jueves, 20 de agosto de 2015

"De cuando el presidente Castro se peaba por el pito"




De cuando el presidente Castro se peaba por el pito

En su habitación de la quinta Doña Zoila en el Paraíso, súbitamente despertó el Presidente Castro. Estaba sudando copiosamente. No podía entender el por qué tenía una pesadilla, llena de enfermos encapuchados, de negros y de frailes con un inquisidor que le recordaba al doctor Revenga. Entonces reflexionó... Tiene que ser todo este maldito asunto de la peste bubónica y la correspondencia del bachiller Rangel. Todavía se estremeció al vislumbrar como en un lejano relámpago los destellos de la mirada del Prior de la Santa Orden. ¡Sin ninguna duda, es por toda esta pendejera de la peste y la vaina de la Aduana! Lo pensó sin querer ni moverse en la cama pues le estaba de nuevo sobreviniendo un escalofrío y unas ganas apremiantes de orinar. En la oscuridad de su alcoba se levantó y tomó la bacinilla que mantenía al lado de la mesa de noche. En las ventanas se notaba ya cierta claridad y pensó que en esa época del año quería decir que se acercaban ya las seis de la mañana. Estaba orinando cuando por vez primera notó un burbujeo en su uretra y sintió con la salida del chorro un burbujeo naciendo desde el pene flácido que sostenía con su mano derecha, mientras percibía un fuerte olor a podredumbre. Con cierto asombro, pujó al final y con el último chorro de orina vino de nuevo el fenómeno esta vez haciendo ruido. Maldición, se dijo a sí mismo en voz baja. Pujó de nuevo, y notó más burbujas. Entonces al aspirar el olor en el aire sentenció ¡Me estoy peando por el pito!  ¡Alas!  ¿Qué vaina será esta?
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Durante el mes de junio el Presidente Castro volverá a sentirse febril y decidirá consultar sobre sus inquietantes síntomas urinarios a sus amigos los doctores Acosta Ortíz y Rafael López Baralt: El cirujano y el canciller conversaron y decidieron observar ellos mismos el fenómeno. Así, mientras el Restaurador de la Patria orinaba en su bacinilla de peltre, los galenos mirando con atención su glande violáceo notaron el burbujeo en el meato al final de la micción. Luego de un discreto pujido vino una fetidez insufrible. Ambos se mostraron alarmados y le recomendaron que se dejase examinar por el joven doctor Iturbe quien estaba recién llegado de Europa. Sabía Acosta Ortíz que Iturbe había traído dos citoscopios nuevos marca Nitze y con ellos se le podría examinar la uretra y la vejiga urinaria al señor Presidente.
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 A comienzos del mes de Julio el Señor Presidente fue presa de una actividad febril.  Diario y vespertino venía siendo también y desde hacía dos semanas, el ascenso de su temperatura corporal. En realidad, las presiones internacionales le estaban provocando calentura al General y esta se transformaba en una furia relampagueante. En el país, existía una especie de caos orquestado que parecía acrecentarse y confluir como queriendo hacer eclosión. Todos los sucesos iban complicándose in crescendo desde el momento mismo cuando él tomó la determinación de romper relaciones con el gobierno de los Estados Unidos. Esa decisión política, firme e impertérrita, la había tomado el General Presidente desde el día veinte de junio haciendo caso omiso a las quejas enardecidas del Ministro Norteamericano por una multa de veinticuatro millones de bolívares impuesta por el gobierno venezolano a los asfalteros del lago de Guanoco. El Ministro de Los Estados Unidos se había negado enfáticamente a pagar. ¡Ni un céntimo! Sin que le temblase el pulso, el General Castro rubricó su mensaje. ¡Dígales que si no pagan se vayan a joder a su país!  Así el Presidente se lo comunicó a su Canciller el doctor López Baralt y eso fue más que suficiente para que el gobierno de los Estados Unidos rompiera sus relaciones con el de Venezuela.
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En el curso del mes de julio, el gobierno acordó otorgarles al bachiller Rafael Rangel y al doctor Rosendo Gómez Peraza, la Orden del Busto del Libertador en Tercera Clase y a los bachilleres Francisco Mendoza y Tomás Landaeta Sojo la misma Orden en Cuarta Clase. Finalmente. A finales de ese tormentoso mes de julio, llegó el momento cuando el Presidente Castro fue examinado citoscópicamente por el doctor Juan Iturbe. La pequeña humanidad del General Presidente soportó sin quejarse las maniobras citoscópicas del galeno. Mirando por el rígido tubo metálico del citoscopio que le atravesaba el miembro viril al Señor Presidente y en presencia del Canciller y del doctor Acosta Ortiz, el joven urólogo fue describiendo sus observaciones y pronto se le hizo evidente una fístula que horadaba la cara posterior de la vejiga. Iturbe les comentó a sus colegas que algo serio estaba ocurriendo y un rato después solicitó le permitieran ir a su laboratorio y estudiar la muestra de orina en un microscopio. Una hora después, ya en su consultorio de Principal a Conde, el doctor Iturbe comprobó que existían huevos de ascaris en los meados del Presidente. Con este hallazgo y el aspecto fecaloide de la orina corroboró su diagnóstico.
