sábado, 20 de agosto de 2016

Conversaciones del año 1969 en el "Bar La Loca"



CONVERSACIONES DEL AÑO 1969 EN EL BAR LA LOCA

El “Bar La loca”, está ubicado enfrente, casi diagonal con el manicomio. Tiene tres puertas en esquina y sus paredes lucen de verde con vetas amarillas. Colores chillones. El sol cae vertical. No sopla ni una brisita. El alto enlozao de cemento parece arder. Pálidas y acanaladas, las tejas reverberan en su techo a dos aguas. El mostrador es de cartón piedra con fórmica y disimula las cuatro cavas repletas de cerveza helada. En la pared hay estantes atiborrados con cajas de jabón, esponjas, paquetes de arroz, hojillas, bolsas de sal, cigarrillos, galletas de soda, latas de salchichas, de sardinas, pepitonas y de diablitos alternando con numerosas botellas de ron, sobretodo caballito frenao y pechocuadrao, también hay litros y carteritas de caña blanca, cañanisadadobleu, anís, y algunas botellas de guisky, seguramente puyado. En la pared cuelgan varios almanaques de propaganda. Una puerta interna, siempre abierta, da a un pasillo que lleva al patio y alineadas contra la pared del corredor hay cajas de cerveza formando un muro plástico multicolor, con adobes rojos de Regional, amarillos de Zulia y azules de Polar. En la pared del otro lado, desde unos recortes de revistas, la Polaca, la Bomba de Puerto Rico y Lila Morillo miran descoloridas hacia la rockola. Al final, un cují escuálido hace sombra en la tierra y se apoya en una cerca de bahareque donde una flecha y letras negras indican el sitio del “urinario. Rodrigo, con Chucho y Nelson llegan con el calor del mediodía.
- Danos dos Regionales, ¡si nos hacéis la caridad!
Desde la esquina de “La Loca” ellos en silencio divisan la alta pared del manicomio…

La pared amarilla tenía una franja ocre sobre el enlozado de cemento pulido. Brillaba reluciente con el sol del mediodía. Detrás de ella estaban los orates, docenas, cientos de ellos. Algunos eran ya viejos locos, presos desde la época cuando Rodrigo era estudiante de Medicina... Aún conservaba vivos los recuerdos de aquella larga y desquiciante pasantía por el manicomio; curas de sueño, catatonia espástica, rejas y más rejas, aullidos y excrementos lanzados contra los bachilleres, una vez, en un paroxismo de furia incontrolable. Habían transcurrido muchos meses en la época cuando fue apasionándose desinteresadamente por aquellos extraños seres cautivos, con vidas trágicas, truncadas, sus palabreos y sus curiosas aproximaciones al mundo de los que estaban afuera. Meses de un diario discurrir sobre la locura para terminar con el temor larvado de mirar a los ojos de los demás, miedo a no querer detectar en ellos las desnudeces del alma que exhibían ante los bachilleres los pacientes del manicomio. Días de análisis y de silenciosa introspección en la búsqueda de motivos, de pistas, de interpretaciones para cada caso, propuestas que pudiesen ser similares a las de un Sigmund Freud, para concluir en explicaciones sobre la herencia, la sífilis cerebral, las manías y las depresiones de los más accesibles y la impenetrable sordidez incomprensible de la esquizofrenia, llena de alucinaciones y delirios sin sentido alguno. Años de años, habían transcurrido ya, y las tapias estaban allí todavía, altas, las mismas paredes pintadas de amarillo chillón, las que separaban los dementes de adentro de los cuerdos de afuera, ellos y los demás, todos los que están, los que estuvieron, ¿cuantos habrían fallecido?, no estaban allí todos los que eran, sin duda alguna, entre los de afuera quedarían unos cuantos, llenos de problemas, de preocupaciones... 

