Semblanza de mi amigo y hermano mexicano,
Mario Armando Luna
Conocí personalmente a Mario
Armando Luna en octubre del año 1977 en la oportunidad de las XXIII Jornadas de
la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica (SVAP) que se efectuaban en
Maturín, ciudad capital del Estado Monagas al oriente de Venezuela. Quienes
para la época éramos jóvenes patólogos, revoloteábamos como inquietos
moscardones alrededor de los dos invitados de honor al evento, y hoy todavía me
parece ver al doctor Luna, recién “aterrizado”, sentado entre nosotros, con
Héctor Battifora, ante una mesa cubierta de jarras de cerveza helada, mientras
esperábamos por la reconfirmación de las habitaciones en un nuevo y pequeño
hotel que todavía estaba en obras. Había toda una barahúnda de patólogos
pugnando por precisar sus inexistentes reservaciones en un reacomodo de
espacios físicos, mientras como en un oasis nos sentíamos quienes alrededor de
Mario Armando disfrutábamos de su chispeante locuacidad jalisqueña que nos
sonaba tan divertida como si estuviésemos reviviendo una película de
Cantinflas. Él nos explicaba sonriente como al sumergirse una copita de buen
ron en su jarra de cerveza, ésta se transformaba en “un submarino” y reíamos
con asombro ante sus ocurrencias viendo como Héctor, famoso patólogo peruano de
bigote y con un aire itálico, parpadeaba escrutador con una actitud bastante
más circunspecta. Fue entonces cuando Mario Armando aceptó el reto y tras
probar un “ají chirel” (verde y pequeñito, muy común entre los ajíes del
oriente venezolano), sonriente y lagrimeando nos dijo… “¡Pos si que pica!”, y
luego luego de pedir más “chireles” nos invitó a acompañarle en la degustación.
Habrían de transcurrir más de veinte años cuando en junio del 2001, en Morro
Jable, ciudad del sur de Fuerteventura, la más grande de las Islas Canarias,
ante varios platos repletos de verdes pimientos recordamos “los chireles” de
Maturín, y mientras intentaba yo que soy poco amigo del ají picante en una
especie de ruleta rusa acertar con el uno de cada tres, ¡ y es que picaban y
mucho!, Mario Armando hizo pública la historia completa de nuestro primer
encuentro. Nos había tocado en suerte, compartir una pequeña habitación
hotelera donde todas las madrugadas se levantaba Mario Armando y salía a trotar
por el pueblo en compañía de Héctor. En aquellos días estaba muy de moda el
“jogguin” y Mario Armando decía que ambos practicaban el ejercicio aeróbico
“para mantenerse en forma”. Él iba adelante y le tocaba ir espantando a los
cochinos que se les atravesaban y a los perros que les perseguían en aquellas
caminatas a campo traviesa. Al regresar, se encontraba conmigo, su compañero de
cuarto quien recién llegaba de una parranda nocturna. Lo que le parecía
insólito nos relataba, era como luego de un par de horas de sueño, un baño y un
café, nos viésemos en las conferencias donde él mismo recuerda como le sonreía,
cómplice a su nuevo “cuate” el recién conocido “patólogo maracucho”.
Lo cierto es que desde hacía
varios años, yo sabía de Mario Armando Luna. Le conocía como un brillante
patólogo mexicano, de Guadalajara, por tanto jalisqueño, quien estaba radicado
en Houston y a quien había visto en las reuniones de la Sociedad
Latinoamericana de Patología (SLAP) alternando con otros famosos patólogos
mexicanos como Ruy Pérez Tamayo y Héctor Márquez Monter. El VIII Congreso de la
SLAP del año 1971 se había realizado en Maracaibo, y el siguiente en 1973, se
dio en tierras yucatecas. Fue allí en Mérida, donde con el Anfitrión Álvaro
Bolio y con su maestro Héctor Márquez, había vuelto a verle, hasta que al fin,
el setenta y siete lo pudimos invitar a Venezuela. A partir de aquellas
inolvidables Jornadas de la SVAP en Maturín, Mario Armando se convirtió en un
invitado muy frecuente a nuestras reuniones, no solo por su sapiencia sino por
su buhonomía que nos llevó a quererlo entrañablemente y a apreciar cada vez con
mayor respeto sus grandes cualidades humanas. Era Mario Armando un ser
especial, siempre afable y risueño, muy emotivo, capaz de hacer desternillarse
de risa a un auditórium pleno de oyentes o de mantenerlo en vilo con los datos actualizados
sobre ciertos tumores, o sus hallazgos en las autopsias de los enfermos de
SIDA. Mario Armando poseía una bondad muy particular que se transmutaba en
singular eficiencia al ejercer personalmente su papel de buen samaritano. Fue
una especie de servidor público a motus propio, a tiempo completo, y así, le
resolvía problemas personales a decenas de gentes. Muchos seres anónimos,
familiares o pacientes con cáncer, se favorecieron al escucharle conversar con
ellos, darles confianza y ánimo, ayudarles al agilizar un diagnóstico, presto y
preciso, muchas veces con costos mínimos cuando no podía lograr su exoneración,
o para facilitarles indicaciones sobre los protocolos de tratamiento más
convenientes a ser aplicados en cada caso, o la información sobre el pronóstico
de los mismos. Estas actividades de Mario Armando, efectivas y usualmente
silentes, beneficiaron a cientos de enfermos con cáncer de casi todos los
países hispanoparlantes, razón por la cual, el buen patólogo mexicano del MD
Anderson, se fue transformando en el más querido, admirado y respetado
embajador de buena voluntad para todos los habitantes de los pueblos de
Latinoamérica y del Estado español. Así viajó Mario Armando, de un país a otro
por América y Europa, impartiendo sus conocimientos que fueron publicándose, en
más de 250 trabajos en revistas y en más de 30 libros, sobre la patología del
cáncer, durante más de 45 años de ejercicio en el Centro de Cáncer del hospital
MD Anderson de la Universidad de Texas. Simultáneamente nos ilustraba Mario
Armando con su jovialidad característica, sobre arte, literatura, música, cine,
deportes e historia, especialmente sobre la historia y la política que influye
en el devenir de los pueblos de Hispanoamérica, con sus problemas y
desigualdades, que se acentuaban con las variaciones de las presiones del norte
y el sur y de este y del oeste antes y después de la guerra fría.
