¡Fernández
Morán! (2)
En 1953, Fernández Morán recién había culminados sus
estudios en Escandinavia, y regresó a Venezuela y el 27 de mayo cuando se
incorporó a la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, muy emotivamente,
en esta reunión expresó : ”…i es el mismo exponente de una generación
de facultades creadoras insólitas que yacen todavía latentes, quien ocurre hoy
emocionado ante vosotros para recibir un honor y reiterar los sentimientos de
esa gratitud, que solo se puede ofrendar de todo corazón en el lugar de su
origen, ¡en el recinto sagrado de la Patria!”
Su verbo encendido y su poder de
persuasión, lograrían convencer al gobierno del General Marcos Pérez Jiménez
para crear en Venezuela una infraestructura de científicos profesionales de
renombre internacional. El costo estimado del proyecto era de unos 30 a 50 millones de dólares.
En el proceso de “catequización” del General Pérez Jiménez y de su entorno
militar, el Ministro de Sanidad de la época, doctor Pedro Gutiérrez Alfaro fue
un factor determinante. El 25 de abril del año 1954, en Los Altos de Pipe, del Estado
Miranda, se fundaría el Instituto
Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC), con más de 70
laboratorios de investigación proyectados para 27 edificios. Ya el año
siguiente, en 1955, estaban construidos
y en 1956 se instalaría el Reactor Nuclear, un avance que atrajo hasta
Venezuela al año siguiente a muchos grandes científicos del mundo, varios
premios Nobel entre ellos, bajo el auspicio de la Fundación Nobel y la Sociedad
Internacional de Neurología y Neurociencias.
Cualquier biólogo
celular, una profesión que estaba de moda en los años 50, se interesaba por
visitar los laboratorios de Fernández Morán para saber que se estaba haciendo
en ultraestructura celular. En el IVNIC trabajaron científicos de renombre
internacional como Svaetichian creador de los microelectrodos, Finean un
experto en Rayor X, Müller en microscopía de campo, Gernot Bergold en
Virología. Se desarrollaría un taller para fabricar cuchillas de diamante para
el uso de la electronmicroscopía. Para el año 1956 ya se había instalado el
Reactor Nuclear, el primero en América Latina con la propuesta del uso del
átomo con fines pacíficos.
De todos es conocido que ya desde el año 1957 el gobierno
de Pérez Jiménez se tambaleaba. El presidente buscó al hombre de mayor
prestigio científico en el país para nombrarlo Ministro de Educación y apenas
duró 12 días en el cargo. El 16 de enero de 1958, Fernández Morán se dirigió a
los jóvenes para decirles: "Vivimos en la era atómica y de la
conquista del espacio; ésta no es una hipótesis sino una realidad que absorbe
la atención de todos los pueblos… La consigna para nuestra juventud es
categórica; prepararse mediante el adiestramiento adecuado para cumplir su
misión en nuestra era". No
le entendieron su lenguaje. Se dio el 23 de enero y ya en el mes de febrero del
año 1958, Fernández Morán y su familia abandonarían el país, “entre los insultos de un pueblo que no sabía de su valor y la
envidia de loe que si saben”, escribiría Jiménez Maggiolo recordando aquel
triste momento.
El 23 de enero del año 1958, estábamos cursando el segundo
año de Medicina, cuando cayó Pérez Jiménez. Ante el alborozo de la naciente
democracia, volví a escuchar a mi padre en su firme y acongojada defensa de
nuestro joven sabio. Le habían endilgado, por culpa de la malhadada política,
el remoquete de "El Brujo de Pipe". Se había visto obligado a
abandonar el país y se decían horrores de él. Defendía simultáneamente mi padre
a un tisiólogo discípulo del doctor Baldó, el doctor Pedro Iturbe, quien había
acabado con la tuberculosis que diezmaba a nuestros indígenas guajiros, pero en
aquellos días era perseguido también pues le acusaban de perezjimenista y de
loco. Ambos personajes eran perseguidos políticos, su reputación estaba en boca
de todos por el pecado de haber cosechado éxitos en sus labores en ciencia y
medicina, durante la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez
Humberto Fernández Morán llegó a
los Estados Unidos e ingresaría como Biofísico y Profesor Asociado en
Neurología en el Servicio de Neurocirugía del Hospital General Massachussets y
pronto sería nombrado Investigador Asociado y profesor Asociado de la Cátedra
de Neuropatología de la Universidad de Harvard. En el MIT (Massachussets
Institute of Technology) organizó los Laboratorio Mixter para Microscopía
Electrónica y con el Profesor Green de la Universidad de Wisconsin comenzó sus
trabajos de investigación sobre las mitocondrias los cuales terminarían con el
descubrimiento de las partículas elementales en sus crestas, un hallazgo para
la humanidad.
