martes, 22 de abril de 2025

“Cervecearse”


Aquella era una época de paz y sosiego ya lejana, en la ciudad de las palmas y del lago. La gente disfrutaba de una tranquilidad envidiable y el mismo Alonso, era un individuo tranquilo, que no se mortificaba. Alternaba su trabajo de “ayudante de investigación” con el disfrute de sus amigos cerveceros con quienes podía pasar horas hablando de béisbol y de política, y hasta cantando.

 

Es que Alonso se conocía el repertorio de todas las “rockolas” en casi todas las “taguaras” de la ciudad, y en su casa tenía una guitarra española la cual, en las noches de inspiración o “con cuatro palos” rasgueaba sin gran virtuosismo, pero con suficiente talento como para acompañar las canciones más desgarradoras de Julio Jaramillo o los mejores tangos de Carlitos Gardel.

 

Una de las peculiaridades vernáculas de Alonso era su oficio de “gaitero”; él cantaba como solista y charrasqueaba el cuatro, los fines de semana desde mediados de octubre hasta el día de la Candelaria en febrero cuando religiosamente los gaiteros “cuelgan los furros”. Todos estos detalles destacaban en Alonso su condición de ser un verdadero zuliano de su tiempo, uno de quienes cuando culminaba su jornada de trabajo, siempre tenía una excusa para “rematar el día” en una“taguara”,

La necesidad de “refrescarse”, o sea “cervecearse” bebiendo cerveza helada, es consecuencia directa de los cuarenta grados a la sombra que caracterizan el húmedo clima de la ciudad y en estos rituales siempre han jugado siempre un papel primordial “las taguaras”. Llámense “botiquincitos”, “barcitos”, “chocitas” o hasta casas de familia, ubicadas en cualquier rincón de la ciudad, están autorizados para el expendio de licores, las “taguaras” venden cerveza helada como “culoefoca”; detalle este que es crucial para clasificar el sitio. Cada “taguara” era sui generis y cumplia una función elemental en el desarrollo de las relaciones interpersonales en la región que circunvala el lago de Coquivacoa, y esto es algo que siento estar repitiendo...

 

Una de las frases preferidas de Alonso era: “es necesario lavarse las coronarias”; él insistía haberla oído de boca de su jefe, el doctor Carías. Amador el fotógrafo, era su compinche y como un “boy scout”, estaba “siempre listo” para secundar cualquier “taguarazo”. En ocasiones les acompañaba Vitico el “office boy” del INP quien había establecido que “quien no bebe el lunes, no quiere a su madre”, e iba buscando un justificativo para los demás días de la semana, jueves “deportivo”, viernes “social”, el sábado podía tornarse en “sexual” y el domingo era “de arrepentimiento”.

 

Las mejores “taguaras” se clasificaban por los grados centígrados que tenía el líquido ambarino en las botellitas de cerveza Zulia, Regional, o Polar. El límite crítico, estaba cercano al punto de congelación sin llegar nunca a transformarse en “cepillao” el popular refresco de hielo granizado y jarabes de colores. “A que Sarita”, era una “taguara” donde la cerveza era preferentemente Regional y se servía acompañada con pastelitos rellenos de queso con papa machucada y aire a discreción. En ocasiones la cerveza alternaba con un queso de mano llamado “Cebú”.

 

Cuando “atracaban” en cualquier “taguarita” lo expresaban como si estuviesen navegando, para flotando llegar a “escorar” en “La Mariposa”, o “remar” hasta “La Montañita”, o irse “barloventeando” hasta “El Rincón Llanero”, para al final “echar el ancla” en cualquier otra “taguara” de las buenas. En el barrio “Primero de mayo” estaba “A que Rosa”, la “taguara” donde más allá del mostrador y pasando un túnel de cajas de cerveza, el pasillo se abría en un “solar” inmenso sombreado por matas de mangos y de nísperos con tres mesas en el “tierrero” y poder “echar unas partidas de dominó” y en ocasiones hasta se podía apostar jugando “bolas criollas”.

 

Cuando los viernes salían temprano Alonso y Amador consideraban la situación y en la singladura habitual, se daban una vuelta por el bar “La Loca”, una “taguara” diagonal a unas de las tapias laterales del Manicomio, donde el guajiro Luis servía las cervezas con las botellas incrustadas en trozos de hielo. El deporte favorito de los usuarios de “las taguaras” era llenar las mesas “hasta el tronco” de botellitas vacías y luego pasarlas a las cajas de plástico, contar y volver a comenzar.