Voy a regresar a la década de los
ochenta, cuando me tocó la suerte de asistir un par de veces a Congresos de la
International Academy of Pathology. En 1980 al XIII Congreso en París, y en
1986 al XVI Congreso de la IAP en Viena. De ambos eventos tengo recuerdos muy
especiales de dos grandes amigos patólogos, Hernando Salazar y Mario Armando
Luna. Tan importantes fueron para mí que algunos episodios de estos eventos han
quedado plasmados en una de mis novelas, “La Entropía Tropical”. Pero, sin duda
que el lugar común de los encuentros con Mario Armando, cuando no lo teníamos
invitado a nuestras Jornadas de la SVAP, eran los Congresos de la SLAP.
Inolvidables peripecias las del año 1981 en el XIII Congreso en La Paz Bolivia,
donde nuestro amigo con los demás patólogos mexicanos quienes no parecían haber
padecido por “el soroche” de la altura, se agruparon en una candente reunión a
orillas del Lago Titicaca para establecer su peso en la Sociedad imponiendo sus
criterios ante una propuesta para mover alguna de las reuniones más al sur,
siempre entre el Río Grande y La
Patagonia. Luego, nos vimos en 1985 durante el XV Congreso de la SLAP que tuvo
lugar en Costa Rica, donde como en los otros países de Centroamérica Mario
Armando siempre fue admirado y querido por todos.
Al intentar mantener un cierto
orden cronológico en mis recuerdos, me veo en la necesidad de hablar en este
momento del año 1986 y de la oportunidad que me ofreció el Seminario de
Patología Ginecológica coordinado por Hernando para el XVI Congreso de la
Academia Internacional de Patología en Viena. Siento que es más fácil trasladar
a esta crónica, fragmentos de algunas situaciones, ya años atrás noveladas en
“La Entropía Tropical”, las que ahora me atrevo a reescribir con la verdadera
identidad de los personajes.……“Andaban por allí, todos mirando la voluminosa figura de Hernando cual
si fuese una ballena leprosa, el propio Lázaro, y vinieron con Pelayo otros
compatriotas y se le acercaron, y tú les veías cual si estuvieses en barrera de
sombra, de lejitos, y ellos le saludaban, tal parecía que algunos se alegraban
sinceramente de su reactivación. De pronto, está ante ti, ¡es él!, ¡es el
propio Mario Armando en carne y hueso!, y tú sientes esa gran alegría de ver a
otro gran amigo, de esos de verdad verdad,
y el abrazo hace que se bañen de vino blanco y de vino tinto, y están en
mitad de un gentío, y les empujan y los tropiezan, y tienen que hablarse a
gritos, ¡pos que bueno que pudiste venir!, si qué bueno verte, y otro abrazo y
el vino salpica y moja a la gente alrededor, y a ti eso te importa un comino,
es tu amigo, y que gusto el que estés aquí, ¿a poco no que te quedabas en tu
tierra?, y saltan fragmentos de comida sobre quienes les rodean, y tú ves a
Hernando en la distancia, está entre los pibes, y el abrazo del oso de Mario
Armando te aplasta mientras le escuchas que te dice, ¡jíjole cuate!, y tú le
respondes, ¡hermanazo querido!, ¿cómo viniste?, ¡a poco me dijiste que no
podías venir?, y pues sí, le dices, sí, ¡me vine dejando el pelero!, y ¡ay
chirrión!, pues luego luego me cuentas no más,
fue una decisión de última hora, pos a mí me pagaron pero me lo
descuentan de las vacaciones, a mí no, y él te dice, pues no más apareció
Batsakis el jefe y me dijo, se me va para que muestre en Viena el poster de
María Eugenia ¡es que está rebueno!, ¿el
poster?, ¡ah, pos ambos!, ¿no?, pues te cuento que yo tiré un fiao, es
decir me vine a las costillas de una tarjeta de crédito, puede que me paguen
algo a regresar, pero si no es así, ni venía, ¡ah no!, pos ni modo, vamos a
celebrar esto, ¡pos sí, que bueno que viniste! … … es el vino vienés, sin duda alguna, estoy
disparatero, sonreíste recordando que quienes le conocen dice que es buen
tercio, pero ¿qué podías hacerle?, era esa tu impresión, ¿tal vez por su pinta
