TALLER DE NARRATIVA
Un recuerdo de los Talleres de Narrativa impartidos por el escritor Eduardo Liendo
en la década de los años 90, del pasado sigloXX, en el centro de Caracas.
Bajo tierra, por el Metro, venía entre un
gentío, sin atenderle a nada. Ensimismado en la idea de asistir por vez primera
a un taller literario, no logré distraerme entre todas aquellas gentes del
subsuelo. Ya en la escalera eléctrica, me sentí bien al dejarles atrás. Subí a
la superficie y tras caminar un par de cuadras, casi corriendo, he llegado
hasta el sitio. Asciendo
paso a paso, los escalones de mármol de la biblioteca pública, ¿mármol del
pueblo?, siempre me han impresionado las vetas blancas sobre el gris opaco, tal
vez por ese no se que de mi país saudita. Me detengo ante una urnita de vidrio
en la pared, alberga una condecoración, son Bolívar y Bello. Simón Antonio y
Andrés en una morocota, contrahechos gracias al moderno arte de nuestra
Marisol. Siento que los rostros deformes de las cuasimódicas figuras esculpidas
por la afamada artista, desdicen de lo hermoso de este sitio. La biblioteca
pública ha sido organizada piso sobre piso, para la lectura apacible de
nuestros ciudadanos en esta ciudad capital. La medalla es un galardón otorgado
a la biblioteca y pienso que bien merecido lo ha de tener. El edificio en suma
es de una singular belleza. Me retiro de la urna y atisbo desde arriba los
pasamanos de caoba y hacia el centro, abajo, puedo ver el piso de mármol
reluciente y el entrar y salir de las gentes, todo brillando, con el reflejo
del vitral de Arte Deco, a todo lo largo y lo alto de la escalera, polícromos
cristales, brillan con el atardecer en ocre amarillento, en siena y en magenta.
Asciendo hasta el cuarto piso diciéndome que la hora ha llegado y pienso, son
las cinco clavadas y luego me pregunto... ¿Porqué nadie habrá hecho acto de
presencia? De pronto retrocedo sintiéndome un extraño, con una vibración de
miedo, o de inseguridad, algo curioso revoloteándome en las tripas y me detengo
meditando sobre esta anormal actitud muy personal, compulsiva manía de
aparentar una impasible impaciencia, constrictiva, pero impertérrita... Nada
que ver con el título del libro del cura Borge el nica, ni prójimo del genial
invidente. Me excuso y a la vez me acuso por este lío de mi compulsión por los
horarios y con cierta repulsión noto que ando escudándome en introspectivas
explicaciones. Sí, debe ser por los años, cosas del alma naque, eso me dije, es
la costumbre, sin lugar a dudas, son tantos días de llegar al trabajo a las
siete, y ni que decir de esas reuniones, todas las citas y los seminarios, que
lo mantienen a uno todo el tiempo cual Gary Cooper, a la hora señalada, siempre
on time, como dicen los gringos y ¡bang bang! Viro en redondo. Nadie está
presente. Estoy solo, tiros al aire, afortunadamente, entonces vengo y soplo
displicente el humo del cañón de mi Remington. Decidí en el momento, con un
supremo esfuerzo lo confieso, irme al recinto de los libros. Allí encontré a
Roa Bastos, a Carpentier y a unos cuantos amigos, entre cientos de ejemplares
estornudantemente apretujados, ¡tan comprimidos!, ni me atreví por miedo a
despertarles a acariciar sus lomos empolvados, leía en sus amarillos cantos
aquel sartal de autores, cuando escuché un lejano cucú. El tic tac solapado de
mi Casio preciso me señaló las cinco, ¡ahora sí!, entonces decidí desplazarme
hasta el auditorium del tercer piso.
De las cosas que conversáramos los
escasos, éramos pocos a eso me refiero, asistentes puntuales al taller,
recuerdo algunas. Charlamos sobré médicos y sobre enfermedades, hablamos sobre
juicios, demandas judiciales, jueces venales y esos horrores naturales de la
vida cotidiana. Me dolió en la antesala del taller, el conocer la historia del
amigo de Omar, descerebrado en un quirófano del Vargas, un accidente de
anestesia, puede leerse error de anestesiólogo, vale lo mismo el llanto de su
madre y la espera angustiosa de dos días por el cuerpo cadáver, desconectado de
este mundo dieciocho días antes para ser finalmente desenchufado de la máquina.
