jueves, 12 de octubre de 2017

La abominable generación del 28…



      Apoyado en dos breves frases, “La abominable generación del 28” de José Ignacio Cabrujas y “Desgraciado el país que necesita héroes” de Bertolt Brecht, Lorenzo García Tamayo nos demuestra “la razón del no ser” de nuestra concepción democrática del país que tenemos, gracias a la equivocada visión monárquica, absolutista y centralizada sobre el poder que nos rige, parasitado por un clientelismo corrupto de seres que medran alrededor del soberano de un “Estado” que puede darse lujos porque se sabe inmerso en el negro excremento del demonio (Pérez Alfonzo dixit). “¿Cómo puede ser que la riqueza natural de un país perpetúe la pobreza de la mayoría de sus habitantes?” Se preguntaba Moisés Naím en el diario El País de España el año 2009 y su explicación era sencilla: … debido a “la maldición de los recursos naturales”. El reciente artículo de mi hermano Lorenzo, desvela crudamente nuestra tragedia ciudadana.
La abominable generación del 28…
La frase del título, probablemente para algunos con cariz de anatema, es de Cabrujas.  Estoy convencido, que tanto en el teatro como a través de su trabajo ensayístico, la personalidad angustiosa y tremebunda de José Ignacio, le impidió encontrar una respuesta de advertencia al origen de tal repugnancia. Tal vez nunca la buscó porque no la necesitaba,  o más aún presumo, porque terminó siendo para él,  enigmática. Cabrujas no vivió ni soñó el idilio satánico que hoy vegeta en las castas políticas que ultrajan la República. Y a pesar de que JAC conoció (1937-1995) la aventura de Chávez, presagió con benevolencia y cierta candidez, un futuro promisor.
¿Se equivocó? De ninguna manera. Solo ignoraba el origen de las abominaciones. La República Venezolana adolece de una malformación congénita. La heredamos del Imperio Español a través de la Capitanía General de Venezuela. Y por obra y gracia de sus héroes, de sus caudillos y de sus líderes mesiánicos,  ha ido en aumento creciente como si se tratase del ADN republicano. Ha logrado insertarse mórbidamente en anodinos e ignaros actores políticos, e igual que ayer,  ocupan hoy similares espacios de poder.  

Un pueblo que necesita héroes, es digno de compasión. Hemos arrastrado por más de doscientos (200) años esa herencia abominable. Siempre hemos sido así. Nunca fuimos algo. Hemos sido por siempre algo inconcluso, muy cercano a la utopía. Eso somos. Indios, negros, españoles, mestizos, mantuanos, oligarcas y revolucionarios;  pero,  por sobre todas las cosas,  inmensamente pobres y carentes de libertad. Nuestras constituciones, absolutamente todas desde 1811 a nuestros días, han estado inspiradas en ese adefesio malformado,  que por herencia recibimos  de Reyes, Líderes Mesiánicos, Caudillos y Cogollos, de cuyo yugo aún, no hemos podido zafarnos.

Las contradicciones en un texto constitucional son inadmisibles (¿abominables?). Por eso, cuando digo que existe una malformación desde el origen, destaco el principio de la inadmisibilidad razonada, para concluir afirmando con certeza, estar frente a una Farsa Continuada, que terminó siendo hecha costumbre. Pero vamos a referirnos solamente a las dos (2) últimas, la de 1961 y la de 1999, como auténticas Farsas Continuadas. Basta una tilde o una coma, para cambiar el sentido de una frase. Eso es bien sabido. No voy a entrar en consideraciones de interpretación y/o subjetividades constitucionales, porque además de no ser experto ni abogado, lo relevante es demostrar el origen y las causas del porque aún  después de más de dos (2) siglos, la República Venezolana sigue “sin levantar cabeza”. ¿Qué heredamos como abominación? En esencia, un país monárquico. “Reyecitos” tropicales, en mula, corcel, tranvía, vapor o más recientemente en jet, heredaron un poder absolutista,  por obra y gracia de cartas magnas contradictorias de principio a fin. El Presidencialismo,  inserto como está en nuestras constituciones, es  absolutamente contrario a la de un Estado Federal Descentralizado, tal y como lo consagran nuestras dos (2) últimas constituciones. No podemos ser esto, afirmando lo contrario. A postre como resultado se cae en el campo de la galimatía y los absurdos.

Como ilustración sencilla, cito los artículos 142, 157 y 158 de la constitución actual, que contradicen la autonomía federal de los Poderes Públicos Estadal y Municipal ante el Poder Nacional. Y el 226 y 236, que  expresan sin duda alguna,  el hecho cierto de que recaiga en un solo ciudadano la autoridad como JEFE de Estado (por consiguiente de la República), como único y plenipotenciario Administrador de la Hacienda Pública. Es decir, amo y señor del presupuesto total de la Nación. O lo que es lo mismo, de siempre, el presupuesto nacional (hoy traducido en la astronómica suma de miles de millones de dólares) ha sido manejado al leal saber y entender de un solo hombre (de partido), en concordancia  con un “puñado” de políticos,  que disponen desde un cogollo, el reparto clientelar burocrático de todos los bienes de la Nación.

