Historia… y novela…
Hace
unos días que me desperté recordando a un personaje que conocí cuando estudiaba
Medicina. Se llamaba, o se llama, José Sebastián Víctor, pero le decíamos sencillamente,
Pippo. En realidad fue nuestro compañero durante el primer año y luego se fue a
Italia, y viviría en la Rua Mingazzini 22 en Roma, donde terminaría su carrera
y se haría psiquiatra. Años más tarde supe que se había transformado en uno de
los activos psiquiatras psicoanalistas (freudomarxistas) sucesores de las
enseñanzas del humanista y psicólogo judío alemán Erick Fromm (1900-1980) fundador
del Instituto Mexicano de Psicoanálisis. Fromm fue muy conocido por tres libros
(El miedo a la libertad,
El arte de amar
y El corazón del hombre),
libros que publicaría para divulgar sus ideas sobre el “psicoanálisis
humanista”. Pero yo lo que quiero en esta oportunidad es, relatarles, como en
un fragmento de una de mis novelas, que está aun inédita, Pippo adquiere la
apariencia de un personaje de ficción, el colorado Pachelli. He querido
interpretar lo que él dice y relata al encontrarse con un amigo de la escuela,
a quien apodan Castorcito, o el CastorEnano…
“Aquella
noche del 14 de marzo del 62, Castorcito, invitado por Rob a la fiesta de su
matrimonio, ya había cumplido con el acostumbrado saludo a los novios y
avanzaba en la penumbra del gran salón de baile del Club Náutico campaneando un
whisky en su vaso, a ratos meneando los hielos con el dedo índice de la misma
mano, cuando al acercarse a una de las mesas redondas, en la periferia de la
concurrida fiesta, se alegró al ver al fin, una cara conocida. José Sebastián
Pachelli, antiguo compañero del colegio, ahora también médico conversaba
animadamente con una hermosa mujer rubia. El Castor se acercó decidido a
interrumpirles, y se detuvo sonriente mientras esperaba que Pachelli le
reconociese, antes de decirle:-¡Al fin veo a un cara e común! Ya me sentía como
cucaracha en baile de gallinas… El
colorado Pachelli lo reconoció de inmediato, imposible no hacerlo, y riéndose
le respondió mientras se ponía de pie para darle un abrazo. -¡Como no reconocer
esa peineta, que ostentas en tu…, boca, de poeta, mi pequeño liliputiense! Ambos se palmeaban las espaldas ante la
mirada sorprendida y risueña de la rubia acompañante, tanto que Víctor creyó
necesario explicarse mejor ante ella, pues había interrumpido la conversación
que sostenía con Pachelli. -Es que hay demasiados médicos en esta rumbosa
fiesta, hermosa dama, y yo, quien tan solo intenta ser un escribidor, ya me
sentía cual cucaracha en baile de gallinas, o en todo caso, como si estuviese
simplemente, mirando pa San Felipe… Ella sin levantarse le extendió su mano y
se presentó como Nora Fuenmayor, para servirle, señor. De inmediato José
Sebastián invito al Castor para que compartiese en la mesa con ellos mientras
proseguía dándole explicaciones a su amigo. -Ella es la única doctora suma cum
laude de nuestra promoción médica del año 1961. ¡La muy querida y hermosa
doctora Norita Fuenmayor! Víctor volvió a darle la mano con un gesto de
admiración y galante hizo como si intentase besársela, y mientras tomaba
asiento, rememoró detalles olvidados sobre su amigo, el parlanchín y colorado
Pachelli.
Víctor
ya era Castorcito cuando Pachelli llegó al Colegio para cursar el sexto grado
de instrucción primaria y lucía unos tirantes rojos que hacían juego con sus
cachetes por lo que desde entonces le conocerían como “el colorado”. José
Sebastián, hablaba con un acento ítalo-argentino que lo hacía muy peculiar y le
servía para explayarse en explicaciones cuando surgían preguntas entre sus
compañeros. Él les decía, que habiendo nacido en Etiopía, su familia italiana
se trasladó durante la guerra mundial a la Argentina. Luego, desde el momento cuando
todos vivían en Maracaibo, él decía estar seguro de que iba a estudiar Medicina
para graduarse y ser un psiquiatra como Sigmund Freud. Quizás por eso, Pachelli
quien hablaba indeteniblemente, sabía cosas que para sus compañeros eran
absolutamente desconocidas. Él era capaz de contar historias truculentas, e
insistir en que sabía tanto de Astronomía como de Astrología.
A
pesar de tan lejanos recuerdos, Víctor siempre había admirado a José Sebastián
sin olvidar su emocionante verborragia productiva de incontables aventuras que
sin duda alguna si alguien decidiera publicarlas, haría las delicias de
lectores en el mundo entero. Ciertas o no, ElCastor siempre percibiría como las historias de Pachelli alimentaban de
cierta manera su vena de escritor en ciernes. Historias y leyendas de salvajes
de Abisinia, escape en las arenas del desierto africano entre los panzers del
General Rommel, una tormenta con naufragio en el Océano Atlántico, gauchos de
facón al cinto agitando las boleadoras para cazar en la pampa austral que se
perdía en el infinito, el mismo espacio que Pachelli siempre vislumbraba como
un firmamento cuajado de estrellas y de constelaciones. Quizás lo que más le
llamaba la atención a Víctor sobre su amigo, era la unidad de su familia ante
las asechanzas del destino, y él quien había perdido a su madre siendo muy
niño, admiraba y envidiaba a quienes luchaban y se defendían unidos. Víctor
había visto a su padre casarse nuevamente y dejarlo a él con sus abuelos para
irse a vivir en el extranjero con su madrasta y sus pequeños hijos.
En
ocasiones Víctor analizaba las cosas sin quejarse y hablaba de su buena suerte
por haber tenido todo el cariño de su abuela y haber contado con la gigantesca
biblioteca de don Tito Castro León, su abuelo, un letrado retirado quien
estimuló siempre su sed de lectura. Víctor aprendería a apreciar su nombre
propio gracias a José Sebastián quien insistía en que lo llamasen por su nombre
completo Giuseppe Sebastián Vittorio Emanuel. Esto le daba pie para relatar la
historia de Verdi el compositor, y de cómo los italianos escribían su nombre en
las paredes para significar su apoyo a Vittorio Emanuel Rey de Italia. Gracias
al colorado Pachelli, aprendió el CastorEnano que Víctor, con la V de la
victoria, era un nombre emblemático, y
ciertas o falsas, las historias del colorado en su viaje desde Trípoli a Buenos
Aires esquivando submarinos nazis, eran inverosímiles, pero lo que a él le
constaba, era que su familia tenía una zapatería donde manufacturaban en cuero
los zapatos más elegantes de su ciudad, y que su hermanita, era una preciosa
rubita de grandes ojos azules, que se había transformado en “un hembrón” tan
imponente que al no volver a verla, supuso él que posiblemente había sido
contratada en Cinecitta para residir en Roma hasta brillar en el estrellato
internacional”.
Mississauga, en Ontario en cero C°,
el 23 de febrero de 2019
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