Absurda, injusta y cruel siempre será la muerte de un muchacho, ya no habrá de
jugar más al béisbol con sus amigos... El
dolor y otras voces fueron interrumpidos por Eduardo, nunca es tarde, ¡dicha al
final!, él llegó y todos le excusamos aquellos quince minutos de retraso,
porque para un escritor, siempre será justificable una cerveza y más aún si el
trago es compartido con dos poetas, uno de Mérida y otro de Maturín, ¿o fue de
Tucupita que nos dijo? Ahora si voy yo mismo a disfrutar de estas próximas dos
horitas, aunque fallas. Eso me dije. Voy ahorita a saber, al fin, por vez
primera, lo que es en realidad un taller de narrativa, o sea, estoy en la
antesala, en el pórtico, en un tris, de averiguar en unas horas, que diantre es
esta lavativa a la que denominan taller sin autos ni repuestos. Entusiasmado
estaba, en realidad andaba henchido de curiosidad, por saber si era aquello, lo
que esperaba yo que fuese...
Abrimos las acciones con un cuento intitulado
“El pobre Juan”, lo había escrito Abraham y el mismo repartió unas copias, se
ve que había venido preparado. Nos leyó el cuento, cuidadosamente, una preciosa
joven a quien Eduardo presentó como una veterana tallerista. Sufrió un par de
tropiezos al enfrentarse con más de cuatro fallas gramaticales las cuales
saltaban a la vista, zapateaban del texto por elementales. Elogiosos
comentarios circularon. Hubo quien dijo. ¡El cuento me pareció una fábula de
Esopo! Se comentó lo simple de la anécdota y lo sencillo del lenguaje. Yo,
inexperto, salí opinando sobre lo pintoresca que me parecía la construcción
gramatical estructurada como poesía, y luego de protestar por los horrores de
la ortografía terminé criticando ciertas indefiniciones no muy bien afirmadas
en el cuento. Eduardo atento riposto al instante: “es el espíritu del texto lo
que debe prevalecer”. Me sentí cual odioso cazador de gazapos, quise decirles
que no era mi intención el asumir el rol de corrector de manuscritos, pero ya
no había tiempo para disquisiciones, Eduardo nos hablaba sobre el ritmo, la
puntuación y como percibir las emociones y las cadencias cuando se lee en voz
alta. La puntuación se escucha, se evidencia, se siente, cuando te escuchas a
ti mismo en la lectura. Atiéndele a la rima y a la métrica, deja volar tu
esencia, mas recuerda, lo que cuenta es el texto. Poeta, examina tu sólida
presencia, acércate a ese encuentro espiritual, vale cualquier pretexto. ¡La
poesía como la religión precisa de un ritual. El escritor es la memoria de su
tiempo, testigo de su época. Cualquier persona puede en un momento imitar a
fulano, a un autor de su gusto o preferencia, ten tu punto de vista y cuídate,
no sea que te conviertas en un exegeta Borgeano, ese riesgo lo corres en
ocasiones buscando una prosa efectista. Aquí el estilo es libre y soberano, hay
quienes gustan de textos hiperbólicos, tú mi hermano, expresa lo que sientas,
escribe con el alma en la mano, muéstranos ese mundo interior. No te enajenes
Jorge, tú, ¿quieres ser escritor?, ¿tú quieres ser poeta?, responde de una vez,
hazlo muy francamente vamos, ¿conoces el secreto?, no es otra cosa sino la
sencillez, la clave está encerrada en llevar al extremo la economía de los
medios de expresión.
Un día oirás a la gente decirte, mira
chico, no me vayas a meter en tus cuentos, te lo dirán y tú serás el escritor y
se estarán allí mirándote cual un malvado bicho, esperando en silencio, con el
deseo larvado de hallarse algún momento al manuscrito incorporados. Es la pura
verdad!, no son patrañas, ¿ustedes se emocionan con el realismo mágico?
Rebelais utilizaba esos recursos hace unos cuantos años, muchos antes de nacer
Alejo, y Aracatá tampoco había visto balbucear al Gabo y si tú quieres puedes
considerarlos trucos, decir, son artimañas, o quizás artilugios, pero tienen su
valor, tienen sentido, hay todo un bagaje cultural en las palabras, las letras,
las frases sueltas, son, ¡el lenguaje! Los comentarios más banales pueden
mostrarnos a un Felisberto Hernández transformando en lápices afilados puñales.
