miércoles, 20 de septiembre de 2017

… en La Habana…( II )




… en La Habana…

SEGUNDA PARTE

Así pagamos y nos fuimos del bar y a la salida del hotel en un destartalado Volkswagen (automóvil que yo creí era el escarabajo alemán pero luego supe que era una imitación soviética), estaban dos negritos. Lo digo en diminutivo porque me parecieron bastante jóvenes y uno era esmirriado y el otro quizás más corpulento. Ambos completaban un dúo, (complementario a cuarteto si nos sumábamos nosotros dos). Eran negros como la noche misma y en su jerga habanera nos asediaron con preguntas, con proposiciones, con ofertas y claro, ante Eduardo en su corpulenta humanidad y su jocoso espíritu, (eso que nosotros llamamos una echadera de vaina, o tomadera de pelo permanente), muy pronto estábamos en sintonía (no era la permanente lo que tenían en la cabeza nuestros tintos amigos, era natural). Muy pronto nos hicimos panas (¡una burda panadería!). ¿Cómo no hacer amistad con un tipo como Eduardo Imaz? Entre sus risotadas y una botella de ron de cientoquince grados (ocoró lo llamaron ellos), salimos en el Volkswagennoff supuestamente con la intención de regresar al hotel Presidente, pero pocas cuadras después ya estábamos en una conversación sobre la religión, la discriminación racial, el dinero, el poder de los Orishás y su influencia en lo que va a ocurrir con la revolución cubana. Ellos nos hablaron sobre Fidel con sus palomas en la cabeza y yo traje a la palestra nada menos que a María Lienza, e inventé unas historias truculentas sobre la Diosas indiana en neblinosas montañas, allá lejos en Sorte, temas que resultaban fascinantes para Eduardo, un vasco de Donostia metido en el trópico pintoresco lleno de magia y de sabor. Así surgió la idea loca de irnos a un sitio de música algo fina. De categoría, (eso nos decían nuestros guías), una de esas buats (¿o boites?), donde quien está al frente de la orquesta (pueden jurarlo) siempre resulta ser un famoso compositor de cientos de boleros muy conocidos. Terminamos, gracias a la charla impenitente de nuestros amigos y a la malsana curiosidad de Eduardo (y de mí, ni se diga, estimulando todas sus propuestas) rodando calle tras calle hasta detenernos al final ante una casa (ni sé en qué rumbo estábamos, pienso que en el barrio de Regla, era un caserío oscuro cerca del puerto), con una apariencia externa fantasmagórica. Estábamos en el sitio donde un faculto (un babalao nos dijeron nuestros amigos), nos señalaría la verdad sobre los designios de los Orishás. El santero yoruba nos indicó primero (afortunadamente) cuál sería su tarifa, para leernos (en dólares) los caracoles. Yo desde el comienzo me dije que no me interesaba el asunto. En realidad, siempre he creído que de que vuelan, vuelan, y todo el día y la noche había sido un disparatado evento tras otro, llenos todos de magia y de cosas que de tan absurdas que eran, me daban cierto temor, o debo decir, casi terror. Me espantaba de sólo pensar que aquel adivino mayombero640 me dijera algo sobre los microfilms, o sobre un alijo de coca que aparecería en mi maleta (a la carrera y temblando hubiera llegado hasta la cama de Alicia en la mansión protocolar). Pero ¡cuándo no!, yo debí suponerlo, Eduardo hecho una pascua, salió a decir como los buenos, ¿quién dijo miedo? Él sólo les preguntó a nuestros panas (¿intermediarios?), si acaso era necesario ¿pagar algunos dólares por adelantado? Y claro, pues no importa (como quien dice, ¡fuera cacho!). Eduardo le pagó al negro brujo ipso facto. Así comenzó la sesión. Estábamos los cuatro y el mayombero (nuestros amigos negritos del Volkswagenkrofsky fueron obligados por Eduardo a quedarse dentro de la habitación). Si no están mis amigos no hay