Años más tarde, en 1963, Fernández Morán seguía viviendo en
el exilio, y brillaba en la Universidad de Chicago como una estrella rutilante
en sus Laboratorio de Microscopía Electrónica ubicados en el instituto que
llevaba el nombre del fallecido sabio y premio Nobel de Física, Enrico Fermi.
En esa época, julio de 1963, me tocó graduarme de médico-cirujano. El doctor
Pedro Iturbe no aceptó ser el padrino de nuestra promoción de médicos del 63,
pero nos pidió que llevásemos el nombre de su más querida institución, el
Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo. Éramos ahijados de la promoción del
doctor Iturbe y nos tocó escuchar muchas veces sus enseñanzas sobre la labor
social del médico y los comentarios sobre su admiración y amistad con nuestro
lejano sabio zuliano, el doctor Fernández Morán. Como mi compañero de
promoción, Alfonso Ávila, yo había decidido estudiar las causas y las
consecuencias de las enfermedades a través de la Anatomía Patológica.
En ese entonces, quería creer que podía dedicarme a hacer
investigación científica, como los jóvenes que rodeaban a Américo Negrette en la Universidad del Zulia. Américo era profesor de
Semiología del Sistema Nervioso y cuando era médico rural había denunciado
epidemias de encefalitis y había señalado un foco de Corea de Huntington en la
región zuliana, por lo que se había transformado en un individuo problema para
los jerarcas de la Sanidad. Negrette fundó un Centro de Investigación y una
revista, Investigación Clínica que es todavía la publicación médico-científica
más antigua e importante del país. Luchó contra viento y marea, y contra el
fuego (una vez le incendiaron casi todos sus laboratorios), y creó el Instituto
de Investigaciones Clínicas, que hoy lleva su nombre. Así se inició la
microscopía electrónica en la misma ciudad donde años antes, el año 1924,
naciera Humberto Fernández Morán.
En 1964, Fernández Morán era Profesor de Biofísica en la
Universidad de Chicago y estaba desarrollando microscopios electrónicos de alta
resolución con lentes fabricados con metales superconductores usando
temperaturas ultrabajas. Mientras, yo hacía mi entrenamiento en Patología en la
Universidad de Wisconsin, donde el hospital universitario estaba al lado del
Mac Ardle Cancer Resarch Center, que comenzaba a desarrollar la investigación
sobre la quimioterapia antineoplásica. Sus investigadores iban a las reuniones
de nuestro Departamento y nos acostumbramos a escuchar a Pitot, Hartman, o a
Temin quien años después recibiera el Premio Nóbel de Medicina por descubrir
los retrovirus. Aprendería neuropatología con Gabreille ZuRhein y Sam Chao, dos
neuropatólogos que con el microscopio electrónico habían descubierto el virus
de la Leucoencefalopatía Multifocal Progresiva (PML) y examinaban el misterio
de las encefalitis. Durante aquella etapa de aprendizaje de patología y
microscopía electrónica, mantuve una correspondencia escrita con el doctor
Iturbe, y una noche, él me sorprendió por teléfono con la proposición de que
regresara a trabajar en su Sanatorio Antituberculoso, pues iba a conseguir un
microscopio electrónico, a través de una donación. Me pidió entonces el doctor
Iturbe, que me acercase a la vecina ciudad de Chicago para visitar al doctor
Fernández Morán e intentar en mi visita, crear vínculos para lograr su
asesoramiento en lo referente a la instalación y el funcionamiento de futuro
microscopio electrónico en Venezuela.
