Los sefarditas en Coro
Al decretar
Bolívar la Libertad de cultos en 1821,
los judíos de Curazao habían comenzado a emigrar a Coro a petición de la Casa
de Orange-Nassau para que ayudaran a establecer el comercio formal entre el Reino
de Holanda y Venezuela. En 1827, un grupo de judíos provenientes de la colonia
holandesa de Curazao emigraron a Coro, pero veintiocho años más tarde, con una
economía en ruinas y el desempleo sin ningún tipo de controles, comenzó la xenofobia
y el resentimiento contra los extranjeros entre los habitantes de la ciudad de
Coro quienes culparon a los comerciantes judíos de la crisis. La ciudadanía
expulsó a toda la población judía, 168 personas, de vuelta a Curazao. Esta fue
la primera vez que un grupo de judíos había sido expulsado de un territorio en América. Ya en 1831 los residentes de Coro protestaban el rápido avance económico
de estos en la región, mientras el gobierno conservador del general Páez amainó
las protestas imponiendo en 1832, un
impuesto exclusivo a los importadores y mercaderes judíos.
En 1835, tras la reacción de los
comerciantes judíos, el gobierno del presidente Vargas cambió el régimen
tributario para que todos los extranjeros y no solo los judíos pagaran el
impuesto, dos veces más alto que el correspondiente a los nacidos en Venezuela.
A pesar de esto, los negocios de los judíos siguieron prosperando y la
hostilidad siguió creciendo en la población a medida que se deterioraba la
situación económica. Alrededor de 1840, el gobierno de Coro y la guarnición militar, comenzó a pedir
préstamos libres de impuestos a la comunidad hebrea. Los “préstamos” se
convirtieron en “contribuciones voluntarias”. El gobierno del general José Tadeo Monagas en Caracas
temeroso de un alzamiento en Coro, ordenó a los extranjeros de esa ciudad a no
pagar las “contribuciones” que se les pedían. Los judíos hicieron como se les
pidió. En enero de 1855,
las tropas de Coro fueron dadas de baja porque no había dinero para pagar la
nómina, y al día siguiente, circularon panfleto
por la ciudad con abiertas amenazas contra los extranjeros, otros, dirigidos específicamente contra los
judíos y se hablaba de “la distorsionada
avaricia” de los judíos ante la “miseria y desesperanza” del pueblo.
En panfletos se alegaba que “muchas hijas de Coro, antes modelos de virtud, habían sido
prostituidas por los judíos” y se exhortaba a que estos abandonaran la
ciudad, y dos noches más tarde, hombres armados se apoderaron de las calles
de Coro, disparando a las casas de los judíos, tumbando las puertas y saqueando
las tiendas”. Los militares terminaron matando la gallina de los huevos de oro
y el 10 de febrero de 1856,
el último judío abandonó Coro en un barco enviado por el gobierno holandés de
Curazao para rescatar a sus ciudadanos. Un panfleto circularía ese día en Coro
informando con alegría “vemos nuestra tierra libre de sus opresores. . .los
judíos han sido expulsados por el pueblo.”
El gobierno colonial de Curazao protestó
fuertemente la expulsión porque dañaba el intercambio comercial, y El Reino de
Holanda exigió compensación por las pérdidas económicas de los judíos y su
retorno seguro a Coro, reclamando además la Isla de Aves
como suya. Los holandeses bloquearon el puerto de La Guaira con una flota de
tres buques de guerra enviando un ultimátum al gobierno venezolano para dar
respuesta a sus peticiones sobre la soberanía de la isla de Aves y “negociar”
los términos de las indemnizaciones a los judíos expulsados de Coro. El 23 de marzo de 1856
se firmó un protocolo entre el gobierno de Venezuela, el cónsul holandés y el
cónsul británico, Richard Bingham, que retiró el ultimátum presentado por
Holanda y los navíos de guerra abandonaron aguas venezolanas. También
estableció un periodo de tres meses para llegar a un arreglo entre Holanda y
Venezuela, y de no suceder, llevar las negociaciones al Tribunal Internacional de La Haya en Holanda.
