martes, 18 de diciembre de 2018

Cautivos


Cautivos…
Transcurría el año 597 antes de la era cristiana. Había cumplido tan solo veinticinco años y ya había sido coronado rey de Judá. Desde ese entonces y durante los once años siguientes que transcurrieron con pasmosa lentitud, Yoyaquin vivió en su palacio de Jerusalem, añorando las épocas pretéritas, cuando las huestes del faraón Nejo, casi los liberan de la infamante bota babilónica. Los hijos de Yavé habían venido padeciendo por aquel pesado y aplastante yugo, cada vez más infamante; era una esclavitud negociada, vergonzante y cada vez con menos esperanzas de redención. La mano poderosa del gran rey de Babilonia recibía por su conducto los diezmos y tributos del pueblo de Yavé y ellos no podían hacer otra cosa que pagar en silencio y por si fuera poco, rendir pleitesía al rey de reyes, al dueño y señor del imperio babilónico, el fustigador de los asirios, el vencedor de los egipcios, él y su Dios el grande, el único, el Gran Señor Marduck a quien todos debemos elevar cantos de alabanza. Postrados ante él, agazapados ante él, Dios de los demonios y de la vida y de la muerte, oh Gran Marduck, celebremos los bienes que me has proporcionado porque eres mi salvación y la de todos quienes te reverenciamos para servirte eternamente…

Mas, hete aquí que Yoyaquin como otrora sus padres, hizo el mal ante los ojos de Yavé su Dios verdadero y habría de acontecer entonces todo cuanto escrito estaba. Atravesó las arenas del desierto un rumor, una especie que fue acercándose artera hasta las murallas mismas de la gran Babilonia, la cizaña trepó los muros, atravesó los portalones y llegó a oídos del rey, la simiente arrojada en campo feraz, entre los dos ríos, le traían especies, le iban musitando cuitas sobre rebeliones, desafíos, conspiraciones, se niegan a pagar los tributos le decían, hay signos de revuelta entre la plebe y sus dirigentes están en el palacio, eso le comunicaban, eran tan solo comentarios que se hacían...

Aprestó pues su ejército el rey Nabucodonosor, reunió sus carros de guerra y los colocó en la retaguardia, dispuso de la caballería para que fuera en la vanguardia, reclutó cientos de miles de hombres armados con lanzas y espadas y escudos protectores y consolidó un núcleo pulposo de carne y hierro para darle salida como un río al contingente armado, fluyendo a través del desierto y recibiendo afluentes de tropas asirias, maobitas, edomitas y el grueso del ejército caldeo. Aquella turbamulta en oleadas, como un torrente, fue lanzada contra la ciudad sagrada por el rey Nabucodonosor, porque el rey Yoyaquin había faltado ante su Dios Yavé y las tierras de Judá, dejadas de su mano, ya no recibirían ayuda de nadie, pues ya no habían más guerreros en los bosques del Líbano y el faraón había retirado sus puestos de avanzada y todo era de el dueño y señor de cuanto respiraba y se movía desde las márgenes del Eufrates hasta las riberas del Nilo, solo a él le pertenecía todo, él era el rey de Babilonia.
En aquellos días, el cielo era de un azul muy intenso y sin nubes, y comenzó entonces a experimentar un cambio. El fenómeno se veía desde Jerusalem, era como un resplandor iridiscente, amarillento en las primeras horas del mediodía, rojizo en la oscuridad de la noche. Al amanecer, se escuchaba el lejano fragor de los carros, el galopar de caballos y el retumbar de tambores, hasta el momento mismo cuando en el horizonte comenzaron a destellar los escudos, los cascos y las aceradas puntas de las lanzas. Poco a poco, entre el cielo y la tierra se hicieron visibles los penachos y las banderolas y los estandartes que portaban aquellos hombres quienes rugían al unísono, prestos para el ataque. Mas hete aquí que el Señor Yavé tuvo piedad del rey de Judá y Yoyaquin se durmió con sus padres en el seno de la muerte.

Tan solo dieciocho años tenía Jeomías cuando fue sitiada Jerusalem por el ejército del rey Nabucodonosor, hubo de perder a su padre y pasó a ser rey de Judá por mandato de su Dios Yavé. Entonces no se abrieron las puertas de la ciudad sagrada al invasor y el cerco de hombres sedientos de sangre y de saqueo bramó indignado al decretarse el sitio de Jerusalem. Habría de transcurrir un período de tiempo indefinido hasta que el soberano, joven e inexperto se definiese y decidiera ceder. En aquel momento se cumplirían las profecías escritas muchos siglos antes y con su madre y sus servidores y los jefes de su ejército y sus eunucos fue aprehendido para ser llevado encadenado ante el rey de Babilonia. Entonces el ejército invasor penetró en el templo de Yavé, rasgó y pisoteó la sedas y los cortinajes saqueando los tesoros del rey Salomón y tras un baño de sangre, decidió llevarse cautivos a todos aquellos seres que estaban en capacidad de trabajar. Con ellos en el primer contingente de diezmil hombres, marcharía el profeta Daniel quien ya había predicho la triste suerte del pueblo de Yavé. Cruzarían los desiertos a pie, fustigados por sus captores, miles de judíos serían llevados hasta la grande y poderosa ciudad amurallada entre los dos ríos. En Jerusalem, sangrante y abandonada solo quedarían pobres gentes del campo, su pueblo, cautivo, preso, bajo las órdenes del rey Nabucodonosor habría de padecer horrores. En la corte babilónica, la voz de la adulancia y de la traición sonaría en los oídos del soberano y este habría de tomar la decisión de nombrar a Matanías, su siervo, como el nuevo soberano de Judá. Y Matanías habría de cambiar su nombre por el de Zedequias y se sentaría en el trono de Salomón y lleno de gozo disfrutaría del placer inmenso que otorga el poder y la riqueza.

Fue durante el año 586 a.c. cuando el faraón Psamético III protegido de Isis y amparado por Osiris, se pusiera al frente del poderoso ejército egipcio adiestrado durante años para reconquistar las tierras del desierto de Gaza, del reino de Judá y las montañas del Líbano. La decisión de caer por sorpresa sobre la ciudad de Jerusalem estaba ya acordada y las avanzadas del ejercito del faraón se habían adelantado mucho más allá rodeando los territorios a ser conquistados a través de los desiertos de Arabia hasta las inmediaciones de la gran Babilonia. Nabucodonosor parecía dormir sin que sus hombres presintieran lo que se estaba gestando en derredor.
El año 558 antes de Cristo, las tropas del faraón invadieron las tierras de Judá y sitiaron la ciudad santa. Mas hete aquí que Psamético III no fue generoso con los habitantes de Jerusalem como otrora lo fuera el gran Nabucodonosor. El asedio de la ciudad de Yavé fue prolongado y sus consecuencias terribles. Las madres se comían a sus hijos y los hombres luchaban por devorar las entrañas de los que fallecían. Por una brecha abierta en la pared, escapó el rey que dejaran los babilonios en el poder y finalmente Jerusalem caería en manos de los egipcios. Zedequias huyó a través del desierto, y pronto lo supo su rey Nabucodonosor quien lo esperaba impaciente. Transcurrió un largo mes y al tenerlo ante él, en presencia de todos, con sus propias manos le sacó los ojos y lo envió hasta Babel cargado de cadenas.
Texto extraido de mi novela La entropía tropical, (2003)
Miami, Fla,17 de diciembre de 2018

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