lunes, 9 de noviembre de 2015

A siete años de la partida de Mario Armando Luna.





    Semblanza de mi amigo y hermano mexicano, Mario Armando Luna

Conocí personalmente a Mario Armando Luna en octubre del año 1977 en la oportunidad de las XXIII Jornadas de la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica (SVAP) que se efectuaban en Maturín, ciudad capital del Estado Monagas al oriente de Venezuela. Quienes para la época éramos jóvenes patólogos, revoloteábamos como inquietos moscardones alrededor de los dos invitados de honor al evento, y hoy todavía me parece ver al doctor Luna, recién “aterrizado”, sentado entre nosotros, con Héctor Battifora, ante una mesa cubierta de jarras de cerveza helada, mientras esperábamos por la reconfirmación de las habitaciones en un nuevo y pequeño hotel que todavía estaba en obras. Había toda una barahúnda de patólogos pugnando por precisar sus inexistentes reservaciones en un reacomodo de espacios físicos, mientras como en un oasis nos sentíamos quienes alrededor de Mario Armando disfrutábamos de su chispeante locuacidad jalisqueña que nos sonaba tan divertida como si estuviésemos reviviendo una película de Cantinflas. Él nos explicaba sonriente como al sumergirse una copita de buen ron en su jarra de cerveza, ésta se transformaba en “un submarino” y reíamos con asombro ante sus ocurrencias viendo como Héctor, famoso patólogo peruano de bigote y con un aire itálico, parpadeaba escrutador con una actitud bastante más circunspecta. Fue entonces cuando Mario Armando aceptó el reto y tras probar un “ají chirel” (verde y pequeñito, muy común entre los ajíes del oriente venezolano), sonriente y lagrimeando nos dijo… “¡Pos si que pica!”, y luego luego de pedir más “chireles” nos invitó a acompañarle en la degustación. Habrían de transcurrir más de veinte años cuando en junio del 2001, en Morro Jable, ciudad del sur de Fuerteventura, la más grande de las Islas Canarias, ante varios platos repletos de verdes pimientos recordamos “los chireles” de Maturín, y mientras intentaba yo que soy poco amigo del ají picante en una especie de ruleta rusa acertar con el uno de cada tres, ¡ y es que picaban y mucho!, Mario Armando hizo pública la historia completa de nuestro primer encuentro. Nos había tocado en suerte, compartir una pequeña habitación hotelera donde todas las madrugadas se levantaba Mario Armando y salía a trotar por el pueblo en compañía de Héctor. En aquellos días estaba muy de moda el “jogguin” y Mario Armando decía que ambos practicaban el ejercicio aeróbico “para mantenerse en forma”. Él iba adelante y le tocaba ir espantando a los cochinos que se les atravesaban y a los perros que les perseguían en aquellas caminatas a campo traviesa. Al regresar, se encontraba conmigo, su compañero de cuarto quien recién llegaba de una parranda nocturna. Lo que le parecía insólito nos relataba, era como luego de un par de horas de sueño, un baño y un café, nos viésemos en las conferencias donde él mismo recuerda como le sonreía, cómplice a su nuevo “cuate” el recién conocido “patólogo maracucho”.

Lo cierto es que desde hacía varios años, yo sabía de Mario Armando Luna. Le conocía como un brillante patólogo mexicano, de Guadalajara, por tanto jalisqueño, quien estaba radicado en Houston y a quien había visto en las reuniones de la Sociedad Latinoamericana de Patología (SLAP) alternando con otros famosos patólogos mexicanos como Ruy Pérez Tamayo y Héctor Márquez Monter. El VIII Congreso de la SLAP del año 1971 se había realizado en Maracaibo, y el siguiente en 1973, se dio en tierras yucatecas. Fue allí en Mérida, donde con el Anfitrión Álvaro Bolio y con su maestro Héctor Márquez, había vuelto a verle, hasta que al fin, el setenta y siete lo pudimos invitar a Venezuela. A partir de aquellas inolvidables Jornadas de la SVAP en Maturín, Mario Armando se convirtió en un invitado muy frecuente a nuestras reuniones, no solo por su sapiencia sino por su buhonomía que nos llevó a quererlo entrañablemente y a apreciar cada vez con mayor respeto sus grandes cualidades humanas. Era Mario Armando un ser especial, siempre afable y risueño, muy emotivo, capaz de hacer desternillarse de risa a un auditórium pleno de oyentes o de mantenerlo en vilo con los datos actualizados sobre ciertos tumores, o sus hallazgos en las autopsias de los enfermos de SIDA. Mario Armando poseía una bondad muy particular que se transmutaba en singular eficiencia al ejercer personalmente su papel de buen samaritano. Fue una especie de servidor público a motus propio, a tiempo completo, y así, le resolvía problemas personales a decenas de gentes. Muchos seres anónimos, familiares o pacientes con cáncer, se favorecieron al escucharle conversar con ellos, darles confianza y ánimo, ayudarles al agilizar un diagnóstico, presto y preciso, muchas veces con costos mínimos cuando no podía lograr su exoneración, o para facilitarles indicaciones sobre los protocolos de tratamiento más convenientes a ser aplicados en cada caso, o la información sobre el pronóstico de los mismos. Estas actividades de Mario Armando, efectivas y usualmente silentes, beneficiaron a cientos de enfermos con cáncer de casi todos los países hispanoparlantes, razón por la cual, el buen patólogo mexicano del MD Anderson, se fue transformando en el más querido, admirado y respetado embajador de buena voluntad para todos los habitantes de los pueblos de Latinoamérica y del Estado español. Así viajó Mario Armando, de un país a otro por América y Europa, impartiendo sus conocimientos que fueron publicándose, en más de 250 trabajos en revistas y en más de 30 libros, sobre la patología del cáncer, durante más de 45 años de ejercicio en el Centro de Cáncer del hospital MD Anderson de la Universidad de Texas. Simultáneamente nos ilustraba Mario Armando con su jovialidad característica, sobre arte, literatura, música, cine, deportes e historia, especialmente sobre la historia y la política que influye en el devenir de los pueblos de Hispanoamérica, con sus problemas y desigualdades, que se acentuaban con las variaciones de las presiones del norte y el sur y de este y del oeste antes y después de la guerra fría.

