viernes, 6 de junio de 2014

Cap 22. 2da parte EL AÑO DE LA LEPRA ( novela )



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El año de la lepra
 Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo   22
(Segunda parte )

Todavía en tu cama, decidirás que muy a pesar de la tempestad que se percibe afuera, tendrás que levantarte y estar lista para acercarte hasta el laboratorio, como si fuese un día cualquiera, un día de trabajo, pero es domingo, te lo dices y logras sonreír pues te dirás, ¡de pilipilingo!, pero eso no vale cuando tienes una importante tarea que cumplir. Te sentirás feliz y sin temor pensarás que pronto Víctor habrá de relatarte sus andanzas en la isla, lo que vieron, como les fue, y estando bajo el chorro de la regadera mientras enjabonas tu cuerpo tararearás una canción de amor y luego, ya secándote con la toalla, volverás a pensar en el profe Silvester y en Eusebio tu padre, ambos hombres mayores, ya despierto tu viejo, debe estar desde ya preparándose el café. Saldrás del baño a cepillar tus dientes, imaginando la labor que te espera en la mañana, sin saber como le irá al pequeño dasypus de la camada 12. Luego de tu sábado libre, tan triste y apagadito lo habías dejado el viernes en la tarde, hoy quizás habrá muerto, o deberás sacrificarlo, para hacer su necropsia, tomar las muestras y hacer las inoculaciones pertinentes, y te detienes un momento a pensar en tu Víctor nuevamente, pero se te atropellan todas esas obligaciones que tienes tan pendientes. Pero está bien, te dices y saldrás de tu cuarto murmurando, ¡y eso que hoy es domingo!, y lo repetirás para ti misma y muy sonriente, mientras vas colocando en tu muñeca izquierda el reloj que te informa ya son las cinco y cuarto, ya son y todavía ¡tú con tu bata de dormir encima!, por ello corres por el pasillo aún en penumbras hasta la cocina, donde ya Eusebio tiene listo el café. Te abrazará tu padre dándote un beso con los buenos días y te preguntará si acaso puede ser posible que salgas con semejante tempestad afuera. Sí papaíto le informarás bebiéndote el café, hay una animalito que me espera y así riendo, corres y luego te vestirás rápidamente con un jean, la camisa, tus zapatos de goma, la chaqueta impermeable y saldrás como una tromba hasta el garaje, antes besarás a Eusebio despidiéndote, y ya sentada, encenderás las luces y el limpiaparabrisas de tu pequeño chevrolito. Una cortina de agua trepidante te cae encima en cuanto sales, aunque muy pronto estarás en la autopista y de lo más precisa calculando cual si de una competencia se tratase, un llegar a la meta, a pesar de la lluvia, el viento y los relámpagos, acelerando en la ruta de La Cañada de Urdaneta, para justo a la seis estar llegando, cumpliré, eso te dices, cual si fuese un día de trabajo normal.

