¿Secuestrado?
Si esto es cierto, si es real, esto es, ¿Cómo decirlo?, es una vaina,
una verdadera vaina, pero de no serlo, es decir, de ser una especie de sueño,
todo se transforma en una pesadilla, una de esas donde uno no puede escapar, o
no logra despertarse, pero esto es bueno, en cierta forma, porque quiere decir
que habrá de concluir, que tendrá algún final, tarde o temprano, acabará,
llegará ese momento y cesará todo. Entonces las cosas habrán de cambiar. Ya
veremos… Eso iba a decir pero… ¿Cómo?, con esta cincha sobre mis ojos,
¿cómo?... ¿y si de veras estoy ciego?
Has perdido completamente la
noción del tiempo. Sabes que estás echado, o de espaldas, piensas que es contra un muro, atado, en
tierra, como un perro, y ciego. Prefieres creer que es porque estás vendado,
sientes algo que ciñe tu cabeza y te tapa los ojos, ¿estarás sordo?, esa es
otra idea que no escapa de tu mente, no escuchas nada, puede ser por el golpe
en la cabeza, lo imaginas y sientes que te duele... Has percibido que la espera
se te está haciendo angustiosa y demasiado larga. Sobrevives en una noche
interminable e intentas con el pensamiento regresar a tu vida, a tus afectos,
crees que eso algo te habrá de ayudar, pero en medio del mareo se agolpan
nauseosas las ideas en tu mente, y vuelves irremediablemente a los hombres
descendiendo del auto azul, al golpe, a los dolores… Azul el auto, como el
Buick de tu padre, el de los viajes. Azul como la mirada de la gatita noruega,
o los del perro de aquel cuento, silenciosos, helados, aguas de un fiordo muy
profundo… Quisieras tan solo poder volver a respirar un soplo de aire puro, a
ver la luz del día, o la luna en la noche, ya solo te dices a ti mismo que
esperas poder descansar en paz, ojalá, para siempre. Has pensado que si duermes,
si intentas dormir, si puedes dejar de estar alerta por un rato, eso quizás
pueda ayudarte, lo crees. Supones que
te repondrá, que te dará fuerzas, pero pronto te sientes girando como loco,
estás en el mismo tiovivo, dará vueltas y vueltas, todo a tu alrededor, como si
la cabeza se te torciera y saliera rodando, dando tumbos y vuelves a imaginarte
que quizás estás muerto, pero los dolores te impiden aceptar la idea por lo que
insistes en que llegará un momento cuando tendrás que tratar de escapar, o puede
ser mejor dormir, aislarte de todo en medio de tu abotargamiento, e imaginas
dejar que te tomen de la mano y crees estar rodeado de serpientes, culebrean
entre tus piernas, tú las sientes, puedes escucharlas, sibilantes y sabes que no
te permitirán dormir, a ti, que solo quieres conciliar el sueño, e insistes, en
despertarte sacudiendo la cabeza pero no hay remedio, lo sabes. Horrendos
gárgolas se desprenderán desde los altos campanarios, desde el convento, desde
la torre de Santa Lucía, de Santa Bárbara, y bajarán, veloces, como flechas,
con alas de murciélago, descenderán rasantes sobre tu cabeza. ¿Rezar?,
tal vez, ¿debo intentarlo?, pero, ¿cómo?, que difícil me resulta coordinar las
ideas, siento un mareo insoportable, es como una borrachera… Seguramente me han
inyectado alguna droga, algo tiene que ser...
Me matarán, ¿debo rezar?, sí, es una buena ocasión, es muy necesario, al
menos intentarlo... ¿Dormiré? Entonces si estás seguro de que era cuando
todos viajaban en el Buick azul, sí que eran otros tiempos, en una época cuando
tu padre no padecía de ese mutismo que lo agobiaría con los años, era
conversador, y detrás usualmente iban tus tías Eloisa y Esther, en aquel
entonces ellas no eran tan viejas, estaban vivas, te amaban y llevaban casi
siempre pastelitos y cafédeleche preparado en un termo. Tú con tu padre ibas
siempre en el asiento delantero y disfrutabas del paisaje de las lomas azules,
del río Motatán, del verdor de las matas con racimos de plátanos, de la neblina
y del frío cuando subían e iban ya más arriba de Mendoza, el aroma del café
Flor de Patria, casi en La Puerta de los Andes, y entonces, tú le pedías que te
hablara sobre Nadia, y él gustoso lo hacía. Tu padre se deleitaba explayándose
en los más mínimos detalles, te relataba sus amores de juventud, el viaje a
Curazao en la luna de miel, lo buena y cariñosa que era ella, y cuanto te
quería. Después siempre venía la historia de tu nacimiento. En realidad muy
pocas veces tocaba el tema de su breve enfermedad, ni hablaba nunca de su triste
partida. “Me dejó atrás”, te dijo en una ocasión y luego pareció arrepentirse.
