miércoles, 8 de febrero de 2017

Shakespeare y el ADN de Ricardo III



Shakespeare y el ADN de Ricardo III

El rey Ricardo III, era hijo de Ricardo de York, el poderoso noble que en 1455 se rebeló contra el rey Enrique VI e inició la guerra de las Dos Rosas. Este largo conflicto entre los linajes de York y de Lancaster tomó el nombre de los emblemas de los contendientes: la rosa roja de los Lancaster y la rosa blanca de la casa de York. La contienda concluyó precisamente con la muerte  de Ricardo III en Bosworth, en 1485 y en el trono le sucedería Enrique VII. Después de la muerte de Ricardo III el nuevo soberano de Inglaterra, Enrique VII se refería a su predecesor en el trono de esta manera: «Realmente, caballeros, era un tirano sangriento y un homicida; alguien criado en sangre, y en sangre asentado», pero hay quienes consideran que esas palabras son puestas en boca del rey por William Shakespeare, y que su tragedia ha fraguado una auténtica «leyenda negra» en torno a Ricardo III. Frente a ello, diversos historiadores han destacado los aspectos positivos de la actuación del rey aduciendo que a él se debió, un sistema de justicia gratuita para los pobres, junto con el procedimiento de libertad bajo fianza para los acusados de delitos comunes; que Ricardo liberalizó la venta de libros y estableció el inglés como idioma oficial de los tribunales, en vez del francés que había primado desde la conquista de Inglaterra en 1066 por los normandos. La violencia y la falta de escrúpulos de Ricardo III son rasgos de la época misma en que él vivió. Sin embargo, los argumentos positivos difícilmente vencerán el veredicto condenatorio de Shakespeare.  
 
El joven Ricardo había nacido en el Castillo de Fotheringay, en Northamptonshire, el 2 de octubre de 1452 y pasó gran parte de su niñez alejado de sus padres, en la casa de su primo el conde de Warwick, cuya hija, Anne Neville, sería su futura esposa. Cuando tenía ocho años murió su padre y también Edmundo, uno de sus hermanos mayores que en la batalla de Wakefield. Para protegerle, su madre lo envió a los Países Bajos junto con otro hermano, Jorge. Allí estuvieron entre familiares hasta la victoria de la casa de York en 1461 y el ascenso al trono de su hermano mayor, Eduardo IV. Después de la batalla de Towton en 1465, Ricardo quién participaría en la coronación de su hermano mayor Eduardo IV,  era un joven de 12  años y  allí sería nombrado duque de Gloucester y armado caballero. Después de haber sido nombrado duque de Gloucester, Ricardo, volvió a la casa de su primo para acabar su formación como noble y como caballero y poco tiempo después, se distinguiría en las batallas que afianzaron a Eduardo IV en el trono. Ricardo siempre fue leal a su hermano y éste no dudó en confiarle las misiones más complejas, como la ejecución en 1471, del depuesto rey Enrique VI en la Torre de Londres. Muy distinto fue el destino de otro de los hermanos, Jorge. Eduardo IV lo había nombrado duque de Clarence, pero fue condenado por traición y ejecutado en 1478; al parecer fue ahogado en un barril de vino.

El rey Eduardo IV murió el 9 de abril de 1483, con 41 años, quizá por una neumonía. Dejó como heredero a su hijo Eduardo, pero dada su corta edad, doce años, estableció también en su testamento que su hermano Ricardo –de 31 años– se encargase de la regencia con el título de Protector del reino. De esta forma, el duque de Gloucester se convertiría en el hombre fuerte de Inglaterra. Pero el panorama ante él no estaba claro. La reina viuda, su hermano el conde de Rivers y dos hijos (el marqués de Dorset y Richard Grey) que la soberana había tenido de un primer matrimonio, albergaban tantas ambiciones como Ricardo, y pensaban aprovechar el momento de la coronación del príncipe para hacerse con el gobierno. Ricardo se adelantó y cuando Eduardo viajaba a Londres para la coronación en compañía de sus familiares maternos, el regente hizo detener a Rivers y a Grey al día siguiente de cenar con ellos. Tras este golpe de efecto, el Consejo del reino lo confirmó en su cargo de protector. Podría decirse que hasta aquí Gloucester había actuado en defensa propia, ya que si la reina viuda y sus parientes se hubieran apoderado del gobierno no habrían tardado en llevarlo al patíbulo. Pero conforme pasaban los días y se aproximaba la fecha fijada para la coronación del príncipe Eduardo, Ricardo empezó a dar a entender que sus ambiciones iban más allá de la regencia. En una ocasión se presentó ante el Consejo, mostró su brazo izquierdo, atrofiado de nacimiento, y aseguró que era el resultado de una práctica de brujería realizada por una amiga de la reina, Jane Shore. El presidente del Consejo, William Hastings, era amante de esta dama y cuando trató de justificarlas a ella y a la reina Gloucester montó en cólera: «Te digo que lo han hecho, y lo pagarás con tu cuerpo, traidor», le gritó. Entonces dio un puñetazo en la mesa, la señal acordada para que entraran unos hombres armados que se llevaron a Hastings y le cortaron la cabeza sobre un tronco de madera.