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Tomando del brazo a Nicolai Martinovic, Cheo Ortega salió del ChiquitaNais Bar en Las Galeras y caminó a su lado a lo largo del centro comercial ya casi sin gente, mientras rebuscaba las palabras adecuadas para explicarle la situación que tenía en mente. Él se sentía mal, pero sabía que peor debía estar pasándola su amigo, el cura Omar Yagüe Oliva, preso en El Aladín. Con unos prolegómenos algo confusos él trató de explicarle a Nicolai lo que sentía. Una especie de remordimiento por su venganza, por una conducta vil y desalmada, la suya, capaz quizás de ser la inductora de tantas trágicas desgracias como las que de momento lo estaban atosigando. Omar era una persona fi el, que no se merecía ese trato. Más que un amigo, era como un hermano para él. Con la muerte de Pinilla habían perdido una gran suma de dinero, en dólares, y se había venido abajo todo un negocio millonario, pero el dueño real del dinero era Omar… Entonces angustiado le preguntó al serbio Martinovic como queriendo escuchar alguna defensa de sus actos.
- ¿Me comprendes? Es posible que traten de liquidarme, la gente del cartel, digo, pero antes tienes que ayudarme a corregir un grave error mío, una maldad que hicimos, ¡una coñoemadrá!… Te voy a pagar, te pagaré bien, pero necesito tu ayuda.
Nicolai dijo para sí, que un nuevo negocito de última hora, para rematar su acción en la “ciudad de fuego”, no le caería mal, así que sonrió tratando de calmar a Don Cheo y decidió preguntarle directamente.
– ¿A quien tengo que matar?
– ¡Coño no!, No se trata de eso– replicó presto Cheo Ortega,– es tan solo que me ayudes liberando a un amigo que tienen secuestrado en El Aladín, unos tipos… ¡Unos malandros pues! Lo haces y yo, te pago.
Nicolai le pidió más explicaciones.
–Tengo que saber de que se trata. ¿Es un secuestro express?
El Blackberry de Cheo vibró sonoro en el bolsillo interno de su paltó y él hizo un gesto de espera mientras lo sacaba y atendía la llamada temblando. Era el General Henares y Cheo suspiró y sintió que le volvía el alma al cuerpo. Como un chispazo le llegó la idea de que quizás, hasta podía ser que lograra salvarse…
–Alcides, ¡coño! ¿Donde te habías metido? La vaina se nos complicó toda. Mataron a Pinilla y le robaron los cobres… ¡Si “la boloña”!… Todo mano, todo. ¿Cómo podemos? Manú y yo estamos fritos. ¿Cómo nos aparecemos ante esos colombiches así?, ¿limpios de bola? Coño mi hermanito, tenéis que ayudarnos, es una verga de vida o muerte. ¡Sí! No se, vos poné a La Guardia a funcionar, presionalos, no sé como podréis hacer vos, ya sabréis vos. Vos sois la ley. ¡Que ley guajira ni que coños Alcides!, ¡La ley! Vos sabéis… Es urgente Alcides, tenéis que defenderme, ve que si me joden, ellos saben de vos, ajá, ¿sí?, bueno, cuento con vos, ya sabéis…
Cheo Ortega miró a Martinovic y pareció de momento regresar a la realidad, entonces le dijo.
–Te voy a explicar como es que Omar Yagüe fue a parar a El Aladín y por qué es necesario que mañana él esté en su casa vivito y coleando, sin problemas. ¡Que peo! Te explico. El tipo, Omar, que es como mi hermano, resulta que es cura. Sí, cura, así que no debe, no puede aparecer en un hotel borracho, ni en una parranda, o en una orgía con putas, por que en esta ciudad todo se sabe, la prensa todo lo dice y te podéis imaginar como quedará su prestigio si una verga así llega a divulgarse. Sí, ya veo que me vais a preguntar porqué coños lo metimos nosotros mismos en ese peo. Alcides y yo estábamos arrechos con él, por la vaina de los dólares y porque no quiso aceptar el negocio millonario que le
propusimos, así que lo quisimos castigar, pero ahora veo que eso estuvo muy mal hecho, todas las vainas se me están desconflautando y siento que ese es el motivo, la causa, la razón… ¿Me entendéis? Él es mi amigo y yo necesito que vos que sois un carajo hábil, arrecho y con cojones, me hagáis ese favor, un favor que yo te voy a pagar de una vez, y luego te daré otra parte más si me lo sacáis ya mismo del El Aladín. Puede que te encontréis allá con un portugués, un tal Joao y con un par de carajos que se llaman Jairo y Diove, pero ya sabéis, les podéis explicar lo que vos queráis pero vos me tenéis que sacar a Omar de allí. Tomá esto como un adelanto…
Cheo Ortega le entregó a Nicolai una faja de billetes verdes sujetos con una doble liga y el serbio los recibió gustoso pues al aceptarlos y asegurarle que cumpliría su petición, presintió que antes de dejar la “ciudad de fuego”, seguramente que para siempre, necesitaba entrar en acción y seguramente que El Aladín podía ser un sitio que prometía ofrecérsela.

