Granada
Creo que fue el año 1979, esto me parece que sería hace unos 40 años,
cuando tuve la suerte de conocer la ciudad de Granada y visitar el palacio de
La Alhambra. En aquella oportunidad admiré a lo lejos y luego estuve en “el
patio de los arrayanes” y recordé lo que decía en un pequeño cuadro enmarcado
en un sitio especial de mi casa. ”Mi casa
se llama Los Arrayanes: nombre de un arbusto y también de uno de los más
hermosos patios de La Alhambra de Granada”. Hoy en el 2019, visitando la
casa de mi hijo mayor, lejos de Maracaibo, me tropecé con un libro de Arturo
Uslar Pietri, titulado “El otoño en Europa”, de Ediciones Mesa Redonda 1952,
donde el autor recrea en uno de sus capítulos, la hermosa ciudad de Granada.
Trataré de apoyarme es su maravillosa escritura para hilar su texto con mis
viejos recuerdos.
Granada, cuando era niño, para mi sonaba en la canción de Agustín Lara
y en la voz de Alfredo Sadel, la que yo, aún tiple intentaba imitar. No sé si
fue leyendo tempranamente los “Cuentos de La Alhambra” de Washington
Irving como me enteré de las maravillas de aquel palacio y del
llanto de Bobadil, o por saber que la reina era la misma Isabel que le aportó
sus joyas a Colón para descubrir América, aquella quien con el rey Fernando “tanto monta monta tanto” terminaron con
el reino de los moros en España y de paso, los judíos también debieron salir
escapando de la persecución instaurada en nuestra llamada, “madre patria”…
De visita en
aquella ciudad, donde el eco de fantasmas todavía parecieran pulular en sus calles
estrechas y envolvernos en gemidos desde el Zacataín, donde el rey moro
suspiraba por su Alhambra perdida y ahora parecen llegar hasta la capilla de
Los Reyes Católicos, quizás dejándonos escuchar en el fondo la música de Las noches en los jardines de España de
don Manuel María de los Dolores Falla y
Matheu, quien desde 1922 se residenció en Granada, e hizo
amistad con Federico García Lorca y otros miembros de “la tertulia del Rinconcillo", quienes en enero de 1923
celebrarían aquel concurso de cante jondo en
la Plaza de los Aljibes de la Alhambra, con una adaptación lorquiana del
cuento andaluz "La niña que riega la
albahaca y el príncipe preguntón", entremés
atribuido a Cervantes, cuando Falla intervino colaborando con su música en el auto
sacramental del siglo XIII, el Misterio de los Reyes Magos…
En 1979, tendría yo mismo, la suerte de visitar sus callejas de un lado
del Darro, con los viejos muros del Albaicín y más allá, divisar el Sacromonte
con las cuevas de los gitanos y enfrente, poder ver la colina roja sobre la que
se yergue la ciudadela de La Alhambra con el palacio donde vivió la decadente
corte de la dinastía Nazarita. Sus anchas torres que se asoman por fuera del
precipicio, desnudas de todo ornamento e interiormente, y más tarde, poder
conocer sus breves y maravillosos palacios con paredes de estuco labradas como
encaje y a través de sus ventanales, me dejaron divisar a lo lejos la sierra
nevada y la vega abierta con el agua dormida en los estanques, también
dejándose oír, cantarina y sonora en las fuentes. Allí estuve para conocer el
patio de Los Arrayanes “de agua dormida y mucho cielo y altas galerías labradas
como encajes”.
“El esplendor
de la luna llena sobre el reino de los Nazaritas” siempre habrá de recordarnos
el triste final de aquella historia, cuando Boabdil,
el rey moro desterrado de Granada en 1492 viviría todavía
durante unos años en un pequeño señorío en las Alpujarras.
Más ya, camino a su destierro, Boabdil no osaba girar la mirada hacia Granada, y
sólo cuando estuvo sobre la última colina desde la que se divisaba el palacio
de la Alhambra,
distante a unos doce kilómetros al sur de la ciudad, se detuvo y rompió a
llorar, mientras su propia madre, la sultana Aixa al-Horra le diría: «Llora
como mujer lo que no has sabido defender como un hombre».
Mississauga, Ontario, 26 de abril, de 2019
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