Robbe Grillet por el contrario se la pasaba deshumanizando los objetos. Quizá
lo que pensemos los humanos puede ser obsoleto. ¿Como entender al perro que a
pasear saca a su amo? Amiel muy inspirado siempre nos decía, lleno de
sentimiento y con profundo dejo, que solo somos “copia de copias reflejo de
reflejos”. Entonces alguien viene y lo interrumpe y le pregunta, si no es
posible que el lenguaje por abigarrado se transforme en una cosa obtrusa. El
barroco nace precisamente de aproximaciones, crece como la verdolaga, hay quien
espera siempre hallarse ante una prosa llena de destellos, fulgurante, cada vez
más llena de matices, más brillante, luciendo sus excesos. Pudiésemos decir
meditabundos y con un cierto tono franciscano, desconfía de aquellos que sus
aguas enturbian haciendo intentos por parecer profundos. No es tan niche ese
pensamiento prusiano...
Del taller en el ángulo oscuro,
pensando en Segismundo me he detenido en el recuerdo de los girasoles de la Madre Rusia de zoviets
y de zares. Al anciano Tolstoi rememoramos, tal vez el viejo aspiró en sus
jardines con el aroma de azahares y jazmines aquel genial secreto de la difícil
sencillez. Tolstoi atrapaba las palabras precisas. Sencillo, mas no simple.
Diafanidad de un Borges o la de Mallarme, quien siendo un poeta misterioso
pudiera compararse con aquel muchacho de Fray Bentos, Funes El Memorioso. ¿Tú
ves? Se diáfano mi hermano, empátate en una de claridad absoluta, cual Borges
meridiano, sumérgete en la profunda sencillez del creador del Aleph y de tantos
espejos, usa un lenguaje llano, no te compliques en circunloquios pretendiendo
expresar las horruras del pensamiento humano, la intelectualidad entonces te
arrebata escotero, como en Madrid, en aquel Chicote postrimero y barajo a la
crem de la cream.
“Un autor puede ser muchos
autores a la vez”. Escuchamos nuevamente a Eduardo y quedamos pendientes en el
tiempo. Yo me extasío mirando los ojazos de la más linda y jovencita
tallerista, se llama Lina y nos está leyendo su texto manuscrito. Va
relatándonos, muy poquito a poco y en voz baja, después con más confianza, in
crescendo, nos lee su cuento. “Me siento inútil, estoy nervioso y llueve, oigo
el reloj y sé que tengo numerosos quiméricos problemas existenciales, la calle,
el sweater, me desespero y corro casi dos cuadras. Me libero y ella esta allí,
comprando rosas y descienden sus párpados”. Yo mientras tomo notas y escribo,
imagino los negros ojazos y las grandes ojeras de la lectora, pienso en su
boca, delineada, ¿deliciosa?, linda Lina, preciosa, mas ella continúa.
“Entonces comprendí que ella era mía, ilusión de vivir, allí en la esquina
esperé su aparición”. Escuchándola me enteré sobre la dicha inmensa cuando
ellos se encontraron, en el instante de estrechar sus manos, creí ver aquel
rayo lunar sutilmente descrito por la muchacha narradora, saltaba cual gacela
entre piedras y arbustos de un Soria tan lejano como mi infancia misma. Después
fue fácil oír la voz de aquel señor quien vendía flores y andaba preguntándonos
que ¿qué pasaba? Lina ya no iba a detenerse, finalizaba de leer su relato y nos
contaba. “Ella se rió y lo hizo sarcásticamente y él tímido, movió sus dedos
así, saludándola al verla y entonces vio que ella se encontraba con el otro,
era ese jovencito...” Le tuve que decir
que no te veo más, que te fuiste de mí...
En realidad llegó hasta aquí aquel texto que Lina titulara “La dulce
niña de la perenne sonrisa”. ¿Opiniones? Pura imaginación, jamás podrá ser real
algo como eso. La afirmación era del experimentado Omar. ¿Que piensas Jorge?