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En medio del aguacero, la lancha de fi bra de vidrio con los dos motores Yamaha fuera de borda había atracado en el muelle de La Cañada. Los cuatro amigos salieron de ella saltando y corrieron por un puente de listones de madera hasta hallarse bajo el alero de la casa que servía para la vigilancia. En ese momento llovía a cántaros y no se veía ni un alma. Rubén tocó la puerta pensando que el vigilante dormiría adentro, pero nadie respondió. Víctor golpeó entonces la puerta con más fuerza y se escuchó una voz rezongante que se transformó en un hombre mayor de pelo crespo entrecano y desordenado quien se asomó a la puerta. Inmediatamente y sin mediar saludos le preguntaron si existía un teléfono en la casa y si tenía como sacarlos de allí, en algún vehículo… El hombre les mostró un jeep con el techo rasgado que estaba al descampado y por tanto inundado de agua y luego les dijo que podían usar su teléfono, que era el de la guardia costera y estaba pegado en la pared. Rubén después de varios intentos localizó una Línea de Teletaxis y les pidió con urgencia dos autos. Explicó en el teléfono que era una emergencia y que se acercasen hasta la caseta de la guardia costera en La Cañada de Urdaneta. Le dijo a la telefonista que necesitaban de inmediato los taxis. Él decidió que tenía que regresar a Los Puertos de Altagracia a recuperar su camioneta, pero Sergio le propuso a Brinolfo irse directamente a su casa en la ciudad, ya habían decidido que después resolverían como volver por el Volswagen que estaría estacionado frente a la bodega del compadre Genívero. Rubén les propuso que él encontraría a alguien para que trasladase el escarabajo de vuelta hasta Maracaibo y le pidió las llaves a Sergio. Víctor llamó entonces por el teléfono al celular de Ruth quien estaba en ese momento llegando al Bioterio. Ella le dijo que las puertas de la cerca ciclón estaban abiertas y no veía al vigilante, pero como estaba lloviendo todavía y muy fuerte, iba a entrar en el edificio para acercarse hasta el laboratorio.

