El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 24
Yo Arístides Sarmiento retomaré la
secuencia del abandonado diario de Ruth y ante lo que sucedió siento que puede
ser interesante resumir los sucesos de los años 2008 y 2009.
Alejo y Ruth seriamente se plantearon el divorcio.
Eusebio había recaído, y padecía de insuficiencia cardiaca. Dejó la
ebanistería, en realidad le preocupaba mucho la situación de su hija Ruth y de
Alejo, quien ante el supuesto desamor de Ruth y en su condición de minusvalía, siguió
bebiendo con sus amigos. El hijo de Sergio y Zulay fue creciendo, Brinolfo y
Ruth lo bautizaron. En marzo se dio la liberación de Ingrid Betancourt en la
“operación jaque” en Colombia. Se habló mucho de llamado síndrome de Estocolmo…
La actitud del presidente con sus contradictorias declaraciones sobre las FARC
nuevamente resultaron ser grotescas. Brinolfo y Sergio quienes estuvieron
trabajando con empresas de avicultura, entraron a trabajar formalmente como
veterinarios para el Bioterio del Laboratorio de La Cañada. Nos visitaron
expertos de la Universidad
de Columbia mas sin embargo, la propuesta de los investigadores gringos no fue
aceptada, no obstante, siguiendo sus recomendaciones se hicieron trabajos de
remodelación para crear áreas de aislamiento dentro del Bioterio. Se logró la
separación de algunos bacilos.
Resumen final consignado por
Arístides Sarmiento para cubrir algunos detalles sobre lo acontecido el año
2010.
La aparición de enfermedad en alguno dasypus nos hizo
pensar en posibles mutaciones bacterianas y advertidos sobre el peligro de
accidentes, fuimos precavidos. Tuvimos suerte. Gracias a la devoción de Ruth
Romero, se hicieron grandes modificaciones del Bioterio. Esperábamos para el
2012 poder mostrar resultados ante nuestros pares de Atlanta quienes
seguramente estaban en lo mismo. Informaríamos como inducíamos las alteraciones
genéticas para provocar los cambios mutacionales en los bacilos. Aparentemente
los trámites del divorcio entre Alejo y Ruth arribaron a una fase final. Ya en el
año 2010 se escuchaban algunos rumores sobre la isla, y ya no se podía ir como
cuando Ruth y Víctor buscaron arenas para hacer los estudios durante el año
2006. Parecía evidente que Víctor y Ruth estaban cada día más unidos. Ruth, al
parecer no aceptaba algunas propuestas de Víctor, quién embullado por Rubén
suponía que algo siniestro se estaba produciendo en la isla e insistía en
volver a visitarla señalanado que por eso nadie podía acercarse a ella. La
verdad era que la isla estaba muy protegida. Ese año, a pesar de su desorden
natural y de sus etapas depresivas, llegaría para Alejo Plumacher el momento
cuando su novela sobre el médico de Cumaná pareció estar ya lista para la
imprenta.
***
Yo, Alejo Plumacher, soy posiblemente
descendiente del Cónsul Plumacher (esto no me consta en papeles, ni tengo
árboles genealógicos que lo afirmen). El fulano Cónsul de Los Estados Unidos de
Norteamérica residió durante muchos años en Maracaibo, sí, en nuestra “ciudad
de fuego” durante el siglo XIX, (esto no lo supe sino hasta hace unos años). Mi
padre, quien tampoco entró conmigo en detalles sobre el origen de nuestro
apellido (este tipo de cosas parecían no interesarle), era un contador público
que trabajaba en una gran casa de comercio de nuestra ciudad, y nunca se ocupó
de asuntos tan baladíes. Aparte de su tarea llevando los libros, cosa que hacía
con una gran habilidad, el salario que percibía trabajando en lo mismo para
varias empresas petroleras, nos proporcionaba a sus dos hermanas mayores y a mí
lo suficiente para vivir bien. Éramos una familia pobre pero lo que llaman, de
clase media acomodada. Por estos motivos, y habiendo fallecido mi madre durante
mi primeros años de vida, poco sabía yo sobre el mundo exterior y ni idea podía
tener de cómo eran las mujeres, (no tenía otra referencia que no fuese la
imagen creada por mis dos tías, unas santas beatas muy rezanderas). Pienso que
tampoco me ayudó mucho el hecho de haber ido a una escuela de religiosos.
