Shakespeare y el ADN de Ricardo III
El rey
Ricardo III, era hijo de Ricardo de York, el poderoso noble que
en 1455 se rebeló contra el rey Enrique VI e inició la guerra de las Dos
Rosas. Este largo conflicto entre los
linajes de York y de Lancaster tomó el nombre de los emblemas de los
contendientes: la rosa roja de los Lancaster y la rosa blanca de la casa de
York. La contienda concluyó precisamente con la muerte de
Ricardo III en Bosworth, en 1485 y
en el trono le sucedería Enrique VII.
Después de la muerte de Ricardo III el nuevo soberano de Inglaterra, Enrique
VII se refería a su predecesor en el trono de esta manera: «Realmente, caballeros, era un tirano
sangriento y un homicida; alguien criado en sangre, y en sangre asentado»,
pero hay quienes consideran
que esas palabras son puestas en boca del rey por William Shakespeare, y que su
tragedia ha fraguado una auténtica «leyenda negra» en torno a Ricardo III.
Frente a ello, diversos historiadores han destacado los aspectos positivos de
la actuación del rey aduciendo que a él se debió, un sistema de justicia
gratuita para los pobres, junto con el procedimiento de libertad bajo fianza
para los acusados de delitos comunes; que Ricardo liberalizó la venta de libros
y estableció el inglés como idioma oficial de los tribunales, en vez del
francés que había primado desde la conquista de Inglaterra en 1066 por los
normandos. La violencia y la falta de escrúpulos de Ricardo III son rasgos de
la época misma en que él vivió. Sin embargo, los argumentos positivos
difícilmente vencerán el veredicto condenatorio de Shakespeare.
El
joven Ricardo había nacido en el Castillo de Fotheringay, en Northamptonshire, el
2 de octubre de 1452 y pasó gran parte de su niñez alejado de sus padres, en la
casa de su primo el conde de Warwick, cuya hija, Anne Neville, sería su futura
esposa. Cuando tenía ocho años murió su padre y también Edmundo, uno de sus
hermanos mayores que en la batalla de Wakefield. Para protegerle, su madre lo
envió a los Países Bajos junto con otro hermano, Jorge. Allí estuvieron entre
familiares hasta la victoria de la casa de York en 1461 y el ascenso al trono
de su hermano mayor, Eduardo IV. Después de la batalla de Towton en 1465,
Ricardo quién participaría en la coronación de su hermano mayor Eduardo
IV, era un joven de 12 años y
allí sería nombrado duque de Gloucester y armado caballero. Después de
haber sido nombrado duque de Gloucester, Ricardo, volvió a la casa de su primo
para acabar su formación como noble y como caballero y poco tiempo después, se
distinguiría en las batallas que afianzaron a Eduardo IV en el trono. Ricardo
siempre fue leal a su hermano y éste no dudó en confiarle las misiones más
complejas, como la ejecución en 1471, del depuesto rey Enrique VI en la Torre
de Londres. Muy distinto fue el destino de otro de los hermanos, Jorge. Eduardo
IV lo había nombrado duque de Clarence, pero fue condenado por traición y
ejecutado en 1478; al parecer fue ahogado en un barril de vino.
El
rey Eduardo IV murió el 9 de abril de 1483, con 41 años, quizá por una neumonía.