de parecer demasiado importante?, también un poco así es el cuate de los
ademanes y los codos al desnudo, lo pensaste al verle regresar hacia ti, él se
acercaba con entusiasmo, apurando una copa de vino blanco, líquido denso y
dorado, debe ser liebefraumilk, obviamente, lo pensante al instante cuando él
ya te interpelaba.- ¿Te llamas Jorge, cierto?, pero dime, ¿es que siempre has
sido así, tan solemne, tú? –¡Pos para solemne tú mismo mano!,¡a poco tú!,
¿dizque sufres de encefalitis litúrgica? Había llegado Mario Armando, su
compatriota y tu amigo a salvarte justo en la raya, y tú de veras pensaste que
de veras el cuate parecía la mera mamá de Tarzán envuelta en huevo, y en
flagrante maracucho tendrías que imaginarlo en la Plaza Baralt al mediodía
envuelto en una media de nylon, ¡es el vino vienés!, y Hernando regresó para
sacarte de tus alucinaciones personales…
… Con Paco anda Gregorio, el patólogo de Innsbruck, es calvo, con mirada
de sabio, quizás por su sonrisa detrás de una barba a lo Louis Pasteur, ma Goyo
es un sabio culto, parla italiano, francés, tirolés, inglés y hablando entre
todos se acabó el vino, y la gente comenzó a irse, y Mario Armando se te acercó
para decirte, óyeme manito ahora sí que vamos a celebrar este encuentro, y Paco
y Gregorio marcharon adelante, y tu ibas con Hernando y Mario Armando, cuando
Luís corrió detrás de ustedes, ¡no me dejen atrás! Y Paco con Gregorio parecían
conducirles a todos por las estrechas calles del ring, en el centro de Viena,
hasta una pequeña, antiquísima taberna en la vecindad de la iglesia de san
Esteban, ¡más vino!,…
Es imposible que deje sin relatar
el final de esta jornada pues siempre constituyera un motivo de bromas y de risas por parte de Mario Armando. Hernando se jactaba ante nosotros por haber
subido a un escenario antes de comenzar una ópera y cantado, ¡en la mera Scala
de Milán!, una breve cancioncilla sobre “una mula rucia de la sabana de
Maturín” que “tenía una peladurita de la cola hasta la crin”, pero en aquel
viaje a Viena… ¡En esta vuelta, le ganamos mano!, decía siempre Mario Armando,
cuando me recordaba como habíamos, ¡orinado, nada menos que contra las paredes
del Teatro de La Ópera de Viena!... Siempre preferí creer que todo aquello fue
producto del vino vienés, pero era una de esas anécdotas que frecuentemente
repasaba, para reírnos con él. Además, y como prueba irrefutable de que estas
cosas sucedieron en alguna ocasión, existe una foto que nos tomó Hernando,
donde aparecemos en una taberna vienesa, Mario Armando y yo, con Carlos
Bedrossian, a quien él apodaba cariñosamente “Charly The Wolf”, y quien fuera
testigo de algunas de nuestras andanzas por la ciudad del Danubio azul.
Ese mismo año 1986, nos
volveríamos a encontrar en las tierras más antiguas de América, en el macizo
guayanés. Mario Armando era el invitado de honor en las XXXI Jornadas de la
SVAP, y le escuchamos con atención, de nuevo en el extremo oriental de
Venezuela, en Puerto Ordaz, y con él, admiramos los raudales de río Caroní y el
enfrentamiento de sus aguas en dos tonos al desembocar en el Orinoco, antes de
correr hacia el Delta e ir a dar al Océano Atlántico. Al año siguiente, el XVI
Congreso de la SLAP fue en Salvador Bahía, y un nutrido grupo de patólogos
venezolanos asistimos y volvimos a disfrutar de la compañía de nuestro amigo,
el famoso patólogo mexicano de Houston, quien para entonces era un experto
sobre el tema del SIDA y provocó un revuelo de prensa por sus declaraciones en
torno a algo que apareció en los diarios como “o beso nero”… En aquella
oportunidad, recuerdo que algunos nos atrevimos a meternos en el mar. A mi me
dieron un tremendo revolcón las olas, a Mario Armando, más prudente, me parece
verlo con su traje de baño beige, de zapatos y medias, caminando sonriente por
la orilla de la playa.