¿Obsesiones oníricas? No sé, pero me ha entusiasmado este texto escrito por
esta jovencita, logró atraparme en una magia misteriosa. Después vino la
crítica más despiadadamente constructiva. Adjetivación exagerada, esas son las
arrugas del lenguaje. Mara elogió el coraje de Lina por atreverse a escribir
narrando como hombre, después describió el final como algo catastrófico y lleno
de machismo. Surgen preguntas. ¿Tú le dices machista por escribir adoptando un
rol masculino? Mara protesta, dice que, ¡no!, que era por la pose adoptada ante
los hechos. Otra vez el texto les domina, pensé yo. Volvieron sobre los
adjetivos y como y cuanta fuerza le restaban al cuento. ¡Lina machista! Pensé
que Mara estaba totalmente loca. Yo casi ni detecté gazapos, a mi se me
escaparon todos los adjetivos, se habían escabullido hasta los más
altisonantes, sin duda era un efecto de mi ceguera por los ojazos parpadeantes,
seguramente, pienso yo... Uno nos dijo que las fallas en la redacción eran
producto de la juventud e inexperiencia de la escritora. ¡Váyanse pal Callao!
Después era Zuleima quien hablaba, de paso ella también era una chama, pero
insistía en el trabajo que se requiere para escribir un cuento, ¡uno que de
verdad de verdaíta sea un cuento bueno! Yo quería decir algo, mas la preciosa
Lina, de muy buena gana, más bien de buena nota diría yo, les aceptó las
críticas, risueña, todas a todos, y nos dijo. Leí este cuento porque a mí me
parece bien simple. Se rió después al comentarnos que ella no era machista.
¡Que va vale! Pero puede que me esté desahogando. Eso nos confesó, y yo quede
pensando, como será de veras esta niña, tan maravillosa, linda, sincera, ¡que
de cosas!, y el brillo de sus grandes ojos negros yo admirando, me quedé allí...
Vino Eduardo a sacarme de todo aquel
marasmo con sus medicinales cucharadas. Nos comentó sobre la mujer en la
literatura. Hablamos de Ifigenia y de las indagaciones que sobre el psiquis
masculino hiciera Teresa de la
Parra, ella hablando en primera persona trasladó sus ideas a
la boca de hombres de su época. Sin llegar a ser como Flaubert, taxidermista
del alma femenina, nuestra insigne Teresa fue un portento. ¡Se tejieron algunos
comentarios sobre los errores de quienes pretendemos dárnoslas de escritores!
Los lugares comunes pueden degradar cualquier discurso narrativo, pero cuidado,
algunas veces son utilizados conscientemente por determinados autores. Goethe
decía que ya todo está escrito y lo difícil estriba en decir las cosas por segunda
vez. ¿Como escribir? Dedalus es un pasticho en el Ulyses. El comentario me sonó
grotesco. ¿Debo callarme? ¡Es Borges quien lo dice! ¿Que querés che? Joyce no
parecía escribir para el placer de leerlo, no se percibe ese deleite de
escudriñar lo más preciso leyendo al irlandés, no se capta lo prístino, lo
impoluto de la sencillez, y es que leyendo a Joyce ¡se te forma tamaño enredo!
Dentro de mÍ, yo estaba disintiendo, repitiendo muy quedo, ¡si él lo dijo!,
pues claro, argentino tenía que ser. Reventé. No puedo estar de acuerdo. ¡Que
pretensión la mía! Lo he dicho, temerario, sin saber de donde me han salido
tantos bríos. Con toda su paciencia Eduardo escuchó mis palabras y nos dijo.
Son las cosas de Borges, ese es otro ejemplo de su dichoso tremendismo. ¿Dices
que a ti te gusta Joyce? Algo turbado respondí. Sinceramente, a mí el monólogo
interior de Molly Brown me parece fantástico. Escribir como fluye la mente es
para mí algo portentoso y pensé en “El ruido y la furia” del sin par William
Faulkner. Viene alguien y me espeta que si no será todo lo dicho un snobismo.
Me parece que tú cuando quieres ser claro apelas al banal costumbrismo. Eduardo
intercedió, buen referí, eso lo pensé yo. En ocasiones una frase fortuita puede
pasar a ser la chispa afortunada, sino pregúntenle a Renato sobre aquel cuento
al Sur del Ecuanil y Salvador allí presente hizo chin chin brindando, riendo a
carcajadas y disfrutando un rato con Orlando. Bien lo recuerdo, sí...
¿Como y porqué se escribe? Ya
nos lo dijo Sartre. Es un pedante y presuntuoso ser, lleno de suerte el
escritor quien piensa ha de vencer la muerte. ¿Que tanto anotas Jorge? ¿Quién
yo? Mis apuntes solo son puntos de referencia, detalles para recordar... “Yerma
y seca la tierra. El Irak bombardeado. No les basta rezar.” Se me transforman
en un asunto lúdico mis notas. Cuando uno escribe, es el propio pellejo el que
tú expones. Pareciera que los venezolanos somos algo pacatos, poco nos gusta
desnudarnos. Noto que estás sonriendo. ¿Es cierto, acaso entre nosotros alguno
se ha atrevido a escribir como Miller? ¿El padre Borges cuando Vargas Vila?
