jueves, 28 de diciembre de 2017

El primer Mecenas…



El primer Mecenas…

Según el Diccionario de la Real Academia Española, Mecenas se le dice a una persona que patrocina las artes y las letras. El término «mecenas», se usa para los individuos que dedican parte de sus riquezas a financiar obras culturales diversas, museos, premios artísticos o literarios, o a personas tales como poetas o artistas plásticos. El primer Mecenas de la historia no fue sólo un protector de las artes, amigo y consejero de Augusto, el primer emperador de Roma. Cayo Mecenas nació probablemente en Arretium, una localidad etrusca del centro de Italia  y fue uno de los hombres más poderosos del imperio. Se decía que tenía sangre real, como descendiente de los monarcas etruscos de la ciudad a través de la familia de su madre, los Cilnios. 

Aunque era unos años mayor, que el emperador Augusto, Mecenas fue gran amigo de Octavio, el sobrino de Julio César y tras la muerte de éste, en 44 a.C., apoyó la lucha por el poder en el triunvirato (Octavio, Marco Antonio y Marco Emilio Lépido (43-33 a. C.).  Mecenas fue quien en  40 a.C. arregló el  matrimonio de Octavio con Escribonia, familiar de Pompeyo el Grande, para cimentar una alianza entre Octavio y el almirante republicano. El matrimonio, no fue feliz, pero le dio a Octavio su única descendencia, su hija Julia, cuyos nietos y bisnietos gobernarían el Imperio durante el siguiente siglo. Tres años más tarde, Mecenas marchó a Tarento como enviado personal de Octavio, y allí suscribió un tratado en el que se acordaba un nuevo reparto de las áreas de influencia entre éste y Marco Antonio que dejó a Lépido fuera de juego.

Mecenas participó, con  Octavio, en la campaña militar que culminaría en la batalla de Actium, victoria definitiva sobre Marco Antonio. Mecenas persiguió implacable a los opositores del nuevo hombre fuerte de Roma y pasó a ser el influyente ministro de Augusto. Conocido como un perfecto sibarita, por su tren de vida derrochador y su afición ilimitada por los placeres y los refinamientos. Llamaba la atención su modo de vestir, su manera de ceñirse la túnica sobre las rodillas, o el modo que tenía de mantener la cabeza cubierta con su manto o pallium cuando presidía un tribunal. Ese amaneramiento se traslucía en el estilo recargado de los poemas que compuso. Su gusto por las piedras preciosas, y una gran residencia que se hizo construir en el monte Esquilino, rodeada por los “Jardines de Mecenas”, célebres en la que después pasaría a ser la residencia de Tiberio, el sucesor de Augusto. Allí Mecenas, un auténtico sibarita, celebraba banquetes con manjares que puso de moda en Roma, como la carne de monos jóvenes. Aficionado a la música, el teatro y también a la poesía, Mecenas se rodeó de los principales escritores de Roma, como Virgilio, Horacio y Propercio

El otro consejero principal de Augusto, su yerno Marco Agripa de carácter adusto, contrastaba con Mecenas y su manera de actuar. Mecenas sabía que un simple poeta como Catulo había perjudicado la imagen de Julio César con acusaciones maliciosas e imaginó que para impedir que Octavio sufriera los mismos ataques, era mejor atraerse a los poetas más destacados de su generación y convencerlosde que cantaran las alabanzas del fundador del Imperio. Virgilio, estuvo dispuesto a jugar ese papel y La Eneida resultó ser un poema laudatorio de los antepasados de Augusto, a modo de «premonición» sobre éste como fundador y pacificador del Imperio. Mecenas no solo organizaba irresistibles banquetes y orgías, también ofrecía influencia, dinero y favores a sus poetas protegidos. Horacio, aceptó una modesta hacienda en la región de Sabina, pero en sus poemas declara que no aceptó prebendas, cargos públicos ni encargos de cantar las glorias de Augusto. Virgilio y Propercio, no puede decirse que alabaran en exceso al nuevo emperador.

Octavio fue proclamado emperador con el nombre de Augusto, en el año 27 a.C., y Mecenas desempeñaría un papel prominente en la corte, pero en un segundo plano frente a Cayo Agripa, a partir del momento cuando las relaciones con el emperador se enfriaron quizá por el affaire de Augusto con la esposa de Mecenas, Terencia,   o tal vez por su insistente intercesión para librar a su cuñado Terencio Varrón Murena de una acusación por traición. Al final, Mecenas prefirió retirarse a su palacio del Esquilino, donde se dedicó a sus libros y a sus artistas. Como no tenía descendencia, en su testamento legó toda su fortuna a Augusto, su protector y el hombre por quien tanto había hecho en vida y ante la posteridad.
Maracaibo, 28 de diciembre 2017

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