lunes, 15 de mayo de 2023

Onírico (2)


La caída es lenta. Por debajo del auto ves pasar las casas del pueblo, cual, si fueses volando, y logras ver a la gente, el impulso es tan grande que como ya sabes, irán directamente al mar. Todo es muy lógico, como una consecuencia, pero no acaban de llegar al agua, se acercan, ya va a ser, y te aferras con todas tus fuerzas al asiento, te adhieres a la puerta, puedes todavía acurrucarte, en espera del golpe, cada vez más pequeño, chirriquitico, te vas volviendo, engurruñado esperas y logras pensar en que el golpetazo te aturdirá, pero no llega aún, y de repente estás libre. Sobrevuelas la plaza del mercado del pueblo, estás flotando y desciendes entre las gentes quienes no parecieran verte. Todo es extraño, no te ven, pero tú si puedes palparlas, las tocas, les hablas, las empujas, no te perciben, les revuelve el pelo, es el viento se dicen, algunos se ríen. No puede ser, te lo dices a ti mismo, es como un sueño. Estás bastante más tranquilo. Ahora piensas en quien te quiere, en ella, quien te ha querido. Te elevas suavemente, te vas volando, sabes que vas hacia ella, vas planeando, inicias un periplo aéreo y estás contento porque vas hacia donde ella debe estar, esperándote...

Todo esto es muy extraño. Creo comenzar a entenderlo. ¡Volando! Me parece cómico ser Superman después de viejo. ¡Shazam! Como un mismísimo Capitán Maravilla. Esto es ridículo, lo dices para ti... Entonces recuerdas la carrera loca en el automóvil, las casa grises y blancas, el cielo azul, las curvas en la carretera mojada y luego, la caída... La caída lenta. Me confunde ese tiempo, corre a otra velocidad, no es de ocho a superocho, ni de dieciséis a treinta y cinco milímetros, es simple y en una vulgar cámara lenta, slow motion. Tiene que existir una explicación para el fenómeno... Cuando lo piensas, tú regresas al recuerdo de algunas historias escuchadas sobre “vida después de la muerte”. El cono luminoso para subir al empíreo, admirado en un cuadro de Hyerónimus Bosch... Volar. Libre, como un pájaro, estabas en el aire y no quieres terminar de convencerte.

Son ficciones, me digo insistiendo. Me miro las manos, son reales, debo aceptarlo. Me sorprende el verme vestido todo de blanco. No lo había notado. Estoy envuelto en una especie de túnica, como un sari… ¿Hindú? Parezco un senador romano, César, y los idus de marzo, y te da risa. ¿Qué es esto de andar embatolado? ¡Como Ghandi! No me hace mucha gracia, ya él se murió, pero no es eso lo que me preocupa. Siento que voy descendiendo, miro de nuevo mis manos, notos mis dedos, son morenos, mis uñas son diferentes. No puedo estar dándole valor a estos detalles, superfluos... Me estoy viendo a mí mismo, atisbando mi propia apariencia, y he cambiado, creo que sí, pero no estoy ante un espejo, pero soy yo, de eso estoy bien seguro... Soy real, soy yo, no tú, ni él. Me aferraba a cualquier cosa para analizar las variables, pero me desconciertan, to be or not to be, y en el ínterin, me está invadiendo una preocupación que considero está justificada. ¿Miedo tal vez? Una especie de temor larvado, silente, me acongoja, me embarga...