Salió con esto uno de nuestros veteranos. ¡Cónchale, digo yo, hablamos de
escribir! ¡Lo menos que se le puede pedir a un escritor es que escriba bien!,
cuidar la ortografía, la prosodia, la sintaxis también, pero esta afirmación en
realidad no es mía, yo aquí la dejo, parafraseando a Oswaldo Trejo.
Yo ni intentaba de reojo atenderle a mi
Casio para alargar at libitum el deguste del sabroso taller. ¿Hay tiempo para
otro cuento breve? Uno de esos, lleno de cosas reales, del pasado y presente,
cosas de estas muy citadinas, dolorosas, historietas muy perimetrales de las
que a diario se suceden en nuestros barrios marginales. El cuento era sobre
Dodó y un unicornio protectores de una niña cianótica y a su lado un médico
rural que se asfixiaba como un pez pulmonado. ¿Realidad de nuestra vida diaria
o suerte de quiméricos castillos encantados? ¿Son acaso los anillos de Tolkein
cosas del futuro o representan la inventiva de un mítico pasado? Omar salió
brillante a señalar que el relato, para empezar era muy cruel, no pareciera
improvisado, indubitablemente el escritor amoratado y tal, ¡fue testigo ocular
en sus tiempos de ese instante fatal. ¡No necesariamente compañero! Tú puedes
ser cual Del Paso en Palinuro, erudito en exceso, o alardear de una florida
erudición como un Denzil cualquiera, o intentar como Kaffka reproducir la
enajenada aventura de El Proceso, y ¡ni hablar de Cortazar en Bestiario! En la
literatura todo es imaginario si así el autor lo quiere. En ocasiones puede ser
la vivisección de un ciudadano lo que engrandezca un texto literario, y puede
más la introspectiva imaginación atormentada de Gregorio cucaracha atrapada, o
el alma de Raskolnikof perdiendo la cordura, que un bolero de Otero, o el
esotérico revolotear del colibrí Sarduy. ¿Serán estas las cosas que de veras
engrandecen la literatura? Definitivamente hay algo que es muy evidente, se
escribe para inventar la vida y no para contarla, de otra manera cada periódico
del día sería una obra literaria y debe ser innecesario concienciarlo, ¡suena
tan lógico!, basta escuchar a Lavoe salseando a diario que es inútil leer lo
que dice la prensa del ayer.
Ya casi terminábamos cuando Zuleima se
levantó y nos propuso leernos un texto breve. Es muy conciso, dijo, y arrancó:
“Tardíos recuerdos, fragancias con olor a fuego, unas flores de entierro...
Chillan los cristales, aúllan y se astillan...” Omar, a quien Eduardo apodó “la
chuleta viviente” había captado la quintaesencia de la poesía y no nos dijo
nada, tan solo sonreía. Abraham protestó por lo ininteligible de la moderna
poesía. La gente se movía con inquietud. ¿Quizás será la hora? De frente le
dijeron. ¿No eras tú quien ha rato criticaba los lugares comunes? Hemos solo
escuchado un hilvanar de frases. Zuleima ni parpadeaba atenta a las
intervenciones. Pensé por un instante, la están arrinconando. Es agradable, me
sonó bonito, vocearon algunos en apoyo. ¡Oh poesía intimista inescrutable! Si
siguen alentándola, pensé, tomará un segundo aire. Miré el desplazamiento del
referí en el ring. De su esquina gritaron. ¡Ternura metafórica! El referí ya
estaba mirando las tarjetas, en realidad atisbaba el reloj. En ese instante
interrumpió el conteo declamando a Vallejo. “Amorosa llavera de innumerables
llaves”... Cuanto Zuleima ha escrito es pura poesía. ¿Prosa poética tan solo?