En 1989, nos tocó preparar el
XVII Congreso de la SLAP en Caracas, el evento fue distinguido con el nombre
del doctor Blas Bruni Celli, el padre de Pancho y MariaEugenia, patólogos muy
queridos de Mario Armando y durante aquella semana, disfrutamos de la compañía
de numerosos amigos patólogos latinoamericanos. Desde el hotel Hilton de
Caracas, nos desplazamos en una serie de autobuses hasta Higuerote para ver los
Diablos danzantes de san Francisco de Yare, y fueron muchos los episodios
inolvidables, vividos en aquellos días…
Ya finalizando ese año 89, nos vimos de nuevo en el XXIV Congreso
Centroamericano de Patología. Este se realizaba en Nicaragua nación en un
proceso revolucionario que venía padeciendo por las dificultades de llamada
“guerra de los contras”. Estaba Managua todavía en ruinas por el terremoto del
año 1972, y conversábamos en una azotea desde donde se divisaba de un lado el
lago Nicaragua y cerca de nosotros, no tan alto, el auditórium Olaf Palme,
edificio construido con la ayuda del gobierno de Suecia, me parece oír de nuevo
nuestros comentarios sobre las dificultades de los pueblos de América... Con
Mario Armando, siempre interesado en los vaivenes de la política recuerdo que
hablamos, largo y tendido, con nuestro amigo cubano Israel, “el comandante
Borrajero”, en una interesante plática que rememoro siempre, embebida por el
aroma del ron Flor de Caña y el eco de “Nicaragua Nicaraguita” en el corazón.
Fue aquella una oportunidad para intercambiar opiniones e ideas, con Mario
Armando e Israel que afortunadamente tendríamos la suerte de reactualizar
varias veces en el futuro.
La década de los noventa la amistad
con Mario Armando se consolidó a través de extraños giros del destino.
Finalizaba el año 1991 cuando Arturo Rosas Uribe nos relató en Caracas, lo bien
que le había ido en el País Vasco donde había sido invitado con otros
profesores latinoamericanos para dictar un Curso de Actualización en Patología.
Su entusiasmo me llevó a solicitar vía fax mi inscripción para el año siguiente
y en noviembre del año 1992, lloviendo a cántaros y en una ventisca helada
llegamos Saudy y yo a el hotel “De Londres y de Inglaterra”, prestigioso
alojamiento de San Sebastián (Donostia), en Gipuzkoa, frente al Mar Cantábrico.
La magia de cuanto nos ocurrió en aquel viaje, donde fuimos recibidos y
atendidos cual si fuésemos profesores invitados de honor, se inició con el
fraternal abrazo al encontrarnos con Mario Armando en el instante de nuestra
llegada al hotel y se prolongó mediado por el empalagoso carisma de Saudy,
quien pronto estaba ayudando a Elvira y a Amaia con otras jóvenes encargadas de
la organización del evento, durante toda una serie de conferencias y almuerzos
dirigidos por un corpulento joven gipuzkoano de risa estentórea, Eduardo Blasco
Olaetxea. Desde entonar viejas canciones en euskera aprendidas en mi primaria y
bachillerato jesuítico, hasta el último día de aquel viaje fantástico por el
País Vasco, nos hallaríamos envueltos en una corriente de empatía que nos
llevaría a comunicarnos estrechamente con Mario Armando, y con Eduardo, para
imbuirnos en una pasión por querer hacer más por nuestros jóvenes especialistas
patólogos, mirando hacia el futuro. Siempre he pensado que la magia de todo
esto, tuvo mucho que ver con Saudy, y así, la última noche cuando ya casi todos
estaban descansando luego de un largo paseo por las bodegas vinícolas del
Marqués de Cáceres, decidimos salir hacia la noche helada y lluviosa para ser
llevados por el viento y un par de cuadras adelante tuvimos que guarecernos en
un pequeño local todavía abierto, “un chiringuito” donde hallamos a Eduardo y a
sus chicas, las organizadoras, para repasar las vivencias del Curso, reírnos
hasta el llanto y decidir en medio de gin tonics, que había que salir a
localizar a Mario Armando. Aquella madrugada, tras una interminable despedida
con besos y lágrimas por aquello de que “quien sabe cuándo nos volveremos a
ver”, daría inicio a una amistad cómplice que nos llevaría a Mario Armando, a
Eduardo y a mí, a transformarnos en materializadores de sueños. Fue así como
nos convertimos en Editores formales de la colección de libros AVANCES en
Patología, editamos novelas también, creando la Fundación Gipuzkoa Edts con la
idea de ayudar a la divulgación actualizada de la Patología para nuestros
colegas patólogos “desde el Río Grande a la Patagonia”. La prosecución de
aquella idea nos llevó mediadas incontables reuniones en diversos países a
Mario Armando desde Houston, a Eduardo desde Euskadi y luego desde
Fuerteventura en las Canarias, y a mi desde Caracas y finalmente desde
Maracaibo, a vivir intensamente una lucha tenaz contra incontables factores que
se confabularon, más allá de lo esperado para frenar nuestros sostenidos e
ilusionados esfuerzos. Durante dieciséis años enfrentamos corrientes de opinión
adversas, muchas por el simple hecho de empeñarnos en escribir en nuestro
propio idioma. Sobre todo, y fue lo más duro de soportar, hubimos de sortear
crueles golpes del destino que nos fue raleando las filas con la desaparición
física de nuestros seres más queridos.