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Cuando Nicolai Martinovic llegó a El Aladín, todavía estaba lloviendo. Estacionó su auto y antes de abrir la puerta revisó su pistola Glock 17, ajustó el cargador con 17 balas y se la colocó en la parte trasera de la correa tapada por su chaqueta impermeable de color azul marino. Ingresó al hotel sin ponerle mucha atención a la decoración de las mil y una noches y avanzó directamente hasta la recepción. A esa hora, solo un hombre pequeño y de rasgos indígenas estaba detrás del mostrador y de inmediato le preguntó si necesitaba una habitación. Nicolai le dijo que venía a conversar con los inquilinos de la 28 y esperaba que les avisara que había llegado. El recepcionista sonrió y le informó que lo pondría a hablar con “los de la alfombra mágica”, discó unos números y le pasó el teléfono al serbio. Luego de varios repiques, una voz masculina le respondió de mala manera.
–¡Que no necesitamos más un coño, ya te dije!
Nicolai decidido, y sin saber si era Diove o era Jairo quien le respondía, le explicó que no le llevaría nada pero que él se acercaría a la habitación, ya que venía para la fiesta de parte del gordo Pinilla. Una voz que sonó de borracho, le dijo que si era así, que no había problemas, que pasara para echarse los palos.
–Aquí tenemos la caña que jode y que cachea mi hermano, así que véngase pacá.
Siguiendo instrucciones, Nicolai se introdujo en un largo pasillo, luego torció hacia la izquierda y comenzó a mirar los números en las puertas. Al llegar al 28 se detuvo y golpeó tres veces. Diove era un individuo pequeño de complexión atlética, lucía un bigote delgado sobre el labio superior que se unía como un trazo dibujado con las patillas, su pelo negro y crespo brillaba aceitoso o por efecto de alguna gelatina. Cuando abrió la puerta, estaba en interiores y franelilla y en medias de cuadros rojos que le llegaban a la mitad de las piernas. Portaba un vaso con whisky en la mano izquierda, y la derecha se la estiró al serbio para estrechársela, presentándose como Diove para de inmediato escrutadoramente mirarlo y exclamar riéndose.
–¡A la verga si el amigo del gordo es un musiú!
Nicolai dio un paso al frente y pudo rápidamente observar la situación. Había una gran cama redonda ante la puerta donde tres personas desnudas estaban echadas. A la izquierda, existía una puerta entreabierta que evidentemente conectaba con un baño, una alfombra de color azul eléctrico con vetas rojas se extendía larga en el piso y en el otro extremo de la habitación un jacuzzi burbujeaba con una mujer adentro. El serbio reconoció fácilmente entre los nudistas a Omar por la descripción que Cheo le hiciera, sobretodo por su corte de
cabello, un peladito casi al rape inconfundible. El otro hombre era muy blanco, colorado, lleno de pecas, calvo y delgado y estaba abrazado a una mujer morena quien por estar en ese momento de espaldas a Nicolai, solo le mostraba un impresionante nalgatorio. Omar estaba con los brazos extendidos hacia arriba, con los ojos cerrados y amordazado con lo que parecía un “tape negro” parecía dormir.
Estaba atado con unas esposas al tope de la cama que consistía en un entramado metálico simulando ramas y hojas con pájaros volando. En el jacuzzi, Nicolai pudo observar a una joven mujer de cabellera pintada de rojo quien tenía una copa de vino tinto en alto, como si estuviese brindando. Diove, no tardó en hacerle las presentaciones de rigor.
–Él es Jairo, el de la cama, y ellas son Yelma y Aleida que es la coñita que se está bañando. En la mesita hay caña de la que vos queráis. Mirá, decime, ¿como te llamáis vos?
–Nicolás, me llamo Nicolás.
Esa fue la respuesta del serbio quien de momento observaba una mesa pegada a la pared con varias botellas de licor. Diove lo empujó hacia la mesa diciéndole.
        ¡Como san Nicolás!, bueno vamos a darle play de una vez.

***

Víctor comenzó a luchar con el jeep tratando de que arrancara, pero la batería estaba floja. La ajustó, y sin embargo el encendido no daba por el arranque. Finalmente decidió ponerlo “directo” y logró que el motor comenzara a corcovear hasta que emparejó. Se subió y se sentó en un asiento encharcado y pronto el jeep salió disparado dando saltos y tumbos hacia el Bioterio que estaba a menos de cinco minutos del atracadero de las lanchas. Al llegar, la puerta estaba abierta y sintió la voz de Ruth que le llamaba. Subió la escalera hasta las ofi cinas y encontró a Ruth en el suelo con el profesor Silvester en su regazo. En ese momento él le decía con un hilo de voz, que tenían que salir de inmediato del sitio.
Todo va a volar por los aires en pedazos. Eso le escuchó decir Víctor, quien después de lo que habían vivido en las últimas horas pensó que bien valía la pena creer cualquier cosa por disparatada que pareciese. Así fue como levantó al profesor en sus brazos y le gritó a Ruth que bajara rápidamente con él para escapar del edificio. En ese momento explotó la primera carga de C4 en el área más apartada de las oficinas y a pesar de que la onda expansiva los tumbó por el suelo, ya habían logrado bajar por la escalera y pudieron salir corriendo, hacia la puerta caída de la cerca ciclón. Víctor corría casi arrastrando al profesor y Ruth detrás de ellos en busca del Jeep…