Estudié en un colegio de curas para varones donde mi formación humanista fue
excelente, siendo supervisada en particular por un par de sacerdotes quienes
esperaban me fuese al Seminario al terminar el bachillerato. Afortunadamente
ellos me introdujeron en el mundo de los libros. Con ellos aprendí a saber
apreciar el valor de la lectura y accedí a tener la suerte de recibir mucha
información sobre los clásicos, el siglo de oro español y otras obras
traducidas como Shakespeare, y recuerdo especialmente “El paraíso perdido” de
Milton. En el colegio pude leer muchas obras de la literatura universal. Cuando
mi padre falleció súbitamente de un ataque al corazón (tenía yo 13 años para
ese entonces), se fue dejándonos a mí y a mis dos tías, la casa y una renta que
habría de cubrir los gastos durante el resto de mis estudios de bachillerato.
Debo señalar que mi padre, más allá de hablarme sobre lo feliz que había sido
durante su matrimonio con mi madre, nunca me ofreció detalles ni instrucciones
sobre como eran las féminas ni como debería un varón manejarse con las mujeres.
Él, supongo que había dejado todos esos menesteres en manos de mis mentores
religiosos y de allí que me imagino que también esperaría verme ir
tranquilamente al Seminario. Con estos antecedentes, tras su deceso, me
transformé en un adolescente rebelde y un tanto descreído, sobretodo tras la
tragedia del fallecimiento de mi tía mayor (una terrible historia de casi dos
años de padecimientos por algo que ahora posiblemente llamarían el mal de
Alzheimer). Su enfermedad nos sumió a mi tía Berta y a mí mismo, en una suerte
de penurias al necesitar constantemente estar vigilando a mi tía, su hermana
Amelita, cada vez más perdida en el tiempo y el espacio y quien terminaría
actuando como una recién nacida. Como requería de cuidados constantes,
decidimos invertir casi todo el patrimonio en pagarle a una persona para que la
cuidase permanentemente, esto por no acceder a colocarla en una casa de salud.
Tonterías que hace uno. Si no hubiese sido por Eusebio y Carmen Luisa Romero
quienes desde los primeros años de mis estudios en la escuela primaria me
acogieron como a un hijo, cual si fuese el hermano menor de mi amigo Rubén,
creo que mi vida hubiese tomado otro rumbo, no muy sano. Al final, ya
terminando mi bachillerato estaba yo trabajando en una imprenta como corrector de
linotipos para percibir un exiguo salario y mi tía Berta se defendía planchando
ropa por encargo, cuando Amelita falleció como un pajarito. Sobrevivimos mi tía
Berta y yo, pero debo aceptar que al finalizar mi bachillerato estábamos los
dos bastante amargados. He vuelto sobre estos recuerdos y como ya mencioné tuve
una gran suerte al haber contado con mi mejor amigo y compañero del colegio,
Rubén, quien si bien es cierto estuvo siempre más interesado en hacer deporte y
en sacar cuentas (y ahora que lo pienso quizás esa aversión mía a las
matemáticas fue una reacción ante el esclavizante trabajo de mi padre como
contador público, pero en realidad no lo se). Mi amigo Rubén Romero era un
verdadero hermano y yo terminé casi por mudarme a su casa hasta terminar el
bachillerato. La madre de Rubén, Carmen Luisa, quien me quiso como si fuese un
hijo, fue quien, me llevó por el camino de la literatura y sobretodo quien me
enseñó a querer la poesía. Ella, sin duda alguna influyó decisivamente en mi
orientación profesional. Siempre quise ser escritor y me empeciné en esa idea
desde que comencé a estudiar Derecho en la Universidad. Siento
que puede ser interesante, a propósito del tema de las mujeres, y de mis
enfermizos celos, hablar de algunos recuerdos lejanos en aquella época, cuando
estudiaba Derecho. En el segundo año de la carrera de Derecho, al fin tuve una
novia, Lucila Bravo, pero ella se enamoró de José Luís Montero, quien también