 

Algunos viernes, los amigos se reunían en “La esquina del tango” que era una “taguara” vecina a “la calle de las hamacas” o avenida Falcón, donde la rockola tenía todo el repertorio del “morocho del Abasto”. En la pared detrás de la barra, se veían fotografías de Gardel enmarcadas protegidas por vidrio que mostraban las chorreras de miaos de cucarachas y cagadas de moscas, donde lucia “el zorzal” en tonos sepia. A pesar de los gustos de Amador y sus apremios porteños, Alonso prefería no visitar esta “taguara” para no tropezarse con el terrible Felisberto.

 

Felis era un médico investigador del INP y profesor universitario quien tenía “mala bebida” amén de una reputación “dudosa” por protagonizar escándalos y francachelas con una bien ganada fama de “putañero”; era peligroso “por la lengua” y enemigo declarado del doctor Carías. Felis en dos platos, era “perreroso”. En ocasiones cuando veían estacionado el auto de Felisberto, los amigos singlaban a estribor y se dirigían a la “taguara” de Arquímedes. En un principio fue “taguara”, pero después ascendió a Bar y todavía existe como restaurante “de medio pelo”, ubicado frente al “monumento al choque”, en medio de una plazoleta llena de chamizos, basura y latas de cerveza que luce un auto destrozado encima de un pedestal de concreto, “una vaina muy maracucha” según cualquier opinador de oficio.


Bastaba con salir de la “taguara” de Arquímedes y se enfrentaban con el comienzo de la interminable carretera que se pierde en las tierras del sur del lago después de correr paralela a las montañas que hacia el poniente separan la nación del antiguo Reino de la Nueva Granada. Arquímedes, a pesar de su nombre griego, era un andino de rasgos indianos quien se peinaba con gomina y decía usar “Glostora con Rubina para un peinado que fascina”. La rockola de Arquímedes era especial para el despecho, con unos 45 de Lucho Boves y de Jaramillo que eran contrapesados por Daniel Santos, por Toña la Negra y el infaltable “bolerista de América” Felipe Pirela.

 

En las tardes y noches de algún viernes social, el sábado era siempre de intenso trabajo en el INP. Las mañanas sabatinas eran productivas con alguna conferencia o reuniones para intercambiar datos sobre las investigaciones en curso. Al mediodía, el doctor Carías, o algún invitado dictaba una charla sobre temas de ciencias básicas o sobre tópicos generales, y hasta culturales. Cerca de las tres o cuatro de la tarde, al finalizar las tareas, y la ocasión siempre era propicia para “refrescarse”, o cervecearse...

 

Si el moreno Vitico se les unía podían como en las funciones de los cines, pasar de la “vespertina” a “intermediaria y noche” y “zarpaban” desde un toque técnico en “la taguara” de Arquímedes para correr alguna juerga que usualmente finalizaba en un domingo de arrepentimiento con probable “ratón moral”. En ocasiones iban a beber cerveza de barril en el Club Alemán, pero había algo muy cierto; tras pasar una noche de taguarazos, al día siguiente todos seriamente cumplían con sus obligaciones en los laboratorios del INP.

 

La amistad con el doctor Carías y el trato íntimo con sus amigos de trabajo, me llevó a ser copartícipe de algunas “aventuras de taguara”. No obstante, a las siete de la mañana, en punto, me consta que Alonso estaba siempre a las puertas del laboratorio, e insistía en que después de un baño con agua fría y un café negro, “cumplía con su deber” ya que él trabajaba mejor “amanecido”. Alonso estaba convencido de que paso a paso, los experimentos del doctor Carías les conducían por una senda triunfal e intuía que, aquellos experimentos que hacían inoculando unos ratones feos, llamados “desnudos”, iban a aclarar algunas cosas de mucha importancia para el futuro de las neurociencias. No digo más, pues “pa qué”…

 

NOTA: con modificaciones puntuales el texto pertenece a la novela “Ratones desnudos” elotro@elmismo Edt, Mérida 2011(también está en Amazon).

 

Maracaibo, martes 22 de abril del año 2025


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