La lucha diplomática continuaría, hasta que
dos militares venezolanos confesaron haber escrito los panfletos incendiarios y
antisemíticos en 1855.
El general Rodulfo Calderón, señalado
como uno de los principales cabecillas de los motines antisemitas fue reducido
a prisión entre mayo y agosto de 1855. En ocasión de su defensa, Calderón alegó
que si bien era el autor de varios pasquines donde figuraba la exhortación de
«mueran los judíos», ello era “justificable por la libertad de expresión que existe en el
país”. Finalmente, el apoyo que le brindaría en ese sentido, el general Juan Crisóstomo Falcón, indirectamente involucrado
en los acontecimientos, permitió su puesta en libertad y ser absuelto de todos
los cargos en su contra. Dos años más tarde en agosto de 1857 con el apoyo de los consulados de Inglaterra y Estados Unidos,
se llegó a un acuerdo con el gobierno de Venezuela. El 6 de mayo de 1858
el gobierno aceptó pagar los daños y garantizar el retorno de los judíos exilados,
por lo que ese mismo día un nuevo panfleto circuló en Coro diciendo: "El
pueblo de Coro no quiere a los judíos. Fuera, váyanse como perros; y si no se
marchan pronto los zamuros van a disfrutar con su cuerpos." A pesar de
estas amenazas algunos judíos volvieron bajo la escolta del nuevo gobernador
militar, aunque menos que los que se fueron, y hoy día muchos de ellos se
quedaron y yacen en el Cementerio Judío de Coro , Monumento
Nacional desde marzo de 2004,
siendo el más antiguo aún en uso en América del Sur.
En junio de 1902 ocurrió otro episodio de antisemitismo en Coro durante el gobierno del general Cipriano Castro. Los judíos buscaron asilo en Curazao,
el cual fue otorgado por el gobernador de la isla, J. O. de Jong van Beek quien
envío un buque de guerra a
protegerlos. De regreso a Curazao el buque trasladó a ochenta mujeres y niños a bordo.
En julio de ese mismo año, el mismo barco fue enviado a La vela de Coro por el resto de los judíos, y tan solo unos pocos se quedaron
allí para proteger las propiedades de los exiliados.
El resultado
final, cerrándose el siglo XIX, fue la presencia, pequeña y poderosa, de
contados apellidos sefarditas que, tras fuertes uniones endogámicas, formaban
una especie de gran familia. Pero la endogamia no funcionó como garante de preservación
étnica ni religiosa. La comunidad sefardita coriana vivió en forma acelerada, a
partir del último cuarto del siglo XIX, un proceso de cambio cultural que
culminó en la pérdida del patrón de identidad religiosa y la asimilación al
catolicismo. En forma gradual se dio la pérdida del imaginario del grupo,
traducida en la ausencia de una práctica religiosa cotidiana, al no haber
rabino; en el olvido de las lenguas madres, el lenguaje y tiempo religioso;
desaparición de usos, costumbres y culinaria; hibridación de la identidad
personal al imponerse nombres del santoral católico. Todo ello se visualiza en
las lápidas y estatuaria del cementerio judío de Coro, que plasman con fuerza un
llamativo sincretismo religioso. La memoria oral ha permitido detectar
indicios de una religiosidad que pudiera asimilarse al cripto judaísmo, quizás
residuos de ancestrales mecanismos de resistencia; usos y costumbres
posiblemente derivados de mecanismos de simulación o de aparente alianza con el
grupo dominante. Finalmente, individuos y familias independientemente de su
pasado y posicionamiento económico y social optaron por soluciones diversas que
derivaron en la dispersión de la comunidad. Los proyectos de vida resultantes
del cambio cultural tuvieron como común denominador la conversión a la fe
católica, en la mayoría de ellos sin desconocer sus raíces.
Maracaibo,
18 de septiembre del 2016
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