sábado, 21 de junio de 2014

Capítulo 25 de "El año de la lepra"(novela)

El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011

Capítulo 25
El doctor Luís Daniel sentado ante su mesa vuelve a tomar la pluma. Ya ha reorganizado sus papeles nuevamente. Escribe a la luz del candil y como si le hubiese leído el pensamiento, Lorencita entra en la habitación trayéndole un pocillo de barro con café humeante. Silenciosamente lo coloca sobre la mesa y tras sonreírle se retira mientras el doctor le dice. Gracias Lorenza, estaba sintiendo ya el aroma de tu café y como esta noche promete ser larga, me caerá muy bien. Toma un sorbo y vuelve a escribir.
“Existe una disposición orgánica para contraer las enfermedades contagiosas. Se nace más o menos dispuesto a la elefantiasis: pero el gérmen de esta enfermedad procede de la inoculación exterior, sin la cual, la afección no puede desarrollarse”.

Pensará en “el francés”, su paciente, su amigo con quien ha conversado largo y tendido en el idioma materno. Jaques en medio de sus padecimientos se había sentido feliz al volver a escuchar el acento del francés y ambos, el médico y el paciente, en aquella dolorosa situación se veían como hermanos. Terribles lesiones las de su amigo, “el francés”… Escribirás:
“A menudo, después de la caída de las costras no quedan visos de cicatriz, pero como puede que el rezumo continúe, entonces mucho puede ayudar el agua de salmuera tibia. Los botones que vegetan pueden controlarse con polvos de azúcar o de alumbre calcinado. Los vasos pueden controlarse tocándolos con nitrato de plata”.

Jaques escapó del presidio de Cayena donde estaba confinado porque había asesinado a un hombre. Él le comentó a Luís Daniel, que cuando era muy joven, en Marsella donde se había criado, en medio de una riña entre marineros había acuchillado a un hombre. El herido murió y a él lo enviaron a la Isla del Diablo. Después de pasar diez años preso, logró escapar y se refugió en “la isla de las palomas” donde reside una colonia de leprosos quienes de buena gana lo acogieron. Con ellos vivió durante más de un año hasta que luego de varios intentos, logró llegar por mar hasta Trinidad. En esa isla fue hecho preso por las autoridades al hallarlo sin documentos y fue diagnosticado como leproso por unas lesiones que presentaba en ambas piernas. Jaques fue enviado de vuelta,  prisionero a la Guayana Inglesa y remitido al leprosario de Demerara. Las lesiones en las piernas de Jaques Maurois eran muy graves, una de ellas estaba casi en el hueso con apariencia de gangrena seca, por lo que el doctor Beauperthuy se interesó en ellas y sospechando que pudiesen no ser leprosas, se propuso tratarlas con gran dedicación. El aceite fue aplicado y las que parecían lesiones albuminosas secaron rápidamente pero ambas piernas quedaron en carne viva de manera que los botones de piel regeneraron sangrantes y fue necesario quemarlas con nitrato de plata en unas aparatosas sesiones de tratamiento que resultaron muy dolorosas. Para mejorar esta situación Luís Daniel utilizó extractos de plantas, especialmente leche de algunas euforbiaceas con las que logró una recuperación total en las piernas de su amigo “el francés”... Sobre este caso, él escribió:

“He explorado la selva en los alrededores de Bartica y la vegetación que es exuberante, me ofrece todo tipo de plantas de la familia de las euforbiaceas, he hallado una gran cantidad de ellas y me serán muy útiles, pues de ellas podré usar su jugo lechoso, igual al del manzanillo y del eclepias gigante”.

Escribes incansablemente, sabes que tus unciones oleosas son efectivas, lo has venido haciendo desde que iniciaste tus labores en el leprosario de Cumaná, y ahora, piensas en todo aquello, en lo que ha sido tu vida y en un pasado que cada día parece hacerse más lejano. Entretanto tú escribes…
 “La transmisión de un virus elefantiásico por vía hereditaria de padres a hijos es un hecho inexacto; sin embargo puede existir una disposición favorable al desarrollo de los gérmenes del mal después de su introducción en la economía”.
Recuerdas a tu amigo “el francés” y piensas en tus gentes y en la vida que llevaban felices en la hacienda de café, en Cumanacoa, y luego vuelves a verte en la ciudad primigenia y en cuanto luchaste para fundar el leprocomio de Cumaná sin que recibieses la ayuda económica necesaria. Tenías un amigo con elefantiasis, Don Santiago, un señor del caserío de Tucuchare quien se sentía muy desgraciado. Fue en aquellos días, cuando tú decidiste destinar dos de tus fincas y una de las casas que poseía tu familia en la afueras de la ciudad para albergar a los enfermos con lepra. Allí trataste sus piernas que estaban ya en una fase muy avanzada. Dos años antes de esos aciagos días, te habían nombrado Médico del hospital de Lázaros, y algo avanzarías en los estudios con las unciones oleosas durante ese par de años, pero no obstante la elefantiasis de Don Santiago no cedería… Al recordarlo escribirás…
 “Este aforismo desesperante de “Elefantiasis confirmata non curatur” ha tenido una resonancia demasiado grande en el mundo científico”…
Más adelante concluirás redactando tu segura impresión.
 “Si, lo digo con plena confianza, la lepra es curable. “Confirmata elefantiasis curatur”. Este aforismo es más consolador y verídico que el de Lhuillier”.
A volver entonces a tu mente el tratamiento de Santiago y de “el francés”, escribirás…
 “Baños cargados de hipoclorito de sodio, libra y media de kerosén para ochenta botellas de agua salada”.

Continuarás escribiendo…
“El paciente francés ha estado sangrando, pero sus botones de piel regeneran efectivamente y se ha creado una supuración que la he lavado y nuevas erupciones hasta que a las dos semanas están mejorando sus lesiones. Este enfermo que ha llegado por el mar, creo podrá restablecerse completamente. “Similis similibus curatur”. Las enfermedades en su exterior sanan por medio de la aplicación de irritantes. Los gérmenes causales de la destrucción de los tejidos no pueden ser combatidos sino por medios destructivos, y en esto soy un fiel seguidor del gran Spellanzani.   
Hay algo en la lepra que altera la respiración de la piel”.

En aquel tiempo andabas tras la pista del agente del mal y escribirías
en tu diario: …
“Existen los gérmenes propagadores y ellos son de origen externo”… “Los animalucos no se asoman a mi visión en el microscopio pero se que no proceden de las vahos de los pantanos, tienen que ser inoculados y una vez bajo la piel, ellos provocan el desarrollo de la enfermedad. Esto lo se”.

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