DIEZ CUCHARAS
Diez cucharas tropezando entre ellas
eran un repiqueteo infernal en aquel denso y asfixiante silencio. No se
hablaban y el ruido de los cubiertos resultaba demasiado fuerte. Hasta llegaste
a temer que el tintineo se pudiese escuchar afuera atravesando la letrina.
Menos mal que el broder estaría listo para impedirle entrar al urinario a
cualquiera. Se arrastraban con una lentitud exasperante y aunque no se
hablaban, de vez en cuando las cucharas se sentían repicar con un sonido
demasiado estridente. Sentiste como el ñero adelante reptaba y cuando se
detuvo, calculaste que estaba luchando con los fósforos. Escuchaste el rasgar,
luego las chispas y al fin algo de luz cuando encendió el pabilo de la vela de
sebo. Allí acostado solo veías sus interiores sucios, su espalda y las patas
tropezándote mientras él preparaba con cuidado los hierros. ¡Que arrecho fue
palearse los cubiertos! Son diez cucharas solamente... ¿mis angustias? El
tinguilin de nuevo, fue demasiado fuerte y pensaste si acaso era posible que
brotara el sonido musical hacia afuera, por la boca del túnel. Siempre habían despegado
toda la loza del albañal y al meterse en el hueco lo cerraban luego, pero
lógicamente el orificio de la letrina quedaba abierto permanentemente para
respirar. Tú veías la espalda sudorosa del Ñero mientras él arañaba la tierra
con el cabo de todas las cucharas a la vez, usaba cinco en cada mano, como si
fuesen uñas de metal y saltaban las piedras y la arena mojada te bañaba e ibas
acumulándola dentro de aquellos trapos, hacías un nudo y empujabas hacia atrás
el bulto, hasta tus pies y luego, lo pateabas lejos, lo mas lejos posible.
Vergación Ñero, cuando lleguemos al terreno detrás de los alambres y la cerca
ciclón, voy a decirte Ñero, vos si sois bien arrecho! Semidesnudos, sudando a
mares, cumplían con el trabajo asignado, tú soportabas esa lluvia de piedras y
de arena mojada y pegostosa que parecía otra cosa, te bañabas en ella, se te
metía en la boca, no te dejaba respirar. Ambos se sofocaban aspirando el aire
denso ya enrarecido por el humo de la vela de sebo. Tú reunías las piedras con
el barro y soportabas en silencio las patadas del Ñero. Dentro del nicho, dos crisálidas,
transformadas en activos bichos, salpicados por el sebo hirviendo, ejecutando
una labor refleja, sistemática, desesperante y en silencio. Tú escuchabas como
él, acezante arañaba la tierra como un perro localizando un hueso. Con diez
cucharas, cinco en cada mano, el Ñero iba escarbando el terreno como un poseso
y tú reunías el barro en trapos que
anudabas maldiciendo por la falta de aire y luego, lo pateabas
bien lejos. Robarse las cucharas de la cocina fue toda una proeza y luego
convencerlos para que no las usaran como chuzos, todo un proceso. Diez cucharas
virguitas dijo el ñero cagado de la risa. Cuchara o bollo, papo o chuzo, que
importaba ya, lo que quieran, maldita sea, pronto estaremos fuera. Acostado,
recogiendo guijarros, tierra y barro, no era el momento para pensar en hembras,
pero el ñero en cada mano tenía un puñado de cucharas y allí bajo la tierra te
pateaba y parecía excremento lo que chorreaba sobre ti, pastoso y húmedo, aquel
barro que con sus uñas de metal tu compañero iba ordeñando entre las piedras.
Quizás por eso, cual lombriz de tierra, como gusano dentro de un túnel
sepulcral, casi asfixiado en esa cueva, pensaste que todo iba a salirles como
era, porque estaban en el tramo final y diez cucharas cavando como el diablo
los sacarían afuera. Achanta un pelo Ñero. ¿Hasta cuándo seguirás echándome más
tierra? Yo con una cuchara me conformo, con una solamente ¿pero vos?, ¡vos
seguís escarbando! Le agarraste una pata. Ya es suficiente Ñero. Pero él no
captaba tu señal. ¡Vámonos de regreso! Vergañero, ya es demasiado el humo, ve
que se acaba casi el cabo de la vela de sebo.
Nada. Seguramente el Ñero presentía que estaba muy cercano el momento
cuando verían la luz del día, en el terreno detrás del paredón, un trecho más
allá de los alambres, y la cerca ciclón. Tal vez por eso cavaba sin parar, con
furia y desespero, sin importarle que te estuvieras asfixiando. Ñero, no
aguanto más. ¡Ñero que me ando meando, Ñero!
Cuando se abrió súbitamente el inmenso agujero fue el aire entrando, a
bocanadas, lo primero que te golpeó de frente. Tú lo aspiraste ansioso y te
fuiste de bruces sobre tu compañero. Caíste de cabeza y embadurnados ambos
rodaron sobre el piso del comedor frente a la guardia en pleno, quienes
suspendieron atónitos el ritual de tomarse la sopa oyendo las cucharas del Ñero
que repicaron desparramadas, tintineando en el suelo... Y se te oscureció toda
la escena ante las carcajadas de todo el regimiento, y tú solo pensaste,
pelamos bola nuevamente... ¡La pusiste Ñero!
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