Dejó como heredero a su hijo Eduardo, pero dada su corta edad, doce años,
estableció también en su testamento que su hermano Ricardo –de 31 años– se
encargase de la regencia con el título de Protector del reino. De esta forma,
el duque de Gloucester se convertiría en el hombre fuerte de Inglaterra. Pero
el panorama ante él no estaba claro. La reina viuda, su hermano el conde de
Rivers y dos hijos (el marqués de Dorset y Richard Grey) que la soberana había
tenido de un primer matrimonio, albergaban tantas ambiciones como Ricardo, y
pensaban aprovechar el momento de la coronación del príncipe para hacerse con
el gobierno. Ricardo se adelantó y cuando Eduardo viajaba a Londres para la
coronación en compañía de sus familiares maternos, el regente hizo detener a
Rivers y a Grey al día siguiente de cenar con ellos. Tras este golpe de efecto,
el Consejo del reino lo confirmó en su cargo de protector. Podría decirse que hasta aquí
Gloucester había actuado en defensa propia, ya que si la reina viuda y sus
parientes se hubieran apoderado del gobierno no habrían tardado en llevarlo al
patíbulo. Pero conforme pasaban los días y se aproximaba la fecha fijada para
la coronación del príncipe Eduardo, Ricardo empezó a dar a entender que sus
ambiciones iban más allá de la regencia. En una ocasión se presentó ante el
Consejo, mostró su brazo izquierdo, atrofiado de nacimiento, y aseguró que era
el resultado de una práctica de brujería realizada por una amiga de la reina,
Jane Shore. El presidente del Consejo, William Hastings, era amante de esta
dama y cuando trató de justificarlas a ella y a la reina Gloucester montó en
cólera: «Te digo que lo han hecho, y lo pagarás con tu cuerpo, traidor», le
gritó. Entonces dio un puñetazo en la mesa, la señal acordada para que entraran
unos hombres armados que se llevaron a Hastings y le cortaron la cabeza sobre
un tronco de madera.
La
ejecución de Hastings mostró a todos que Ricardo estaba dispuesto a imponer su
poder mediante el terror y a la ejecución de Hastings sin ningún tipo de
juicio, le siguieron las de Rivers y Grey
en la prisión de Pontefract. Ricardo estaba dispuesto a imponer su poder
mediante el terror y su propósito no podía ser otro que usurpar el
trono y declararse rey él mismo, pero
sus sobrinos constituían un obstáculo en su camino. Desde su llegada a
la capital, Eduardo, el príncipe heredero, había sido instalado en la Torre de
Londres con el pretexto de que la fortaleza ofrecía un lugar seguro frente a
posibles atentados. Ricardo transformó el refugio en prisión. Acto seguido
capturó al duque de York, el hermano pequeño del rey, y lo encerró también en
la Torre. A continuación, Ricardo quiso invalidar públicamente los derechos de
los dos niños al trono. Un clérigo predicó un sermón en la catedral de San
Pablo en el que argumentaba que el matrimonio de Eduardo IV con Elizabeth
Woodville no había tenido validez canónica, debido a que anteriormente el
mujeriego príncipe había hecho una promesa de matrimonio a una de sus amantes;
por tanto, los hijos de Eduardo y Elizabeth eran ilegítimos y no tenían derecho
a reinar. La concurrencia respondió con el silencio. Días después, el duque de
Buckingham hacía la misma proclamación ante el ayuntamiento de Londres y
algunos de sus servidores gritaron en favor del rey Ricardo. Finalmente, el 25
de junio de 1485, el Parlamento inglés declaraba a Gloucester legítimo heredero
de Eduardo IV. Dos semanas después, el 6 de julio de 1483, Ricardo III era
coronado en la abadía de Westminster.