Voy a regresar a la década de los ochenta, cuando me tocó la suerte de asistir un par de veces a Congresos de la International Academy of Pathology. En 1980 al XIII Congreso en París, y en 1986 al XVI Congreso de la IAP en Viena. De ambos eventos tengo recuerdos muy especiales de dos grandes amigos patólogos, Hernando Salazar y Mario Armando Luna. Tan importantes fueron para mí que algunos episodios de estos eventos han quedado plasmados en una de mis novelas, “La Entropía Tropical”. Pero, sin duda que el lugar común de los encuentros con Mario Armando, cuando no lo teníamos invitado a nuestras Jornadas de la SVAP, eran los Congresos de la SLAP. Inolvidables peripecias las del año 1981 en el XIII Congreso en La Paz Bolivia, donde nuestro amigo con los demás patólogos mexicanos quienes no parecían haber padecido por “el soroche” de la altura, se agruparon en una candente reunión a orillas del Lago Titicaca para establecer su peso en la Sociedad imponiendo sus criterios ante una propuesta para mover alguna de las reuniones más al sur, siempre entre el Río Grande y  La Patagonia. Luego, nos vimos en 1985 durante el XV Congreso de la SLAP que tuvo lugar en Costa Rica, donde como en los otros países de Centroamérica Mario Armando siempre fue admirado y querido por todos. 