La ejecución de Hastings mostró a todos que Ricardo estaba dispuesto a imponer su poder mediante el terror y a la ejecución de Hastings sin ningún tipo de juicio, le  siguieron las de Rivers y Grey en la prisión de Pontefract. Ricardo estaba dispuesto a imponer su poder mediante el terror  y  su propósito no podía ser otro que usurpar el trono y declararse rey él mismo, pero  sus sobrinos constituían un obstáculo en su camino. Desde su llegada a la capital, Eduardo, el príncipe heredero, había sido instalado en la Torre de Londres con el pretexto de que la fortaleza ofrecía un lugar seguro frente a posibles atentados. Ricardo transformó el refugio en prisión. Acto seguido capturó al duque de York, el hermano pequeño del rey, y lo encerró también en la Torre. A continuación, Ricardo quiso invalidar públicamente los derechos de los dos niños al trono. Un clérigo predicó un sermón en la catedral de San Pablo en el que argumentaba que el matrimonio de Eduardo IV con Elizabeth Woodville no había tenido validez canónica, debido a que anteriormente el mujeriego príncipe había hecho una promesa de matrimonio a una de sus amantes; por tanto, los hijos de Eduardo y Elizabeth eran ilegítimos y no tenían derecho a reinar. La concurrencia respondió con el silencio. Días después, el duque de Buckingham hacía la misma proclamación ante el ayuntamiento de Londres y algunos de sus servidores gritaron en favor del rey Ricardo. Finalmente, el 25 de junio de 1485, el Parlamento inglés declaraba a Gloucester legítimo heredero de Eduardo IV. Dos semanas después, el 6 de julio de 1483, Ricardo III era coronado en la abadía de Westminster.

Mientras tanto, los dos hijos de Eduardo IV seguían en la Torre. Hubo quien los vio en ese tiempo jugando en el jardín de la fortaleza en los días de sol. Pero luego, según un cronista, «todos los sirvientes que atendían al príncipe Eduardo se vieron privados del acceso a su persona. Él y su hermano quedaron recluidos en los aposentos interiores de la Torre, hasta que al final dejaron de aparecer del todo». En el mes de octubre circulaban rumores por la capital sobre la ausencia de los dos niños, hasta que, al final, todos se convencieron de que Ricardo III los había hecho asesinar. Desde entonces planea el misterio sobre la suerte de los dos príncipes. El rey insistió siempre en que era inocente de su muerte, pero lo cierto es que no facilitó ninguna investigación. Se dijo que un tal James Tyrrell confesó, bajo tormento, que los había asesinado a instancias de Ricardo III, pero no queda constancia escrita de tal confesión. Los contemporáneos –como la mayoría de historiadores actuales– estaban convencidos de la culpabilidad del rey, y la imputación de ese crimen odioso desacreditó al monarca y sirvió de bandera a sus muchos enemigos. Los conspiradores contra el «tirano» se multiplicaron y acorralaron cada vez más a Ricardo, hasta que en agosto de 1485 desembarcó en el país Enrique Tudor, heredero de la casa de Lancaster. La batalla decisiva tuvo lugar en Bosworth, a unos 160 kilómetros al norte de Londres. Abandonado por los suyos, y cuando ya lo tenía todo perdido, Ricardo se arrojó al centro del combate, donde encontró la muerte. En el fragor de la batalla, Ricardo pronuncia la famosa frase “"Traición, traición, traición"... Mi reino por un caballo!”, puesto que el suyo ha caído muerto y ahora combatía a pie. Son las últimas palabras de Ricardo III según Shakespeare en su obra de teatro: Ricardo III, pieza que ha transmitido la imagen del monarca como un personaje malvado, traicionero y falso, capaz de ordenar a sangre fría la muerte de todos sus rivales, incluidos sus dos sobrinos cuando todavía eran unos niños.

Hasta hace poco se creía una leyenda la idea de que era un hombre deforme, jorobado y cojo de nacimiento. Posiblemente esta era una ficción creada por Tomás Moro en su discutida obra histórica inglesa, y causó una honda impresión en Shakespeare de manera que lo inspiró en la realización (entre 1591 y 1592) de su célebre tragedia histórica The Life and Death of King Richard III, inspirada en la segunda edición de las Crónicas (1587) de Holinshed, donde el monarca aparece como un hombre jorobado, ambicioso, cruel y sin escrúpulos. Sin embargo, el descubrimiento de su cadáver en 2013, arrojó algo de luz sobre este respecto. El esqueleto hallado, en un aparcamiento de Leicester, es efectivamente el del último monarca de la casa York, fallecido en 1485 durante la batalla de Bosworth ante el ejército de Enrique Tudor (quien le sucedió en el trono de Inglaterra como Enrique VII). Los investigadores de la Universidad de Leicester han confirmado que las lesiones de la batalla y la escoliosis de la columna vertebral concuerdan con las características físicas de Ricardo III. Los arqueólogos han comparado también el ADN de los huesos con los de un descendiente de su hermana Ana de York, y el resultado ha sido positivo y el esqueleto identificado sin género de dudas perteneció a Ricardo III y presentaba una fortísima escoliosis, que podría ser origen de dificultades al caminar y de deformidad en la postura. No obstante, Dr Stuart Hamilton, patólogo forense, afirma que Ricardo no nació con la escoliosis, sino que empezó a producirse durante la adolescencia, posiblemente entre los 10 y los 13 años.  El doctor Turi King, genetista de la Universidad de Leicester, ha confirmado que el ADN del esqueleto coincide con las muestras proporcionadas por un descendiente directo del rey, el canadiense Michael Ibsen, y con el de una segunda persona que ha preferido mantenerse en el anonimato. El estudio del esqueleto, a cargo del osteoarqueólogo Jo Appleby, ha revelado que el individuo era un varón y que tenía entre veinte y treinta años. El esqueleto presenta una curvatura en la columna vertebral que coincide con la descripción física del rey. Las heridas en la parte trasera del cráneo, posiblemente causadas con una espada y una alabarda, concuerdan con las circunstancias de su muerte. Por otro lado, la datación por radiocarbono también coincide con el año de su defunción.

Maracaibo, 8 de febrero del año 2017

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