viernes, 17 de junio de 2022

De libros, nazis y truchas.

De libros, nazis y truchas.

A los 8 años tuve mis primeros acercamientos con la mitología griega. Para mí este fue un hecho crucial que habría de darse en un hotel regentado por nazis y situado en un pequeño pueblo ubicado en un fértil valle, que había sido originalmente ocupado por indígenas timotocuicas y las autoridades coloniales españolas denominaron Mucurujún. Aquel pequeño pueblo andino de los indios a una altura de 2.025 metros sobre el nivel del mar, en 1811 fue elevado a la categoría de villa y luego en 1904 se le designó capital del Distrito Miranda del estado Mérida con el nombre de Timotes. En 1911 levantaron la Basílica Menor de Santa Lucía, en Timotes, frente a la plaza Bolívar.

 

Llegamos pues al antiguo Mucurujún, para ubicarnos en un pequeño hotel en la montaña, que se llamaba como los vientos, “Los Alisios” y nos quedaríamos allí para pasar las vacaciones los 4 hermanos con mi mamá, pues papá, tenía que trabajar todos los días en Maracaibo, y solamente en los fines de semana podía llegar a estar con nosotros. Todo aquello sucedía el año 1948 y allí recibimos la visita de nuestro primo, Guillermo, con su enamorada Cecilia, una muchacha que la sentíamos muy caraqueña, con quien él terminaría casándose. También fue comenzando esos días cuando mi mamá recibiría la noticia de que su hermano mayor Fernando Carlos, que era poeta y quien había combatido en el ejército americano en la primera guerra mundial, la del 14, había fallecido en un hospital de veteranos en Nueva York. Nosotros, mis hermanos y yo, lo conocimos cuando un año antes, estuvo de visita en Maracaibo y eran imborrables los recuerdos de sus historias sobre lo terrible de la guerra en las trincheras.

 

Para ese entonces ya había leído yo algunos libros. A la mano en casa tenía a Julio Verne, y otros libros de aventuras, pero curiosamente, poco sabía sobre la Mitología Griega. Nos instalamos en Los Alisios con los 5 tomos de “El Libro de oro de los niños” nuevecitos, editado por Benjamín Jarnés en 1946 con prólogo de Gabriela Mistral y de Juana de Ibarbouru, recién los había comprado mi padre y sería allá, admirando las ilustraciones de aquellos libros cómo y cuándo conocí al dios Zeus, y supe cómo eran con los centauros, vi como volaban los pegasos, y admiré imágenes del gozón Dios Baco, para enterarme de los complicados trabajos de Hércules. Años después sabría que todos aquellos dibujos que ilustraban los libros, eran de Disney y creo que sería poco después cuando vimos Fantasía la tercera película animada producida por Walt Disney fue cuando captaríamos en movimiento las imágenes mitológicas del “Libro de oro” revividas todas en aquel filme. 

 



Los Alisios estaba regentado por una pareja de alemanes. Eran lo que ahora denominaríamos unos señores mayores; él era pequeño y fornido con un delgado bigote y el ceño siempre fruncido, ella era también pequeña algo encorvada pero muy activa, iba y venía dando órdenes para que todo estuviese pulcramente ordenado. Para esos días, las referencias sobre los nazis y el holocausto estaban vivas aún para todos, pues la segunda guerra mundial recién había finalizado pocos años antes. Estas cosas se sumaban a nuestro malestar de niños ante la malvada disciplina germana, sentida a través de la férrea supervisión ejercida por la pareja de ancianos alemanes, muy regañones, cuyo apellido necesariamente olvidé y quienes fungían como dueños de aquel pequeño hotel de montaña, con sus perros, los guardianes, lógicamente, pastores alemanes. Nosotros niños, todos acordamos estar seguros de algo. ¡Eran nazis!...

 

Entiendo que cuando niños no conociéramos la delicia de una “trucha meuniere” bien hecha y aunque maracaiberos, el pescado no era nuestro alimento habitual, así que es que no éramos muy amigos de comer truchas. Sucedía que para el almuerzo a diario “la dieta germánica” nos imponía: trucha. Los 4 hermanos nos rebelábamos, pero “había que comérsela” y conspiramos para buscar apoyo en Anita, una jovencita morena que atendía, especialmente a los dos menores pues mamá no estaba bien y ahora entiendo que se deprimiría mucho más por el dolor de la muerte del tío Fernando. Con Ana, en la mesa conversábamos para que ella escondiera las truchas en su abrigo y las botara en el río. Después comeríamos otras cosas, pero comenzamos a repetir la “operación trucha” durante varios días y era sensacional descansar del régimen alimenticio germano, y en particular la sensación de estar “engañando a los nazis”.

 

No recuerdo como nos descubrieron; supongo que en algún recodo del río Anita dejó huellas y estuvimos amenazados de ir a parar presos a una caseta de madera que estaba en lo alto de la montaña, alejada del hotel, con la que nos amenazaba la frau sin un bitte y blandiendo su bastón. Afortunadamente los perros pastores no estuvieron involucrados en estas, tal vez algo imaginarias presiones ya que con ellos manteníamos prudencial distancia. Le relaté esta historia a mi amigo Víctor, quien era un lector empedernido y por sus dientes volados y su pequeño tamaño le decíamos ElCastorEnano. Él, a propósito del cuento de los nazis, me preguntó si había leído a Bolaños y me contó que la tercera novela que escribió el autor de “Los Detectives Salvajes” era un invento sobre la literatura nazi en América y que luego había publicado “Estrella distante”.

 

Esta otra novela del escritor chileno –de quien cuando conversábamos recién había fallecido-, si la conocía y le comenté a mi amigo, que su lectura, había distorsionado la imagen que de niño tenía sobre el Barón Rojo la cual provenía de los comics de Charlie Brown, con Snoopy haciendo piruetas en su avioneta. El personaje chileno de la distante estrella boláñica, me había desdibujado mi sueño infantil al presentarme a un aviador, que era un tipo deleznable y ni remotamente se parecía ni al el Principito ni Snopy, un personaje realmente malvado y regresamos a pensar en el Fuhrer…

 

No quisimos regresar a los Andes, pero dos años después, cuando en 1950, papá propuso otras vacaciones andinas esta vez decidiría cambiar de hotel, lejos de lo nazis y de tristes recuerdos y llegaríamos a un gran hotel, el hotel Guadalupe en La Puerta. Vendría a ser para mí, una vacación que marcaría mi vida para siempre, donde por vez primera, supe lo que era “un temblor de tierra”. Un temblor largo, de más de seis grados, con sus réplicas. El movimiento telúrico, en esos días provocaría un terremoto en El Tocuyo, la pequeña ciudad del Estado Lara, que quedó totalmente destruida. El Tocuyo geográficamente y saltando la cordillera, está en el estado Lara y está muy cercano a La Puerta, la ciudad trujillana que está al inicio de la carretera trasandina; pero esa vacación estuvo también relacionada con la música y las canciones, pero mejor les cuento esta historia en un par de días...

Maracaibo, viernes 17 de junio, del año 2022 

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