Muchos más años atrás, como en una máquina del tiempo, allí estaban las mismas tapias amarillas, el manicomio con calles de arena y viento soplando nubes de polvo en las inmediaciones del matadero municipal, el mismo edificio siniestro rodeado de zamuros que parecían esperar formando hileras sobre el borde de la cerca, la carroña de alguien de allá adentro. Por aquellas trillas de arena, en su automóvil Chysler, su padre los llevaba, a él y a sus hermanitos, iban a oír a los locos. Ocurría casi siempre los sábados por la tarde, casi anocheciendo y ellos se miraban con temor tratando de escuchar los alaridos de allá adentro. Era una especie de ritual mágico, un juego que estimulaba la imaginación de sus hermanos y les provocaba un larvado terror. La costumbre era una diversión ya establecida por su padre durante años, cuando era un joven  marabino, iniciándose en el comercio, e iba con su cucarachita plateada, un pequeño DeSoto, y llevaba a sus amigas  por las tardes y en las noches de luna a captar los alaridos tras las tapias, para sentir como ellas aterrorizadas o muertas de la risa lo abrazaban y él protector y risueño las protegía con apasionadas caricias. Era aquella emoción, la de una aventura en los tiempos del tranvía de mulas, cuando el manicomio era una prisión rodeada de arena por todas partes en el vecindario del matadero, con zamuros salpicando el cielo y algún buchón, o unas gaviotas desperdigadas, pues un poco más allá, estaba el muelle, el mismo sitio donde una vez llegó en un hidroavión el Águila Solitaria... ¡Que de recuerdos olvidados!, más perdidos que el hijo el águila misma, fundidos por el calor y el sol en la maraña de las neuronas de algunos habitantes de la ciudad de las palmas y del lago... Con el correr de los años, todavía las altas paredes amarillas con su orla ocre estaban allí, brillando, con ese tono chillón bajo el sol inclemente del mediodía. Ahora, enfrente, casi diagonal y haciendo esquina, existía una taguara. El bar “La Loca”.

Desde “La Loca”, la canícula parecía haber reblandecido el petróleo que sustituía la trilla arenosa de antaño. Rodrigo rememoraba aquellos días vividos tras la muralla amarilla. ¿Cómo poder olvidar la mirada del mulato Pedro?, con su calvicie incipiente, Pedro quien sabía hacer muñequitas de papel crepé, Pedro el jovencito que vivió con las monjas de clausura, Pedro el pintor, víctima de la parálisis general progresiva, atacado por el treponema pallidum, probablemente en su adolescencia, en alguna aventura amatoria, avatares de lupanar, cuando solapadamente a través de su piel morena o de sus mucosas rosadas le penetraron las espiroquetas, esas que habían destruido su sistema nervioso, Pedro a quien solo le quedaba la locura con ataxia, ese andar vacilante por la degeneración de los cordones posteriores de su médula espinal, Pedro quien plasmaba en hojas de papel sus delirios místicos usando lápices y creyones para recrear un mundo de santos, ángeles en las nubes y demonios ardiendo en llamas multicolores, y encima de todas las escenas, siempre Pedro dibujaba un ojo. Aquel que lo miraba a él y nos miraba a todos, dentro de un triangulito...

De mi pobre vida paria solo una buena mujer, tu presencia de bacana puso calor en mi nido, fuiste buena y consecuente, como sé que lo habrás sido... La voz del morocho del Abasto sacó a Rodrigo de su ensueño introspectivo y Nelson, quien había estado discutiendo con el guajiro Luis sobre la temperatura de las Regionales, se volteó hacia  Chucho para decirle...
–¡Ve que buena jaiba!, esta taguara se está poniendo insoportable. ¡Maginate vos!, tan temprano y ya comenzaron a mandarse con los tangos, ya lo que nos hace falta es que se aparezca Murcia y se haga cargo él solito e la rockola. ¡Biirsia!
La animadversión de Nelson por los tangos solo era comparable con su menosprecio por todos los caraqueños, pues para él, eso era parte indispensable de ser un buen maracucho. Rodrigo le conocía bien y sabía que esta, como otras tantas de sus exageraciones, era solo como él decía “de los dientes pa fuera”, por lo que rápidamente le respondió a su amigo.
-Lo que vos tenéis que hacer es adelantátele, metele cobres a esa bicha hasta que esté hasta la hoyita como crucita, y si queréis, ponenos una runfla de música venezolana pa que veáis, ¡allí tenéis todos los discos de la bolitaelmundo!, metele con Mario y con Lila, ¡dales con MariaTeresa y rematalos si queréis con Estelita del Llano!
-Ay viurga Rodrigo, ya vais a ver.

