De
libros, nazis y truchas.
A los 8
años tuve mis primeros acercamientos con la mitología griega. Para mí este fue
un hecho crucial que habría de darse en un hotel regentado por nazis y situado
en un pequeño pueblo ubicado en un fértil valle, que había sido originalmente
ocupado por indígenas timotocuicas y las
autoridades coloniales españolas denominaron Mucurujún. Aquel pequeño
pueblo andino de los indios a una altura de 2.025 metros sobre el nivel del
mar, en 1811 fue elevado a la categoría de villa y
luego en 1904 se
le designó capital del Distrito Miranda del estado Mérida con el nombre de
Timotes. En 1911 levantaron la Basílica Menor de Santa Lucía,
en Timotes, frente a la plaza Bolívar.
Llegamos
pues al antiguo Mucurujún, para ubicarnos en un pequeño hotel en la montaña,
que se llamaba como los vientos, “Los Alisios” y nos quedaríamos allí para
pasar las vacaciones los 4 hermanos con mi mamá, pues papá, tenía que trabajar
todos los días en Maracaibo, y solamente en los fines de semana podía llegar a
estar con nosotros. Todo aquello sucedía el año 1948 y allí recibimos la visita
de nuestro primo, Guillermo, con su enamorada Cecilia, una muchacha que la
sentíamos muy caraqueña, con quien él terminaría casándose. También fue
comenzando esos días cuando mi mamá recibiría la noticia de que su hermano
mayor Fernando Carlos, que era poeta y quien había combatido en el ejército
americano en la primera guerra mundial, la del 14, había fallecido en un
hospital de veteranos en Nueva York. Nosotros, mis hermanos y yo, lo conocimos
cuando un año antes, estuvo de visita en Maracaibo y eran imborrables los
recuerdos de sus historias sobre lo terrible de la guerra en las trincheras.
Para ese
entonces ya había leído yo algunos libros. A la mano en casa tenía a Julio
Verne, y otros libros de aventuras, pero curiosamente, poco sabía sobre la
Mitología Griega. Nos instalamos en Los Alisios con los 5 tomos de “El
Libro de oro de los niños” nuevecitos, editado por Benjamín Jarnés
en 1946 con prólogo de Gabriela Mistral y de Juana de Ibarbouru, recién los
había comprado mi padre y sería allá, admirando las ilustraciones de
aquellos libros cómo y cuándo conocí al dios Zeus, y supe cómo eran con los
centauros, vi como volaban los pegasos, y admiré imágenes del gozón Dios Baco,
para enterarme de los complicados trabajos de Hércules. Años después sabría que
todos aquellos dibujos que ilustraban los libros, eran de Disney y creo que
sería poco después cuando vimos “Fantasía” la tercera
película animada producida por Walt Disney fue cuando captaríamos
en movimiento las imágenes mitológicas del “Libro de oro” revividas
todas en aquel filme.
Los
Alisios estaba regentado por una pareja de alemanes. Eran lo que ahora
denominaríamos unos señores mayores; él era pequeño y fornido con un delgado
bigote y el ceño siempre fruncido, ella era también pequeña algo encorvada pero
muy activa, iba y venía dando órdenes para que todo estuviese pulcramente
ordenado. Para esos días, las referencias sobre los nazis y el holocausto
estaban vivas aún para todos, pues la segunda guerra mundial recién había
finalizado pocos años antes. Estas cosas se sumaban a nuestro malestar de niños
ante la malvada disciplina germana, sentida a través de la férrea supervisión
ejercida por la pareja de ancianos alemanes, muy regañones, cuyo apellido
necesariamente olvidé y quienes fungían como dueños de aquel pequeño hotel de
montaña, con sus perros, los guardianes, lógicamente, pastores alemanes.
Nosotros niños, todos acordamos estar seguros de algo. ¡Eran nazis!...
Entiendo
que cuando niños no conociéramos la delicia de una “trucha meuniere”
bien hecha y aunque maracaiberos, el pescado no era nuestro alimento habitual,
así que es que no éramos muy amigos de comer truchas. Sucedía que para el
almuerzo a diario “la dieta germánica” nos imponía: trucha. Los 4 hermanos nos
rebelábamos, pero “había que comérsela” y conspiramos para buscar apoyo en
Anita, una jovencita morena que atendía, especialmente a los dos menores pues
mamá no estaba bien y ahora entiendo que se deprimiría mucho más por el dolor
de la muerte del tío Fernando. Con Ana, en la mesa conversábamos para que ella
escondiera las truchas en su abrigo y las botara en el río. Después comeríamos
otras cosas, pero comenzamos a repetir la “operación trucha” durante varios
días y era sensacional descansar del régimen alimenticio germano, y en
particular la sensación de estar “engañando a los nazis”.
No
recuerdo como nos descubrieron; supongo que en algún recodo del río Anita dejó
huellas y estuvimos amenazados de ir a parar presos a una caseta de madera que
estaba en lo alto de la montaña, alejada del hotel, con la que nos amenazaba la
frau sin un bitte y blandiendo su bastón. Afortunadamente los perros pastores
no estuvieron involucrados en estas, tal vez algo imaginarias presiones ya que
con ellos manteníamos prudencial distancia. Le relaté esta historia a mi amigo
Víctor, quien era un lector empedernido y por sus dientes volados y su pequeño
tamaño le decíamos ElCastorEnano. Él, a propósito del cuento de los nazis, me
preguntó si había leído a Bolaños y me contó que la tercera novela que escribió
el autor de “Los Detectives Salvajes”
era un invento sobre la literatura nazi en América y que luego había publicado
“Estrella distante”.
Esta otra
novela del escritor chileno –de quien cuando conversábamos recién había
fallecido-, si la conocía y le comenté a mi amigo, que su lectura, había
distorsionado la imagen que de niño tenía sobre el Barón Rojo la cual provenía
de los comics de Charlie Brown, con Snoopy haciendo piruetas en su avioneta. El
personaje chileno de la distante estrella boláñica, me había desdibujado mi
sueño infantil al presentarme a un aviador, que era un tipo deleznable y ni remotamente
se parecía ni al el Principito ni Snopy, un personaje realmente malvado y
regresamos a pensar en el Fuhrer…
No
quisimos regresar a los Andes, pero dos años después, cuando en 1950, papá
propuso otras vacaciones andinas esta vez decidiría cambiar de hotel, lejos de
lo nazis y de tristes recuerdos y llegaríamos a un gran hotel, el hotel
Guadalupe en La Puerta. Vendría a ser para mí, una vacación que marcaría mi
vida para siempre, donde por vez primera, supe lo que era “un temblor de
tierra”. Un temblor largo, de más de seis grados, con sus réplicas. El
movimiento telúrico, en esos días provocaría un terremoto en El Tocuyo, la
pequeña ciudad del Estado Lara, que quedó totalmente destruida. El Tocuyo
geográficamente y saltando la cordillera, está en el estado Lara y está muy
cercano a La Puerta, la ciudad trujillana que está al inicio de la carretera
trasandina; pero esa vacación estuvo también relacionada con la música y las
canciones, pero mejor les cuento esta historia en un par de días...
Maracaibo, viernes 17 de junio, del año 2022
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