***

A pesar del tono de borracho alegre con el que hablaba, Diove parecía más consciente que Jairo quien no se levantaba de la cama encaramado encima de su voluminosa morena que daba griticos y suspiraba ruidosamente. Ante la mesa, el serbio Nicolai detectó un par de botellas de whisky Etiqueta Negra, una de Ginebra Gordon´s, botellas de vino chileno blanco y tinto y licores dulces como Cointreau, Fra Angélico y Licor de Cacao. Había vasos de plástico, copas de vidrio y una cava de anime con una gran bolsa llena de cubos de hielo. Mientras el serbio se servía whisky en un vaso con hielo, Diove le dijo.
–Si vos sois amigo del gordo Germán, tenéis que echarte un palo, como los buenos.
Mientras sorbía su whisky, Nicolai observó que en la cama, la morena había levantado su cabeza que antes tenía sumergida entre las piernas del calvo Jairo y lo miraba sonriente mientras apartaba de un manotón su cabellera azabache de la cara. Diove volvió a la carga preguntándole.
–Verga, vos como que sois gringo, ¿o algo así?
Nicolai bebió un par de tragos antes de decidirse a hablar. Mirando de reojo a la pelirroja que era un descomunal hembrón y recién salía del jacuzzi, le dijo a Diove.
–Yo no quiero echarles a perder la fi esta, pero realmente vengo con un encargo. Les traigo un pedido de Don Cheo Ortega…
Guardó silencio esperando una reacción. En la cama notó que Jairo seguía aferrado a la morena quien de nuevo había metido la cabeza entre sus piernas. En ese momento, la joven pelirroja avanzaba mojando a su paso la alfombra azul de vetas rojas, y sin soltar la copa con vino tinto se acercaba hacia él. Diove al lado del serbio le preguntó con un cierto tono burlón.
–Mirá y decime, ¿cual será el encargo que nos traéis?, ¿cobres?
Nicolai sonrió, la pelirroja ya estaba ante él y soltando la copa sobre la mesa le echó los dos brazos al cuello diciéndole que lo estaba esperando y que él era su amor lindo, mientras él sin poder resistir la tentación la acarició agarrándole las nalgas. Diove no pareció aprobar el espectáculo de la jovencita diciéndole mi amor lindo al serbio y en voz alta le comentó a su amigo de la cama.
– ¡A la verga Jairo! Ahora si nos jodimos, como que esta coñita se enamoró del musiú.
Jairo y la morena se sentaron en la cama mirando como la seductora pelirroja Aleida se restregaba apretada a Martinovic quien observó como Omar en la cama abría los ojos y había comenzado a tirar patadas haciendo ruidos guturales. Jairo le agarró una pierna a Omar y ante la agitación del prisionero esposado, le dijo amenazador.
– Estate quieto güevonsón y no me patiéis porque te va a pesar.
Diove, todavía aparentemente incomodado por la insistencia de la pelirroja empeñada en despojar de la chaqueta a Nicolai, pareció decidido a tomar las riendas del asunto e interpeló al extraño musiú quien aún poco o nada les había dicho sobre el gordo Pinilla.
–Bueno es mejor que aclaremos las vergas. ¿Quién coños sois vos y que es lo que queréis? Porque lo que Joao nos dijo era que el gordo vendría a acompañarnos, así que vos estáis aquí apareciendo como un asomao y no nos termináis de decir que es lo que queréis.

***
Cuando Sergio habló por el teléfono con Zulay ella le dijo que el niño tenía fiebre y por eso fue que él decidió regresar a su casa de inmediato. Así se lo propuso a Brinolfo. Luego vino el planteamiento de Rubén y la idea de que él consiguiese a alguien que moviese el escarabajo V.W desde Los Puertos de Altagracia hasta Maracaibo, lo cual le pareció bien a Sergio y lo aceptó. Ambos Brinolfo y Sergio estaban emparamados hasta los tuétanos y en el taxi, aunque el chofer conducía
raudo y veloz hacia la ciudad, ellos iban con los vidrios cerrados, y viajando así, se quedaron adormilados sin saber nada más del mundo que les rodeaba. Rubén por el contrario, también mojadas sus ropas y muy inquieto por todo cuanto habían tenido que aprender en la noche y en la madrugada, lejos de sentir sueño estaba sumamente excitado y no aguantaba la tentación de hablar con el conductor, un señor mayor de edad quien manejaba un Impala de los años setenta, lenta y parsimoniosamente. Cuando habían pasado el último pilastre del puente sobre el lago Coquivacoa, Rubén percibió el sonido de una explosión y la onda pareció golpear y mover el automóvil donde él viajaba hacia Los Puertos. Rubén pensó en la explosión de algún pozo petrolero o en cualquier cosa menos que fuese algo relacionado con ellos. Quiso rememorar a sus amigos, y luego pensó en Ruth y en su padre, miró el reloj y leyó que eran las 6:50 de la mañana…