En la primavera del año 1967, todavía había montañas de
nieve y hielo cuando viajé desde Madison a Chicago en compañía de Narciso
Hernández, mi compadre estudiante de Ciencias Económicas, evidentemente
maracucho. De la entrevista que duró un día entero, mientras admirábamos los
increíbles laboratorios con potentes microscopios electrónicos flotando entre
nubes de nitrógeno líquido, mi compadre y yo, quedamos admirados por todo
cuanto vimos en el Instituto Fermi de la Universidad de Chicago. Nuestro sabio
ya estaba comenzando a trabajar para la NASA en la conquista del espacio
extraterrestre. De aquella entrevista y de cuanto conversamos con nuestro
famoso coterráneo, quien nos dispensó especial atención con gran sencillez y
deferencia, guardo imperecederos recuerdos. Allí escuche por vez primera,
hablar de "la entropía tropical", expresión de nuestro genial sabio
para la desorganización que nos caracteriza. Con amable paciencia, Humberto
Fernández Morán nos habló de la Segunda Ley de la Termodinámica y de cómo era
necesario luchar contra la entropía, esa tendencia a la desorganización de los
sistemas que pareciera incrementarse en las latitudes del trópico.
He continuado repitiendo sus ideas que coincidían y
reforzaban los planteamientos de Pedro Iturbe. ¡Cuánto hay que luchar para que
las cosas más sencillas no se transformen en los mayores obstáculos en nuestro
medio! Este era un tema recurrente del doctor Iturbe, y cito a Negrette en ese
mismo sentido: "Hay peleas que hay que darlas aunque se
pierdan, no siempre se puede ganar, pero se lucha y hay que convencerse de que
mientras más ardua es la lucha, más meritorio es el triunfo". Bien
nos decía Pedro Iturbe que: "En nuestro medio, en necesario soñar mucho,
para lograr, tan solo, algunas cosas."
Para aquel entonces, el mundo estaba dividido en dos
grandes bloques que parecían irreconciliables, el este y el oeste. Consciente
de las tensiones de la guerra fría, nuestro sabio nos expresó en nuestra visita
sus temores sobre el poder letal de la energía atómica. Nos habló de cómo años
antes, opuestos al Proyecto Manhattan habían estado Einstein y Oppenheimer,
quienes también estaban preocupados, pues conocía los peligros que asechaban a
la humanidad por el manejo imprudente o ambicioso del átomo en manos de los
políticos o de los militares. De todas estas cosas y más, conversó ese día con
nosotros, quienes escuchamos sus conceptos sobre las emergentes naciones del
Asia, sobre Mao y los millones de chinos y sobre el futuro de la humanidad ante
las posibilidades de desarrollo de la ciencia en la carrera espacial. Con
pesar, tocamos el tema de su paraíso perdido entre las neblinosas montañas
plenas de eucaliptos en los Altos de Pipe, y como afloró su esperanzado deseo
de poder servirle a su patria, nuevamente, de poder de alguna manera regresar a
su tierra. El 14 de julio de ese mismo
año 1967, Fernández Morán cumpliría seis años como Profesor de la Universidad
de Chicago y recibiría el Premio John Scott por su invento, el cuchillo de
diamante. Este galardón tan solo había sido otorgado antes a Tomás Alva Edison,
Maria Curie, Edward Salk, Thomas Fleming y John Gibbon. Era un reconocimiento
universal al genial venezolano quien todavía tenía que vivir en el exilio.