era nuestro compañero de estudios, un par de años más avanzado por lo que él pasó
a suplirme en el romance. Alejado quedé pues de ella y me sentía un Alejo de lo
más pendejo, con las tórridas noches de pasión de Lucila tan solo para el
recuerdo. Tras un par de meses de “no poder terminar de aceptarlo”, no tuve
otro remedio que decírselo a Carme Luisa casi llorando, rumiando aquella, mi
primera amarga decepción amatoria. Para la época, la suerte de compartir mi
adolescencia con la familia de mi amigo Rubén, hacía que me sintiese casi como
un ser normal. En medio de las penurias devenidas tras la muerte de mi padre y
la enfermedad de Amelia, a pesar de estos tropiezos, debía aceptar que a pesar
de todo aquello me estaba transformando en una persona más amable y sobretodo
menos amargado. Recuerdo que después de mi fracaso con Lucila Bravo, todavía
estudiaba Derecho cuando decidí enamorarme de Zulimar, la hermanita de Elis
Perozo, mi compañero del tercer año con quien compartía un especial interés por
la literatura y en particular por la lectura de Borges. Zulimar era muy joven,
una preciosa morena clara, espontánea y radiante, dos años menor que yo quien
terminaba su bachillerato. En la oportunidad de prestarle a Elis las
“Inquisiciones” de Borges, la conocí en su casa y unos días después fui al cine
acompañando a Zulimar con Elis y con su novia Paula. Nos divertimos mucho,
Zulimar bromeaba chispeante y yo decidí jugandito que podría “echarle los
perros”. No llegamos más allá de tomarnos de las manos y algún beso fugaz,
cuando entre miradas y suspiros Zulimar insistió en que debería hablar con sus
padres porque ella quería una relación seria y estable. Al punto comprendí que
Elis no me quería como “su cuñado” y preferí no profundizar sobre el asunto.
Así fue como a pesar del supuesto “enamoramiento” decidí hacer “mutis por el
foro”, en este caso romano y derecho, hecho que bastó para que Paula y Elis
comenzaran a verme como a un enemigo. Me “dejaron de tratar” y nunca recuperé
ni su amistad ni las “Inquisiciones” de Borges. Terminé sintiéndome muy mal
porque apreciaba bastante la amistad de Elis, lo cierto es que ese su gesto
absurdo terminó por desconcertarme y decidí al olvidarme de Zulimar, mandar la Escuela de Leyes “muy
largo al carajo”. Entonces, con la ayuda de la madre de Rubén, salí adelante de
ese otro fracaso amoroso pero vino a ocurrir la tragedia de su enfermedad.
Carmen Luisa tenía un cáncer. Terminaría por aceptarse mi traslado a la Escuela de Letras en la Universidad y me dije
mirando hacia el futuro, que aunque habría menos posibilidades crematísticas,
también habría que considerar el dicho aquel de que no hay abogado que no sea pícaro
y terminé por convencerme de que había hecho lo correcto y que seguramente en la Literatura encontraría
mayor honestidad. El apoyo de Carmen Luisa fue total para todo cuanto tendría
que implicar mi apasionada dedicación a “las letras”. Traté de creer que todo
aquello valdría la pena y decidí admirar a “Las Letras” cual si todos fuésemos
unos futuros Tolstois o como si la cucaracha de Franz Kafka me hubiese
infectado el alma. Con un absurdo desprendimiento de la raza humana, asumí mis
estudios como un asunto enfermizo. En aquellos días ya lejanos, Carmen Luisa,
había sido mi único “paño de lágrimas”. Ella me consolaba y trató de que yo
entendiese que en la vida es necesario arriesgarse si uno quiere lograr lo que
se propone. Eso aprendí de ella, de Carmen Luisa quien respaldó mi decisión y
estimuló mis deseos de querer ser el mejor estudiante de la Escuela de Letras. La
muerte de Carmen Luisa fue para mí como si hubiese perdido a mi verdadera
madre. Un golpe duro y sombrío. Estos eventos afianzaron mi pasión por la
literatura como un deber y mis convicciones sobre lo que debería esperar de la
vida.