Mientras Nelson se enfrascaba con Chucho seleccionando los títulos de las canciones, el tango sonaba y, con aquello de, descolado un mueble viejo y no tengas esperanzas en tu pobre corazón, trajo a la mente de Rodrigo, la enteca figura de Akai Ishida... Sonrió él, al recordar a su amigo japonés y la perrera de la policía frente a un botiquín en Altamira, en plena capital de la República... Volvieron Nelson y Chuco de la rockola y sacaron a Rodrigo de sus cavilaciones…
-Catire, no hay frías como las de La Loca, son lo mejor de esta taguara.
-¿Verdad que a esta temperatura la Regional es mejor que la champaña?
-Mirá y decime... ¿A vos, te gusta la champaña?
-Coño chico, si supieras que no; es un burbujero loco, y ¡dulce pa cojones!, eso de burbujitas en el licor no va conmigo. Ahoritica mismo estaba recordando el sake que es una bebida japonesa, pero sin burbujas, es como el aguardiente pero de arroz...
-¡Pa burbujas, las de la cerveza!
-Viirga y dígame el vino con espuma... ¡Champañizado Premier Franja Verde! ¡A vaina pa mala! Esa es champañita barata pero vieja…
-Es como tomarte un whisky con un Alka Setzer adentro, o ¡con Sal de Frutas!
-Virga Rodrigo, ¿Eno!, ¿y que me decís del tequila? El otro día cogimos una pea mi hermano y yo. Mi hermano chico, el gordo, ¿no te acordáis de él?, el colorao que estaba a que Afranio, ¿ajá?, bueno, vos sabéis que él vive viajando, bueno, pues se trajo de México una cagalera de botellas de tequila y nos hicimos tronco, ¡las volvimos cenefa pues! Les dimos con todos los hierros...
-¿Echándote sal en la tabaquera anatómica de la mano, y todo?
-¡Ajá! Así mismito, con limoncito y sal. Vos sabéis.
-¿Vos habéis estao en México, verdad?
-Yo sí, ¿y vos?
-No, el que viaja es mi hermano y yo le bebo el tequila, jajaja. Vos sabéis que yo les tengo su arrecherita a los mariachis...
-¡Coño Nelson! Pero yo te he oído desgañitándote cantando El Rey.
-Pa mí, paloques buena la música mexicana es palegrar una pea.
-¡Coño Nelson! No me digáis que vos no sois admirador de la voz de Jorge Negrete...Voz de la guitarra mía, al despertar la mañana...
-Tronco e gañote tenía el coñoemadre ese, y que me decís de Pedro Infante, era la Verga e Triana cantando... ¡I se vino a morir el coñoemadre chico!
-Esos si cantaban con bolas y... ¡Aonde me dejáis a Javier Solís? ¡Na güevoná!
-Pero pa que vos veáis, Nelson, México es una vaina seria. Es un país de contrastes... Medio incomprensible. Cuando yo estuve allá la primera vez, quedé impresionado por la pobreza de la gente, las malas condiciones higiénicas y la contaminación. Ciudad de México me pareció que era como meter a la gente del pueblito más pobre de nuestros Andes en una gran ciudad llena de problemas. ¡Hay el indio pobre que juega garrote!
-Bueno Rodrigo, pero eso de los indios y la pobreza es algo de lo que los mexicanos se la echan, vos sabéis, que si manito y el indiecito y quihúbole y toaesajaiba. Después la gente habla del regionalismo de los maracuchos, pero ellos andan más jochaos que el carajo de lo que son y de la revolución, ¡de bola!, vos sabéis.
-¡Sí, son más chauvinistas quer coño! Más que patriotas, son patrioteros, ¡y fanáticos!
-Es que ve Nelson, desde chiquitos les han metío el cuento de la revolución, con Pancho Villa y Emiliano Zapata y que si Adelita se fuera con otro, la cucaracha y toesajaiba, todos son machos, retemachos, sin haber nacido en Jalisco, pero te digo, yo creo que ahora es cuando necesitan de una revolución. Llevan más años que el siruyo controlados por la misma cuerdita de gente, ¡un monopartismo del quinto coño! Y dejame decirte que…
-¿Ese mono partido, no tiene nada que ver con King Kong?... ¿Verdad?
-¡Enseriate carajito! ¡Con Chucho no se puede ser serio!, ¿verdá Rodrigo?, pero creo que una cosa positiva es que son enemigos de los yankis.
-¡Será de los del equipo de béisbol de las grandes Ligas! Ellos reniegan de los gringos, pero siempre han vivido de ellos en conveniente paz con sus poderosos vecinos...
-¡Nojoda!, ojalá tuviéramos nosotros un ingreso turístico como el de México…
-Mirá Chuchú, no habléis de vecinos... ¡Fijate como a nosotros nos tiene invadíos!
-¿No es verdad, Rodrigo?
-Pero esperate Nélson, fijate que lo más cojonudo de los mexicanos es la política, tanta paja con la revolución y terminan en un solo partido que les controla la vida a todos, un grupo que infiltra todas las capas sociales, minorías sindicaleras, o aburguesadas,  pero los de arriba hacen y deshacen y si no estás de acuerdo con el presidente de turno, pues pelaste bola, te anulan. Es lo que llaman la política del amigazo, el compadrito y de la mordida, es seria la vaina y te digo, todavía nosotros no hemos llegado a tamaña corrupción, pero oíme, tampoco creo que nosotros estemos muy bien, al revés, creo que cada día, el sistema se hace políticamente más ineficiente. Por eso, coño, si me vais a venir todo el día con el cantico de la revolución y que si la raza y los aztecas y después con Pancho Villa y el grito con dolor de Morelos, ¿o fue de Dolores?, uno termina por preguntarse, bueno, pero... ¿Cuál revolución?
-A mí no se me olvida lo que me contaste el otro día del sitio aquel con el nombre raro, lo de la matazón, cuando el Mundial de Footbol, ¿o fue con las Olimpiadas?
-Tlatelolco, sí Chucho. La matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en el mero país de la revolución...