negocio, le dijo autoritariamente al santero. Al fin acordamos que así sería, y una negrota gorda y vestida de blanco, muy tinta ella, decidió salirse al parecer ofendida por la incorrección (léase desorden) para ella seguramente irreverencia, del par de extranjeros (léase Eduardo y su joder constante). Así, a pesar de que él pagaría en billetes verdes de dólares, ella salió furibunda moviendo su calipígico trasero mientras el viejo mayombero también de blanco y lleno de collares de colores se quedaba esperándonos en el centro de la pieza. Si entro en detalles me quedo en este cuento (que no es ningún cuento, sino una real historia) y ahora no la veo tan truculenta, pero ese día o mejor dicho, esa madrugada era todo un asunto de magia negra, o no sé si blanca, entre tanto negro y tanta deidad yoruba... Trataré de resumir la situación, antes de que me vengan a buscar Natasha y Eduardo para salir con Enrique y Ramón, nuestros amigos que resultaron ser nada menos que ecobios, (esto quiere decir que eran miembros de una secta, los abakuás). Supe también que los abakuás eran unos señores para quienes la magia de los caracoles y los poderes adivinatorios de los viejitos babalaos, al parecer se quedaba en pañales... El mayombero tendría quizá setenta años, o tal vez más, puesto que ya comenzaba a encanecer. Vestía todo de blanco y lucía collares y brazaletes... ¿Cómo tú te crees que puedes escapar ante lo que ya han decidido los Orishás? Los collares tenían cuentas blancas, semillas perforadas alternando con otras rojas... Son para Changó el dios de la guerra, de día es Santa Bárbara protectora contra rayos y centellas y sólo se acuerdan de ella cuando truena, hay otros quienes sí la tienen muy presente. ¿Cómo haremos para conocer los designios de los Orishás? ¡Vaya...! Celina González a 45 revoluciones por minuto canta desde muy lejos... Que viva Changó, que viva Changó, que viva Changó, ay Changó Changó señorees... Luces parpadeantes de una rockola cantándole a Santa Bárbara bendita, se confunden en mi cabeza con el brillo de los candiles que alumbran desde los cuatro ángulos de la habitación al viejo babalao. Cuentas blancas y semillas amarillas para Ochúm, la diosa del amor. Pienso en Natasha, desnuda sobre una conchuela marina, es Afrodita ella es Ochúm con su cabellera ondulada, rojiza, nace la primavera de Sandro Boticelli. ¿La diosa del amor, o de la mar? Las cuentas blancas alternan con semillas azules para Yemayá, la reina de todos los santos, de los mares, de las aguas de oleaje turbulento, del mar Caribe espumoso, lleno de corales, se ramifican creando un chantillí de espuma, reina del océano salado y tibio en el ancho lote de las noventa millas entre la isla de la revolución y la orilla del capitalismo, mare nostrum reventando en sal, mar del almirante Don Cristóbal Colón, Yemayá la virgen de Regla, diosa del mar abismal, infinito, profundo, batiendo desde la inmensidad azul contra el malecón habanero, chás, cuás, chuaz, rucuchás, échale semilla a la maraca paque, suene, cacuchá, cuchacuchá, cuchá, chuas, plash... El hombre ni nos miró. Tomó los caracoles en sus manos e hizo unos pases murmurando. De inmediato pareció abstraerse y nosotros nos quedamos mirándolo fijamente... Date un baño, tienes que hacerte una limpieza, date un baño con Rompe Saragüey. Los caracoles saltaron en el aire y cayeron dentro del círculo en medio de la habitación. Ellos se fueron moviendo, adaptándose cada uno en su predeterminada posición, irremediablemente. Él parecía saber su trabajo y los caracoles se detuvieron. Ya no había más remedio... Eduardo muy atento, estaba casi serio por primera vez en la noche. Entonces el mayombero alzó la vista y me miró frunciendo el ceño. ¡Qué malo está este negocio! Son dos y están cubiertos. Son dos y ustedes dos, son dos... Yo irreverente pensé que esa suma de dos y dos son dos era pura matemática cachicamera, pero muy pronto cambié el curso de mis ideas al fijarme en sus conjuntivas biliosas y en sus pupilas dilatadas, creí ver en ellas un asomo de angustia. Se desplazó hacia la derecha y tomó una bandeja de metal que estaba en el piso fuera del círculo de cal. La fue espolvoreando lentamente con una fina arenilla y yo de nuevo me salí del contexto recordando mis épocas juveniles de beisbolero, la línea de cal, la pezrrubia del pitcher, el círculo de espera, prevenido al bate... Ya espolvoreada toda la bandeja, la tomó el babalao en sus manos y me miró otra vez de una manera que no me gustó nada. El hombre metió la mano en una bolsa de papel y sacó un puñado de algo que en el momento no supe qué era, luego me enteré del poder de las semillas de palma. Las fue arrojando sobre el plato y al terminar su tarea, bajo la parpadeante luz de las velas se dedicó a examinar las marcas dejadas por cada semilla sobre el polvo de la bandeja. Hizo unos gestos negativos y suspiró ruidosamente. Entonces nos miró a los dos y con una voz profunda habló. Dos son ustedes y dos son los jimaguas, ellos siempre estuvieron protegidos por las siete potencias, pero se ha roto el lazo. Este es un ensalmo que traerá sangre, dolor y muerte. Un pájaro negro los quiere arropar. Están bajo sus alas. Tú, (me señaló con el dedo), tú has venido con Changó y su espada caerá sobre uno de los dos. De nuevo me miró y levantando su mano me señaló otra vez con el índice. Tú que empuñas el arma y vistes con la capa roja, tú que tienes el poder de Changó, tú matarás, tú lo eliminarás, tú expulsarás de este mundo a uno de los dos... Entonces se llevó las manos al rostro y pareció suspirar gimoteando o haciendo un ruido como si aspirara, como un estridor de fiera y se estremeció. Desde lejos y no sé si dentro o fuera de mí, yo volví a escuchar. Con los santos no se juega, Rompe Saragüey, si tú juegas ten cuidado, anda y Rompe Saragüey, no juegues si tú no sabes, oye, estas cosas se respetan, Rompe Saragüey, Amalia Amalia Amalia ten cuidado, anda no juegues si tú no sabes, que daño, mucho daño te puedes jacé, y Rompe, pero Rompe Saragüey. Cuando regresábamos, en el interior del Volkswagen ruso, Eduardo prácticamente cosió a preguntas a nuestros amigos Ramón y Enrique, pero ellos fueron muy parcos en sus comentarios. Nos terminamos de tomar la botella de ocoró y recuerdo algunos comentarios, son como pistas para entender el plano del minotáurico laberinto que se estaba conformando en mi mente. No obstante no tengo claras las claves pero conservo con toda precisión la verdad de los hechos sobre el rito y todos los designios tan impresionantes del babalao. No obstante, no termino de sacar conclusiones. Ramón y Enrique nos dijeron que jimaguas son gemelos o mellizos pero nuestros amigos eran ecobios y no santeros. Eran de otra secta, con otros rituales ¿quizás con otras predicciones? Los dos eran abakuás y ambos habían luchado en Angola uno o dos años. Ahora parecían desempleados pero convencidos de que la magia era parte importante de todo lo que ocurre a diario. La última palabra, lo que va a pasar, lo deciden los Orishás y la conocen los Yorubas... Entonces nos invitaron para participar en una ceremonia abakuá la noche siguiente (léase hoy). Sólo pueden ir los ecobios, pero creo que lo podremos arreglar. Eso nos dijeron. Dejaron a Eduardo en el hotel Presidente y a mí en mi casa mansión de protocolo ya casi amaneciendo”.

Fin de la 2da parte
Maracaibo, 20 de septiembre del 2017

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