Mientras
tanto, los dos hijos de Eduardo IV seguían en la Torre. Hubo quien los vio en
ese tiempo jugando en el jardín de la fortaleza en los días de sol. Pero luego,
según un cronista, «todos los sirvientes que atendían al príncipe Eduardo se
vieron privados del acceso a su persona. Él y su hermano quedaron recluidos en
los aposentos interiores de la Torre, hasta que al final dejaron de aparecer
del todo». En el mes de octubre circulaban rumores por la capital sobre la
ausencia de los dos niños, hasta que, al final, todos se convencieron de que
Ricardo III los había hecho asesinar. Desde entonces planea el misterio sobre
la suerte de los dos príncipes. El rey insistió siempre en que era inocente de
su muerte, pero lo cierto es que no facilitó ninguna investigación. Se dijo que
un tal James Tyrrell confesó,
bajo tormento, que los había asesinado a instancias de Ricardo III, pero no
queda constancia escrita de tal confesión. Los contemporáneos –como la mayoría
de historiadores actuales– estaban convencidos de la culpabilidad del rey, y la
imputación de ese crimen odioso desacreditó al monarca y sirvió de bandera a
sus muchos enemigos. Los conspiradores contra el «tirano» se multiplicaron y
acorralaron cada vez más a Ricardo, hasta que en agosto de 1485 desembarcó en
el país Enrique Tudor, heredero de la casa de Lancaster. La batalla decisiva
tuvo lugar en Bosworth, a unos 160 kilómetros al norte de Londres. Abandonado
por los suyos, y cuando ya lo tenía todo perdido, Ricardo se arrojó al centro
del combate, donde encontró la muerte. En el
fragor de la batalla, Ricardo pronuncia la famosa frase “"Traición,
traición, traición"... Mi reino por un caballo!”, puesto que el suyo ha
caído muerto y ahora combatía a pie. Son las últimas palabras de Ricardo III
según Shakespeare en su obra de teatro: Ricardo III, pieza que ha transmitido
la imagen del monarca como un personaje malvado, traicionero y falso, capaz de
ordenar a sangre fría la muerte de todos sus rivales, incluidos sus dos
sobrinos cuando todavía eran unos niños.
Hasta hace poco se creía una leyenda la idea de que
era un hombre deforme, jorobado y cojo de nacimiento. Posiblemente esta era una
ficción creada por Tomás Moro en su discutida obra histórica inglesa, y causó
una honda impresión en Shakespeare de manera que lo inspiró en la realización
(entre 1591 y 1592) de su célebre tragedia histórica The Life and Death of King Richard III, inspirada en la segunda edición de las Crónicas (1587) de
Holinshed, donde el monarca aparece como un hombre jorobado, ambicioso, cruel y
sin escrúpulos. Sin embargo, el descubrimiento de su cadáver en 2013, arrojó algo
de luz sobre este respecto. El esqueleto hallado, en un aparcamiento de
Leicester, es efectivamente el del último monarca de la casa York, fallecido en
1485 durante la batalla de Bosworth ante el ejército de Enrique Tudor (quien le
sucedió en el trono de Inglaterra como Enrique VII). Los investigadores de la
Universidad de Leicester han confirmado que las lesiones de la batalla y la
escoliosis de la columna vertebral concuerdan con las características físicas
de Ricardo III. Los arqueólogos han comparado también el ADN de los huesos con
los de un descendiente de su hermana Ana de York, y el resultado ha sido
positivo y el esqueleto identificado sin género de dudas perteneció a Ricardo
III y presentaba una fortísima escoliosis, que podría ser origen de
dificultades al caminar y de deformidad en la postura. No obstante, Dr Stuart
Hamilton, patólogo forense, afirma que Ricardo no nació con la escoliosis, sino
que empezó a producirse durante la adolescencia, posiblemente entre los 10 y
los 13 años. El
doctor Turi King, genetista de la Universidad de Leicester, ha confirmado que
el ADN del esqueleto coincide con las muestras proporcionadas por un
descendiente directo del rey, el canadiense Michael Ibsen, y con el de una
segunda persona que ha preferido mantenerse en el anonimato. El estudio del
esqueleto, a cargo del osteoarqueólogo Jo Appleby, ha revelado que el individuo
era un varón y que tenía entre veinte y treinta años. El esqueleto presenta una
curvatura en la columna vertebral que coincide con la descripción física del
rey. Las heridas en la parte trasera del cráneo, posiblemente causadas con una
espada y una alabarda, concuerdan con las circunstancias de su muerte. Por otro
lado, la datación por radiocarbono también coincide con el año de su defunción.
Maracaibo, 8 de
febrero del año 2017
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