Es el tiempo que no volverá y la bola del mundo
gira, o yira y solo te queda el parloteo de las estrellas, si, te basta con
parpadear y ya lo tenéis allí, lo que vos queráis, la mirada aquella, la
boquita y el cabello rizado, recién lavado, es que chico, yo la vi tan de
cerca, estaban tan juntos... Te queda el recuerdo, ¿y que más queréis?, cuando
tengáis mi edad veréis cuanto vais a depender de ellos. Convencete de que el
tiempo viejo, no vuelve. A mi afortunadamente me resulta fácil recordar. Yo
prolongué aquellos segundos en años de una búsqueda infructuosa, revivir la
ilusión permanente de tropezarme otra vez con su mirada.
Es fácil, para mí, es sencillo regresar a los días
de la llegada del vapor "Libertador"... El catirito, brillando bien
arrecho sobre nuestras cabezas, la gente se arremolinaba desde temprano, habían
llegado a pie, en mulas, en el tranvía, todos en el malecón, ¡qué mollejero!,
como cientocincuentamil personas por lo menos, peor que una procesión por la
calle derecha. Todavía no era el mediodía cuando se vio movimiento allá arriba
y vos hubieras visto el jaibero que se prendió entre la gente cuando apareció
en la barandilla del vapor, sonriente, de casimir gris, con su sombrero de lado
y la gente no hacía más que aplaudir y chiflar, entonces saludó con la mano y
poco a poco comenzó a bajar por la escalera. ¡Bértica hermano que rebullicio!
Nosotros nos habíamos acercado tanto que casi lo
hubiéramos podido tocar, pero llegó como una ola de esa marea humana, cuando ya
el tipo casi pisaba tierra, el empellón del negro Charleston nos sentó a
Majarete y a mí en el suelo y después nos pisotearon. ¡Pero que nos iba a
importar! De allí, salimos esmachetaos, logramos adelantarnos al
hormiguero humano y fuimos a dar frente a la Curazao Trading. En medio de la
calle estaba el ring de boxeo y allí entre una sola arrempujadera y pisotones
nos situamos en una de las esquinas. Nos sentíamos como si fuéramos los second
del morocho y desde allí, apretujaítos, sudando como unos cocíos, lo vimos
subir a la lona y la gente gritando y pidiéndole canciones. Que si, cántame
ésta, que si esta otra, vai cantá este tanguito, el otro, vos sabéis…
Ya encaramao, el morocho se arreguindó del
micrófono, que era un bicho de esos grandes plateado, él sonriendo, como si la
multitud que hervía a su alrededor no tuviera nada que hacer con él y comenzó a
cantar... La gente enmudeció y él se mandó de un solo tarrayazo tres tangos de
esos bien conocidos. Vos tendrías que haberlo vivido para creerlo. Después
entre el vainero de los gritos y los aplausos, casi lo sacan en hombros.
Nosotros nos fuimos con la corriente hasta la plaza Bolívar. El río humano
reverberaba. Sonaba todavía en mis oídos la musiquita de una de aquellas
canciones, muñequitas perfumadas, con sus boquitas pintadas, Mary, Julie,
chicas de Nueva York y nosotros las habíamos conocido a Nelly y a Julie, ¿te
podéis imaginar chico?, salidas de su propia boca, bajo el ala de su sombrero,
casi debajo de él mismo, en aquel ring de boxeo, brillante su sonrisa con el
sol y nosotros en ese jaibero entre cuerdas y los cables del micrófono...
Llegamos en medio del río humano hirviente hasta la
emisora Ecos del Caribe y esperamos fuera, en medio de la calle, los
entrevistaba un perifoneador que se llamaba Luis García Nebot, eso nos dijeron
y allí fue donde oímos la noticia. El sábado del debut, la emisora pondría
altoparlantes hacia la plaza y en la calle íbamos a poder oír todo lo que
ocurriera en el teatro Baralt. La entrada al teatro era sólo dos bolívares,
bastante, pero uno como muchacho no tenía ni esperanzas de colearse, por eso la
noticia nos abrió una nueva expectativa y la cuerdita hicimos planes para
esperar hasta el sábado. Ese día, el gentío comenzó a llegar desde temprano, se
llenaron las calles y la plaza y ya era casi de noche cuando apareció el
automóvil del Presidente Pérez Soto.
Antes de entrar al teatro, no más estaba
descendiendo del carro cuando saludó a la gente y todos los aplaudimos con
furor. Esperamos un rato... De pronto comenzamos a oírlo. "Cuesta
abajo", "Mano a mano", "Mi Buenos Aires querido",
"La Cumparsita", "Por una cabeza", todas las que tenían que
ser... ¿Qué más queréis que te cuente entonces? Así fue y nosotros unos
carajitos vivimos unos días de delirio, gozamos una y parte de la otra. Con
Majarete y Cachafloja yo lo volví a ver frente al Metro y desde afuera lo oímos
otra vez en la calle del vecindario del Odeón, le oímos todas las canciones que
ya nos sabíamos. En uno de los últimos días de su gira nos fuimos una tarde,
cargados de mamones y cotoperices que acabábamos de bajar de las matas a que el
padrino de Leche Fría, andábamos la cuerdita completa, nos sentamos en la acera
frente al hotel Granada y allí nos dedicamos a pelar ese pepero.
El Granada nos quedaba cerca, porque de la
carretera Unión a nuestras casas en los Valles Fríos era solo un brinco de dos
cañadas. Entonces le montamos una cacería, comiendo mamones. Al fin lo vimos
llegar, en un coche descapotado, venía con aquella jovencita, no era una mujer
de mundo, un instante después nos tocó verlos muy de cerca... Era una tierna
maracuchita de ojos negros, muy grandes, boca pequeñita, cabellera de negros
crespos, recién lavada, envueltos los dos en un aura de flores, descendieron de
la máquina, todo fue tan breve, en ese momento, no recuerdo lo que pensé, uno
no se imagina las cosas cuando las ve, creo que nos pareció como una
representación teatral, el bacán que la acamala, dentro del hotel estarían los
cafishos milongueros, hasta no sé si pensamos en su buena suerte. A mí, con
todo y la pila de años que han pasado no se me olvida la mirada de la pebetica
criolla, la busqué durante meses y luego en todo el curso de mi vida, chiquilla
de mi barrio, estaba seguro de que podría encontrarla, sus ojos, su sonrisa
velada, cual, si hubiera sido una aparición irreal, aquella criatura primorosa,
casi niña, descendió del automóvil ante la sonrisa de Carlitos y el asombro
nuestro y desapareció para no volver.
Recuerdo que nos miramos, primero Majarete y yo, el
Perico y Bolaequeso sonrieron cómplices. Leche fría se molestó cuando el Perico
le dijo, creo que le dijo, ar coño creí que era tu hermanita Zulima... Todos
nos levantamos como si nos hubieran dado una orden y cogimos la ruta de la
cañada que baja del Granada hacia los Valles Fríos, atrás quedaron las pepas de
mamón y un conchero verde. Entre los cujíes, bajando hacia la casa, el Perico
me detuvo y trató de convencerme para que regresáramos y los viéramos otra vez,
cuando salieran del hotel. Yo no acepté. Sentía que algo me había golpeado bajo
y no sabía si era un asunto de mi amor propio. No quise volver. No nos pudimos
reunir más. Parecía como si se nos hubiese cortado la inspiración y ni siquiera
fuimos al malecón al final de Bella Vista cerca del manicomio, no estuvimos
presentes el día que despegó el hidroavión con el zorzal. Se nos fue. Así que
vos veis, yo nací detrás de San Juan de Dios y me pasé la vida oyéndolo y
cantando con él pero creeme lo que te digo, hasta hoy, nadie supo de la jaiba
que le echó a este carajito, hace más años que el siruyo y por culpa de Charles
Rumualdo, aquella pebetica marabina, de ojos grandes y negros, de boquita
pequeña y cabellera negra, llena de crespos recién lavados, esa es la pura
verdad.
Fin
Maracaibo
el martes 4 de febrero del año 2025
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