Con nostalgia recuerdo muchos
episodios que ahora me parecen lejanos y se me antojan insólitos por cuanto no
se como me atrevía yo, tan joven a hablar de tantas cosas con Carmen Luisa,
madre y amiga, siempre sonriente y dispuesta a escucharme. Ella atenta a mis
cuitas, muchas veces lo hizo en medio de los padecimientos del tratamiento y de
su enfermedad. Todas estas remembranzas, ahora que la vida ha seguido su curso,
tórpido y cruel dejando en mi haber lamentables secuelas de amores, y tristes
recuerdos, me han obligado a analizar mis errores. Revisando los papeles de mi
mujer, encontré unas breves notas que Ruth escribiera el año 2010, sobre el
análisis de las secuelas que tuvo una reunión donde ella me confesó que quizás
si hubiese salido preñada, las cosas habrían sido diferentes. También, y no sé
si fue con un tono retaliativo, ella me informó que se había hecho todos los
estudios necesarios con un buen ginecólogo y supuestamente, insistió en que no
ella tenía ningún problema para poder tener hijos… Tardíamente logro ver que en
buena medida todos estos hechos pueden estar relacionados con nuestros problemas
como pareja. Pienso también que desde joven, he partido de un error craso al
creer que el mundo debe ser un emporio de justicia y de bondad, y que a la
larga, estos dones del espíritu serían los vencedores sobre el mal. La
honestidad, creía yo que a mediano o a largo plazo, habría de imponerse sobre
la falsedad. Tampoco he sido yo un modelo a seguir por lo que ahora, no estoy
tan seguro, de nada. Esa idea, la de los malos moviendo las cuerdas de los
habitantes de las ciudades y los pueblos de mi país como si fuesen marionetas, sin
importarles otra cosa que no sean sus propios intereses, crematísticos o
sencillamente de poder, la veía como un disparate y aunque antes me pareciese
inaceptable, he terminado por considerarlo como un hecho irrefutable. Me parece
es el corolario de tantas bajezas y traiciones como las que hemos tenido que
padecer in crescendo. Ha sido triste haber visto caer y arrodillarse a unos
cuantos personajes entre quienes están algunos de quienes en un tiempo pensé
serían incorruptibles. Como Plutarco, he pasado a creer que la pasión del poder
transforma a mis congéneres en bestias. Pero hay un detalle para mí particular
que en el fondo me duele. Debo aceptar que al escribir mis comentarios
demuestro tener cierto compromiso sociopolítico, y siento que eso me descalifica
como escritor de novelas. Aunque la realidad sabemos que supera la ficción, no
creo que las novelas puedan conllevar tareas orientadoras o aleccionadoras
porque esto las desvirtuaría en su esencia. Ya al final de mi situación
personal, y de incorporar los retazos del diario de mi mujer, tengo la
impresión de que lo escrito por mí, sobre la historia del sabio Beauperthuy
seguramente valdrá para clausurar mis delirios escriturales. Lo acepto. Para
ponerle fin a esta perorata intentando elucubrar ideas bajo el ominoso signo de
la lepra, y con la intención de poder condensar todo lo pasado, así como
comprender lo que subsiste en el presente, me pregunto si cuanto he escrito
sobre el doctor Luís Daniel Beauperthuy es una novela histórica o si es una
historia novelada que he puesto a correr en paralelo a los retazos del diario
de mi Ruth… Ahora cuando he llegado al final de la misma entiendo que sería un
absurdo que fuese yo mismo su relator. Uno no debe ser juez y parte, aunque
ahora esté de moda administrar justicia de esa manera. Me toca a mí dejar en
manos de otra persona la decisión de cómo organizar los sucesos que nos han
avasallado hasta aventarnos fuera del país. Cuanto sea dicho, podrá ser tal vez
considerado como una historia verdadera, y no faltará quien lo vea como el
desquiciado intento de crear una novela para disfrazar hechos reales.
Finalmente, la decisión de cómo organizar los eventos que nos marcaron definitivamente
durante el año de la lepra, la he dejado totalmente en manos de Arístides
Sarmiento en la seguridad de que por su condición de investigador y de hombre
de ciencia, su decisión será la más acertada.
