miércoles, 7 de septiembre de 2016

La buenas y las malas costumbres del investigador



Las buenas y las malas costumbres del investigador  
Detalles sobre un artículo aparecido como Editorial en la Revista Investigación Clínica de la Universidad del Zulia, del año 2006. Vol.  47 N.3 Maracaibo, sep. 2006.

El Editoral está firmado por los Drs. Fernando García-Tamayo y María Guadalupe Reyes-García y por lo extenso del trabajo se presenta parcialmente en este blog.
Todavía no está completamente claro que es lo que nos hace humanos y qué diferencia nuestro comportamiento del que tienen los demás seres vivos (Ridley M. ¿Qué nos hace humanos? Editorial Taurus, Santillana Ediciones Generales, México, 2004). Muchas personas discuten si es posible o no que la simple expresión en el cerebro de unos pocos genes pueda conferir la capacidad para decidir entre lo bueno y lo malo. Algunos opinan que la conducta apegada a las normas éticas propuestas para nuestra especie, nuestra sociedad y nuestro tiempo, depende directamente de los genes heredados y hasta de sus mutaciones. Otros escriben lo contrario.  Desde hace tiempo nosotros conocemos que somos los mejores de todo y, una vez que nos hemos colocado en el peldaño más elevado de la escala evolutiva, hemos multiplicado las Declaraciones de numerosas Comisiones o Comités encargados de divulgar nuestros derechos y vigilarlos para recibir el respeto que merecemos. El concepto de la dignidad humana está inscrito en la Declaración de los Derechos del Hombre (Human Rights Web, consultado por última vez el 20-02-06, de la URL http://www.hrweb.org/legal/udhr.html).  

Nuestros derechos se han tenido que pregonar para evitar que otros seres humanos iguales a nosotros abusen de la dignidad de las personas que están indefensas por razones de edad, sexo, raza, situación económica, condición social, educación, enfermedad, etc. Lamentablemente, en ese grupo de abusivos algunas veces han quedado incluidos algunos investigadores, clínicos o no, a pesar de que ellos, por su formación académica y por la convivencia con las comunidades universitarias o científicas, deberían ser vistos más bien como la excelencia de la especie.  Como una consecuencia de esa situación paradójica, distintas Sociedades u Organizaciones han tenido que proponer varias Declaraciones para restringir la conducta de los investigadores dentro del marco de la ética y evitar que sus estudios atenten contra los derechos de las personas vulnerables y las lastimen o provoquen su muerte.

La historia de las Declaraciones ha servido para definir los principios éticos de la investigación. Esta comenzó oficialmente al terminar la segunda guerra mundial. Muchos prisioneros, soldados o civiles, fueron utilizados en investigaciones clínicas de una manera violenta, sin información, sin consentimiento y sin ningún respeto por su condición de seres humanos, como si fueran simples animales de laboratorio. El resultado, fue publicado en 1949, en una lista de 10 puntos que desde entonces se conoce como el Código de Nuremberg y veinte años más tarde, la XVIII Asamblea de la Organización Médica Mundial aprobó la Declaración de Helsinki. Un poco más de 10 años después, al reconocer que todavía se cometían abusos y que algunas reglas éticas no estaban claras, el Reporte Belmont aglutinó todos los mandamientos éticos previos y le dio particular énfasis al control de las pruebas para evaluar la eficiencia de los nuevos medicamentos y al uso de los placebos, al mismo tiempo que censuraba la utilización de “voluntarios” que, sin estar enfermos, daban su consentimiento interesado para participar en los estudios.

El abuso de los investigadores sobre prisioneros durante la guerra no se queda atrás de los estudios, realizados al amparo del proyecto Manhattan, en los cuales se utilizaron miles de mujeres embarazadas y sus fetos, enfermos desahuciados, recién nacidos, moribundos, jóvenes y ancianos que, engañados y solo para investigar los efectos de las radiaciones, fueron inyectados con dosis elevadas de isótopos o los ingirieron con los alimentos sin tener conocimiento del material radiactivo que se introducía en sus cuerpos. La investigación sobre el curso natural de la sífilis utilizando campesinos negros analfabetos de Alabama, a quienes bajo engaño y después de haberles hecho el diagnóstico de la enfermedad, se les privó de tratamiento durante casi 40 años mientras se les iban estudiando su deterioro físico progresivo y las complicaciones que presentaban, así como la incidencia de sífilis congénita en sus hijos y el grado de contagio a otros miembros de la familia. 

El uso de soldados que, a la fuerza, recibieron dosis elevadas de drogas alucinógenas solo para investigar si enloquecían o no lo suficiente como para revelar información secreta en el caso de que fueran hechos prisioneros, generó una cantidad elevada de individuos locos o “raros” que poco tiempo después fueron rechazados por la sociedad y por sus familias. Una colección de vidas atormentadas de seres con conductas desequilibradas. Los casos, por ejemplo, de los delincuentes prisioneros que “se ofrecen” voluntariamente para recibir células cancerosas o productos tóxicos solo para mejorar sus condiciones carcelarias, de los niños retrasados mentales cuyos padres “aceptan” que sean infectados por virus y los casos de los habitantes analfabetas de países muy pobres que por unas monedas dan formalmente su “consentimiento” para recibir experimentalmente fármacos que todavía no están aprobados por la FDA, pero que necesitan pruebas clínicas para poder ser comercializados en los países ricos. 
Parece existir la creencia de que la ética para la protección de las personas educadas de los países desarrollados es diferente a la que se debe tener en cuenta cuando se realizan investigaciones sobre los habitantes de los países subdesarrollados. Actualmente no todas las revistas ocupadas de divulgar los resultados de las investigaciones clínicas les exigen a los autores constancias de que sus trabajos fueron revisados por un comité local o cumplieron con las exigencias de algún código de ética.  

Es indudable que los principios éticos de una sociedad no se pueden quedar inalterados permanentemente. En términos prácticos, desde Aristóteles no utilizamos la ética para definir lo bueno y lo malo de la conducta. La ética se refiere exclusivamente a la conducta humana. En los últimos años, por ejemplo, han aumentado las inversiones multimillonarias en la industria farmacéutica, así como la generación continua de nuevos medicamentos y procedimientos terapéuticos que no existían y que ahora es necesario evaluar, para aprobar o rechazar. También ha aumentado la exposición a diversas fuentes de contaminación ambiental y la aparición de epidemias que no se conocían, así como la manipulación cada vez más frecuente de los genes, de los procedimientos para concebir, o de los mecanismos para morir. Por otra parte, las “técnicas” para hacer la guerra y las armas para matar o inutilizar a nuestros semejantes son el resultado de numerosos experimentos biológicos que las han llevado hasta extremos que eran inimaginables hace pocas décadas. Todo esto ha creado conflictos morales nuevos, en cuyo origen y/o resolución se puede encontrar frecuentemente el trabajo de los investigadores y la necesidad de códigos de ética.  

Debemos estar conscientes de que las costumbres que se rechazan hoy en día se puede convertir mañana en un paradigma... y viceversa (García-Tamayo F, Reyes García MG. El consentimiento voluntario, Educación Química (México), 2006; 17: 114-126.). Pero de todos modos, ninguna de las Declaraciones o los Códigos éticos que se proclamen hoy van a tener algún valor mañana si no existe el compromiso simultáneo de cumplirlos.  

Maracaibo 08 de septiembre del año 2016

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