Ella se había marchado muy temprano, se fue al cielo, era algo que tenías muy
claro, y a Dios gracias, sus hermanas te adoptaron como el hijo propio que
nunca habrían de tener. Quizás por esas circunstancias creciste imbuido de
rezos, de estampitas, de la vida de muchos santos como ejemplo, de misas,
comuniones, y del temor al pecado y al demonio, y así desde muy pequeño sabías
que lo mejor para ti siempre habría de ser lograr ordenarte sacerdote, era un
destino de lo más seguro, y además estabas convencido de que tenías una gran
vocación, querías ser misionero. Estarás
allá abajo, estarás aquí dentro, acurrucado, temeroso, en el suelo, y mientras
ellos aletearán enseñoreándose en el remolino en tu cabeza, verticilos de pelo
entrecruzados en la coronilla, comprenderás entonces la sinrazón de todo lo que
te sucede, esa tragedia producto de la luna, o quizás de algún gnomo maléfico,
uno de los lucífugos esbirros de Luzbel, algún súcubo de menor jerarquía, no
necesariamente Lucifer, mas no por eso ajeno a sus temores infantiles… Pero ¿por qué?, es justo y necesario, pero
no bastará. No basta rezar... Pero estoy vivo, siento latir mi corazón y
respiro, con nausea y mareado, pero vivo, sí, y me hacen falta muchas cosas,
pero sé que debe existir alguna explicación, debo calmarme, tratar de respirar
pausadamente... Ellos si deben saberlo, ¿el por qué?, y el ¿para qué?, sí...
Sí, estoy amarrado y me han golpeado en la cabeza, pero no estoy muerto, ¿cómo
podré zafarme?, salvarme, estar a salvo, salve, mater misericordiae, salve Regina, ¿no basta
rezar?, Dios te salve... ¿Me salve? Deberás dormir pero tan solo pensarás y
repensaras… Cuando llegaste al final de la escuela primaria e iniciaste tu
bachillerato, vino el football como competencia en la liga estadal, y te atacó
la pasión por las ciencias naturales, pero no digamos mucho sobre los besuqueos
con tu prima Juliana en las montañas andinas, tan solo con once años, y ya
padecías de esa la ansiedad por querer leerlo todo, como un desesperado, tantas
cosas, una, y después la otra, como las películas, incontables filmes que casi
a diario veías en los cines sin techo del vecindario, paulatinamente fueron
creándote nuevos espacios, buscabas una meta, querías ser útil, eso pensabas,
ayudar a la gente, a tu gente, y se te fue metiendo en la cabeza que de veras
tenías que ser doctor, y era que habías visto cumplir un gran rol protagónico a
Robert Mitchum en el film de Stanley Kramer “No serás un extraño”, sin tener
que padecer una pasión desquiciada por una sinuosa Gloria Grahame, tú podrías
ser como él, o mejor, pensabas llegar a ser bastante más circunspecto, tal vez
como el doctor Kildare, el de las series en la televisión, eso pensabas, o quién
sabe si ser un verdadero sabio como Louis Pasteur, idealmente, ¿qué tal si
llegases a ser un aventurero en el África?, un médico sufrido, como el doctor
Albert Schweitzer, e irte a vivir en la selva para trabajar en un hospital para
pobres, o para leprosos, tener tu
Lamborene particular… No entiendo nada, no veo nada, no escucho
nada, mi boca está amordazada, con dificultad respiro pero eso sí, los
recuerdo... No es fácil ni suena lógico que viviendo tu circunstancia
rememores los paseos en el Buick azul. Ellos llegarán hasta ti, no sin un dejo
de nostalgia, tus aventuras familiares en los años remotos, cuando tu padre era
conversador y hablaban sobre Nadia. Después, viejo y enfermo, ya casi no te
quiso conversar de nada más… Regresas al miedo, a recordarlos, ellos, los individuos, todos, llegaron con sus
rostros cubiertos, ellos, los de las armas y los golpes, los del silencio, porque todo es silencio, silencio y
calma. Ya respiras mejor en la oscuridad que pareciera ser un anticipo de la
muerte verdadera, no hay luz, ni hay ruidos. La luna azul se ha transformado en
un monstruoso y gigantesco huevo ensangrentado... Algunas veces en las tardes, antes de
comenzar a percibir el sol de los venados, tú eras tan solo un niño, pero él se
te acercaba y de lo más formal te invitaba a salir, y los dos daban vueltas por
la ciudad de fuego, e iban por la avenida Bella Vista, y muchas veces él se
detenía en La Hoyada para comprarte un cepillado de frambuesa, y un rato,
después, rodaban hasta el final de la avenida, y admiraban el lago y sus
marullos desde La Plaza del Buen Maestro. Era ese quizá, uno de los paseos en
Buick que más te divertían. Era entonces cuando veías la zamurada que aleteaba
en los techos de metal de El Matadero Municipal, muy alto, allá a lo lejos, y
no podrás olvidar con cuanta emoción esperabas el momento cuando los pajarracos
decidían alzar el vuelo. Ascendía una oleada de plumas negras tremolando
mientras el Buick azul giraba por detrás del Matadero, pues luego, le daban
toda la vuelta por una trilla, a las tapias amarillas del Manicomio, un sitio
misterioso donde sabías que detrás de los muros sucedían muchas cosas, las