AP
PD: debo acotar algo adicional sobre
el profesor Sarmiento que tal vez ayude a aclarar su situación, personal,
sobretodo después de ya que somos varios quienes hemos tenido que abandonar el
suelo patrio subrepticiamente. Sarmiento había dejado de ofrecer sus opiniones
en los periódicos, desde el episodio del año 2004 cuando aquel artículo donde
él hablaba de Darwin y del Big Bang publicado en el Diario del Occidente,
reportaje este que suscitó una airada respuesta de parte del presbítero Omar
Yagüe, Sarmiento pareció decidido a no escribir más en la prensa local. De
fuentes seguras he sabido que desde esa época él decía que escribir en los
periódicos era una manera de hacer catarsis. Eso lo dijo en una reunión del
laboratorio y según me comentaron, Sarmiento complementó sus ideas diciendo:
“Pocas veces tocamos en estas
reuniones el tema de la política y es mejor así. Hay grandes preocupaciones entre
nosotros pero uno se las guarda, o prefiere callar por la inseguridad y la
justicia vendida, estos y otros males que afectan a nuestros ciudadanos, van
creciendo con las restricciones a la libertad de expresión pero seguimos confiando
en que estas cosas no nos afectarán a nosotros. Quizás cuando eso suceda,
cambiaremos de actitud”.
***
El teniente Dimitri Yakolev se siente muy mal. Ha
regresado a su hotel y se dispone a marcharse. Él sabe que debe estar en el
aeropuerto antes de las 5.30 de la mañana para tomar el vuelo de las 6 am en ASERCA.
De momento se mira en el espejo, está desencajado y nota en la frente un
nódulo, se pregunta si será que van a comenzar a aparecerle tumores, y dice
para él mismo… ¡Ni que yo fuera un ratón o un cachicamo, no me jodan!… Esto lo
piensa y luego regresa a recordar el episodio de la puerta cerrada y del vidrio
roto y de la mano, su mano y el vidrio roto, la mano cortada, sangrando… Pero
se dice a si mismo que no puede ser… Él insiste que no y que no. No obstante,
evidentemente, él está percibiendo un malestar creciente. Entiende que se
siente muy mal, tanto que él diría que tiene mucha fiebre y lo sacuden súbitos escalofríos.
Deja su ropa sobre la cama y solamente toma la pequeña maleta de aluminio. Al
llegar al auto, su Mazda plateado, lanza la maleta de aluminio en la cajuela
trasera del coche y de una vez la cierra violentamente. Está enfurecido y en
realidad no sabe que hacer para sentirse mejor pero si de algo está seguro, es
de que tiene que tomar ese avión para regresar a la capital. Conduce
rápidamente y pronto se dirigirá hacia una autopista. Él se conoce todos los
atajos para llegar lo más rápidamente al aeropuerto, lo ha hecho muchas veces.
Todavía llueve. Dimitri maldice internamente al notar que se le van los
tiempos, es decir, él nota que se marea, o que todo parece bailarle alrededor.
Ya ha avanzado mucho, por la autopista donde no se ven autos, solo la lluvia
golpea y salpica sobre el vidrio delantero, el limpiaparabrisas va y viene, y
él de momento cree que perderá el control del auto por lo que tiene que
detenerse. Es la lluvia que no le deja ver. Eso dice tratando de tranquilizarse.
En un minuto se han empañado los vidrios del auto, limpia el retrovisor y se
mira en el espejo… Ahora está convencido de que la situación se le está
complicando, su rostro ha cambiado, se mira atentamente y ve que está ante una
faz leonina. No puede tener ninguna duda, es la lepra. Maldice en voz baja,
enciende el motor de nuevo, y avanza acelerando, se convence de que ya está en
la última parte de la autopista, sabe que ya ha pasado el puente que va hacia La Concepción y La Paz, y Palito Blanco y La Sibucara, todo eso que ya
lo sabe de memoria, lo ha estudiado, lo ha aprendido, él se conoce todas las
vías que se trifurcan en la periferia de La Cañada de Urdaneta, pero de momento entiende que
está muy mareado y nauseoso y obligado, por las malditas circunstancias tiene
que reducir la velocidad. Decide detenerse. Se acercan unos motorizados en
medio de la lluvia. Son dos policías vestidos de negro. Él les escucha decir…
Ponga las luces intermitentes. ¿Qué le pasa ciudadano?, ¿tiene una falla?, él
cree que va a vomitar. Los oye muy cerca o muy lejos, escucha como vuelven a
preguntarle… ¿Se siente mal? Es como una voz que le habla desde un túnel
lejano… Él escucha cuando le dicen… Usted está muy enfermo, mierda chamo, esté
