martes, 5 de septiembre de 2023

Para contar un cuento…

 

Yo siento, “en el alma una alondra cantar” le decía Rubén el poeta, a Margarita Debayle, pero no miento si les digo que ni siquiera percibo un sonoro cantar, ni un acento, con mi tinitus, mejor ni lo intento, soy habitante del país nacional, es fácil entender la situación actual… Sobrevivimos sin desfallecer en el intento, y es proverbial; más, sin embargo, he decido de momento, que un buen cuento creo poderles contar, como un divertimento; de ello seguro estoy y haré el intento… Pues aquí voy…

El cuento nos relata sobre un marqués que tenía, un palacete brillante-no un palacio de diamantes, ni tampoco poseía -un rebaño de elefantes, nuestro amigo, era sencillamente un marqués -tampoco el de Carabás con el gato que inventó aquel francés- y aunque parecía musiú; era sencillamente un marqués criollo, gordito y rubicundo, a quien sus padres bautizaron como Edmundo; y he aquí el meollo…

Era colega nuestro, aquel señor marqués, les juro, era simpático, un tipo de fiar, muy “buena gente”, algo pasado en kilos por demás, él inocentemente -a través de su señora esposa- nos había extendido la invitación para cenar, no era otra cosa. Invitados estábamos, nosotros, “par de dos”, y siempre amigos nuestra presencia provocaba las más inusuales y disparatadas ocurrencias, esas que se pueden rememorar sin perder la decencia, lo siento, mas con cierto rubor… Lo pienso y queriendo engañarles, acá aparezco como relator de este cuento.

“Como han pasado los años, como cambiaron las cosas”, sin ser Rocío quien entonaba la canción todo regresa en un simple reacomodo mental, nada se pierde y lavoasiéricamente se transforma para poder lograr “el cuento echar”. Con gran emoción, ya del marqués, en su mansión estábamos, y al saludar a Edmundo, del navegante marsellés ambos nos acordamos. ¡De la novela pués! Montecristo: no era marca de traje ni tabaco cubano lo que la mente de mi compinche germinó, ante el condenado conde, que no marqués en su imaginación de lector memorioso, de sopetón pero angustiado casi le preguntó dizque inocentemente. ¿Inmundo, es su nombre de usted? ¡Sorpresa del marques! Oh, pues, perdone usted, marqués Edmundo…

Metida ya la pata, mi compinche presto rectificaría. ¡Es Edmundo! ¡Perdón! ¡Qué tontería! Seguramente Usted, se apellida Dantés. Como el padre de Alexander Dumás. El del castillo de If, ¿será?, pués… ¡Cachafás! ¿Si? El propio conde de Montecristo. ¿No es verdad? Trece años allí preso, pero al final escapó, salió ileso… Lo recuerda ¿Verdad? Se pudo quedar tieso. ¡Pero qué bien!, se escapó... Pues mire usted, y me disculpará señor marqués, le agradecemos mucho su invitación… Así era y ha sido siempre mi especial amigo, el inocente gentil, decente y siempre, muy ocurrente...

Apareció, o sea, hizo irrupción ahora, nada menos que su señora, quien, ya nos conocía y sin embargo nos había invitado, y al hacerlo ella se había arriesgado, y esto pensé, achacarle a ella misma ser la culpable de aquel desaguisado; mientras el buen marqués algo mosqueado, evidentemente, asimilaba su primer encuentro con ambos dos, nosotros… Se hizo entonces presente un joven con pantalón corto de kaki bien planchado, tostado por el sol y con un turbante disfrazado, muy respetuosamente hizo una venia y nos llamó “sahibs”. Quedamos asombrados. Habría de conducirnos al elegante comedor, que era imponente, con cuatro grades candelabros iluminando una gran mesa… Pude escuchar a mi amigo preguntándole al Gunga por su corneta, ¿si, la tenía?, más el discípulo de la diosa Kali, ni sonreía, mientras yo ante aquel Gunga Din resucitado pensé en Rudyar Kipling y hasta en Mogli y sus micos, ya convidados ante la mesa...

Mejor aclaro para ustedes que era este, u otro, mi amigo, un veterano marinero avezado, él decía haber servido en la marina armada de su patria. Se percibía un Lord Jim y se bebía su café con hielo. Realmente yo me valía de la amistad para extraerle cual sanguijuela cuanto él sabía de la navegación a vela, había yo releído a Melville y a Conrad no en Disneylandia, mientras él sus andanzas me relataba desde Malmo hasta Islandia, tormentas en los mares de un norte congelado, iba explicándome el real significado de la vela cangreja, del estay, la mesana y tener los obenques tensados, de aventuras en las costas de Goa, y lo que pudo hacer ante un tifón, en fin, la suculenta cena finalizando con un macedónico frutal postre de mangos, casi ya terminando estábamos, cuando olvidaba un asunto especial sobre mi amigo: los tangos.

Cuando era joven siempre estuvo presente el tema musical y era mi amigo el marinero, como dije, todo un experto en tangos. Era genial. Para mi con el rasgar de un cuatro escuchaba cantar a la Morillo y me sobraba, en todas las taguaras de mi tierra caliente, pero aprendí con él a precisar en las rockolas, donde se hallaban los mejores cuarenta y cinco del zorzal, y, ¡de bola!, era aquel un vainero musical, y ya al final, barloventeando, siempre atracábamos en el mismo lugar, -al andar cerveceándonos digo-, el mismo botiquín de medio pelo con el morocho del Abasto trinando, y escucharle cantar “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”…

De música, de libros, otros disparates y casi siempre de cantares, disfrutaría con mis amigos, cada vez que pudimos conversar; cada ocurrencia daría el tono, y serían ellos quienes casi siempre inventaban cuentos, interminables fueron, tantos que no se pueden relatar sino desgranaditos, y ya al finalizar pediremos ya casi listos, la del estribo, aunque lo siento, siempre habría una de más, la de la casa, y arrancar a cantar sin las alondras del poeta nicaragüense, entonando a Chelique, o a José Alfredo, y siempre Manzanero, pero supongo que eternamente, desde cualquier rockola será la voz de Lila la que habrá de marcar el tono para que el Gato afine su guitarra y le eche bolas, el Brujo insista en berrear un bolero, puntee el cuatro a la zurda el gran Marote y así sigamos en virtual mollejero, pasando un buen y largo rato.

NOTA: esta reláfica va, como decía uno de mis ingeniosos amigos “sin alucinaciones personales” y hoy, la fotografía, corresponde a una especie de “adendum in proof” pues pertenece a una etapa lejana, aunque relativamente reciente, y es que al fin y al cabo, todo es comprensible pues las taguaras y los amigos de las parrandas se van difuminando en un relente… Quizás por ello, queda la impronta, y me consta que surgen estas aquí llamadas “reláficas” para dejar constancia coral o gráfica de que nadie nos podrá quitar del medio “lo bailado”. ¡A Dios gracias! Y este cuento he terminado.

Maracaibo, martes 5 de septiembre del año 2023

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