Estoy llegando al sitio. No se cómo he flotado hasta el patio interior de esta casa. Ahora es de noche y hay frío, todo es lúgubre, las paredes mohosas, hay antiguas estatuas de piedra y de mármol, la hiedra que asciende reptante y sinuosa, se funde con la maleza en el suelo ocultando lápidas pringosas. Hay grandes árboles y me aturde el silencio. Desciendo, voy caminando y percibo el frío de las losas en mis pies. Heladas, rectangulares, mármol blanco jaspeado de gris, manchado por la humedad del tiempo, con inscripciones que no deseo leer, lapidas que van aflorando entre la maleza. En el fondo diviso una pared de piedra bordeada de sauces y cipreses. Siento ganas desesperadas de llorar, de gritar, de llamarte... El silencio es total. Una de las lápidas parece estar fuera de su sitio. ¿La he tropezado? Me detengo, creo que comienzo a entender mejor lo que está ocurriendo. La losa movida deja ver un gran hueco en la tierra húmeda y negra. Lo sé. Estoy ante mi tumba. Todo parece llevarme a una irrefutable conclusión. Estoy muerto. He regresado y es un contrasentido. Así como estoy aquí, afuera, de pie ante la tierra removida también sé que estoy allí, adentro. Las malezas se agitan a uno y otro lado como barridas por un viento gélido. Las losas se desplazan entre la grava y la tierra se remueve sola, se entreabre el negro suelo y escapan chorros de un vapor extraño, sulfuroso, observo una argamasa de cartones mojados, de capas superpuestas de detritus y tejidos en descomposición que se agitan y se van deshojando ante mí. Algo crece, late, comienza a emerger de aquella masa informe con apariencia humana, como si le costara un gran esfuerzo.

Se desgarran liencillos, se abren múltiples gasas, se rasga la mortaja y húmedo, oscuro y maloliente, entre un deshilachado envoltorio, cual, si rompiese una crisálida, mi cadáver emerge. Sé que estoy obligado a aceptarlo, soy yo, y me miro con detenimiento, joven aún, al muerto le han hecho una autopsia pues está suturada la piel con la forma de una “y” griega que va desde los brazos hasta el pubis, es evidente que lo han hecho muy rápido, lo noto por el trazo desviado de las costuras en el pecho, el tórax entreabierto deja ver en el fondo que nada late adentro. El cabello se nota húmedo, quizás es demasiado negro, los ojos entreabiertos son la noche misma y el soplo permanente del helado cierzo coagula estrías color vino que emergen de la boca y se riegan por el rostro creando un bermejo arabesco en las mejillas. A pesar del profundo desasosiego que me embarga, siento que están las cosas llegando a un punto muerto, esclarecido y sin retorno, y ahora para mi todo parece ser muy cuerdo. Me estoy viendo yo mismo desde fuera, pero ya sé que ahora sería absurdo tener miedo.

Me han hecho saltar, he dado un respingo, me han tomado por los brazos y me hablan quedamente, no debo hacerlo, no puedo oponerme ante los hechos. No sé quienes me atrapan, me tienen maniatado para tratar de convencerme de que desista ya. Eso está mal, no puedo levantarme, está prohibido, es un absurdo, ya no hay más remedio, tengo que aceptarlo. Me rebelo No quiero. ¡No! Llanto, lágrimas que no emergen, no hay palabras, y grito, aúllo, vocifero en silencio. Quienes me retienen son otros entes similares, cubiertos de mortajas, con grandes costras cochambrosas, uno de ellos burbujea de una manera extraña, masas viscosas que me susurran en los oídos. Me piden que me tranquilice. Quiero llamarte, grito sin resultado alguno. Me desespera ver que mi amada no está para escucharme, o para ayudarme, siento que se levantan más figuras, estoy perdido y… ¡Quiero que me oigas! Ellos sonríen, tratan de calmarme, pegajosos, apacibles, untuosos y desmigajándose, mis descarnados compañeros. ¡Qué horror!

No quiero resignarme, yo te amo. ¿Cómo resignarme a perderte para siempre? Ellos se integran en una sola cosa nebulosa y sé que formaré parte de ellos y de la tierra misma, yo estoy fuera de cierta manera, pero no quiero, no acepto esta locura que me ocurre. Al final del desconsuelo y la tristeza paso a la resignación. Sin duda tengo que aceptarlo, con este aspecto… ¿Cómo regresar? Todo se vuelve muy oscuro y no ceso de pensar en ti, amor, en ti, cariño, aquí, embargado por esta horrible soledad, en ti que ya no estás conmigo, en ti a quien no he de ver más nunca, solo este fría profunda y silenciosa soledad, tal vez, ¿Cuando? Aquí arriba, ¿Volverás flotando? Quizás, y nuevamente regresaremos para siempre, a juntarnos...

Fin de Onirico 1 y 2

NOTA: El texto dividido en dos partes, es copia textual de la novela La Entropía Tropical -Maracaibo Ediluz, (2003). Maracaibo, lunes 15 de mayo del año 2023


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