miércoles, 20 de mayo de 2015

¿Secuestrado?



¿Secuestrado?

Si esto es cierto, si es real, esto es, ¿Cómo decirlo?, es una vaina, una verdadera vaina, pero de no serlo, es decir, de ser una especie de sueño, todo se transforma en una pesadilla, una de esas donde uno no puede escapar, o no logra despertarse, pero esto es bueno, en cierta forma, porque quiere decir que habrá de concluir, que tendrá algún final, tarde o temprano, acabará, llegará ese momento y cesará todo. Entonces las cosas habrán de cambiar. Ya veremos… Eso iba a decir pero… ¿Cómo?, con esta cincha sobre mis ojos, ¿cómo?... ¿y si de veras estoy ciego?
Has perdido completamente la noción del tiempo. Sabes que estás echado, o de espaldas,  piensas que es contra un muro, atado, en tierra, como un perro, y ciego. Prefieres creer que es porque estás vendado, sientes algo que ciñe tu cabeza y te tapa los ojos, ¿estarás sordo?, esa es otra idea que no escapa de tu mente, no escuchas nada, puede ser por el golpe en la cabeza, lo imaginas y sientes que te duele... Has percibido que la espera se te está haciendo angustiosa y demasiado larga. Sobrevives en una noche interminable e intentas con el pensamiento regresar a tu vida, a tus afectos, crees que eso algo te habrá de ayudar, pero en medio del mareo se agolpan nauseosas las ideas en tu mente, y vuelves irremediablemente a los hombres descendiendo del auto azul, al golpe, a los dolores… Azul el auto, como el Buick de tu padre, el de los viajes. Azul como la mirada de la gatita noruega, o los del perro de aquel cuento, silenciosos, helados, aguas de un fiordo muy profundo… Quisieras tan solo poder volver a respirar un soplo de aire puro, a ver la luz del día, o la luna en la noche, ya solo te dices a ti mismo que esperas poder descansar en paz, ojalá, para siempre. Has pensado que si duermes, si intentas dormir, si puedes dejar de estar alerta por un rato, eso quizás pueda ayudarte, lo crees.   Supones que te repondrá, que te dará fuerzas, pero pronto te sientes girando como loco, estás en el mismo tiovivo, dará vueltas y vueltas, todo a tu alrededor, como si la cabeza se te torciera y saliera rodando, dando tumbos y vuelves a imaginarte que quizás estás muerto, pero los dolores te impiden aceptar la idea por lo que insistes en que llegará un momento cuando tendrás que tratar de escapar, o puede ser mejor dormir, aislarte de todo en medio de tu abotargamiento, e imaginas dejar que te tomen de la mano y crees estar rodeado de serpientes, culebrean entre tus piernas, tú las sientes, puedes escucharlas, sibilantes y sabes que no te permitirán dormir, a ti, que solo quieres conciliar el sueño, e insistes, en despertarte sacudiendo la cabeza pero no hay remedio, lo sabes. Horrendos gárgolas se desprenderán desde los altos campanarios, desde el convento, desde la torre de Santa Lucía, de Santa Bárbara, y bajarán, veloces, como flechas, con alas de murciélago, descenderán rasantes sobre tu cabeza.  ¿Rezar?, tal vez, ¿debo intentarlo?, pero, ¿cómo?, que difícil me resulta coordinar las ideas, siento un mareo insoportable, es como una borrachera… Seguramente me han inyectado alguna droga, algo tiene que ser...  Me matarán, ¿debo rezar?, sí, es una buena ocasión, es muy necesario, al menos intentarlo... ¿Dormiré? Entonces si estás seguro de que era cuando todos viajaban en el Buick azul, sí que eran otros tiempos, en una época cuando tu padre no padecía de ese mutismo que lo agobiaría con los años, era conversador, y detrás usualmente iban tus tías Eloisa y Esther, en aquel entonces ellas no eran tan viejas, estaban vivas, te amaban y llevaban casi siempre pastelitos y cafédeleche preparado en un termo. Tú con tu padre ibas siempre en el asiento delantero y disfrutabas del paisaje de las lomas azules, del río Motatán, del verdor de las matas con racimos de plátanos, de la neblina y del frío cuando subían e iban ya más arriba de Mendoza, el aroma del café Flor de Patria, casi en La Puerta de los Andes, y entonces, tú le pedías que te hablara sobre Nadia, y él gustoso lo hacía. Tu padre se deleitaba explayándose en los más mínimos detalles, te relataba sus amores de juventud, el viaje a Curazao en la luna de miel, lo buena y cariñosa que era ella, y cuanto te quería. Después siempre venía la historia de tu nacimiento. En realidad muy pocas veces tocaba el tema de su breve enfermedad, ni hablaba nunca de su triste partida. “Me dejó atrás”, te dijo en una ocasión y luego pareció arrepentirse. Ella se había marchado muy temprano, se fue al cielo, era algo que tenías muy claro, y a Dios gracias, sus hermanas te adoptaron como el hijo propio que nunca habrían de tener. Quizás por esas circunstancias creciste imbuido de rezos, de estampitas, de la vida de muchos santos como ejemplo, de misas, comuniones, y del temor al pecado y al demonio, y así desde muy pequeño sabías que lo mejor para ti siempre habría de ser lograr ordenarte sacerdote, era un destino de lo más seguro, y además estabas convencido de que tenías una gran vocación, querías ser misionero.  