coño si está feo, mirale la cara, ay vergación, parece estar muy mal, vamos a
llamar a una ambulancia… Dale ahí, aló aló, aja… Señor, señor… Estacionarse
aquí es un riesgo… Un hombre, si, y está enfermo… sí, ya casi llegando al
aeropuerto, ajá…
***
El lunes en la tarde, tras haber desaparecido totalmente
los efectos de la burundanga, Omar Yagüe Oliva despertó en la habitación 28 del
hotel El Aladín en la
Circunvalación No 2 de Maracaibo también llamada la “ciudad
de fuego”, y conocida por muchos como “la tierra del sol amada”. Omar
considerará al saberse vivo aunque bastante maltratado, la posibilidad de
ponerse a dar gritos. Pensó que no le cabría otro remedio dadas las
circunstancias. Se encontraba desnudo en pelotas, atado con unas esposas al
tope de una cama redonda en una habitación donde solo lograba ver botellas y
vasos como si hubiese habido una gran fiesta, y desde su sitio únicamente
lograba divisar un jacuzzi burbujeando agua rosada de donde sobresalían las
piernas de alguien que parecía haberse metido de cabeza a bañarse, vestido,
pero que sin duda tenía que haberse ahogado. Antes de gritar, Omar pensó,
tratando de calmarse, en como intentaría resolver por su cuenta el acertijo de
no saber exactamente donde estaba, ni terminar de entender que era lo que le
había sucedido después de que el gordo moreno había destruido su casa y le
había golpeado inmisericordemente, y finalmente lo había robado… ¿Como justificaría
él su presencia allí?, y en esas condiciones, ¿donde se hallaba?, y ¿que hacía
un hombre ahogado de cabeza en un jacuzzi en esa habitación? Imposible
adivinarlo, por lo que decidió sin más remedio, ponerse a gritar
desaforadamente. Omar gritará un rato y llegado el momento cuando abrirán la
puerta, quienes le vieron llegar la noche anterior con sus amigos, le
informarán que ellos, los dos, se fueron en la madrugada con las dos putas y
que dijeron en la recepción que él se quedaría con el gringo, que ambos eran
gays y que pasarían juntos un día más. Como todo estaba pagado ya, y los amigos
les pidieron que no les molestasen, nadie se preocupó ni quisieron
interrumpirlos. Además, el guajiro que estaba en el lobby recordaba muy bien
como él había llegado muy sonriente, con su gorra de Las Águilas del Zulia
pasando lo que a todas luces era una pea feliz, con las mujeres y sus dos
amigos, ya tarde en la noche, así que ahora, en tremendo peo él los había
metido a todos, a la gerencia y a todos los del hotel, por su culpa, y él en
particular, con el asunto del gringo gay, ahora difunto en remojo, era difícil pensar
que fuese a salirse con la suya puesto que a él, no lo salvaría ni Bambarito,
del CICIPC o de la PETEJOTA,
o de cualquier otro organismo policial que ya estaba convocado para que se
hiciese cargo de la vaina, por que no lo iban a soltar ni de verga, y nadie iba
a tocar nada, ni un coño, hasta que la autoridad no se hiciese presente, porque
ese era el procedimiento que en estos casos había que cumplir, ya lo sabían
todos por las situaciones que no dejaban de suceder con cierta frecuencia, eso
le explicaron, hoy día es del común, le dijeron, y de repente y tal él hasta
podía ser que lograse salir de esa sin dejar el pelero, solo si tenía buenos
contactos, existían varios casos, pero que una cosa si tenía que quedarle muy
clara y es que hasta que se completasen los expedientes de ley y se instruyesen
los mismos, tanto con los funcionarios de la fiscalía, como con los jueces y
los detectives y los otros funcionarios que se requieren en estos casos para
salvaguardar el nombre de los futuros visitantes a tan prestigioso
establecimiento hotelero que por demás es casi una franquicia en el país nacional,
nadie podría mover ni un pelo de la escena del crimen. Cuando llegó la policía
y la Guardia Nacional
y cuando todos los que tenían que estar allí, más los curiosos que nunca
faltan, y hasta la prensa, particularmente la amarillista con sus fotógrafos
especiales arribó al sitio del suceso, costó mucho trabajo y dinero, para que
en esa semana que se iniciaba con graves denuncias y curiosas noticias que estremecerían
la región, justamente Omar Yagüe Oliva no apareciera conectado con las serias
acusaciones que comenzarían por implicar a varias personas de su entorno.
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