jueves, 22 de febrero de 2024

Regresar a las esdrújulas


Endilgarle a los hijos nombres de famosos griegos usualmente filósofos de la antigüedad, era una costumbre zuliana, o maracucha de todos conocida, aunque ya un tanto ya en desuso. ¡Es que todos podrían pasar por maracuchos! Anaxímenes, Anaxímandro, Heráclito, Pitágoras, Jenófanes, Parménides, Anaxágoras, Empédocles, Demócrito, Protágoras, Sócrates, y hasta completé con Aristóteles y todos los nombres, eran “esdrújulos”. Entonces recordé un episodio que me tocó vivir, -en alguna ocasión ya comentado- sobre nuestro léxico y las esdrújulas en la revisión de la primera novela que me atreví a escribir cuya edición se dio años después, luego de haber ya publicado otras.

Me parece que puedo hablar sobre los 7 años (68-75) en mi tierra. Hacerlo es perentorio, pues el relato sí tiene que ver con las esdrújulas. Me explico: pasé unos años garrapateando a mano, papeles para ensamblar mis ideas y “echar el cuento” de aquellos 7 años -aunque suenen a los 7 vividos en el Tibet por Brad Pitt- estaba seguro de que, si no lo decía, no llegaría nadie a conocer lo sucedido… Le había incorporado un relato mesopotámico escrito en mi adolescencia, había un drama teatral, había escrito monólogos, cuentos de la selva, revividos algunos en las “taguaras”, esbozos de la historia de nuestra región, etc. Era una cosa que lejos de verla como como detalles autobiográficos me dio por denominar todo aquello, “la jerigonza apocalíptica”.

Regreso a los años 80 cuando creía tener organizado mi primer escrito largo con esa historia que pretendía mostrar -cambiando los nombres de los personajes -“por si forsi incurritus”- lo que me había sucedido en Maracaibo desde 1968 hasta 1975. Como fue que después de 5 años aprendiendo Anatomía Patológica en universidades de Wisconsin y de Pennsylvania, cuando suponía que me esperaban en la Facultad de Medicina de LUZ (me había preparado como neuropatólogo)“no había cupo” pero afortunadamente me aceptaron en la Facultad de Veterinaria, con la suerte de que mi padrino de promoción el Dr Pedro Iturbe, me había invitado para instalar y hacer investigación con un microscopio electrónico que le donara la Lotería del Zulia y yo habría de trabajar haciendo investigación con un microscopio electrónico en el Sanatorio Antituberculoso…

En este idílico panorama necesitaba describir algunas de las situaciones que me llevaron a escapar hacia lo que denominaría “me exilio capitalino” -que habría de durar más de 30 años-. Intentaba con aquel manuscrito relatar lo acontecido del 68 al 75, acuciado por la mala noticia de que estaba hipertenso y lo supe antes de irme de vacaciones familiares a Margarita,-en realidad me quedé varado en el muelle y allí bajo la canícula sentí que sin tener idea de cuanto duraría vivo con las subidas tensionales, nadie iba a enterarse de porque me tuve que ir de mi tierra. Cuando pude llegar a la isla decidí que era importante y necesario relatar todo lo acontecido en aquellos 7 años en la tierra del sol amada.

Como no sabía cuál era la causa ni desde cuando estaba hipertenso, tampoco podía saber cuál sería mi sobrevida pero lo que me preocupaba era, que la verdadera historia de aquellos 7 años -aunque sonaran a -los 7 años vividos en el Tibet- de Brad Pitt no llegaría a conocerse. Decidí entonces que tendría que escribir una novela, y que les cambiaría los nombres y los apellidos a los personajes, evidentemente, y así quizás podría relatar como fue que una muy prolífica aventura médico-científica terminaría llevándome al exilio.