Aprovecharé antes de referirme a
la evolución de nuestra confraternidad y de cómo persistimos en la consecución
de nuestros proyectos, para señalar algunos logros personales de Mario Armando
Luna como patólogo. Su principal interés profesional estuvo centrado en la
patología de los tumores de cabeza y cuello y en particular sobre los tumores
de las glándulas salivales. Fue pionero al hablar de la transformación maligna
de los adenomas, de la existencia del tumor de células mioepiteliales, de los
factores de importancia pronóstica para predecir la evolución de los carcinomas
y estableció sistemas histopatológicos para darle grados al carcinoma adenoideo
quístico. Se supo rodear de discípulos que habrán de perpetuar su memoria y
expandir sus enseñanzas a través de los Grupos de Estudio de Cabeza y Cuello.
Desde el año 1968 Mario Armando Luna había sido nombrado director del Servicio
de Autopsias del Centro de Cáncer del hospital MDAnderson de la Universidad de
Texas, donde llegaría a ser Profesor Asistente y también alcanzaría el título de Profesor
Titular en la Escuela de Odontología de la misma Universidad en Houston.
Igualmente se interesó Mario Armando en las enfermedades infecciosas, e
iniciándose la década de los ochenta al comenzar la epidemia del SIDA, fue él
quien realizó las autopsias de los pacientes que fallecieron en el MDAnderson e
hizo con sus hallazgos originales observaciones de las que derivaron numerosas
importantes publicaciones en particular sobre las infecciones oportunistas
producidas por bacterias, hongos y virus en estos pacientes. Los cambios
histopatológicos provocados por las drogas antineoplásicas fueron descritos por
Mario Armando a través de importantes observaciones en el material de las
autopsias de pacientes oncológicos y fue él quien desde la década de los
setenta cuando se utilizaba la Bleomicina para el tratamiento de los tumores
testiculares examinó y describió en detalle la fibrosis pulmonar secundaria a
esta droga, como también cambios histopatológicos inducidos por Mitomicina,
ARA-C y otras drogas usadas en el tratamiento de leucemias, linfomas y del
cáncer de mama. A pesar de haberse jubilado formalmente en el hospital
MDAnderson desde el mes de agosto del año 2002, él continuaría en sus labores
académicas a tiempo parcial. Viajaba frecuentemente dictando conferencias sobre
su especialidad en charlas que sazonaba habitualmente con jocosas ocurrencias o
con temas novedosos que captaban el interés del público que asistía siempre con
gran entusiasmo a sus pláticas.
No tuvimos la suerte de alternar con la
familia de Mario Armando, pero a través de su compadre Alberto Ayala sabemos de
sus 3 hijos y de su esposa, a quien conocimos personalmente en Cartagena de
Indias, y así también conocimos de su entrañable amor hacia su padre, a quien
el mismo apodaba “el Gallito Luna” al relatar sus anécdotas. El año siguiente
de nuestra primera conexión gipuzkoana, fue 1993, e iniciaríamos una larga
temporada de fructíferos intercambios. Creamos en Caracas, usando una
denominación sugerida por Israel Borrajero, el Centro Nacional de Referencia en
Anatomía Patológica del Instituto Anatomopatológico (IAP) de la Universidad
Central de Venezuela (UCV). Ese mismo año 93, Eduardo con parte de su personal
técnico venido desde Euskadi ofrecerían el “Primer Curso-Taller sobre
Hibridación in situ para VPH”, en el IAP de la UCV y Mario Armando recibiría del
Sr. Ministro de Sanidad Dr. Rafael Orihuela, la Cruz Nacional de Sanidad
otorgada por el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social de la República de
Venezuela. Desde ese año, la participación de Mario Armando y de Eduardo
Blasco-Olaetxea en los eventos anuales de la SVAP se hicieron casi regulares.
Recuerdo una charla en el Aula E del IAP donde Mario Armando leyó fragmentos de
un manuscrito para darle a conocer a nuestros residentes la figura del Dr Ruy
Pérez Tamayo y al final reveló que eran palabras textuales de “una novela”
inédita mía, la que terminaría transformándose en “La Entropía Tropical”.