Al intentar mantener un cierto orden cronológico en mis recuerdos, me veo en la necesidad de hablar en este momento del año 1986 y de la oportunidad que me ofreció el Seminario de Patología Ginecológica coordinado por Hernando para el XVI Congreso de la Academia Internacional de Patología en Viena. Siento que es más fácil trasladar a esta crónica, fragmentos de algunas situaciones, ya años atrás noveladas en “La Entropía Tropical”, las que ahora me atrevo a reescribir con la verdadera identidad de los personajes.……“Andaban por allí, todos mirando la voluminosa figura de Hernando cual si fuese una ballena leprosa, el propio Lázaro, y vinieron con Pelayo otros compatriotas y se le acercaron, y tú les veías cual si estuvieses en barrera de sombra, de lejitos, y ellos le saludaban, tal parecía que algunos se alegraban sinceramente de su reactivación. De pronto, está ante ti, ¡es él!, ¡es el propio Mario Armando en carne y hueso!, y tú sientes esa gran alegría de ver a otro gran amigo, de esos de verdad verdad,  y el abrazo hace que se bañen de vino blanco y de vino tinto, y están en mitad de un gentío, y les empujan y los tropiezan, y tienen que hablarse a gritos, ¡pos que bueno que pudiste venir!, si qué bueno verte, y otro abrazo y el vino salpica y moja a la gente alrededor, y a ti eso te importa un comino, es tu amigo, y que gusto el que estés aquí, ¿a poco no que te quedabas en tu tierra?, y saltan fragmentos de comida sobre quienes les rodean, y tú ves a Hernando en la distancia, está entre los pibes, y el abrazo del oso de Mario Armando te aplasta mientras le escuchas que te dice, ¡jíjole cuate!, y tú le respondes, ¡hermanazo querido!, ¿cómo viniste?, ¡a poco me dijiste que no podías venir?, y pues sí, le dices, sí, ¡me vine dejando el pelero!, y ¡ay chirrión!, pues luego luego me cuentas no más,  fue una decisión de última hora, pos a mí me pagaron pero me lo descuentan de las vacaciones, a mí no, y él te dice, pues no más apareció Batsakis el jefe y me dijo, se me va para que muestre en Viena el poster de María Eugenia ¡es que está rebueno!, ¿el  poster?, ¡ah, pos ambos!, ¿no?, pues te cuento que yo tiré un fiao, es decir me vine a las costillas de una tarjeta de crédito, puede que me paguen algo a regresar, pero si no es así, ni venía, ¡ah no!, pos ni modo, vamos a celebrar esto, ¡pos sí, que bueno que viniste! …  … es el vino vienés, sin duda alguna, estoy disparatero, sonreíste recordando que quienes le conocen dice que es buen tercio, pero ¿qué podías hacerle?, era esa tu impresión, ¿tal vez por su pinta de parecer demasiado importante?, también un poco así es el cuate de los ademanes y los codos al desnudo, lo pensaste al verle regresar hacia ti, él se acercaba con entusiasmo, apurando una copa de vino blanco, líquido denso y dorado, debe ser liebefraumilk, obviamente, lo pensante al instante cuando él ya te interpelaba.- ¿Te llamas Jorge, cierto?, pero dime, ¿es que siempre has sido así, tan solemne, tú? –¡Pos para solemne tú mismo mano!,¡a poco tú!, ¿dizque sufres de encefalitis litúrgica? Había llegado Mario Armando, su compatriota y tu amigo a salvarte justo en la raya, y tú de veras pensaste que de veras el cuate parecía la mera mamá de Tarzán envuelta en huevo, y en flagrante maracucho tendrías que imaginarlo en la Plaza Baralt al mediodía envuelto en una media de nylon, ¡es el vino vienés!, y Hernando regresó para sacarte de tus alucinaciones personales…   … Con Paco anda Gregorio, el patólogo de Innsbruck, es calvo, con mirada de sabio, quizás por su sonrisa detrás de una barba a lo Louis Pasteur, ma Goyo es un sabio culto, parla italiano, francés, tirolés, inglés y hablando entre todos se acabó el vino, y la gente comenzó a irse, y Mario Armando se te acercó para decirte, óyeme manito ahora sí que vamos a celebrar este encuentro, y Paco y Gregorio marcharon adelante, y tu ibas con Hernando y Mario Armando, cuando Luís corrió detrás de ustedes, ¡no me dejen atrás! Y Paco con Gregorio parecían conducirles a todos por las estrechas calles del ring, en el centro de Viena, hasta una pequeña, antiquísima taberna en la vecindad de la iglesia de san Esteban, ¡más vino!,… 

Es imposible que deje sin relatar el final de esta jornada pues siempre constituyera un motivo de bromas y de risas por parte de Mario Armando. Hernando se jactaba ante nosotros por haber subido a un escenario antes de comenzar una ópera y cantado, ¡en la mera Scala de Milán!, una breve cancioncilla sobre “una mula rucia de la sabana de Maturín” que “tenía una peladurita de la cola hasta la crin”, pero en aquel viaje a Viena… ¡En esta vuelta, le ganamos mano!, decía siempre Mario Armando, cuando me recordaba como habíamos, ¡orinado, nada menos que contra las paredes del Teatro de La Ópera de Viena!... Siempre preferí creer que todo aquello fue producto del vino vienés, pero era una de esas anécdotas que frecuentemente repasaba, para reírnos con él. Además, y como prueba irrefutable de que estas cosas sucedieron en alguna ocasión, existe una foto que nos tomó Hernando, donde aparecemos en una taberna vienesa, Mario Armando y yo, con Carlos Bedrossian, a quien él apodaba cariñosamente “Charly The Wolf”, y quien fuera testigo de algunas de nuestras andanzas por la ciudad del Danubio azul. 



Ese mismo año 1986, nos volveríamos a encontrar en las tierras más antiguas de América, en el macizo guayanés. Mario Armando era el invitado de honor en las XXXI Jornadas de la SVAP, y le escuchamos con atención, de nuevo en el extremo oriental de Venezuela, en Puerto Ordaz, y con él, admiramos los raudales de río Caroní y el enfrentamiento de sus aguas en dos tonos al desembocar en el Orinoco, antes de correr hacia el Delta e ir a dar al Océano Atlántico. Al año siguiente, el XVI Congreso de la SLAP fue en Salvador Bahía, y un nutrido grupo de patólogos venezolanos asistimos y volvimos a disfrutar de la compañía de nuestro amigo, el famoso patólogo mexicano de Houston, quien para entonces era un experto sobre el tema del SIDA y provocó un revuelo de prensa por sus declaraciones en torno a algo que apareció en los diarios como “o beso nero”… En aquella oportunidad, recuerdo que algunos nos atrevimos a meternos en el mar. A mi me dieron un tremendo revolcón las olas, a Mario Armando, más prudente, me parece verlo con su traje de baño beige, de zapatos y medias, caminando sonriente por la orilla de la playa.

