Cautivos…
Transcurría
el año 597 antes de la era cristiana. Había cumplido tan solo veinticinco años
y ya había sido coronado rey de Judá. Desde ese entonces y durante los once
años siguientes que transcurrieron con pasmosa lentitud, Yoyaquin vivió en su
palacio de Jerusalem, añorando las épocas pretéritas, cuando las huestes del
faraón Nejo, casi los liberan de la infamante bota babilónica. Los hijos de
Yavé habían venido padeciendo por aquel pesado y aplastante yugo, cada vez más
infamante; era una esclavitud negociada, vergonzante y cada vez con menos
esperanzas de redención. La mano poderosa del gran rey de Babilonia recibía por
su conducto los diezmos y tributos del pueblo de Yavé y ellos no podían hacer
otra cosa que pagar en silencio y por si fuera poco, rendir pleitesía al rey de
reyes, al dueño y señor del imperio babilónico, el fustigador de los asirios,
el vencedor de los egipcios, él y su Dios el grande, el único, el Gran Señor
Marduck a quien todos debemos elevar cantos de alabanza. Postrados ante él,
agazapados ante él, Dios de los demonios y de la vida y de la muerte, oh Gran
Marduck, celebremos los bienes que me has proporcionado porque eres mi
salvación y la de todos quienes te reverenciamos para servirte eternamente…
Mas,
hete aquí que Yoyaquin como otrora sus padres, hizo el mal ante los ojos de
Yavé su Dios verdadero y habría de acontecer entonces todo cuanto escrito
estaba. Atravesó las arenas del desierto un rumor, una especie que fue
acercándose artera hasta las murallas mismas de la gran Babilonia, la cizaña
trepó los muros, atravesó los portalones y llegó a oídos del rey, la simiente
arrojada en campo feraz, entre los dos ríos, le traían especies, le iban
musitando cuitas sobre rebeliones, desafíos, conspiraciones, se niegan a pagar
los tributos le decían, hay signos de revuelta entre la plebe y sus dirigentes
están en el palacio, eso le comunicaban, eran tan solo comentarios que se
hacían...
Aprestó pues su ejército el
rey Nabucodonosor, reunió sus carros de guerra y los colocó en la retaguardia,
dispuso de la caballería para que fuera en la vanguardia, reclutó cientos de
miles de hombres armados con lanzas y espadas y escudos protectores y consolidó
un núcleo pulposo de carne y hierro para darle salida como un río al contingente
armado, fluyendo a través del desierto y recibiendo afluentes de tropas
asirias, maobitas, edomitas y el grueso del ejército caldeo. Aquella turbamulta
en oleadas, como un torrente, fue lanzada contra la ciudad sagrada por el rey
Nabucodonosor, porque el rey Yoyaquin había faltado ante su Dios Yavé y las
tierras de Judá, dejadas de su mano, ya no recibirían ayuda de nadie, pues ya
no habían más guerreros en los bosques del Líbano y el faraón había retirado
sus puestos de avanzada y todo era de el dueño y señor de cuanto respiraba y se
movía desde las márgenes del Eufrates hasta las riberas del Nilo, solo a él le
pertenecía todo, él era el rey de Babilonia.
En
aquellos días, el cielo era de un azul muy intenso y sin nubes, y comenzó entonces
a experimentar un cambio. El fenómeno se veía desde Jerusalem, era como un
resplandor iridiscente, amarillento en las primeras horas del mediodía, rojizo
en la oscuridad de la noche. Al amanecer, se escuchaba el lejano fragor de los
carros, el galopar de caballos y el retumbar de tambores, hasta el momento
mismo cuando en el horizonte comenzaron a destellar los escudos, los cascos y
las aceradas puntas de las lanzas. Poco a poco, entre el cielo y la tierra se
hicieron visibles los penachos y las banderolas y los estandartes que portaban
aquellos hombres quienes rugían al unísono, prestos para el ataque. Mas hete
aquí que el Señor Yavé tuvo piedad del rey de Judá y Yoyaquin se durmió con sus
padres en el seno de la muerte.
Tan
solo dieciocho años tenía Jeomías cuando fue sitiada Jerusalem por el ejército
del rey Nabucodonosor, hubo de perder a su padre y pasó a ser rey de Judá por
mandato de su Dios Yavé. Entonces no se abrieron las puertas de la ciudad
sagrada al invasor y el cerco de hombres sedientos de sangre y de saqueo bramó
indignado al decretarse el sitio de Jerusalem. Habría de transcurrir un período
de tiempo indefinido hasta que el soberano, joven e inexperto se definiese y
decidiera ceder. En aquel momento se cumplirían las profecías escritas muchos siglos
antes y con su madre y sus servidores y los jefes de su ejército y sus eunucos
fue aprehendido para ser llevado encadenado ante el rey de Babilonia. Entonces
el ejército invasor penetró en el templo de Yavé, rasgó y pisoteó la sedas y
los cortinajes saqueando los tesoros del rey Salomón y tras un baño de sangre,
decidió llevarse cautivos a todos aquellos seres que estaban en capacidad de
trabajar. Con ellos en el primer contingente de diezmil hombres, marcharía el
profeta Daniel quien ya había predicho la triste suerte del pueblo de Yavé.
Cruzarían los desiertos a pie, fustigados por sus captores, miles de judíos
serían llevados hasta la grande y poderosa ciudad amurallada entre los dos
ríos. En Jerusalem, sangrante y abandonada solo quedarían pobres gentes del
campo, su pueblo, cautivo, preso, bajo las órdenes del rey Nabucodonosor habría
de padecer horrores. En la corte babilónica, la voz de la adulancia y de la
traición sonaría en los oídos del soberano y este habría de tomar la decisión de
nombrar a Matanías, su siervo, como el nuevo soberano de Judá. Y Matanías
habría de cambiar su nombre por el de Zedequias y se sentaría en el trono de Salomón y lleno de gozo disfrutaría del
placer inmenso que otorga el poder y la riqueza.
Fue durante el año 586 a.c.
cuando el faraón Psamético III protegido de Isis y amparado por Osiris, se
pusiera al frente del poderoso ejército egipcio adiestrado durante años para
reconquistar las tierras del desierto de Gaza, del reino de Judá y las montañas
del Líbano. La decisión de caer por sorpresa sobre la ciudad de Jerusalem
estaba ya acordada y las avanzadas del ejercito del faraón se habían adelantado
mucho más allá rodeando los territorios a ser conquistados a través de los
desiertos de Arabia hasta las inmediaciones de la gran Babilonia. Nabucodonosor
parecía dormir sin que sus hombres presintieran lo que se estaba gestando en
derredor.
El año 558 antes de Cristo,
las tropas del faraón invadieron las tierras de Judá y sitiaron la ciudad
santa. Mas hete aquí que Psamético III no fue generoso con los habitantes de
Jerusalem como otrora lo fuera el gran Nabucodonosor. El asedio de la ciudad de
Yavé fue prolongado y sus consecuencias terribles. Las madres se comían a sus
hijos y los hombres luchaban por devorar las entrañas de los que fallecían. Por
una brecha abierta en la pared, escapó el rey que dejaran los babilonios en el
poder y finalmente Jerusalem caería en manos de los egipcios. Zedequias huyó a
través del desierto, y pronto lo supo su rey Nabucodonosor quien lo esperaba
impaciente. Transcurrió un largo mes y al tenerlo ante él, en presencia de
todos, con sus propias manos le sacó los ojos y lo envió hasta Babel cargado de
cadenas.
Texto extraido
de mi novela La entropía
tropical, (2003)
Miami,
Fla,17 de diciembre de 2018
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