jueves, 28 de marzo de 2024

Pesadilla cinematográfica


Ellos aparecieron uno a uno, descendían… ¿en rapell desde los árboles?, otros se desplazaban silenciosamente… No, no existían árboles... Se cruzaron en tu camino y sabías que era el miedo lo que estaba confundiendo tu mente. Se hacía cada vez más evidente que te circundaba una bóveda pétrea serpenteada por raíces.

Estabas sumido tan profundamente que resbalabas en una hojarasca pegostosa, con raicillas y pelos absorbentes, todo flotaba y luego se adhería a tu cara. Mocos gelatinosos tapizaban los bajorrelieves, opacando las conchas nacaradas en las paredes decoradas con toros alados de gigantescas cabezas y fornidas aves emplumadas, grandes aguiluchos, gavilanes, quizás cóndores, o halcones, todos cincelados en piedra entre ramas tupidas, agrietando la arcilla.

Chirriante vibraba un aullido, quizás en tu mente, creías escucharles, ellos rugían, o llegaban graznando y sin embargo, brilló en la penumbra el grito sostenido de Tarzán. Lograste verlo lanzarse al agua desde lo alto y al nadar, pudo sumergirse en las profundidades, mientras la mona Chita en la orilla hacía cabriolas saltando, y sus chillidos te aturdían, mientras veías como en el agua, el caimán daba coletazos. Tarzán abrazado a su cuerpo le acuchillaba...

Todo lo veías en blanco y negro cuando percibiste un hondo gemido multiplicándose hasta hacerse estridente, vibrante, como una trompeta, y comprendiste entonces que eran los elefantes; cientos de ellos, que avanzaban en una nube polvorienta, dirigiéndose bamboleantes hacia el cementerio donde todos iban a morir, el sitio aquel, la caverna repleta de colmillos de marfil.

Cuando en el fondo de la maleza surgió él, venía rodeado por subalternos de lo más pertrechados, sonrió él y vos le detectaste el brillo de sus prótesis dentales e imaginaste que eran las piedras de la Escarpa Mutia, o quizás el marfil de los colmillos de los elefantes aquellos, que ya se acercaban, tambaleantes, iban hacia su destino, a morir al propio sitio donde Tarzán y vos se habían conocido muchos años atrás, allá en tu infancia…

En la oscuridad sobre el techo abovedado vos todavía podías oír el aleteo de los avechuchos, iban girando y chillaban vociferantes, zopilotes y cuervos, con sus vibrantes graznidos, revoloteando desde las piedras en lo alto. Escuchabas los sonidos acerados cual puntas de lanzas, y al final todo trepidaba, rugiendo. Estabas vos tratando de orientarte…

Allá en lo alto veías chocar las partículas ígneas y algunas te rebotaban en la cabeza mientras iban zumbando como abejorros enloquecidos, eran miríadas de moscas tropezándose arremolinadas mientras vos casi que lograbas escaparte, e ibas saltando, esmondingado entre los canales putrefactos, pero el mosquero aquel pululaba y vos lo sabías, estaba zumbando sobre las escaras y flotaba arrullante, siempre rodeando a los leprosos como cuando te los tropezabas, en grupos en las afueras de la ciudad.

Veías aquella pudrición circulando por los canales en medio de la oscurana, entre las casas de paredes de arcilla y entonces dijiste, ¡a la jaiba! y fue cuando creíste finalmente ubicarte. Todo aquel disparate tenía que ser una pesadilla de película. Solo el cine te podría ofrecer algo así. Una película de pesadilla, seguramente…

Creíste estar en el patio del cine donde cada cual acomodaba la silla de tablitas a su antojo y siempre en el cielo se veían las estrellas y si había luna, vos sabías que no se debería orinar desde el balcón, porque te podía cachear el policía, porque así era el “Landia”, lloviznaba en la platea cuando andabas admirando las películas mexicanas de machos rancheros.

Vos sabías que diagonal con American Bar, estaba el “Estrella”, que no era otra cosa más que medio cine, como todos, al descampado, en las noches cálidas con una hemorragia de puntitos brillantes en lo alto, y desde temprano, vos te ponías a buscar la Osa Mayor o a ver el parpadeo rojizo de Marte, casi nunca Venus, porque siempre andaba bajito el brillante lucero, y todo aquello se daba antes de que comenzara la función.

Fue en el “Estrella” donde conociste a la hija del Corsario Negro y al Capitán Blood a quien le decían Blud, y años después fue cuando supiste que él era Errol Flyn, y es que, para aquellos días, no sabíamos mucho, pero todos queríamos ser piratas y nos la pasábamos hablando sobre Henry Morgan y El Olonés, y soñando con cañonear a Gibraltar para luego asilarnos en la isla Tortuga e íbamos gritando, como locos ¡al abordaje hijos del mar!... 

Siempre recalábamos en nuestro “Venecia”, el de la cañada atrás, y el último paga, y, ¿yo?, ¡nojó!, yo no los conozco, y a correr tocan, a esmachetarse, dispérsense, a esmollejarse que van a prender las luces, y uno tenía que escaparse saltando por la ventanita del baño.

Era el “Venecia” de la nouvelle vague y del neorrealismo italiano, el “Venecia” de Fernadel, el de Totó y del increíble Fanfán La Tulipe, espadachín para imitarlo luego, ¡en guardia!, y arremeter con el florete como un Scaramouche cualquiera, y… ¿cómo te digo?, es que todo aquello sucedía varias veces a la semana, ocurría en blanco y negro, bajo las estrellas, en las calurosas noches marabinas.

No había película como Las diabólicas, y pasamos noches de terror porque después de verla no podíamos dormir pensando en la maldad de Simone Signoret y en la cara del hombre aquel sumergido en la bañera, cuando abría los ojos. ¡Coño! Esos ojos no nos dejaban conciliar el sueño, pero después, nos atrevíamos y volvíamos a verla, regresábamos al Venecia para de nuevo sentir el suspenso francés de Cluzot. Aquello era el non plus ultra, y aprendimos a decir cosas con el lenguaje de las películas, como ¡la cream de la merde!

Siempre recalábamos en nuestro cine Venecia, el de la cañada atrás, y el último paga, pero vos también temías por los hombres del auto azul, como el amor, azul y perdido en la bruma, azul, de antaño, como la luna, del mar también, era así, blue moon, como las aguas de un fiordo, así eran los ojos de la gatita, y los del perro del Gabo, pasar a ser acaso “el único hombre que al despertar no recuerda nada de lo que ha soñado” y luego escaparse saltando por la ventanita del baño…

Azul decía Modugño, como en el cuento de Darío, azul como el Manicuare de Salmerón, azul, azul oscuro y denso, sí… Eran varios, ellos, teñidos, embozados, pintados de índigo, los hombres descendieron, del auto azul, sin tiempo para pensarlo, en la noche, negra y sin estrellas, oscura, como boca de un lobo, y estaba yo desprevenido, lupus, y les miré y pensé que no había de otra, tendríamos que escapar, quizás saltando “pa fuera” por la ventanita del baño…

Maracaibo, jueves 28 de marzo, del año 2024

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