En 1989, nos tocó preparar el XVII Congreso de la SLAP en Caracas, el evento fue distinguido con el nombre del doctor Blas Bruni Celli, el padre de Pancho y MariaEugenia, patólogos muy queridos de Mario Armando y durante aquella semana, disfrutamos de la compañía de numerosos amigos patólogos latinoamericanos. Desde el hotel Hilton de Caracas, nos desplazamos en una serie de autobuses hasta Higuerote para ver los Diablos danzantes de san Francisco de Yare, y fueron muchos los episodios inolvidables, vividos en aquellos días…  Ya finalizando ese año 89, nos vimos de nuevo en el XXIV Congreso Centroamericano de Patología. Este se realizaba en Nicaragua nación en un proceso revolucionario que venía padeciendo por las dificultades de llamada “guerra de los contras”. Estaba Managua todavía en ruinas por el terremoto del año 1972, y conversábamos en una azotea desde donde se divisaba de un lado el lago Nicaragua y cerca de nosotros, no tan alto, el auditórium Olaf Palme, edificio construido con la ayuda del gobierno de Suecia, me parece oír de nuevo nuestros comentarios sobre las dificultades de los pueblos de América... Con Mario Armando, siempre interesado en los vaivenes de la política recuerdo que hablamos, largo y tendido, con nuestro amigo cubano Israel, “el comandante Borrajero”, en una interesante plática que rememoro siempre, embebida por el aroma del ron Flor de Caña y el eco de “Nicaragua Nicaraguita” en el corazón. Fue aquella una oportunidad para intercambiar opiniones e ideas, con Mario Armando e Israel que afortunadamente tendríamos la suerte de reactualizar varias veces en el futuro.

La década de los noventa la amistad con Mario Armando se consolidó a través de extraños giros del destino. Finalizaba el año 1991 cuando Arturo Rosas Uribe nos relató en Caracas, lo bien que le había ido en el País Vasco donde había sido invitado con otros profesores latinoamericanos para dictar un Curso de Actualización en Patología. Su entusiasmo me llevó a solicitar vía fax mi inscripción para el año siguiente y en noviembre del año 1992, lloviendo a cántaros y en una ventisca helada llegamos Saudy y yo a el hotel “De Londres y de Inglaterra”, prestigioso alojamiento de San Sebastián (Donostia), en Gipuzkoa, frente al Mar Cantábrico. La magia de cuanto nos ocurrió en aquel viaje, donde fuimos recibidos y atendidos cual si fuésemos profesores invitados de honor, se inició con el fraternal abrazo al encontrarnos con Mario Armando en el instante de nuestra llegada al hotel y se prolongó mediado por el empalagoso carisma de Saudy, quien pronto estaba ayudando a Elvira y a Amaia con otras jóvenes encargadas de la organización del evento, durante toda una serie de conferencias y almuerzos dirigidos por un corpulento joven gipuzkoano de risa estentórea, Eduardo Blasco Olaetxea. Desde entonar viejas canciones en euskera aprendidas en mi primaria y bachillerato jesuítico, hasta el último día de aquel viaje fantástico por el País Vasco, nos hallaríamos envueltos en una corriente de empatía que nos llevaría a comunicarnos estrechamente con Mario Armando, y con Eduardo, para imbuirnos en una pasión por querer hacer más por nuestros jóvenes especialistas patólogos, mirando hacia el futuro. Siempre he pensado que la magia de todo esto, tuvo mucho que ver con Saudy, y así, la última noche cuando ya casi todos estaban descansando luego de un largo paseo por las bodegas vinícolas del Marqués de Cáceres, decidimos salir hacia la noche helada y lluviosa para ser llevados por el viento y un par de cuadras adelante tuvimos que guarecernos en un pequeño local todavía abierto, “un chiringuito” donde hallamos a Eduardo y a sus chicas, las organizadoras, para repasar las vivencias del Curso, reírnos hasta el llanto y decidir en medio de gin tonics, que había que salir a localizar a Mario Armando. Aquella madrugada, tras una interminable despedida con besos y lágrimas por aquello de que “quien sabe cuándo nos volveremos a ver”, daría inicio a una amistad cómplice que nos llevaría a Mario Armando, a Eduardo y a mí, a transformarnos en materializadores de sueños. Fue así como nos convertimos en Editores formales de la colección de libros AVANCES en Patología, editamos novelas también, creando la Fundación Gipuzkoa Edts con la idea de ayudar a la divulgación actualizada de la Patología para nuestros colegas patólogos “desde el Río Grande a la Patagonia”. La prosecución de aquella idea nos llevó mediadas incontables reuniones en diversos países a Mario Armando desde Houston, a Eduardo desde Euskadi y luego desde Fuerteventura en las Canarias, y a mi desde Caracas y finalmente desde Maracaibo, a vivir intensamente una lucha tenaz contra incontables factores que se confabularon, más allá de lo esperado para frenar nuestros sostenidos e ilusionados esfuerzos. Durante dieciséis años enfrentamos corrientes de opinión adversas, muchas por el simple hecho de empeñarnos en escribir en nuestro propio idioma. Sobre todo, y fue lo más duro de soportar, hubimos de sortear crueles golpes del destino que nos fue raleando las filas con la desaparición física de nuestros seres más queridos.