Nada más son cuatro las esquinas, yo me lo dije imaginando el ensogado. Entre
cuatro paredes, si tú supieras... Los poetas nos ofrecen imágenes y Zuleima ha
leído algo muy expresivo, sus palabras puede que encierren un metamensaje, mas
su discurso es persuasivo. Se produjo un silencio de segundos pero bastante
tenso. Escuché como Lina musitó. ¡Fue lindo! Eduardo continuó. Hay que ponerle
empeño, no por hermoso o tierno, un texto tiene que estar falto de opciones, no
obstante de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. ¡Cuán
problemático es lo obvio! De tan sencilla cualquier cosa puede tornarse en un
defecto. El ritmo y la armonía en Neruda y en Whitman pueden estar ausentes,
esconderse o latir subyacentes y no obstante, nadie negaría que sus escritos
son pura poesía, y donde me dejan a Tagore? Yo pensaba en Becker, en García
Lorca y en Darío, todos esos sonetos, tantísimos endecasílabos brillantes.
Desde los versos libres hasta un tardío suspiro, gemidos de romántica factura,
cuando ya muere el día, sabemos todos que la noche es oscura, mas el sol
siempre sale y alumbrará de nuevo la eterna poesía, eso pensaba yo...
El taller culminaba cuando escuché las palabras
cadenciosas de Lina. Entre la prosa, narrativa habitual y la hermosura natural
que exuda el lenguaje poético de Zuleima, me pareciera presenciar hoy un
encuentro, un para mi crucial enfrentamiento entre dos géneros en pugna. De un
lado están los investigadores, los puristas de la prosodia y de la ortografía,
muchos sabihondos en literatura, plenos de pragmatismo, y en la otra orilla. En
la otra esquina me dije yo. Allí se encuentra la belleza total. Esa eres tú
preciosa Lina, y era impensable no ripostar dentro de mí de esa manera. El arte
de escribir, las emociones transformadas en letras, como todo en el Universo
necesita de estar reglamentado. Ciencia y literatura pueden ser una combinación
perfecta, ¿para que enfrentamientos? Era tal su hermosura y su talento que yo
permanecía desconflautado. Habló Lina y en silencio, con un rubor inolvidable
en sus mejillas, descendieron sus párpados cuando me dije… ¡Que maravilla es
esta criatura! Creí verme en la lona, ya noqueado, casi que me olvidaba del
conteo, quise recapacitar por un instante creyéndome capaz de levantarme, mas
la cuenta iba en ascenso, se escuchaba con ritmo, rumorosa. Estaba listo, sería
un nocaut técnico, no había otra alternativa, Lina con su boquita, sus ojazos y
sus ojeras, su risa turbadora, su todo todo, lo había logrado. ¿Que hacerle
ahora? Es a primera vista, me lo dije, más que noqueado, he sido traspasado por
un dardo de acero, aquí en el mero pecho, puro curare, del más fino y estaba
sutilmente envenenado. Estoy en crisis, sé que de Lina irremisiblemente me voy
a enamorar, que vicio el mío, que tragedia esta especie de destino fatal. Sin
duda alguna es esta una costumbre ociosa, no sé de donde provendrá mi singular
manía, pero siempre, en cualquier circunstancia, me enamoro perdidamente y debo
repetirme, ¡que carrizo!, esta lava es tan solo un Taller, es la primera vez
que asisto a una de estas cuestiones y se supone que el asunto se trata de
aprender a escribir, son instrucciones para poder narrar en un papel. ¿Como
demontres me voy a enamorar? Debo tratar de escudriñarle los secretos a la
narrativa, no imaginarme una pelea de box, ni entusiasmarme de modo irracional
con los ojazos negros de la bella Lina... ¡Que mala maña esta la mía de
exagerar las cosas! Nos pusimos de pie, caminamos escaleras abajo y ya en la
puerta de la biblioteca nos despedimos todos. Adiós, adiós, nos veremos la
semana que viene. Estaba lloviznando. Ella cruzó la calle. En la otra acera me
quedé yo, pensando... Se irá a su casa, eso imagino, pero, ¿y después? ¿La veré
nuevamente? Ciertamente. La muchacha es hermosa, está fina la chama, tan solo
son dos horas pero ni loco he de faltar a este taller, la soñaré entretanto,
pensaré en sus ojeras, en su risa radiante, estoy tranquilo pues sé que la
mirada de Lina habrá de acompañarme hasta que vuelva la semana entrante.
1 comentario:
Soy yo mismo el autor del relato "Taller de Narrativa", Jorge García Tamayo, quien durante dos años asistí a los Talleres de Eduardo en el hermoso edificio a casi en la esquina del Conde, donde antes funcionó el Ministerio de Educación. Decidí publicarlo para homenajear a Eduardo quien en La Feria del Libro d Chacao, en mayo2015 será al fin aceptado como nuestro mejor novelista! Gracias.
Publicar un comentario