***
Nicolai se separó trabajosamente de la escultural nudista pelirroja y decidió aclarar su posición en la habitación número 28. Miró al calvo Jairo quien estaba sentado en la cama con cara de pocos amigos, y a Diove a su lado y les habló pausadamente y tratando de sonreír.
–Se que el portugués pagó por todo esto ya, y que ustedes se pueden quedar hasta mañana gozando de El Aladín, pero yo he venido porque me tengo que llevar al carajo que tienen esposado en la cama, a Omar Yagüe Oliva. Eso es lo que me encomendaron y lo voy a cumplir aunque no les guste.
Diove se rió señalándolo y mirando a Jairo, le dijo casi a gritos.
– ¡Ve esa verga chico! Si el musiú nos salió arrechito, y hasta mandón el coñoemadre.
Jairo poniéndose de pie habló por primera vez para decirle con una voz chillona al serbio un par de groserías y luego añadir…
–¡Estáis más pelao que rodilla e chivo! Nosotros solo recibimos órdenes de Joao o si acaso de Germán Pinilla así que andá a cagar y no seáis vos tan regüevón!
Diove se volteó y mascullando imprecaciones se dirigió hacia el baño. La pelirroja se acercó hasta la cama, y la morena acomodó su trasero monumental entre las piernas flacas y pálidas de Omar quien dejó de moverse. Nicolai terminó de beberse en dos tragos su whisky y pensó si acaso valdría la pena informarles sobre la muerte del gordo Pinilla, o si quizás ese anuncio fuese contraproducente. Jairo se levantó de la cama y trastabilló, pues estaba bastante bebido. Se adelantó entonces hasta estar frente a Nicolai y le tomó de la chaqueta encarándolo y llamándolo gringo de mierda. Sin soltarlo murmuró algo como que quien coños sabía lo que se había creído y trató de golpearlo pero al levantar la mano, el serbio le propinó un puñetazo en la cara que lo lanzó lejos sobre la alfombra azul. Detrás de Nicolai apareció Diove quien regresaba del baño y le decía gritando amenazador.
–Creo que metiste la pata con nosotros, gringo e mierda, te vais a joder...
Mientras Jairo se sentaba en la alfombra sobándose la quijada y escupiendo sangre y las mujeres se abrazaban ambas al borde de la cama, Nicolai estaba ya encima de la cama mirando el triste espectáculo de Omar, pálido con la frente envuelta en un vendaje y con magulladuras y excoriaciones en la cara y en el cuerpo. Pensando como hacer para abrir las esposas, les preguntó a las mujeres que quien tenía las llaves. Ambas estaban abrazadas e hicieron signos negativos mientras la morena del nalgatorio daba unos grititos gimoteando. Nicolai le arrancó el “tape negro” de la boca a Omar quien con cara de angustia solo pudo emitir algunos gemidos pelando los ojos de manera tal que obligó a Martinovic a voltearse para enfrentarse con Diove quien portaba una Mágnum 357 con silenciador y ya estaba frente a él. Nicolai rápidamente buscó su Glock 17 en la parte posterior del cinturón y cuando la sacaba sintió como golpes el choque de las balas de la Mágnum en su pecho. Sin soltar el arma ya aferrada a su mano derecha, no logró disparar ni un tiro y tambaleante avanzó hasta la alfombra para luego, voltearse con cara de angustia y llegando al borde del jacuzzi cayó de cabeza en el agua que siguió burbujeante tiñéndose de rojo.


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