Aprovecharé antes de referirme a la evolución de nuestra confraternidad y de cómo persistimos en la consecución de nuestros proyectos, para señalar algunos logros personales de Mario Armando Luna como patólogo. Su principal interés profesional estuvo centrado en la patología de los tumores de cabeza y cuello y en particular sobre los tumores de las glándulas salivales. Fue pionero al hablar de la transformación maligna de los adenomas, de la existencia del tumor de células mioepiteliales, de los factores de importancia pronóstica para predecir la evolución de los carcinomas y estableció sistemas histopatológicos para darle grados al carcinoma adenoideo quístico. Se supo rodear de discípulos que habrán de perpetuar su memoria y expandir sus enseñanzas a través de los Grupos de Estudio de Cabeza y Cuello. Desde el año 1968 Mario Armando Luna había sido nombrado director del Servicio de Autopsias del Centro de Cáncer del hospital MDAnderson de la Universidad de Texas, donde llegaría a ser Profesor Asistente y  también alcanzaría el título de Profesor Titular en la Escuela de Odontología de la misma Universidad en Houston. Igualmente se interesó Mario Armando en las enfermedades infecciosas, e iniciándose la década de los ochenta al comenzar la epidemia del SIDA, fue él quien realizó las autopsias de los pacientes que fallecieron en el MDAnderson e hizo con sus hallazgos originales observaciones de las que derivaron numerosas importantes publicaciones en particular sobre las infecciones oportunistas producidas por bacterias, hongos y virus en estos pacientes. Los cambios histopatológicos provocados por las drogas antineoplásicas fueron descritos por Mario Armando a través de importantes observaciones en el material de las autopsias de pacientes oncológicos y fue él quien desde la década de los setenta cuando se utilizaba la Bleomicina para el tratamiento de los tumores testiculares examinó y describió en detalle la fibrosis pulmonar secundaria a esta droga, como también cambios histopatológicos inducidos por Mitomicina, ARA-C y otras drogas usadas en el tratamiento de leucemias, linfomas y del cáncer de mama. A pesar de haberse jubilado formalmente en el hospital MDAnderson desde el mes de agosto del año 2002, él continuaría en sus labores académicas a tiempo parcial. Viajaba frecuentemente dictando conferencias sobre su especialidad en charlas que sazonaba habitualmente con jocosas ocurrencias o con temas novedosos que captaban el interés del público que asistía siempre con gran entusiasmo a sus pláticas.

 No tuvimos la suerte de alternar con la familia de Mario Armando, pero a través de su compadre Alberto Ayala sabemos de sus 3 hijos y de su esposa, a quien conocimos personalmente en Cartagena de Indias, y así también conocimos de su entrañable amor hacia su padre, a quien el mismo apodaba “el Gallito Luna” al relatar sus anécdotas. El año siguiente de nuestra primera conexión gipuzkoana, fue 1993, e iniciaríamos una larga temporada de fructíferos intercambios. Creamos en Caracas, usando una denominación sugerida por Israel Borrajero, el Centro Nacional de Referencia en Anatomía Patológica del Instituto Anatomopatológico (IAP) de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Ese mismo año 93, Eduardo con parte de su personal técnico venido desde Euskadi ofrecerían el “Primer Curso-Taller sobre Hibridación in situ para VPH”, en el IAP de la UCV y Mario Armando recibiría del Sr. Ministro de Sanidad Dr. Rafael Orihuela, la Cruz Nacional de Sanidad otorgada por el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social de la República de Venezuela. Desde ese año, la participación de Mario Armando y de Eduardo Blasco-Olaetxea en los eventos anuales de la SVAP se hicieron casi regulares. Recuerdo una charla en el Aula E del IAP donde Mario Armando leyó fragmentos de un manuscrito para darle a conocer a nuestros residentes la figura del Dr Ruy Pérez Tamayo y al final reveló que eran palabras textuales de “una novela” inédita mía, la que terminaría transformándose en “La Entropía Tropical”. También había leído el manuscrito de “Escribir en La Habana” novela que fue premiada en una Bienal de literatura el año 1994, y la cual fue publicada en Euskadi por decisión de Eduardo en los días en que el primer volumen de la Colección de Avances en Patología sobre tumores de Cabeza y Cuello, coordinado por Mario Armando estaba también en la misma imprenta. La asistencia nuestra a los Cursos de Patología en San Sebastián se hizo más frecuente e incontables anécdotas surgieron de nuestros amistosos encuentros donde nos encontramos con muchos patólogos latinoamericanos entre ellos, Rosai, Ayala, Albores Savedra, Arias Stella, Ordoñez, Cubilla, González Crussi, Font y otros. Cuando Mario Armando como experto en SIDA defendió el uso de los preservativos, ante el rechazo de los Obispos de San Sebastián con gran desparpajo el especialista de Houston diría para la prensa, “pos que no los usen ellos”. Los recuerdos de las diversas visitas al País Vasco, están llenas de anécdotas de nuestro buen amigo el patólogo jalisqueño. Inolvidables almuerzos con tantos patólogos invitados, venidos desde lejanos países de América a dictar cátedra y traer novedades sobre aspectos de la patología que habrían de ser publicados en el futuro cercano. Todo aquello no era más importante que escuchar a Mario Armando y a su compadre y compañero desde sus inicios en el MDAnderson, Alberto Ayala, rememorar con nostalgia haber cantado tantas rancheras y corridos cuando Alberto era guitarrista del grupo apodado “Los Chulapones”, o cuando con Arturo Rosas Uribe ganaron un trofeo jugando boliche. Pero quizás de las tantos episodios vividos en el país Vasco que le gustaba recordar a Mario Armando era el de los partidos de fútbol en el estadio de Anoeta, especialmente asistir al derby contra el Athletic Club de Bilbao, los llamados Leones y contra ellos arengar a gritos con todo el público, “no son leones, son maricones”. Al final fumarse un puro era para él un deleite especial. Las visitas a las bodegas de La Rioja en ocasiones al regresar en la noche en los autobuses cuando escanciábamos las botellas de vino que nos habían obsequiado y siempre finalizábamos cantando desde las mañanitas y Cielito Lindo hasta Maite, para quedar exhaustos con los excesos de risa al escuchar las ocurrencias geniales de Mario Armando.