Rodrigo piensa en tantas cosas como podría contarles sobre México a Nelson y a Chucho, y no todas eran desfavorables, era una exageración lo de Nelson, ¿cómo sentir rabia por los mariachis?, él admiraba en muchos aspectos a aquella nación, y le gustaba su música... En una de las ruinosas fortalezas de piedra, en Chichenitzá, durante un viaje a Mérida en la península de Yucatán, él se quedó extasiado ante la cultura de los Mayas, impresionado por sus conocimientos astronómicos y entonces fue cuando comenzó a relacionar a los indígenas americanos con los babilonios. Comparó las costumbres religiosas de aztecas, olmecas y toltecas con las de los incas y de los mayas y asombrosamente, era admirable lo matemáticamente precisos que fueron nuestros antepasados, los primeros pobladores del paraíso tropical... Como reliquias, en su casa, durante muchos años había guardado pequeños fragmentos de barro cocido, pedazos de vajillas de barro, los tepalcates, recogidos del polvoriento terreno en las excavaciones arqueológicas de Xochicalco, recuerdos de una tradición tolteca, esperar el fin el mundo y recomenzar otra vez, cada cierto número de años, los designios estaban en las estrellas, y las piezas de barro de cada uno de los recipientes destruidos al final de cada ciclo, eran ahora los pequeños tepalcates... Allá, desde las entrañas de la tierra, Rodrigo había mirado hacia el cielo a través de un agujero hecho en lo alto del observatorio astronómico, sin telescopios, solo él con sus ojos, como miraron con sus ojos rasgados nuestros antepasados toltecas, aborígenes americanos, quienes en las constelaciones precisaban el número de años que faltaban para cada ciclo y luego, la espera, y romper los cántaros y recomenzar, otra vez... Ciclos, pensó Rodrigo, cuando vio que en la calle, frente a la Taguara “La Loca”, se estaba estacionando el carrazo de Clavelo…
-Ya se acerca Clavelito…
Con la observación de Chucho, los amigos pidieron otras cervezas esperando por él…

Maracaibo, 20 de agosto del año 2016

El texto es extraído con algunas modificaciones puntuales de la novela “La Entropía Tropical”, de JGT, Ediluz Eds, 2003.

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