"En un país donde la inmensa mayoría tiene menos
de treinta años, la memoria de los hechos sigue enterrada para las nuevas
generaciones, o ha sido adulterada. El olvido y el engaño se han impuesto desde
arriba". Al leer estas sabias palabras de Sergio Ramírez pensé en la tragedia de nuestro país...
Los
hilos de la memoria
Sergio Ramírez 22/09/2016
Hace algunos días participé en la
presentación del libro de memorias Banderas
y harapos de la periodista Gabriela Selser, y empiezo por contar su
historia singular. Su padre, Gregorio Selser, se volvería para
mi generación un personaje mítico. Entre los libros clandestinos que un
adolescente se imponía leer en la Nicaragua de los Somoza, el que más marcó mi
vida fue Sandino, general de hombres libres, escrito por él en
Argentina, y que circulaba en copias mimeografiadas, y asimismo El
pequeño ejército loco, nombre que Gabriela Mistral había dado al puñado
de campesinos y artesanos que luchaban contra la intervención armada de los Estados
Unidos.
Triunfó la revolución en 1979, y las dos
hijas de Selser, Irene y Gabriela, se vinieron desde México, donde la familia
vivía su exilio tras el golpe militar que encabezó Videla, para meterse de
cabeza en el turbión de la revolución que arrastraba a gente de todo el mundo y
cuándo no, a dos muchachas que habían aprendido sobre Nicaragua con el mejor
maestro que alguien pudiera tener.
En su libro, Gabriela acude a la cauda de sus
recuerdos de alfabetizadora adolescente primero, y de periodista juvenil
después, corresponsal de guerra del diario Barricada durante siete años.
Quiso ser parte de aquella novedad
incandescente desde el día mismo de bajarse del avión, testigo privilegiado en
adelante de los dramáticos acontecimientos que sacudirían a Nicaragua a lo
largo de toda una década que asombró al mundo. Ahora, estamos en el presente
despiadado. Las banderas de la revolución se volvieron harapos.
Las presentaciones de libros en Nicaragua son
por lo general ceremonias modestas, pero esa noche, en el auditorio César Jerez
S.J. de la Universidad Centroamericana, no cabía el público que ocupaba los
asientos y muchos permanecieron de pie, hasta el final, recostados a las
paredes. Algo extraño vibraba en el aire, como si el espíritu de aquellos tiempos
de agonía y esperanza bajara sobre las cabezas de los que habían sido parte de
la hazaña y estaban allí.
Y jóvenes, que habían oído hablar de aquellos
tiempos y también estaban allí. En un país donde la inmensa mayoría tiene menos
de treinta años, la memoria de los hechos sigue enterrada para las nuevas
generaciones, o ha sido adulterada. El olvido y el engaño se han impuesto desde
arriba.
Muchos de los presentes, ahora en la edad
madura, habían alfabetizado a los campesinos en lo profundo de las montañas, en
las selvas y cañadas, en caseríos lejanos, y lo supe porque al preguntar
quiénes habían participado en la Cruzada, más de la mitad de los presentes
levantaron la mano. Y estaban, ya ancianos, el padre y la madre adoptivos de
Gabriela, quienes habían llegado de Waslala, un poblado en la ruta hacia la
costa del Caribe. Los alfabetizadores, jóvenes y adolescentes de todas las
clases sociales, quedaron llamando mamá y papá a quienes los habían acogido en
sus hogares humildes, casas de bajareque y ranchos de paja.
Y también estaba el hermano adoptivo de
Gabriela quien tomó la palabra para decir que ella le había enseñado a leer y a
escribir y ahora era ingeniero agrónomo. Era como estar volviendo a un sueño
tejido por miles de manos juveniles, el sueño de la solidaridad que desterraba
el egoísmo, la hora de entregarse a los demás viviendo en las condiciones en
que vivían los demás, para sacarlos del pozo ciego del atraso y la ignorancia.
El sueño cuyos hilos terminaron por romperse para quedar en una red llena de
huecos por los que se cuelan otra vez los fantasmas del pasado que aquellos
muchachos de entonces, y que ahora llenaban el auditorio, habían querido
desterrar.
Uno tras otro, quienes intervinieron al final
de la presentación, hablaron de la necesidad urgente de rescatar la memoria de
aquella década. Los que alfabetizaron, los que recogieron cosechas, los que
fueron a la guerra. Contar su propia vida de compromiso, contar su experiencia,
no dejar que el olvido se coma la vida, no dejar que la historia oficial
suplante, con sus excesos, sus mentiras, sus lagunas, sus falsificaciones, lo
que cada uno vivió. Sumar libros de memorias, contar desde dentro, hacer de la
experiencia propia, del testimonio personal, una historia entre todos, así como
la revolución se hizo entre todos. No dejarse robar la vida vivida, ni la
historia, que es vivencia.
Uno de los asistentes dijo que ni siquiera se
había hecho nunca un inventario de los jóvenes caídos en combate, y citó una
cifra, serían 23 mil. ¿Y los que cayeron del otro lado, los que pelearon bajo
la bandera de la contra, en su mayoría campesinos, cuántos fueron? Quizás otro
tanto, quizás más. De ellos hay que hacer también un inventario. Para recordar
se necesita nombrar a unos y otros. No solo enlistar sus nombres, recoger
también sus datos biográficos, familiares. Convertir los números en seres
humanos, dar vida a las cifras.
Para tener futuro hay que ponerse en paz con
los muertos, es la convicción de la doctora Marta Cabrera, una reconocida
psicóloga que participó en el panel y se ha especializado en las terapias de
guerra para ayudar a los sobrevivientes, muchos de ellos convertidos en
desadaptados que han terminado en el alcoholismo y en las drogas. Ella misma
perdió a un hermano, asesinado en una emboscada por la contra, y confiesa que a
pesar de no haber logrado aún sanar su duelo, trata de ayudar a los demás.
Alguien perdió a alguien. Las heridas siguen
abiertas, y para sanarlas son necesarias las palabras. Una historia completa,
como un mosaico, en la que cada quien ponga de por medio su historia leal, y
real, la historia de la propia vida.
No hay otra manera de contar la Historia con
mayúscula, que a través de las historias con minúsculas. El relato de cada
universo personal, que venga a ser el universo compartido, años y desilusiones
después.
El autor es escritor. París, abril 2016.
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Maracaibo, 22 de septiembre del 2016
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