El paseo en auto se ha interrumpido. La
tropa marcha bajo el sol. El cielo es azul y a lo lejos revolotean unos
pajarracos. Se han detenido ante un contingente de hombres armados. Un oficial
se acerca. Tú le escuchas llamarte por tu nombre y apellido. Piensas entonces…
¿Cómo demonios sabrá mi nombre? Pero tienes que descender del auto y los
obligan a entrar en formación detrás de la tropa. Es todo un exabrupto y tú lo
aceptas ya que, si no hay más remedio, deberán proseguir a pie... Te miras la
correa y con orgullo al contar los huequitos, piensas que has perdido peso,
sonríes mientras te colocas en la fila, absurdamente, uno detrás del otro, fila
india, y marchas, caminas, tropiezas bajo el sol inclemente y estás con pasmosa
seguridad, esperando acercarte paso a paso, hasta el campamento militar. Tibia
y seca, la brisa acaricia tu rostro mientras ves como los soldados organizan sus
bártulos y van armando las tiendas de campaña. Escuchas... A discreción,
atención, fiurrrrrmmm... Sabes cuan imperativo es el almorzar antes de
proseguir la marcha. Observas las rústicas mesas de madera, ni las
habías notado a pesar de ser interminablemente largas, están ubicadas debajo de
los árboles, con asientos de listones de madera infinitamente largos... El viento
agita la verde arboleda que sombrea el improvisado comedor. Es una orden. ¡A
comer!, así lo entiendes, y si no queda más remedio, pues habrá que
alimentarse... El cocinero es un gordo y va sirviendo arroz, pollo, plátanos
maduros y un humeante plato de espesa sopa. El delantal que luce, fue blanco,
ahora está sucio de grasa, tú lo miras y detallas minuciosamente los mapas de
la grasa sobre su abdomen globuloso.
Sin saber por qué
te has levantado y caminas hacia una choza cercana, abres la puerta, y penetras
en la densa oscuridad, tú notas como casi tocas el techo con la cabeza. Una
anciana encadenada te mira silenciosa desde un ángulo del recinto sombrío y
maloliente. Esa escena, la has visto antes, estás casi seguro, hace tiempo… Fue
quizás en la revista Life, en una
fotografía en blanco y negro, un reportaje, sí, seguramente… ¿Te impresionó,
cuando eras niño? Pero esta es una situación nueva, se está produciendo en este
momento y la anciana está ante ti, encadenada, prisionera… ¿Es esta una
reservación del ejército? Un campo de prisioneros, tal vez, o tan solo es un
recodo perdido en la maraña de tus neuronas, esto lo piensas, pero no logras
ensamblar tus ideas... Al recapacitar por un momento, concluyes que no estás en
los Humocaros, ni en la Sierra de San Luis, el sitio es, hacia el Oriente, no
sabes por qué, pero tú lo has visitado antes, es un campamento para entrenar
personal en la lucha antiguerrillera… ¿Acaso T4 Cocuyar? No lo precisas y eso
te hace sentir mal, aunque estás seguro de que todo ocurre en predios del
ejército, por eso hay tantos muchachos, son jóvenes, visten de caqui, vienen
llegando en camiones, repletos, parecen estudiantes, todo lo detectas a través
de una hendija en la pared, no hay ventanas, la vieja parece sonreírte en la
penumbra, está escribiendo algo en la arena del suelo, pero tú sabes que tienes
que salir… Ya, al estar en el sol los verás haciendo calistenia, todos a pleno
sol hacen ejercicios, disparatadamente. ¿Qué será de la vieja, y que habrá
querido decirme? Te preguntas estas cosas, y escuchas, reciben una orden, como
hormigas otra vez se reúnen todos, ya lo sabes, en formación, a marchar, un
dos, un dos, una mano te toma por el brazo, y te colocan frente a un Jeep. Tú,
saltas, te sientas, y arrancan brincando como locos y en medio de una polvareda
gris, se lanzan en una carrera desenfrenada envueltos en una nube densa de
tierra y tú te aferras a un tubo para no salir despedido, y saltas y brincas bajo el sol
mirando como salen disparadas las piedras, la grava, tú le dices granzón y
entonces piensas que seguramente todas esas piedras deben venir desde las
canteras de la isla de Toas...
La marcha por el camino lleno de peñascos,
hace saltar constantemente al jeep. Dando brincos, llegaste hasta el borde, ¿a la
periferia de tu mente?, ves un suburbio del pueblo, divisas las primeras casas
y las otras, blancas y grises se pierden en una bruma caliza. Es un pueblo a
orillas del mar. ¿Cuál ciudad? Casas blancas con techos muy negros, alternan
con casas grises, las calles parecen tortuosas y las viviendas se apiñan
encaramándose unas sobre las otras. El cielo es azul y el mar brilla con
destellos intermitentes. Súbitamente frenazo y polvareda. Un oficial nos
detiene. Te preguntas si será capaz de identificarte... Te miran. Has
descendido del vehículo oficial. Ellos hablan. Ves como discuten y entiendes
que se refieren a tu situación. Alguien se ha ofrecido para llevarte, parece
ser una persona con mucho dinero porque tiene un gran auto, pero tú no le ves
bien la cara, es joven y está bien vestido, de paltó y corbata, tú no le ves la
cara, pero ya sabes cuál era la propuesta, quieren buscar algo que necesitan con urgencia,
aunque no comprendes exactamente que puede ser... Ya en el auto, el chofer
elegante te comenta sobre la gran cilindrada del motor, máquina nueva, último
modelo, eso te dice... Tú no logras identificarlo. ¿Quién es él? Van muy
rápido. Percibes con la velocidad como entra seseante el aire por una de las
ventanillas laterales, silbando, y se te ocurre que es un Ford y que debe tener
problemas de ensamblaje, algo chilla, ese detalle te preocupa, pero el chofer
te explica que desaparecerá el chillido cuando alcancen la máxima velocidad.
Una vertiginosa carrera se está iniciando a través de las irregulares callejuelas
del pueblo. A menudo bordean precipicios a la orilla del mar, las casas grises
y blancas de un lado y del otro, el aire y allá en el fondo, muy lejano, el
mar. Tienes miedo y se te ha olvidado el asunto de la identidad del conductor,
ahora solo piensas en el riesgo que corren a esa velocidad, cada vez mayor.
Ha llovido y el pavimento
está mojado. Las curvas son muy cerradas. Tú, piensas en el peligro, y dices
para ti, hay que tener cuidado, quieres decirle al conductor que debería tener más
cuidado ! Las palabras no salen de tu garganta, se ahogan y tú comienzas a
sentir miedo, estás empezando a asustarte... En realidad, estás aterrorizado. Pánico sientes al ver como se
atraviesa en el camino un autobús, y el chofer tiene que maniobrar con destreza
para evadirlo, escuchas el frenazo de un automóvil blanco. Piensas que
afortunadamente el tipo es buen conductor, pero te preocupas cuando notas que
se ha propuesto ir tras el auto blanco, quiere darle alcance y tú miras su pie en el
acelerador, a fondo, se acercan, viene una curva muy estrecha, en un segundo
logra rebasarlo. Miras el seguro de la puerta, ves hacia el mar, piensas que
deberías sacarlo, “por si acaso nos caemos al mar”, te lo dices en tu mente,
será más fácil escapar, salirme, viene otra curva más cerrada, piensas que
estás en peligro, pero no puedes decir nada, no salen tus palabras. El tipo
sigue conduciendo a una velocidad desenfrenada y notas que en realidad no has
logrado verle bien su cara, no le conoces, ni sabes quién es él y eso te preocupa.
Súbitamente, unos segundos bastan, seguramente se descuidó, lo dices para ti al
notar como se salen del camino. Están en el vacío y sientes que van en el aire
y como caen, percibes todo como en una película con cámara lenta y logras
pensar en la puerta, en el seguro de la puerta, ¡Oh Dios! Ves cómo van cayendo
a través de la ventana, el seguro, casi lo alcanzas, y en medio de la caída te
sientes más tranquilo, podré salirme cuando estemos bajo el agua, lo dices para
ti cuando sabes que has logrado quitado el seguro a la puerta, será más fácil…
Continua y finalizará mañana.
NOTA:
El texto dividido en dos partes, es copia textual de la novela La Entropía
Tropical -Maracaibo Ediluz, (2003)-
Maracaibo, domingo 14 de mayo, del año 2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario