LA MUJER DEL METRO
A Eduardo Liendo: un
ejercicio en su taller.
" esa mujer del Metro a la que has seguido,
un fantasma anónimo que reaparece ahora de repente"
Henry Miller
"SEXUS 1"
Percibes el calor de su mano, mas
sientes sorprendido que te empuja, imaginas sus dedos largos e intentas
atraparlos y notas que se escapan sin remedio, los sentiste clavados en el
pecho con el impulso de su cuerpo todo, su palma y dedos en tu costillar cuando
esperabas tierna caricia tibia y ese tu asombro al inclinarte y trasponer la
línea amarillenta que se pierde en la boca iluminada por el destello
parpadeante de la máquina que crece prontamente. Trataste de agarrarla, sí, mas ya vas
torciéndote de angustia y tratas de voltear pero tu cuerpo cae antes de dar la
espalda, sin posibilidad alguna de apoyarte, y entonces distingues aún su mano,
pálida, sus uñas escarlata y hasta su rostro crees detectar entre el gentío, cuando
ya has comenzado a descender iluminado todo tú por el monstruo creciente que
emite su mugido agudo y te eclipsa el rumor y los gritos de la muchedumbre
estática, petrificada en el andén. Te
alejas de ellos sin asidero, sin balance, sin remedio y sabes que era ella.
Entiendes que es esa la mujer del metro, la que has seguido hasta la calle,
hermosa y misteriosa, es esa joven, la del guiño amable, cuando colgabas de la
abrazadera, tú, ser anónimo y te sonrió con su mirada cómplice, guindando tú
con tantos otros cuerpos y aquel multiplicarse de su sonrisa reflejada en las
puertas, ¡tantas! Esa, la mujer del
metro, la que casi se pierde entre el tropel a la salida de la calle y
tropezarse y empujar y correr desesperadamente y la impotencia en la escalera
atiborrada de figuras inermes, interminable la escalera eléctrica, ascendiendo.
Esa, la mujer del metro que desapareció en el resplandor incandescente de la
calle, colmado de empujones e improperios y en el espacio caes y casi ya no ves
el brillar de sus ojos, mas otra vez, quizás muy al final logras atisbar su
sonrisa. Esa, la mujer del metro, la que has seguido hasta la calle, la que has
perseguido desde lejos sin entender por qué tenías que hablarle, se esfumó tras
un auto antes de desaparecer tragada por la esquina, ¡es ella! Tú captaste el
mensaje y corriste como loco escaleras abajo, ese fantasma anónimo se ha
materializado, y carne y huesos, y sonrisa, y aquel guiño achinado y amable,
estuvo por segundos a tu alcance, hasta tocarla casi, cuando ella colocó su
hermosa mano con largos dedos de uñas esmaltadas de un rojo sangre sobre el
pecho tuyo, y la sorpresa, el fuerte ramalazo y tu trastabillar en el asombro.
Esa, la mujer del metro te entregó todo el peso de su hermosa figura y tú te
fuiste más allá de la línea amarilla y no obstante, todavía lograste detectarla
entre la gente, arriba, desde el abismo, sin retorno ya, ante la máquina que
gruñe y pita y bufa encandilándote. Esa mujer del metro, seguro estás, proviene
de esa tú pesadilla reiterada, la de un sinfín de madrugadas sudorosas, de
tantísimos despertares crispados, corazón al galope tendido, de angustias
sostenidas, toda una vida de búsqueda infructuosa, hasta encontrarla, ¡al fin!,
¿después de cuantos años?, ya casi de cabeza lo entiendes todo, ¡claro!, es tú
fantasma anónimo que reaparece ahora de repente cuando la máquina acezante ruge
casi encima de ti...
Breve relato dedicado a Eduardo Liendo como uno de los ejercicios de su Taller de Narrativa, en Caracas
a comienzos de la década de los 90 del pasado siglo XX.
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