional, el cual
desde antes de los tiempos de Don Alonso Quijano creado por Miguel de
Cervantes, en la mente del escritor provoca el hermoso proceso de plasmar en
palabras escritas, lo que él trate de reinventar sobre la vida misma. Por ello,
ya lo dijo Kundera “el novelista solo
tiene que rendir cuentas a Cervantes”.
El estilo de quien escribe puede
ser hiperbólico como ocurre en el barroco, y hasta desmesurado como los textos
de Lezama Lima o de Sarduy, puede ser de una erudición apabullante
cual Palinuro de Fernando del Paso, o como en ocasiones se mostraba
en sus textos Denzil Romero, pero más importante que una copiosa erudición,
quizás tan densa como la de Terra Nostra de Carlos Fuentes, puede
resultar la economía de los medios de expresión. En ella justamente reside el
secreto de la difícil sencillez que nos legara Tolstoi, o la diáfana claridad
de Borges quien sin circunloquios verbales siempre nos demostró que no es lo
mismo ser simple que sencillo.
Un lenguaje críptico, con frecuencia entorpece la lectura. El lenguaje de la lectura y el del escritor debe ser claro, diáfano y preciso. Al escribir, en ocasiones, cuan problemático puede ser lo obvio, y es impresionante como los lugares comunes pueden degradar un texto literario. Los riesgos que se corren al escribir, son numerosos y como le escucháramos comentar a Eduardo Liendo, podríamos citar a Santa Teresa por aquello de que, “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”.
De nuevo citaré unas frases sobre el oficio de escribir, puestas en boca de una joven, personaje de mi novela Escribir en la Habana. “Para escribir yo no quisiera plagiar la realidad, esa está en la prensa... Yo no escribiré para relatar mis vivencias, una debe escribir para inventar la vida” .
Ednodio Quintero, ha descrito al novelista como un investigador que se asoma
a los pasadizos del túnel de la novela, armado con la linterna del lenguaje, y José
Napoleón Oropeza ha señalado que: “La
grandeza de un creador está en su poder de sugerencia, en su inventiva y en ese
don de convencer al lector de que aquello que está presenciando es
pavorosamente real” .
Por todas estas cosas, es
la novela un género híbrido que permite, el mayor grado de aproximaciones; es
un arte de imprecisas fronteras, el cual curiosamente posee esa capacidad
inquisitorial, pero dada su sorprendente plasticidad, resulta también ser muy
vulnerable. Repetiré algo que ya he citado previamente en palabras de Ednodio
Quintero “La novela no es el
lugar apropiado para la prédica, ni púlpito, ni Cátedra, ni tarima, es un
espacio abierto, desolado tal vez, abismo a la intemperie, donde el escritor
acompañado de su cómplice, puede desplazar los múltiples registros de su voz,
donde le es permitido expresar su ansia por reconocer lo que aun le resta de
humano, donde acepta, al fin, su parentesco con los dioses mortales, con el
agua que corre y con el polvo estelar”.
Quisiera concluir con unas
palabras de mi amigo, el escritor Eduardo Liendo, a quien debo el saber una
buena parte de lo que les he comentado hoy : “Lo que más me fascina de la literatura es la posibilidad de ser
otro, de ser yo y múltiple. Ser zorro y pez, nube y cometa, héroe y ratero,
espuma y roca, eco y silencio... El escritor, por muy desamparado que se
encuentre, por suicida que sea, es el amante preferido de la existencia. Por
eso quizás su mayor desafío es vencer a la muerte con el filo de la palabra”.
Maracaibo, sábado 30 de septiembre del año
2023
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