-El Presidente presenta una comunicación fistulosa entre el recto y la vejiga urinaria y esa fístula es la causante de la salida de gases y de heces con la orina a través de la uretra.
Acosta Ortiz y Rafael López Baralt le escuchaban con preocupación.
-La fístula es bastante grande y ameritará una corrección quirúrgica, pero debe hacerse lo antes posible para evitar más infecciones urinarias.
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Al día siguiente de su exploración citoscópica, el Presidente amaneció sin fiebre.  Llegó temprano al palacio y la cuenta que le presentó el Canciller López Baralt le provocó la primera calentura del día. En una serie de recortes de la prensa europea aparecían los comentarios hechos por el Embajador de Holanda en el país sobre las decisiones internas del Gobierno Restaurador. Malhumorado, el Presidente Castro fue poco a poco enfureciéndose con la lectura.  Llegó un momento en que se puso de pié y ordenó colérico que se le declarase al Embajador persona non-grata y que se requisaran todos los barcos holandeses que se encontrasen en aguas venezolanas. Además... Luego le dijo al Canciller con tono airado que les impondría un arancel tan alto que se acordarían para siempre de su persona.
-Vamos a hacerles pagar todos los gastos que se han producido en La Guaira con el problema de la peste bubónica; ya verán esos carajos... ¿De modo qué estamos locos? ¡Pues que paguen los holandeses! Así sabrán lo que le pasa al que anda chachareando de lo que no debe como un pingo. ¡Que no digan tantas pendejadas, alas!
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La prensa de la vecina isla Curazao en varios artículos aparecidos durante el mes de julio, también dio a conocer su opinión contraria a la decisión del gobierno venezolano. Era notorio considerar que cualquier menoscabo de las relaciones entre Venezuela y Curazao, iban en desmedro de la actividad comercial de la isla. Se estaba produciendo un descalabro económico para decenas de comerciantes que exportaban sus bienes hacia los puertos venezolanos. El 25 de julio el Consulado de Venezuela en Curazao fue apedreado. Finalmente, el 28 de julio el Presidente Cipriano Castro decidirá romper relaciones con Holanda.
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El amanecer sorprendió al señor Presidente casi sin dormir. A pesar del brandy que tomaran en el puente hasta la media noche, el movimiento del mar le despertó desde antes de que comenzara a clarear el día. Se asomó por la escotilla y divisó la línea de la costa en la penumbra. Algunas luces brillaban a lo lejos. Debe ser Tucacas, pensó. En la litera, Zoilita dormía apaciblemente. El Presidente se dirigió al chifonier empotrado en la pared y sacó de una de las gavetas su bacinilla. Pensó que había sido una gran idea haber acondicionado al vapor “El Restaurador” con todas las comodidades de un barco moderno y de lujo... Orinó temeroso y al final sintió cierto ardor, pero no ocurrió nada más. Se quedó un rato sacudiéndolo con suavidad, expectante. Ya no se quería pear más por su antes eficiente paloma. No sintió ninguna molestia y pensó que las medicinas del doctor Acosta le habían mejorado. ¡Pero qué vaina! Nada de excesos le había dicho el médico y a pesar de lo bien que le estaban funcionando las medicinas, añoró sus días y noches de parranda con Don Tello y las valencianas... Años de orgías y de desaforada concupiscencia... Bailar hasta el agotamiento con las tiernas doncellas, y luego... ¡Alas, que gozadera tan barata! Durante unos instantes se sintió temeroso de caer en tentaciones. Pensó entonces cual si fuese un zute, “no más échelo a volar” y sin dolor exprimió su próstata con un último gemido miccional. Se limpió la punta con un pañuelo de seda y se acercó hasta la luz para comprobar complacido que no existía ninguna secreción. Su recuperación iba progresando pero ya el viaje a Alemania estaba decidido. Casi le habían convencido de que tenía que irse a Europa para operarse. Le habían escrito al famoso doctor Israel, un cirujano de Berlín y además, sus médicos le prometieron que después de ser operado por el especialista alemán quedaría como nuevo... ¿Cómo un jovencito? Recordó haberle preguntado con picardía al doctor Iturbe. Con una sacudida final, lo metió dentro del pantalón y regresó a la ventana, pegó la nariz en el ojo de buey protegido por el vidrio y miró las palmeras en la costa. Llegamos... Eso pensó escrutando las luces. Es Tucacas. Se puso a repasar entonces las observaciones del doctor Acosta Ortíz. En la noche pasada le había regañado por la bebedera... ¡Se atrevió el catire! Ahora él se daría el gusto de decirle que estaba ríspero y convencido además de que el brandy no le afectaba para nada. Ya iba a tener dos semanas sin síntomas... Quizás no era tan necesario irse a operar en Alemania... ¿Qué estará haciendo ahoritica mismo mi compadre Juan Vicente?  Fue un buen gesto que fuese a despedirme en la estación... Se había aparecido con toda la familia, había ido el Gobernador, el Prefecto, sus Ministros... ¡Ladino el capagatos! De reojo notó que Zoilita se despertaba.

Tomado de la sexta y séptima parte de la novela “El movedizo encaje de los uveros”, de Jorge García Tamayo. Ediluz, 2003

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