También había leído el manuscrito de “Escribir en La Habana” novela que fue
premiada en una Bienal de literatura el año 1994, y la cual fue publicada en Euskadi
por decisión de Eduardo en los días en que el primer volumen de la Colección de
Avances en Patología sobre tumores de Cabeza y Cuello, coordinado por Mario
Armando estaba también en la misma imprenta. La asistencia nuestra a los Cursos
de Patología en San Sebastián se hizo más frecuente e incontables anécdotas
surgieron de nuestros amistosos encuentros donde nos encontramos con muchos
patólogos latinoamericanos entre ellos, Rosai, Ayala, Albores Savedra, Arias
Stella, Ordoñez, Cubilla, González Crussi, Font y otros. Cuando Mario Armando
como experto en SIDA defendió el uso de los preservativos, ante el rechazo de
los Obispos de San Sebastián con gran desparpajo el especialista de Houston
diría para la prensa, “pos que no los usen ellos”. Los recuerdos de las
diversas visitas al País Vasco, están llenas de anécdotas de nuestro buen amigo
el patólogo jalisqueño. Inolvidables almuerzos con tantos patólogos invitados,
venidos desde lejanos países de América a dictar cátedra y traer novedades
sobre aspectos de la patología que habrían de ser publicados en el futuro
cercano. Todo aquello no era más importante que escuchar a Mario Armando y a su
compadre y compañero desde sus inicios en el MDAnderson, Alberto Ayala,
rememorar con nostalgia haber cantado tantas rancheras y corridos cuando
Alberto era guitarrista del grupo apodado “Los Chulapones”, o cuando con Arturo
Rosas Uribe ganaron un trofeo jugando boliche. Pero quizás de las tantos
episodios vividos en el país Vasco que le gustaba recordar a Mario Armando era
el de los partidos de fútbol en el estadio de Anoeta, especialmente asistir al
derby contra el Athletic Club de Bilbao, los llamados Leones y contra ellos
arengar a gritos con todo el público, “no son leones, son maricones”. Al final
fumarse un puro era para él un deleite especial. Las visitas a las bodegas de
La Rioja en ocasiones al regresar en la noche en los autobuses cuando
escanciábamos las botellas de vino que nos habían obsequiado y siempre
finalizábamos cantando desde las mañanitas y Cielito Lindo hasta Maite, para
quedar exhaustos con los excesos de risa al escuchar las ocurrencias geniales
de Mario Armando.
El destino comenzaría a torcer
las cosas cuando enfermó Don Carlos Blasco de Imaz, el padre de Eduardo quien
debió ser tratado en el MDAnderson por un Fibrohistiocitoma maligno
retroperitoneal. En Houston tras duros tratamientos de quimioterapia y luego de
vuelta a Euskadi, la enfermedad de Don Carlos amainaría en medio de la gran
amistad entre Eduardo y Mario Armando en la consecución de las metas
planificadas. Para ese entonces editaríamos en Maracaibo, el segundo Volumen de
Avances, intitulado Temas de Neuropatología el cual sería coordinado por el
neuropatólogo venezolano Jesús Enrique González. Tras una recaída Don Carlos
fallecería en San Sebastián y meses más tarde Doña Juana, su viuda, enfermaría
de un carcinoma del paladar. De nuevo en un periplo para buscar el tratamiento
adecuando, Eduardo viajaría con su madre a San Juan Puerto Rico. Tras ser
operada con éxito fallecería por un accidente en el postoperatorio tardío.
Eduardo y su familia se marcharían de Euskadi para vivir en la isla Canaria de
Fuerteventura.
En el IAP de la UCV en Caracas ya
comenzábamos a organizar el 3er Volumen de Avances cuando Saudy en Junio del
año 1997 sería operada por un cáncer del colon. Ese mismo año, 1997, en
noviembre durante el Congreso de la SLAP en Panamá, Mario Armando asistiría
solo por unos días pues una enfermedad de carácter inmunológico le afectaba con
mialgias y tenía que tomar medicación constante. En aquella reunión, también
nuestro amigo Hernando me confesaría estar enfermo de leucemia. En la isla de
Fuerteventura Eduardo, con el grupo de Investigadores Canarios en Cáncer
liderados por Nicolás Díaz Chico, y con el asesoramiento de Mario Armando y de
amigos patólogos latinoamericanos, comenzarían a planificar la creación de un
sistema que agrupase los investigadores sobre cáncer de las islas Canarias. De
sus esfuerzos surgiría la creación de Instituto Canario de Investigación sobre
el Cáncer (ICIC), y en 1999 se daría la llamada “Declaración de Fuerteventura”
por la cual se estableció un compromiso para crear vínculos con los patólogos
latinoamericanos y favorecer la investigación en patología. Haciendo honor a
ese compromiso comenzarían a ser invitados a Fuerteventura muchos patólogos
latinoamericanos. Recuerdo a los coterráneos de Mario Armando, los colegas De
la Garza, Mohar y Meneses, a Bosch y a Nubia Muñoz discutiendo sobre el VPH, al
inefable “comandante Borrajero” con quien en una oportunidad llegamos a creer
morir de la risa en algún ágape saturado de mojo canario y papas saladas tras
las ocurrentes y disparatadas ideas de Mario Armando… En fin, fueron muchos
buenos momentos para recordar. Ese año 1999, la reunión de la SLAP fue en el Perú
y llegamos hasta Lima luchando contra todos las adversidades. Recuerdo como
brindamos con Mario Armando y los amigos patólogos de la llamada “cofradía del
Padre Bruno”, extrañando la ausencia de Hernando quien no pudo acompañarnos por
estar padeciendo un Herpes zoster muy doloroso. El año siguiente, el 2000, en
Julio, Hernando fallecería en los Estados Unidos. La compañía de Mario Armando
y el estímulo de Eduardo fueron invalorables en la dolorosa enfermedad de
Saudy, tras varios episodios de cirugía y muchas sesiones de quimioterapia, nos
llevaron a todos, para compartir con Nubia Muñoz una semana en el Congreso
Español sobre el Cáncer en Galicia. Estuvimos en La Coruña terminado de
organizar nuestros soñadores proyectos mientras mirando el mar de Galicia y en
una lucha por prolongar los días vivíamos queriendo mitigar los padecimientos
de Saudy quien finalmente fallecería en Caracas el 27 de marzo del siguiente
año 2001.