El destino comenzaría a torcer las cosas cuando enfermó Don Carlos Blasco de Imaz, el padre de Eduardo quien debió ser tratado en el MDAnderson por un Fibrohistiocitoma maligno retroperitoneal. En Houston tras duros tratamientos de quimioterapia y luego de vuelta a Euskadi, la enfermedad de Don Carlos amainaría en medio de la gran amistad entre Eduardo y Mario Armando en la consecución de las metas planificadas. Para ese entonces editaríamos en Maracaibo, el segundo Volumen de Avances, intitulado Temas de Neuropatología el cual sería coordinado por el neuropatólogo venezolano Jesús Enrique González. Tras una recaída Don Carlos fallecería en San Sebastián y meses más tarde Doña Juana, su viuda, enfermaría de un carcinoma del paladar. De nuevo en un periplo para buscar el tratamiento adecuando, Eduardo viajaría con su madre a San Juan Puerto Rico. Tras ser operada con éxito fallecería por un accidente en el postoperatorio tardío. Eduardo y su familia se marcharían de Euskadi para vivir en la isla Canaria de Fuerteventura.

En el IAP de la UCV en Caracas ya comenzábamos a organizar el 3er Volumen de Avances cuando Saudy en Junio del año 1997 sería operada por un cáncer del colon. Ese mismo año, 1997, en noviembre durante el Congreso de la SLAP en Panamá, Mario Armando asistiría solo por unos días pues una enfermedad de carácter inmunológico le afectaba con mialgias y tenía que tomar medicación constante. En aquella reunión, también nuestro amigo Hernando me confesaría estar enfermo de leucemia. En la isla de Fuerteventura Eduardo, con el grupo de Investigadores Canarios en Cáncer liderados por Nicolás Díaz Chico, y con el asesoramiento de Mario Armando y de amigos patólogos latinoamericanos, comenzarían a planificar la creación de un sistema que agrupase los investigadores sobre cáncer de las islas Canarias. De sus esfuerzos surgiría la creación de Instituto Canario de Investigación sobre el Cáncer (ICIC), y en 1999 se daría la llamada “Declaración de Fuerteventura” por la cual se estableció un compromiso para crear vínculos con los patólogos latinoamericanos y favorecer la investigación en patología. Haciendo honor a ese compromiso comenzarían a ser invitados a Fuerteventura muchos patólogos latinoamericanos. Recuerdo a los coterráneos de Mario Armando, los colegas De la Garza, Mohar y Meneses, a Bosch y a Nubia Muñoz discutiendo sobre el VPH, al inefable “comandante Borrajero” con quien en una oportunidad llegamos a creer morir de la risa en algún ágape saturado de mojo canario y papas saladas tras las ocurrentes y disparatadas ideas de Mario Armando… En fin, fueron muchos buenos momentos para recordar. Ese año 1999, la reunión de la SLAP fue en el Perú y llegamos hasta Lima luchando contra todos las adversidades. Recuerdo como brindamos con Mario Armando y los amigos patólogos de la llamada “cofradía del Padre Bruno”, extrañando la ausencia de Hernando quien no pudo acompañarnos por estar padeciendo un Herpes zoster muy doloroso. El año siguiente, el 2000, en Julio, Hernando fallecería en los Estados Unidos. La compañía de Mario Armando y el estímulo de Eduardo fueron invalorables en la dolorosa enfermedad de Saudy, tras varios episodios de cirugía y muchas sesiones de quimioterapia, nos llevaron a todos, para compartir con Nubia Muñoz una semana en el Congreso Español sobre el Cáncer en Galicia. Estuvimos en La Coruña terminado de organizar nuestros soñadores proyectos mientras mirando el mar de Galicia y en una lucha por prolongar los días vivíamos queriendo mitigar los padecimientos de Saudy quien finalmente fallecería en Caracas el 27 de marzo del siguiente año 2001.