Estarás allá abajo, estarás aquí dentro, acurrucado, temeroso, en el suelo, y mientras ellos aletearán enseñoreándose en el remolino en tu cabeza, verticilos de pelo entrecruzados en la coronilla, comprenderás entonces la sinrazón de todo lo que te sucede, esa tragedia producto de la luna, o quizás de algún gnomo maléfico, uno de los lucífugos esbirros de Luzbel, algún súcubo de menor jerarquía, no necesariamente Lucifer, mas no por eso ajeno a sus temores infantiles… Pero ¿por qué?, es justo y necesario, pero no bastará. No basta rezar... Pero estoy vivo, siento latir mi corazón y respiro, con nausea y mareado, pero vivo, sí, y me hacen falta muchas cosas, pero sé que debe existir alguna explicación, debo calmarme, tratar de respirar pausadamente... Ellos si deben saberlo, ¿el por qué?, y el ¿para qué?, sí... Sí, estoy amarrado y me han golpeado en la cabeza, pero no estoy muerto, ¿cómo podré zafarme?, salvarme, estar a salvo, salve, mater  misericordiae, salve Regina, ¿no basta rezar?, Dios te salve... ¿Me salve? Deberás dormir pero tan solo pensarás y repensaras… Cuando llegaste al final de la escuela primaria e iniciaste tu bachillerato, vino el football como competencia en la liga estadal, y te atacó la pasión por las ciencias naturales, pero no digamos mucho sobre los besuqueos con tu prima Juliana en las montañas andinas, tan solo con once años, y ya padecías de esa la ansiedad por querer leerlo todo, como un desesperado, tantas cosas, una, y después la otra, como las películas, incontables filmes que casi a diario veías en los cines sin techo del vecindario, paulatinamente fueron creándote nuevos espacios, buscabas una meta, querías ser útil, eso pensabas, ayudar a la gente, a tu gente, y se te fue metiendo en la cabeza que de veras tenías que ser doctor, y era que habías visto cumplir un gran rol protagónico a Robert Mitchum en el film de Stanley Kramer “No serás un extraño”, sin tener que padecer una pasión desquiciada por una sinuosa Gloria Grahame, tú podrías ser como él, o mejor, pensabas llegar a ser bastante más circunspecto, tal vez como el doctor Kildare, el de las series en la televisión, eso pensabas, o quién sabe si ser un verdadero sabio como Louis Pasteur, idealmente, ¿qué tal si llegases a ser un aventurero en el África?, un médico sufrido, como el doctor Albert Schweitzer, e irte a vivir en la selva para trabajar en un hospital para pobres, o para leprosos,  tener tu Lamborene particular…  No entiendo nada, no veo nada, no escucho nada, mi boca está amordazada, con dificultad respiro pero eso sí, los recuerdo... No es fácil ni suena lógico que viviendo tu circunstancia rememores los paseos en el Buick azul. Ellos llegarán hasta ti, no sin un dejo de nostalgia, tus aventuras familiares en los años remotos, cuando tu padre era conversador y hablaban sobre Nadia. Después, viejo y enfermo, ya casi no te quiso conversar de nada más…  Regresas al miedo, a recordarlos, ellos,  los individuos, todos, llegaron con sus rostros cubiertos, ellos, los de las armas y los golpes, los del  silencio, porque todo es silencio, silencio y calma. Ya respiras mejor en la oscuridad que pareciera ser un anticipo de la muerte verdadera, no hay luz, ni hay ruidos. La luna azul se ha transformado en un monstruoso y gigantesco huevo ensangrentado...  Algunas veces en las tardes, antes de comenzar a percibir el sol de los venados, tú eras tan solo un niño, pero él se te acercaba y de lo más formal te invitaba a salir, y los dos daban vueltas por la ciudad de fuego, e iban por la avenida Bella Vista, y muchas veces él se detenía en La Hoyada para comprarte un cepillado de frambuesa, y un rato, después, rodaban hasta el final de la avenida, y admiraban el lago y sus marullos desde La Plaza del Buen Maestro. Era ese quizá, uno de los paseos en Buick que más te divertían. Era entonces cuando veías la zamurada que aleteaba en los techos de metal de El Matadero Municipal, muy alto, allá a lo lejos, y no podrás olvidar con cuanta emoción esperabas el momento cuando los pajarracos decidían alzar el vuelo. Ascendía una oleada de plumas negras tremolando mientras el Buick azul giraba por detrás del Matadero, pues luego, le daban toda la vuelta por una trilla, a las tapias amarillas del Manicomio, un sitio misterioso donde sabías que detrás de los muros sucedían muchas cosas, las historias que tu padre te contaba, algunas de ellas, detalladamente, y fue así como supiste que había locos furiosos y locos que