En junio, Mario Armando y Eduardo
me arrastraron hasta Fuerteventura y bautizamos el Volumen 3ero de Avances. La
edición de “La patología del SIDA” que había sido auspiciada por el Cabildo de
Fuerteventura y el ICIC, contenía en principio la experiencia venezolana
adquirida sobre unas 300 autopsias en pacientes con SIDA. Ese mismo año, 2001
el Congreso de la SLAP se dio en Managua y allí de nuevo Mario Armando
padeciendo por sus dolorosos males, nos acompañó solamente unos días. Me tocó
conocer a su coterráneo Miguel Reyes Mugica y a Eduardo Zambrano con quienes
estableceríamos vínculos de amistad y cooperación. Pronto iniciaríamos bajo la
tutela de Eduardo Blasco Olaetxea y con la estrecha colaboración de Mario
Armando, una serie de reuniones en las islas Canarias que terminarían
consolidándose en las Conferencias Atlánticas de Patología Molecular, eventos
estos que habrían de darse en Fuerteventura con creciente éxito coordinados por
Eduardo y con el auspicio del ICIC desde el año 2005 hasta el 2008.
Estas reuniones en Canarias
fueron presididas por ONCO 03 y ONCO 04 en Fuerteventura coordinadas por
Eduardo Blasco y conspirando nosotros, los Editores de AVANCES. Esta última se
dio en febrero del año 2004 con la participación de histotecnólogos y patólogos
venezolanos reunión esta que coincidió con la primera visita de Eduardo Zambrano
a Fuerteventura. Estos acercamientos a la isla majorera, nos llevarían a firmar
acuerdos de cooperación entre la SVAP, el ICIC y el Gobierno de Canarias.
También los eventos en Venezuela con Mario Armando y Eduardo Blasco como
conferencistas habituales comenzaron a incorporar a patólogos de Canarias y del
Estado Español. En noviembre del año 2003 en las XLVI Jornadas Científicas
Nacionales en Caracas asistirían con Eduardo y Mario Armando, un par de amigos
canarios Juan Rivero y Marichal quienes con Eduardo Zambrano conocerían por
primera vez la llamada octava isla y
estarían presentes en el conocido como “el desayuno del hotel Ávila”, un
animado coloquio con Mario Armando que se inició a las 8 de la mañana en el
hotel a las faldas del Ávila y culminaría tras cientos de historias, tragos y
canciones, interrumpidamente a las once de la noche. En esta reunión le
escuchamos muchas anécdotas, y nos enteramos de cómo su padre “el Gallito Luna”
decía ante la preocupación de la familia por supuestamente andar buscando
jovencitas en sus predios, que todo aquello no eran sino “habladurías,
habladurías”, no les crean, decía cuando orgulloso le presentaba a sus amigos,
su hijo, el famoso patólogo de Houston. “Este es mi hijo, el cirujano” para
luego reírse por lo bajito con Mario comentándole “¡Ya me los chingué, mi
cirujano de muertos!”. El año 2004, el Congreso venezolano fue en Caracas y
fueron inolvidables las palabras de Mario Armando recordando al recientemente
fallecido excelente patólogo, Luis Gonzalo Gómez, exalumno del MDAnderson y un
gran amigo. Esta charla valió igualmente
para que nos diese un recuento audiovisual sobre una decena de patólogos
latinoamericanos en esa ilusionada esperanza de que nos conociéramos todos como
una hermandad. Ya me había tocado la suerte de compartir unas semanas antes
unas aventuras vividas con Julia y con Mario Armando en Cancún, Quintana Roo,
durante el XLVII Congreso Mexicano de Patología. Allí nos veríamos con Carlos
Manivel, Miguel Reyes y con Eduardo Zambrano, también con Carlos Bedrossian
quien iría a Caracas ese año, y con el maestro Rui Pérez Tamayo. El año 2005,
la reunión de la SVAP sería en la isla de Margarita, allí Mario Armando y
Eduardo Blasco estuvieron como invitados con Francisco Nogales, Miguel Reyes
Múgica, Aldo González Serva y otros patólogos. Al año siguiente, el 2006, Mario
Armando al fin llegaría a visitar la ciudad de Mérida en los Andes venezolanos,
me había contado que se la imaginaba como Morelia, y allí compartiría el
programa científico con Ángel Pellicer, Eduardo Zambrano y Gustavo Zanelli para
disfrute de los patólogos venezolanos.