En 1968 creamos el Laboratorio de Microscopía Electrónica (ME) del Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo, años antes de pasar a transformarse aquel Sanatorio en el Hospital General del Sur y nuestro laboratorio perder la protección y el respaldo económico necesario de su creador y mentor, el doctor Pedro Iturbe quien salió de la Dirección e igualmente se acabaría el asesoramiento de nuestro sabio el doctor Humberto Fernández Morán.

Durante aquellos 7 años habíamos llegado a publicar más de 15 trabajos en revistas indexadas, y presentamos muchísimos resultados en eventos científicos, demostramos la relación entre el cáncer del cuello uterino y el VPH, mostramos con el ME tumores, candidiasis, amibas y tricomonas; creamos un modelo animal experimental para demostrar la patogenia de las lesiones provocadas in útero por el virus de la encefalitis equina venezolana y pese a estos logros, me vi forzado a dejarlo todo y abandonar mi suelo natal. Regresaría casi 30 años después...

Cuando ya eran muchas las páginas manuscritas, le mostré el documento a un colega amigo, el Director de Cultura en la UCV y tras aprobarlo me dijo que buscásemos la opinión imparcial de una experta y se lo dio a una empleada amiga, hija del poeta Sánchez Peláez quien años más tarde pasaría a dirigir la Editorial MonteÁvila. Mariela leería el manuscrito y me había invitado para conversar. Sería allí, e in situ, donde noté como ella había corregido con tinta roja la ausencia de acentos en las esdrújulas. Me tocó entonces explicarle, que no era un error, que era exprofeso. porque estaban escritas en maracucho… Espérate se vuelve esperate sin acentuar la e, para guardar las reglas gramaticales. Ante su sorpresa conversamos sobre el tema. Ella me prometió conocer a Maracaibo pero le parecía que la jerigonza era una, muy buena novela sugiriéndome que siguiera escribiendo…

Después vendría el premio de la Bienal JoséRafaelPocaterra con “Escribir en La Habana” en el 94, la publicación en Maracaibo de “LapesteLoca” en el 97 y ese mismo año la Bienal Elías David Curiel con el premio a “Para subir al cielo…”. Haría editar ambas novelas en la editorial ARSGráfica en mi ciudad y como me dieron 100 ejemplares de “LaPesteLoca” regalé mis novelas hasta donde pude…

Cuando bautizamos en 1999 “Para subir al cielo…” en la librería del Teresa Carreño en Caracas, el escritor Eduardo Liendo, hablaría sobre mi “oficio de escribir” y mencionaría a ET -que no era el extraterreste de Spielberg- sino las siglas de mi jerigonza aún inédita, la cual se titulaba “LaEntropíaTropical”. El título recogía las palabras del doctor Fernández Morán, para diagnosticar “ese desorden que nos caracteriza” a los habitantes de estas latitudes. En aquella ocasión, mi amigo EduardoLiendo destacaría las dificultades para publicar en nuestro país y no entró en detalles, pero las esdrújulas, que eran el meollo de la historia, la percepción personal de algunos personajes y algunas “groserías” que se podían leer, dificultaron reiteradamente su publicación. Finalmente en 2003, gracias a que un compañero de estudios era el Rector de la Universidad del Zulia, le dio su aprobación y se publicaría “LaEntropíaTopical” y en una especie de doble-play, también publicarían “El movedizo encaje de los uveros”, otra de mis novelas.

Aquí, siento que debo insistir en este relato, que comenzó lleno de esdrújulas para recalcar algo que he repetido desde hace años y lo repetí el 2020 (https://bit.ly/30AyoXp). Creo que hay que preservar nuestro lenguaje. Siento que cuando escribimos como hablamos puede que estemos ganando una apuesta para salvaguardar nuestra identidad y quizás para que recuerden como las esdrújulas son importantes, les invito a leer, o releer un artículo del año pasado sobre (http://tinyurl.com/3cpp5xta) esdrújulas con muchos griegos y hasta algunos comentarios en maracucho para recalcar el esdrujulismo.

En Miami, Florida, el jueves 22 de febrero del año 2024.

 

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