no le hacían daño a nadie, eran los cuerdos allí presos, y seguramente, casi todos ellos, los encerrados tras las tapias de amarillo huevo, eran de esos. No están todos los que son. Él te hablaba de los locos buenos... Si iban con tus tías, siempre era necesario detenerse en el templo de Las Mercedes y rezarle a la Virgen, mientras él, complaciente, esperaba por todos en el auto, entretanto tú con devoción repetías de rodillas un Dios te salve Reina y Madre… Los mejores paseos en la ciudad de fuego se daban los domingos cuando después de haber asistido a la santa misa, El Buick azul parecía ya conocer el camino, y se iban todos por los rumbos de Los Haticos. Tus tías siempre se detenían en el templo de La Milagrosa, pero después podías sentir desde dos cuadras antes el olor a cebada que se esparcía en el aire desde la fábrica de cerveza, y podías ver las altas chimeneas con su humo blanco muy espeso. Luego, mucho más adelante arribarían al sitio y era allí,  con emoción contenida, donde veías como tu padre estacionaba la máquina celeste. Estaban en el Parque Zoológico. Con Esther y Eloisa creciste recorriendo muchas veces, una por una, cada jaula con sus animales, a ellas les encantaban los monos, pero tu preferías los felinos. Algunas veces te ibas solo con tu padre para ver el gran tigre de Bengala y un par de leones africanos que olían a puro berrenchín, pero que en ocasiones rugían con roncos estridores, y eso te encantaba. Al final, la mejor parte era la visita al museo, las grandes colecciones de mariposas y de insectos de todo tipo te entusiasmaban, pero nunca tanto como apreciar los grandes animales disecados. Algunos parecían verdaderos gigantes, pues el techo del museo era muy alto, e inmenso te parecía el oso gris que alzaba sus pezuñas mientras desde arriba te mostraba sus colmillos. Allí escuchaste hablar por vez primera de los secretos de la taxidermia. Tu padre te explicó muchas cosas sobre el procedimiento y hasta te habló sobre las momias y de los egipcios, él siempre dándote detalles pues siempre sabía de todo, e insistía en que todas las cosas estaban en los libros, pero tú durante años trataste de convencerlo, de pasar a la práctica, sin ningún resultado. Tenías la peregrina idea de disecar una fiera para colocarla en tu habitación. Tan solo un gran mamífero, insistías, luego fuiste cediendo y le decías, que si acaso no pudiera ser un oso de verdad, por lo menos preparar un rabipelado, se lo planteabas a tu padre con toda seriedad, algunas veces en la cena, y tus tías Esther y Eloisa respondían mortificadas que no podían entender de donde su sobrino habría sacado esos instintos, casi criminales…
Puede ser de noche, o de día, pues ya no distingo entre la oscuridad y la claridad, no estoy seguro de lo que ocurre, si acaso estar inundado de luz en esta resolana es una alucinación de mi cerebro deteriorado… ¿Cómo puedo saberlo?, y es que este asunto de estar muerto en vida terminará por agotarse en algún momento… ¿Pudiese ser esta luminiscencia extraña una “ceguera blanca” como la que inventara Saramago? Quizá pueda llegar a ser entonces, como un trueno, cuando todo se transforme en ruido, “sound and the fury” cual si yo fuese Macbeth, horror y sangre y un sonido, largo, prolongado, interminable, un pitido que zumbará hasta extinguirse, para siempre, hasta que desaparezcan los recuerdos… Sí, los pensamientos...  Seguramente todo te sucedía porque estabas embrujado por un gnomo, algún contrahecho enano de nariz quebrada y pleno de verrugas, un habitante de esos tupidos bosques plenos de zarzales, de rastreras raíces y yerbazales que se mueven, reptantes, que corren hasta sumergirse en el foso del castillo, en los límites del agua burbujeante donde patas arriba están reflejadas las torres y los almenares, cubiertos de espesa hiedra que trepa hasta los ventanales de la fortaleza, barras de plomo aplastadas contra sucios polícromos vitrales y tras las rocas negras, te está esperando, el dragón con sus siete cabezas, vigilante, gigantesco, humeando un infernal hoguera y tú sabrás que todo se debe a la influencia de las hadas maléficas, esas brujas que te aturden al levantar el vuelo, y aprietas los ojos más aún para no verlas, mientras en cuclillas, van montadas sobre su largas escobas, vociferando, chillando a carcajadas, y tú las escuchas y no quieres abrir los ojos pues sabes que ellas flotando en sus escobillones sobre los techos de las casas, con sombrero picudo y con medias de rayas estarán cruzando en la noche larga, sobre tu cuerpo entumecido…
Jorge García Tamayo
Publicado en : www.elgusanodeluz.com, luego se transformó en parte de la novela “Ratones desnudos” (elotro@elmismo Edts, Mérida, 2012)

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