En junio, Mario Armando y Eduardo me arrastraron hasta Fuerteventura y bautizamos el Volumen 3ero de Avances. La edición de “La patología del SIDA” que había sido auspiciada por el Cabildo de Fuerteventura y el ICIC, contenía en principio la experiencia venezolana adquirida sobre unas 300 autopsias en pacientes con SIDA. Ese mismo año, 2001 el Congreso de la SLAP se dio en Managua y allí de nuevo Mario Armando padeciendo por sus dolorosos males, nos acompañó solamente unos días. Me tocó conocer a su coterráneo Miguel Reyes Mugica y a Eduardo Zambrano con quienes estableceríamos vínculos de amistad y cooperación. Pronto iniciaríamos bajo la tutela de Eduardo Blasco Olaetxea y con la estrecha colaboración de Mario Armando, una serie de reuniones en las islas Canarias que terminarían consolidándose en las Conferencias Atlánticas de Patología Molecular, eventos estos que habrían de darse en Fuerteventura con creciente éxito coordinados por Eduardo y con el auspicio del ICIC desde el año 2005 hasta el 2008.

Estas reuniones en Canarias fueron presididas por ONCO 03 y ONCO 04 en Fuerteventura coordinadas por Eduardo Blasco y conspirando nosotros, los Editores de AVANCES. Esta última se dio en febrero del año 2004 con la participación de histotecnólogos y patólogos venezolanos reunión esta que coincidió con la primera visita de Eduardo Zambrano a Fuerteventura. Estos acercamientos a la isla majorera, nos llevarían a firmar acuerdos de cooperación entre la SVAP, el ICIC y el Gobierno de Canarias. También los eventos en Venezuela con Mario Armando y Eduardo Blasco como conferencistas habituales comenzaron a incorporar a patólogos de Canarias y del Estado Español. En noviembre del año 2003 en las XLVI Jornadas Científicas Nacionales en Caracas asistirían con Eduardo y Mario Armando, un par de amigos canarios Juan Rivero y Marichal quienes con Eduardo Zambrano conocerían por primera vez  la llamada octava isla y estarían presentes en el conocido como “el desayuno del hotel Ávila”, un animado coloquio con Mario Armando que se inició a las 8 de la mañana en el hotel a las faldas del Ávila y culminaría tras cientos de historias, tragos y canciones, interrumpidamente a las once de la noche. En esta reunión le escuchamos muchas anécdotas, y nos enteramos de cómo su padre “el Gallito Luna” decía ante la preocupación de la familia por supuestamente andar buscando jovencitas en sus predios, que todo aquello no eran sino “habladurías, habladurías”, no les crean, decía cuando orgulloso le presentaba a sus amigos, su hijo, el famoso patólogo de Houston. “Este es mi hijo, el cirujano” para luego reírse por lo bajito con Mario comentándole “¡Ya me los chingué, mi cirujano de muertos!”. El año 2004, el Congreso venezolano fue en Caracas y fueron inolvidables las palabras de Mario Armando recordando al recientemente fallecido excelente patólogo, Luis Gonzalo Gómez, exalumno del MDAnderson y un gran amigo. Esta charla  valió igualmente para que nos diese un recuento audiovisual sobre una decena de patólogos latinoamericanos en esa ilusionada esperanza de que nos conociéramos todos como una hermandad. Ya me había tocado la suerte de compartir unas semanas antes unas aventuras vividas con Julia y con Mario Armando en Cancún, Quintana Roo, durante el XLVII Congreso Mexicano de Patología. Allí nos veríamos con Carlos Manivel, Miguel Reyes y con Eduardo Zambrano, también con Carlos Bedrossian quien iría a Caracas ese año, y con el maestro Rui Pérez Tamayo. El año 2005, la reunión de la SVAP sería en la isla de Margarita, allí Mario Armando y Eduardo Blasco estuvieron como invitados con Francisco Nogales, Miguel Reyes Múgica, Aldo González Serva y otros patólogos. Al año siguiente, el 2006, Mario Armando al fin llegaría a visitar la ciudad de Mérida en los Andes venezolanos, me había contado que se la imaginaba como Morelia, y allí compartiría el programa científico con Ángel Pellicer, Eduardo Zambrano y Gustavo Zanelli para disfrute de los patólogos venezolanos.