historias que tu padre te contaba, algunas de ellas, detalladamente, y fue así
como supiste que había locos furiosos y locos que no le hacían daño a nadie,
eran los cuerdos allí presos, y seguramente, casi todos ellos, los encerrados
tras las tapias de amarillo huevo, eran de esos. No están todos los que son. Él
te hablaba de los locos buenos... Si iban con tus tías, siempre era necesario
detenerse en el templo de Las Mercedes y rezarle a la Virgen, mientras él,
complaciente, esperaba por todos en el auto, entretanto tú con devoción
repetías de rodillas un Dios te salve Reina y Madre… Los mejores paseos en la
ciudad de fuego se daban los domingos cuando después de haber asistido a la
santa misa, El Buick azul parecía ya conocer el camino, y se iban todos por los
rumbos de Los Haticos. Tus tías siempre se detenían en el templo de La
Milagrosa, pero después podías sentir desde dos cuadras antes el olor a cebada
que se esparcía en el aire desde la fábrica de cerveza, y podías ver las altas
chimeneas con su humo blanco muy espeso. Luego, mucho más adelante arribarían
al sitio y era allí, con emoción
contenida, donde veías como tu padre estacionaba la máquina celeste. Estaban en
el Parque Zoológico. Con Esther y Eloisa creciste recorriendo muchas veces, una
por una, cada jaula con sus animales, a ellas les encantaban los monos, pero tu
preferías los felinos. Algunas veces te ibas solo con tu padre para ver el gran
tigre de Bengala y un par de leones africanos que olían a puro berrenchín, pero
que en ocasiones rugían con roncos estridores, y eso te encantaba. Al final, la
mejor parte era la visita al museo, las grandes colecciones de mariposas y de
insectos de todo tipo te entusiasmaban, pero nunca tanto como apreciar los
grandes animales disecados. Algunos parecían verdaderos gigantes, pues el techo
del museo era muy alto, e inmenso te parecía el oso gris que alzaba sus pezuñas
mientras desde arriba te mostraba sus colmillos. Allí escuchaste hablar por vez
primera de los secretos de la taxidermia. Tu padre te explicó muchas cosas
sobre el procedimiento y hasta te habló sobre las momias y de los egipcios, él
siempre dándote detalles pues siempre sabía de todo, e insistía en que todas
las cosas estaban en los libros, pero tú durante años trataste de convencerlo,
de pasar a la práctica, sin ningún resultado. Tenías la peregrina idea de
disecar una fiera para colocarla en tu habitación. Tan solo un gran mamífero,
insistías, luego fuiste cediendo y le decías, que si acaso no pudiera ser un
oso de verdad, por lo menos preparar un rabipelado, se lo planteabas a tu padre
con toda seriedad, algunas veces en la cena, y tus tías Esther y Eloisa respondían
mortificadas que no podían entender de donde su sobrino habría sacado esos
instintos, casi criminales…
Puede ser de noche, o de día, pues ya no distingo entre la oscuridad y
la claridad, no estoy seguro de lo que ocurre, si acaso estar inundado de luz
en esta resolana es una alucinación de mi cerebro deteriorado… ¿Cómo puedo
saberlo?, y es que este asunto de estar muerto en vida terminará por agotarse
en algún momento… ¿Pudiese ser esta luminiscencia extraña una “ceguera blanca”
como la que inventara Saramago? Quizá pueda llegar a ser entonces, como un
trueno, cuando todo se transforme en ruido, “sound and the fury” cual si yo
fuese Macbeth, horror y sangre y un sonido, largo, prolongado, interminable, un
pitido que zumbará hasta extinguirse, para siempre, hasta que desaparezcan los
recuerdos… Sí, los pensamientos...
Seguramente todo te sucedía porque estabas embrujado por un gnomo, algún
contrahecho enano de nariz quebrada y pleno de verrugas, un habitante de esos
tupidos bosques plenos de zarzales, de rastreras raíces y yerbazales que se
mueven, reptantes, que corren hasta sumergirse en el foso del castillo, en los
límites del agua burbujeante donde patas arriba están reflejadas las torres y
los almenares, cubiertos de espesa hiedra que trepa hasta los ventanales de la
fortaleza, barras de plomo aplastadas contra sucios polícromos vitrales y tras
las rocas negras, te está esperando, el dragón con sus siete cabezas,
vigilante, gigantesco, humeando un infernal hoguera y tú sabrás que todo se
debe a la influencia de las hadas maléficas, esas brujas que te aturden al
levantar el vuelo, y aprietas los ojos más aún para no verlas, mientras en
cuclillas, van montadas sobre su largas escobas, vociferando, chillando a
carcajadas, y tú las escuchas y no quieres abrir los ojos pues sabes que ellas
flotando en sus escobillones sobre los techos de las casas, con sombrero picudo
y con medias de rayas estarán cruzando en la noche larga, sobre tu cuerpo
entumecido…
Jorge García Tamayo
Publicado en : www.elgusanodeluz.com, luego se
transformó en parte de la novela “Ratones desnudos” (elotro@elmismo Edts,
Mérida, 2012)
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