Además de ello y como si fuera poco, el Presidente, que es el Comandante de la Fuerza Armada Nacional, puede vía decreto con fuerza de Ley, hacer lo que le dé la gana. (Así es ahora, pero así era antes también). Eso,  no solo no debe seguir siendo así. Sino que es el origen y el mal de todas nuestras desgracias como República. Un modelo de Estado tan dado a la “maña” y las “corruptelas”, no puede seguir funcionando de esa manera. El principio absolutista del Presidencialismo, es el puntal más fuerte del Estado de Poder Centralizado y totalmente opuesto al Estado Descentralizado.  De tal manera que estampar esas dos opciones, la de que somos una República de Estado Federal Descentralizado, para luego en el mismo texto constitucional,  enunciar y gravar exactamente lo contrario, es por decir lo menos,  abominable. 

Esa herencia patológica, hoy se repite  torpemente y la vemos reflejada de manera ostensible, en el lenguaje común de todos los dirigentes, luchadores sociales y líderes políticos venezolanos. No es casualidad. Se trata de una consecuencia que deriva de la naturaleza ignara del barro que los moldeó, e irremisiblemente los arropa. Lo más triste es, que la exhiben con ingenua arrogancia. Se caracteriza por la improvisación e inmediatez en sus discursos. Piezas retóricas, concebidas siempre desde una perspectiva histórica, plagada de pecados y errores que enuncian como anatemas, pero sin ofrecer soluciones. Y esto, lo de no tener respuestas a largo plazo con soluciones efectivas, y no efectistas como es y ha sido siempre su costumbre, sucede así, porque simplemente no las tienen. Es decir, las ignoran, porque no las saben,  o llanamente las desconocen. 

Toda esta ignorancia generalizada,  es la parte más aguda del problema que nos aqueja como país, porque ha sido la causa principal que destruyó la República y que en este momento trágico, ahora nos impide rehacerla. Aquel país rural que vio nacer y crecer la abominable generación del 28,  la que sucumbió sin encontrar una fórmula eficaz y no pudo ni tuvo capacidad suficiente para organizar una sociedad libre e independiente de líderes y cogollos, continuó en la oscurana hasta que a finales de la primera mitad del siglo XX,  de la mano del presidencialismo y los cogollos de siempre, con la abundancia petrolera; se convirtió en un país rico e importador; ensamblador; y fortuitamente productor, a expensas de subsidios y ayudas gubernamentales. Así, poco a poco nos fuimos labrando una economía no competitiva, no sustentable, inmensamente rica,  y totalmente improductiva.

No es tiempo de analizar lo que no sucedió, es tiempo de entender porque no ha sucedido. La etiqueta que distingue a los politiqueros ignaros,  es el cortoplacismo. Siempre ha sido así. Populismo y demagogia. La figura presidencial obra como membrana osmótica. Como un enmantillado cobertor, que arropa basura y virtudes en un mismo saco, bajo la tutela clientelar y hegemónica del cogollo centralizado. Todos vamos siempre al matadero de las promesas improvisadas, los cantos de sirena que pregonan soluciones inmediatas, y distribuyen a discreción del cogollo y las cofradías “buchonas”, bajo la egida del amo y señor del Estado de Poder Centralizado, el inmenso recurso del presupuesto nacional.     ¿Y el País?     ¿El País?....que se joda!     Y no me vengan con eufemismos legales falso-democráticos. Siempre ha sido así. ¿Saben porque? Porque el dinero alcanzaba para mucho, aunque la planificación a largo plazo, se fuera viniendo a menos año tras año. Hemos siempre mantenido la mirada enfocada en la riqueza petrolera. Tenemos problemas, problemitas y problemones. SI. Pero tenemos petróleo, y como si fuera poco, tenemos un Papá Estado, encarnado en la figura del Presidente, andando y desandando el país, de la mano del Cogollo.

Mientras la globalidad en investigación y desarrollo; los avances de la ciencia y la tecnología;  la transición energética hacia las renovables; la eficaz aplicación de la sustentabilidad del desarrollo como plataforma de progreso; los novedosos, dinámicos y eficientes sistemas que hoy se están utilizando en la formación de educados y educandos; el reacomodo exitoso sobre la huella ecológica; y un largo camino por recorrer en el mediano y largo plazo, que no vayan orientadas hacia la búsqueda de esas soluciones absolutamente probadas, que  funcionan a la perfección en otras latitudes, y las mismas y otras más, no sean rigurosamente implementadas como políticas de Estado, en un solo conjunto y no de manera parcial o sectorizada. Todo lo que digan, ofrezcan y hagan nuestros políticos de vieja data, y esto lo digo no por la edad cronológica, sino por la herencia recibida, es decir, “malformados” o “deformes”, será en vano. Tiempo perdido.
¿Y tú que propones? es la frase manida de los politiqueros de oficio, cuando se les pone el dedo en la llaga.
Al buen entendedor pocas palabras. 

Lorenzo García Tamayo   
                 
Maracaibo, 10 de octubre de 2017

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