Las buenas y las malas costumbres
del investigador
Detalles
sobre un artículo aparecido como Editorial en la Revista Investigación Clínica de
la Universidad del Zulia, del año 2006. Vol.
47 N.3 Maracaibo, sep. 2006.
El Editoral está firmado por los Drs. Fernando
García-Tamayo y María Guadalupe Reyes-García y por lo extenso del trabajo se
presenta parcialmente en este blog.
Todavía no está completamente claro que es lo que nos hace
humanos y qué diferencia nuestro comportamiento del que tienen los demás seres
vivos (Ridley M. ¿Qué nos hace humanos? Editorial Taurus, Santillana Ediciones
Generales, México, 2004).
Muchas personas discuten si es posible o no que la simple expresión en el
cerebro de unos pocos genes pueda conferir la capacidad para decidir entre lo
bueno y lo malo. Algunos opinan que la conducta apegada a las normas éticas
propuestas para nuestra especie, nuestra sociedad y nuestro tiempo, depende
directamente de los genes heredados y hasta de sus mutaciones. Otros escriben
lo contrario. Desde hace tiempo nosotros conocemos que somos los mejores
de todo y, una vez que nos hemos colocado en el peldaño más elevado de la
escala evolutiva, hemos multiplicado las Declaraciones de numerosas Comisiones
o Comités encargados de divulgar nuestros derechos y vigilarlos para recibir el
respeto que merecemos. El concepto de la dignidad humana está inscrito en la
Declaración de los Derechos del Hombre (Human Rights Web, consultado por última vez el 20-02-06, de la
URL http://www.hrweb.org/legal/udhr.html).
Nuestros
derechos se han tenido que pregonar para evitar que otros seres humanos iguales
a nosotros abusen de la dignidad de las personas que están indefensas por
razones de edad, sexo, raza, situación económica, condición social, educación,
enfermedad, etc. Lamentablemente, en ese grupo de abusivos algunas veces han
quedado incluidos algunos investigadores, clínicos o no, a pesar de que ellos,
por su formación académica y por la convivencia con las comunidades
universitarias o científicas, deberían ser vistos más bien como la excelencia
de la especie. Como
una consecuencia de esa situación paradójica, distintas Sociedades u
Organizaciones han tenido que proponer varias Declaraciones para restringir la
conducta de los investigadores dentro del marco de la ética y evitar que sus
estudios atenten contra los derechos de las personas vulnerables y las lastimen
o provoquen su muerte.
La
historia de las Declaraciones ha servido para definir los principios éticos de
la investigación. Esta comenzó oficialmente al terminar la segunda guerra
mundial. Muchos prisioneros, soldados o civiles, fueron utilizados
en investigaciones clínicas de una manera violenta, sin información, sin
consentimiento y sin ningún respeto por su condición de seres humanos, como si
fueran simples animales de laboratorio. El resultado, fue publicado en 1949, en
una lista de 10 puntos que desde entonces se conoce como el Código de Nuremberg
y veinte años más tarde, la XVIII Asamblea de la Organización Médica Mundial aprobó
la Declaración
de Helsinki. Un poco más de 10 años después, al reconocer que todavía se
cometían abusos y que algunas reglas éticas no estaban claras, el Reporte
Belmont aglutinó todos los mandamientos éticos previos y le dio particular
énfasis al control de las pruebas para evaluar la eficiencia de los nuevos
medicamentos y al uso de los placebos, al mismo tiempo que censuraba la
utilización de “voluntarios” que, sin estar enfermos, daban su consentimiento
interesado para participar en los estudios.
El
abuso de los investigadores sobre prisioneros durante la guerra no se queda
atrás de los estudios, realizados al amparo del proyecto Manhattan, en los
cuales se utilizaron miles de mujeres embarazadas y sus fetos, enfermos
desahuciados, recién nacidos, moribundos, jóvenes y ancianos que, engañados y
solo para investigar los efectos de las radiaciones, fueron inyectados con
dosis elevadas de isótopos o los ingirieron con los alimentos sin tener
conocimiento del material radiactivo que se introducía en sus cuerpos. La
investigación sobre el curso natural de la sífilis utilizando campesinos negros
analfabetos de Alabama, a quienes bajo engaño y después de haberles hecho el
diagnóstico de la enfermedad, se les privó de tratamiento durante casi 40 años
mientras se les iban estudiando su deterioro físico progresivo y las
complicaciones que presentaban, así como la incidencia de sífilis congénita en
sus hijos y el grado de contagio a otros miembros de la familia.
El
uso de soldados que, a la fuerza, recibieron dosis elevadas de drogas
alucinógenas solo para investigar si enloquecían o no lo suficiente como para
revelar información secreta en el caso de que fueran hechos prisioneros, generó
una cantidad elevada de individuos locos o “raros” que poco tiempo después
fueron rechazados por la sociedad y por sus familias. Una colección de vidas atormentadas
de seres con conductas desequilibradas. Los casos, por ejemplo, de los delincuentes
prisioneros que “se ofrecen” voluntariamente para recibir células cancerosas o
productos tóxicos solo para mejorar sus condiciones carcelarias, de los niños
retrasados mentales cuyos padres “aceptan” que sean infectados por virus y los
casos de los habitantes analfabetas de países muy pobres que por unas monedas
dan formalmente su “consentimiento” para recibir experimentalmente fármacos que
todavía no están aprobados por la FDA, pero que necesitan pruebas clínicas para
poder ser comercializados en los países ricos.
Parece
existir la creencia de que la ética para la protección de las personas educadas
de los países desarrollados es diferente a la que se debe tener en cuenta
cuando se realizan investigaciones sobre los habitantes de los países subdesarrollados. Actualmente no todas las revistas ocupadas de divulgar
los resultados de las investigaciones clínicas les exigen a los autores
constancias de que sus trabajos fueron revisados por un comité local o
cumplieron con las exigencias de algún código de ética.
Es indudable que los
principios éticos de una sociedad no se pueden quedar inalterados
permanentemente. En términos
prácticos, desde Aristóteles no utilizamos la ética para definir lo bueno y lo
malo de la conducta. La ética se refiere
exclusivamente a la conducta humana. En
los últimos años, por ejemplo, han aumentado las inversiones multimillonarias
en la industria farmacéutica, así como la generación continua de nuevos
medicamentos y procedimientos terapéuticos que no existían y que ahora es
necesario evaluar, para aprobar o rechazar. También ha aumentado la exposición
a diversas fuentes de contaminación ambiental y la aparición de epidemias que
no se conocían, así como la manipulación cada vez más frecuente de los genes,
de los procedimientos para concebir, o de los mecanismos para morir. Por otra
parte, las “técnicas” para hacer la guerra y las armas para matar o inutilizar
a nuestros semejantes son el resultado de numerosos experimentos biológicos que
las han llevado hasta extremos que eran inimaginables hace pocas décadas. Todo
esto ha creado conflictos morales nuevos, en cuyo origen y/o resolución se
puede encontrar frecuentemente el trabajo de los investigadores y la necesidad
de códigos de ética.
Debemos estar
conscientes de que las costumbres que se rechazan hoy en día se puede convertir
mañana en un paradigma... y viceversa (García-Tamayo
F, Reyes García MG. El consentimiento voluntario, Educación Química (México),
2006; 17: 114-126.). Pero de todos
modos, ninguna de las Declaraciones o los Códigos éticos que se proclamen hoy
van a tener algún valor mañana si no existe el compromiso simultáneo de
cumplirlos.
Maracaibo
08 de septiembre del año 2016
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