La Primera Conferencia Atlántica
en Fuerteventura, islas Canarias se dio el año 2005 y nos reuniría con Mario
Armando y con Ayala, Reyes Mugica, Nubia Muñoz, José Palacios, Keyla Pineda,
José Jessurum y Miguel Sánchez. En ella, me correspondió improvisar una breve
semblanza del famoso jalisqueño pues le sería otorgado el premio Atlántico en
investigación sobre Cáncer. Mario Armando también el 2006 durante la 2da
Conferencia Atlántica compartiría con Manivel, Fernandez Álvarez, Corominas,
Zanelli, Pellicer y Cabrera. En esa oportunidad me tocó a mí el honor de
recibir el Premio Atlántico de Investigación en Cáncer, galardón que ya había
sido otorgado por el ICIC también a Nubia Muñoz y a Alberto Ayala junto con
investigadores como Ángel Pellicer Manuel Perucho Mariano Barbacid Sergio
Moreno Dionisio González y Nicolás Díaz Chico todos de habla hispana. En el mes
de septiembre del año 2006 se organizaría 36 Congreso Colombiano de Patología,
y 1er Congreso Ibero-Colombo Venezolano y del Caribe en Cartagena de Indias.
Viajaríamos varios patólogos venezolanos a esta reunión que era un homenaje a
Nubia Muñoz. Yo viajaría con Julia y nos
harían compañía Eduardo Caleiras y Milena, con Jesús Enrique González y
Mariela, con Aldo y Alida y allí con Mario Armando y con Eduardo Blasco quien
estaría acompañado por Yoli y por Marichal y por Nicolás Díaz Chico y Pilar
seríamos invitados para una inolvidable reunión en la casa de Arfilio Martinez
quien con Maritza había preparado una hermosa fiesta donde brindamos y cantamos
hasta el amanecer. Recuerdo como con Henry González rasgando el cuatro nos
desgañitamos con Mario Armando repasando a Juan Charrasqueado y al final
Arfilio nos llevaría de vuelta al hotel en coches tirados por caballos. En ese
evento, aprovecharía la oportunidad para ofrecer en suelo colombiano, una
semblanza de nuestro amigo muy querido, el desaparecido patólogo Hernando
Salazar quien siempre sintió un especial cariño por Cartagena.
Mario Armando Luna, ese ser tan
alegre y a la vez tan sentimental, tan buena gente y de una cultura tan vasta,
fue una bella persona. Recuerdo estaba en Venezuela, en una de sus muchas
breves estadías en nuestro país, y se sintió muy mal, realmente apesadumbrado
al conocer la noticia de la muerte de su maestro Héctor Márquez Monter.
Precisamente casi un año antes de su última a visita a Fuerteventura, nos
enteramos de cómo la desaparición física de su padre igualmente le afectó
terriblemente y nos relataba que sentía como esa pérdida le había arrebatado
parte de sus más hermosos recuerdos de la infancia y juventud. En el mes de Junio, del año 2008, durante la
Cuarta Conferencia Atlántica de Patología Molecular, Mario Armando se trajo a
sus jóvenes discípulos mexicanos del Grupo de Cabeza y Cuello, a Minerva Lazos,
Leonora Chávez, Alfredo Ávila y Guillermo Juárez, y con ellos compartió sus
charlas sobre lesiones benignas y tumorales. También asistieron a esa reunión
Anais Malpica, Aldo Reigosa, Jesús E. González, Enrique de Álava, Asmiria
Arenas y Melisse Milano, Enrique López Loyo y Arfilio Martínez. Amigos canarios
como Antonio Cabrera, Juan Rivero, Juan José Cabrera y Jorge Sastre nos
acompañaron a Julia y a mí con el anfitrión y organizador de todos esos Cursos,
Eduardo Blasco Olaetxea y resulta triste decirlo, pero cuando nos despedimos de
Mario Armando, en aquel bello pueblo de Corralejo en Fuerteventura, ya al
finalizar la Cuarta Conferencia Atlántica de Patología Molecular, él parecía
presentir su próxima partida pues se quiso despedir formalmente de nosotros.
Abatido, muy triste y llorando, nos dijo, que lo sentía mucho pero creía que no
nos volvería a ver.
He querido narrar todos estos
hechos como siento que le hubiese gustado a Mario Armando, el amigo bueno de
todos, quien sabía tanto de cuanto era importante en la vida, el incansable
lector de mis manuscritos, coeditor de los Avances, el entrenador del football
de los niños de Houston, el mismo que cuando estudiaba bachillerato le “metió
un gol” a Plácido Domingo quien “porteaba” para el equipo contrario, el
melómano incansable pues cantar se transformaba para él con todos nosotros en
una obligada necesidad, el incansable bailarín siempre rodeado de las más
bellas mujeres galanteadas por su chispeante simpatía… Me toca escribir esta
crónica, para rendirle para siempre un muy sentido homenaje a su memoria. El
buen amigo Mario Armando, nos ha dejado en noviembre del año pasado 2008, pero
su recuerdo persistirá entre quienes tuvimos la suerte de conocerle y debe ser
mantenido por instituciones tales como la SLAP, el hospital MDAnderson, la
SVAP, el ICIC y otras corporaciones, centros de trabajo y de investigación que
fueron testigos de su paso por esta vida.
Jorge García Tamayo
Maracaibo, Julio, 2009
Artículo publicado en el Volumen Quinto de la Colección AVANCES EN PATOLOGÍA, 2009.
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