En 1968, el mismo año que regresé a Venezuela, Fernández Morán
también volvería a su patria. Durante los meses de junio y julio dictó algunas
conferencias en Caracas, en la Academia de Medicina del Zulia, en Mérida, San
Cristóbal, Coro y en Cumaná. Desde ese año daría inicio Fernández Morán a una
prédica in vivo, con la intención de convencer al país de la necesidad de crear
un Complejo Politécnico de avanzada para la formación científica y tecnológica
de nuestros jóvenes. A finales de ese año, como una dependencia del Servicio de
Patología, instalamos el microscopio electrónico en el Sanatorio
Antituberculoso de Maracaibo. Tres años después, en 1971, el sabio visitaría el Laboratorio de Microscopía
Electrónica de su amigo Pedro Iturbe. Ya habíamos hecho el Primer Simposio Venezolano de
Patología Ultraestructural y, en el marco del VIII Congreso Latinoamericano de Patología, que se dio en el hotel del Lago en
Maracaibo, habíamos dictado cursos, presentado y publicado trabajos sobre la
rabia, la encefalitis equina, las amibas, tricomonas, el cáncer del cuello
uterino, sobre patología tumoral y demás. El interés de nuestro sabio por todos
estos temas fue grande, como fue también la complacencia del doctor Iturbe. En
el curso de esta visita del año 1971, Fernández Morán también estuvo en San
Cristóbal y en Valera, donde dictó una charla titulada "Las oportunidades y retos de la Ciencia y
la Tecnología", en la que insistiría en sus sueños y lo haría
señalando como durante 18 años había tratado por todos los medios a su alcance
de interesar al Gobierno Nacional en proyectos de interés Científico y
Tecnológico, sin obtener ninguna respuesta.
En esos días escribió: "…Soy un misionero y un solitario en mi
propia tierra, como lo fue Miranda y como lo fue Bolívar... ...Persistiré en mi
firme empeño de cumplir callado mi misión, como investigador científico y
educador, ocultando con la jovialidad de Sancho mi tristeza neta de
Quijote". Un hombre con su capacidad intelectual, quizás presentía
que los molinos de viento eran más reales que aquellos de Alonso Quijano. Yo
tuve la suerte de poder trabajar durante casi 40 años en nuestro país haciendo
investigación en el área de patología ultraestructural y esa circunstancia me
llevó a vivir situaciones que me acercaron y se cruzaron con la vida de nuestro
genial científico. Me tocó percibir muy de cerca sus esfuerzos para llevar
adelante el sueño de regresar y hacer investigación y de formar gente joven en
su patria y especialmente en la región occidental del país. La amnesia
política, es y siempre ha sido, una característica relevante del pueblo
venezolano. No obstante, ella no se manifestó en el caso de Fernández Morán y,
ciertamente, esto no puede verse como un hecho fortuito. Durante su triunfante
y productivo exilio, pudiese haberse creado una matriz de opinión favorable en
Venezuela, debería haberse dado esta situación en los años de la opulenta y
petróleo-dependiente Venezuela Saudita. Desgraciadamente, esto no ocurrió. En
medio del vórtice de aquellos años de consumismo desquiciante y falsos valores,
le vimos acercarse, avanzar y retroceder, ir y volver para desencantado
intentar de nuevo otra aproximación en sus esfuerzos por regresar a la patria y
ser escuchado como científico por sus compatriotas. Innumerables obstáculos,
culpas por omisión y deleznables mezquindades, muchas de ellas germinadas en la
oscuridad y a sotto-voce desde el alma de muchos, algunos quienes eran
sus herederos directos, descendientes de su primer gran proyecto científico, el
Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC…
El sabio generoso, quien le donara al IVIC y al país la
patente para la comercialización mundial de su primer gran invento, el cuchillo
de diamante, volvió reiteradamente para vivir la desesperanzadora angustia de
las promesas fallidas, los proyectos que no cuajaban, los compromisos
incumplidos. Así, sus sueños se fueron tornando en pesadilla y con un curso
tórpido. El Ulises luchador parecía condenado a no poder llegar nunca a Itaca
mientras su vida se le iba deshilachando, hilo a hilo hasta el final.
Cualquiera que haya intentado en nuestro medio, dedicarse por entero a la
investigación científica, seria y productiva, sabe que este, el de Humberto
como el de Rafael Rangel, ha sido el fatal desideratum de los
científicos soñadores en nuestro entrópico paraíso tropical.
Final de la segunda parte, continúa y finaliza mañana sábado 15 en
¡Fernández Morán! (3)
Maracaibo, viernes 14 de febrero, 2020
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