La Primera Conferencia Atlántica en Fuerteventura, islas Canarias se dio el año 2005 y nos reuniría con Mario Armando y con Ayala, Reyes Mugica, Nubia Muñoz, José Palacios, Keyla Pineda, José Jessurum y Miguel Sánchez. En ella, me correspondió improvisar una breve semblanza del famoso jalisqueño pues le sería otorgado el premio Atlántico en investigación sobre Cáncer. Mario Armando también el 2006 durante la 2da Conferencia Atlántica compartiría con Manivel, Fernandez Álvarez, Corominas, Zanelli, Pellicer y Cabrera. En esa oportunidad me tocó a mí el honor de recibir el Premio Atlántico de Investigación en Cáncer, galardón que ya había sido otorgado por el ICIC también a Nubia Muñoz y a Alberto Ayala junto con investigadores como Ángel Pellicer Manuel Perucho Mariano Barbacid Sergio Moreno Dionisio González y Nicolás Díaz Chico todos de habla hispana. En el mes de septiembre del año 2006 se organizaría 36 Congreso Colombiano de Patología, y 1er Congreso Ibero-Colombo Venezolano y del Caribe en Cartagena de Indias. Viajaríamos varios patólogos venezolanos a esta reunión que era un homenaje a Nubia Muñoz. Yo  viajaría con Julia y nos harían compañía Eduardo Caleiras y Milena, con Jesús Enrique González y Mariela, con Aldo y Alida y allí con Mario Armando y con Eduardo Blasco quien estaría acompañado por Yoli y por Marichal y por Nicolás Díaz Chico y Pilar seríamos invitados para una inolvidable reunión en la casa de Arfilio Martinez quien con Maritza había preparado una hermosa fiesta donde brindamos y cantamos hasta el amanecer. Recuerdo como con Henry González rasgando el cuatro nos desgañitamos con Mario Armando repasando a Juan Charrasqueado y al final Arfilio nos llevaría de vuelta al hotel en coches tirados por caballos. En ese evento, aprovecharía la oportunidad para ofrecer en suelo colombiano, una semblanza de nuestro amigo muy querido, el desaparecido patólogo Hernando Salazar quien siempre sintió un especial cariño por Cartagena.

Mario Armando Luna, ese ser tan alegre y a la vez tan sentimental, tan buena gente y de una cultura tan vasta, fue una bella persona. Recuerdo estaba en Venezuela, en una de sus muchas breves estadías en nuestro país, y se sintió muy mal, realmente apesadumbrado al conocer la noticia de la muerte de su maestro Héctor Márquez Monter. Precisamente casi un año antes de su última a visita a Fuerteventura, nos enteramos de cómo la desaparición física de su padre igualmente le afectó terriblemente y nos relataba que sentía como esa pérdida le había arrebatado parte de sus más hermosos recuerdos de la infancia y juventud.  En el mes de Junio, del año 2008, durante la Cuarta Conferencia Atlántica de Patología Molecular, Mario Armando se trajo a sus jóvenes discípulos mexicanos del Grupo de Cabeza y Cuello, a Minerva Lazos, Leonora Chávez, Alfredo Ávila y Guillermo Juárez, y con ellos compartió sus charlas sobre lesiones benignas y tumorales. También asistieron a esa reunión Anais Malpica, Aldo Reigosa, Jesús E. González, Enrique de Álava, Asmiria Arenas y Melisse Milano, Enrique López Loyo y Arfilio Martínez. Amigos canarios como Antonio Cabrera, Juan Rivero, Juan José Cabrera y Jorge Sastre nos acompañaron a Julia y a mí con el anfitrión y organizador de todos esos Cursos, Eduardo Blasco Olaetxea y resulta triste decirlo, pero cuando nos despedimos de Mario Armando, en aquel bello pueblo de Corralejo en Fuerteventura, ya al finalizar la Cuarta Conferencia Atlántica de Patología Molecular, él parecía presentir su próxima partida pues se quiso despedir formalmente de nosotros. Abatido, muy triste y llorando, nos dijo, que lo sentía mucho pero creía que no nos volvería a ver.

He querido narrar todos estos hechos como siento que le hubiese gustado a Mario Armando, el amigo bueno de todos, quien sabía tanto de cuanto era importante en la vida, el incansable lector de mis manuscritos, coeditor de los Avances, el entrenador del football de los niños de Houston, el mismo que cuando estudiaba bachillerato le “metió un gol” a Plácido Domingo quien “porteaba” para el equipo contrario, el melómano incansable pues cantar se transformaba para él con todos nosotros en una obligada necesidad, el incansable bailarín siempre rodeado de las más bellas mujeres galanteadas por su chispeante simpatía… Me toca escribir esta crónica, para rendirle para siempre un muy sentido homenaje a su memoria. El buen amigo Mario Armando, nos ha dejado en noviembre del año pasado 2008, pero su recuerdo persistirá entre quienes tuvimos la suerte de conocerle y debe ser mantenido por instituciones tales como la SLAP, el hospital MDAnderson, la SVAP, el ICIC y otras corporaciones, centros de trabajo y de investigación que fueron testigos de su paso por esta vida.

Jorge García Tamayo
 Maracaibo, Julio, 2009
Artículo publicado en el Volumen Quinto de la Colección  AVANCES EN PATOLOGÍA, 2009.

No hay comentarios: