martes, 28 de abril de 2015

Taller de Narrativa: homenaje a Eduardo Liendo, en mayo 2015.



TALLER DE NARRATIVA

Un recuerdo de los Talleres de Narrativa impartidos por el escritor Eduardo Liendo 
en la década de los años 90, del pasado sigloXX, en el centro de Caracas.  
         
             Bajo tierra, por el Metro, venía entre un gentío, sin atenderle a nada. Ensimismado en la idea de asistir por vez primera a un taller literario, no logré distraerme entre todas aquellas gentes del subsuelo. Ya en la escalera eléctrica, me sentí bien al dejarles atrás. Subí a la superficie y tras caminar un par de cuadras, casi corriendo, he llegado hasta el sitio. Asciendo paso a paso, los escalones de mármol de la biblioteca pública, ¿mármol del pueblo?, siempre me han impresionado las vetas blancas sobre el gris opaco, tal vez por ese no se que de mi país saudita. Me detengo ante una urnita de vidrio en la pared, alberga una condecoración, son Bolívar y Bello. Simón Antonio y Andrés en una morocota, contrahechos gracias al moderno arte de nuestra Marisol. Siento que los rostros deformes de las cuasimódicas figuras esculpidas por la afamada artista, desdicen de lo hermoso de este sitio. La biblioteca pública ha sido organizada piso sobre piso, para la lectura apacible de nuestros ciudadanos en esta ciudad capital. La medalla es un galardón otorgado a la biblioteca y pienso que bien merecido lo ha de tener. El edificio en suma es de una singular belleza. Me retiro de la urna y atisbo desde arriba los pasamanos de caoba y hacia el centro, abajo, puedo ver el piso de mármol reluciente y el entrar y salir de las gentes, todo brillando, con el reflejo del vitral de Arte Deco, a todo lo largo y lo alto de la escalera, polícromos cristales, brillan con el atardecer en ocre amarillento, en siena y en magenta. Asciendo hasta el cuarto piso diciéndome que la hora ha llegado y pienso, son las cinco clavadas y luego me pregunto... ¿Porqué nadie habrá hecho acto de presencia? De pronto retrocedo sintiéndome un extraño, con una vibración de miedo, o de inseguridad, algo curioso revoloteándome en las tripas y me detengo meditando sobre esta anormal actitud muy personal, compulsiva manía de aparentar una impasible impaciencia, constrictiva, pero impertérrita... Nada que ver con el título del libro del cura Borge el nica, ni prójimo del genial invidente. Me excuso y a la vez me acuso por este lío de mi compulsión por los horarios y con cierta repulsión noto que ando escudándome en introspectivas explicaciones. Sí, debe ser por los años, cosas del alma naque, eso me dije, es la costumbre, sin lugar a dudas, son tantos días de llegar al trabajo a las siete, y ni que decir de esas reuniones, todas las citas y los seminarios, que lo mantienen a uno todo el tiempo cual Gary Cooper, a la hora señalada, siempre on time, como dicen los gringos y ¡bang bang! Viro en redondo. Nadie está presente. Estoy solo, tiros al aire, afortunadamente, entonces vengo y soplo displicente el humo del cañón de mi Remington. Decidí en el momento, con un supremo esfuerzo lo confieso, irme al recinto de los libros. Allí encontré a Roa Bastos, a Carpentier y a unos cuantos amigos, entre cientos de ejemplares estornudantemente apretujados, ¡tan comprimidos!, ni me atreví por miedo a despertarles a acariciar sus lomos empolvados, leía en sus amarillos cantos aquel sartal de autores, cuando escuché un lejano cucú. El tic tac solapado de mi Casio preciso me señaló las cinco, ¡ahora sí!, entonces decidí desplazarme hasta el auditorium del tercer piso.
          De las cosas que conversáramos los escasos, éramos pocos a eso me refiero, asistentes puntuales al taller, recuerdo algunas. Charlamos sobré médicos y sobre enfermedades, hablamos sobre juicios, demandas judiciales, jueces venales y esos horrores naturales de la vida cotidiana. Me dolió en la antesala del taller, el conocer la historia del amigo de Omar, descerebrado en un quirófano del Vargas, un accidente de anestesia, puede leerse error de anestesiólogo, vale lo mismo el llanto de su madre y la espera angustiosa de dos días por el cuerpo cadáver, desconectado de este mundo dieciocho días antes para ser finalmente desenchufado de la máquina. Absurda, injusta y cruel siempre será la muerte de un muchacho, ya no habrá de jugar más al béisbol con sus amigos... El dolor y otras voces fueron interrumpidos por Eduardo, nunca es tarde, ¡dicha al final!, él llegó y todos le excusamos aquellos quince minutos de retraso, porque para un escritor, siempre será justificable una cerveza y más aún si el trago es compartido con dos poetas, uno de Mérida y otro de Maturín, ¿o fue de Tucupita que nos dijo? Ahora si voy yo mismo a disfrutar de estas próximas dos horitas, aunque fallas. Eso me dije. Voy ahorita a saber, al fin, por vez primera, lo que es en realidad un taller de narrativa, o sea, estoy en la antesala, en el pórtico, en un tris, de averiguar en unas horas, que diantre es esta lavativa a la que denominan taller sin autos ni repuestos. Entusiasmado estaba, en realidad andaba henchido de curiosidad, por saber si era aquello, lo que esperaba yo que fuese...
           Abrimos las acciones con un cuento intitulado “El pobre Juan”, lo había escrito Abraham y el mismo repartió unas copias, se ve que había venido preparado. Nos leyó el cuento, cuidadosamente, una preciosa joven a quien Eduardo presentó como una veterana tallerista. Sufrió un par de tropiezos al enfrentarse con más de cuatro fallas gramaticales las cuales saltaban a la vista, zapateaban del texto por elementales. Elogiosos comentarios circularon. Hubo quien dijo. ¡El cuento me pareció una fábula de Esopo! Se comentó lo simple de la anécdota y lo sencillo del lenguaje. Yo, inexperto, salí opinando sobre lo pintoresca que me parecía la construcción gramatical estructurada como poesía, y luego de protestar por los horrores de la ortografía terminé criticando ciertas indefiniciones no muy bien afirmadas en el cuento. Eduardo atento riposto al instante: “es el espíritu del texto lo que debe prevalecer”. Me sentí cual odioso cazador de gazapos, quise decirles que no era mi intención el asumir el rol de corrector de manuscritos, pero ya no había tiempo para disquisiciones, Eduardo nos hablaba sobre el ritmo, la puntuación y como percibir las emociones y las cadencias cuando se lee en voz alta. La puntuación se escucha, se evidencia, se siente, cuando te escuchas a ti mismo en la lectura. Atiéndele a la rima y a la métrica, deja volar tu esencia, mas recuerda, lo que cuenta es el texto. Poeta, examina tu sólida presencia, acércate a ese encuentro espiritual, vale cualquier pretexto. ¡La poesía como la religión precisa de un ritual. El escritor es la memoria de su tiempo, testigo de su época. Cualquier persona puede en un momento imitar a fulano, a un autor de su gusto o preferencia, ten tu punto de vista y cuídate, no sea que te conviertas en un exegeta Borgeano, ese riesgo lo corres en ocasiones buscando una prosa efectista. Aquí el estilo es libre y soberano, hay quienes gustan de textos hiperbólicos, tú mi hermano, expresa lo que sientas, escribe con el alma en la mano, muéstranos ese mundo interior. No te enajenes Jorge, tú, ¿quieres ser escritor?, ¿tú quieres ser poeta?, responde de una vez, hazlo muy francamente vamos, ¿conoces el secreto?, no es otra cosa sino la sencillez, la clave está encerrada en llevar al extremo la economía de los medios de expresión.
             Un día oirás a la gente decirte, mira chico, no me vayas a meter en tus cuentos, te lo dirán y tú serás el escritor y se estarán allí mirándote cual un malvado bicho, esperando en silencio, con el deseo larvado de hallarse algún momento al manuscrito incorporados. Es la pura verdad!, no son patrañas, ¿ustedes se emocionan con el realismo mágico? Rebelais utilizaba esos recursos hace unos cuantos años, muchos antes de nacer Alejo, y Aracatá tampoco había visto balbucear al Gabo y si tú quieres puedes considerarlos trucos, decir, son artimañas, o quizás artilugios, pero tienen su valor, tienen sentido, hay todo un bagaje cultural en las palabras, las letras, las frases sueltas, son, ¡el lenguaje! Los comentarios más banales pueden mostrarnos a un Felisberto Hernández transformando en lápices afilados puñales. Robbe Grillet por el contrario se la pasaba deshumanizando los objetos. Quizá lo que pensemos los humanos puede ser obsoleto. ¿Como entender al perro que a pasear saca a su amo? Amiel muy inspirado siempre nos decía, lleno de sentimiento y con profundo dejo, que solo somos “copia de copias reflejo de reflejos”. Entonces alguien viene y lo interrumpe y le pregunta, si no es posible que el lenguaje por abigarrado se transforme en una cosa obtrusa. El barroco nace precisamente de aproximaciones, crece como la verdolaga, hay quien espera siempre hallarse ante una prosa llena de destellos, fulgurante, cada vez más llena de matices, más brillante, luciendo sus excesos. Pudiésemos decir meditabundos y con un cierto tono franciscano, desconfía de aquellos que sus aguas enturbian haciendo intentos por parecer profundos. No es tan niche ese pensamiento prusiano...
          Del taller en el ángulo oscuro, pensando en Segismundo me he detenido en el recuerdo de los girasoles de la Madre Rusia de zoviets y de zares. Al anciano Tolstoi rememoramos, tal vez el viejo aspiró en sus jardines con el aroma de azahares y jazmines aquel genial secreto de la difícil sencillez. Tolstoi atrapaba las palabras precisas. Sencillo, mas no simple. Diafanidad de un Borges o la de Mallarme, quien siendo un poeta misterioso pudiera compararse con aquel muchacho de Fray Bentos, Funes El Memorioso. ¿Tú ves? Se diáfano mi hermano, empátate en una de claridad absoluta, cual Borges meridiano, sumérgete en la profunda sencillez del creador del Aleph y de tantos espejos, usa un lenguaje llano, no te compliques en circunloquios pretendiendo expresar las horruras del pensamiento humano, la intelectualidad entonces te arrebata escotero, como en Madrid, en aquel Chicote postrimero y barajo a la crem de la cream. 
         Un autor puede ser muchos autores a la vez”. Escuchamos nuevamente a Eduardo y quedamos pendientes en el tiempo. Yo me extasío mirando los ojazos de la más linda y jovencita tallerista, se llama Lina y nos está leyendo su texto manuscrito. Va relatándonos, muy poquito a poco y en voz baja, después con más confianza, in crescendo, nos lee su cuento. “Me siento inútil, estoy nervioso y llueve, oigo el reloj y sé que tengo numerosos quiméricos problemas existenciales, la calle, el sweater, me desespero y corro casi dos cuadras. Me libero y ella esta allí, comprando rosas y descienden sus párpados”. Yo mientras tomo notas y escribo, imagino los negros ojazos y las grandes ojeras de la lectora, pienso en su boca, delineada, ¿deliciosa?, linda Lina, preciosa, mas ella continúa. “Entonces comprendí que ella era mía, ilusión de vivir, allí en la esquina esperé su aparición”. Escuchándola me enteré sobre la dicha inmensa cuando ellos se encontraron, en el instante de estrechar sus manos, creí ver aquel rayo lunar sutilmente descrito por la muchacha narradora, saltaba cual gacela entre piedras y arbustos de un Soria tan lejano como mi infancia misma. Después fue fácil oír la voz de aquel señor quien vendía flores y andaba preguntándonos que ¿qué pasaba? Lina ya no iba a detenerse, finalizaba de leer su relato y nos contaba. “Ella se rió y lo hizo sarcásticamente y él tímido, movió sus dedos así, saludándola al verla y entonces vio que ella se encontraba con el otro, era ese jovencito...”  Le tuve que decir que no te veo más, que te fuiste de mí...  En realidad llegó hasta aquí aquel texto que Lina titulara “La dulce niña de la perenne sonrisa”. ¿Opiniones? Pura imaginación, jamás podrá ser real algo como eso. La afirmación era del experimentado Omar. ¿Que piensas Jorge? ¿Obsesiones oníricas? No sé, pero me ha entusiasmado este texto escrito por esta jovencita, logró atraparme en una magia misteriosa. Después vino la crítica más despiadadamente constructiva. Adjetivación exagerada, esas son las arrugas del lenguaje. Mara elogió el coraje de Lina por atreverse a escribir narrando como hombre, después describió el final como algo catastrófico y lleno de machismo. Surgen preguntas. ¿Tú le dices machista por escribir adoptando un rol masculino? Mara protesta, dice que, ¡no!, que era por la pose adoptada ante los hechos. Otra vez el texto les domina, pensé yo. Volvieron sobre los adjetivos y como y cuanta fuerza le restaban al cuento. ¡Lina machista! Pensé que Mara estaba totalmente loca. Yo casi ni detecté gazapos, a mi se me escaparon todos los adjetivos, se habían escabullido hasta los más altisonantes, sin duda era un efecto de mi ceguera por los ojazos parpadeantes, seguramente, pienso yo... Uno nos dijo que las fallas en la redacción eran producto de la juventud e inexperiencia de la escritora. ¡Váyanse pal Callao! Después era Zuleima quien hablaba, de paso ella también era una chama, pero insistía en el trabajo que se requiere para escribir un cuento, ¡uno que de verdad de verdaíta sea un cuento bueno! Yo quería decir algo, mas la preciosa Lina, de muy buena gana, más bien de buena nota diría yo, les aceptó las críticas, risueña, todas a todos, y nos dijo. Leí este cuento porque a mí me parece bien simple. Se rió después al comentarnos que ella no era machista. ¡Que va vale! Pero puede que me esté desahogando. Eso nos confesó, y yo quede pensando, como será de veras esta niña, tan maravillosa, linda, sincera, ¡que de cosas!, y el brillo de sus grandes ojos negros yo admirando, me quedé allí... 
           Vino Eduardo a sacarme de todo aquel marasmo con sus medicinales cucharadas. Nos comentó sobre la mujer en la literatura. Hablamos de Ifigenia y de las indagaciones que sobre el psiquis masculino hiciera Teresa de la Parra, ella hablando en primera persona trasladó sus ideas a la boca de hombres de su época. Sin llegar a ser como Flaubert, taxidermista del alma femenina, nuestra insigne Teresa fue un portento. ¡Se tejieron algunos comentarios sobre los errores de quienes pretendemos dárnoslas de escritores! Los lugares comunes pueden degradar cualquier discurso narrativo, pero cuidado, algunas veces son utilizados conscientemente por determinados autores. Goethe decía que ya todo está escrito y lo difícil estriba en decir las cosas por segunda vez. ¿Como escribir? Dedalus es un pasticho en el Ulyses. El comentario me sonó grotesco. ¿Debo callarme? ¡Es Borges quien lo dice! ¿Que querés che? Joyce no parecía escribir para el placer de leerlo, no se percibe ese deleite de escudriñar lo más preciso leyendo al irlandés, no se capta lo prístino, lo impoluto de la sencillez, y es que leyendo a Joyce ¡se te forma tamaño enredo! Dentro de mÍ, yo estaba disintiendo, repitiendo muy quedo, ¡si él lo dijo!, pues claro, argentino tenía que ser. Reventé. No puedo estar de acuerdo. ¡Que pretensión la mía! Lo he dicho, temerario, sin saber de donde me han salido tantos bríos. Con toda su paciencia Eduardo escuchó mis palabras y nos dijo. Son las cosas de Borges, ese es otro ejemplo de su dichoso tremendismo. ¿Dices que a ti te gusta Joyce? Algo turbado respondí. Sinceramente, a mí el monólogo interior de Molly Brown me parece fantástico. Escribir como fluye la mente es para mí algo portentoso y pensé en “El ruido y la furia” del sin par William Faulkner. Viene alguien y me espeta que si no será todo lo dicho un snobismo. Me parece que tú cuando quieres ser claro apelas al banal costumbrismo. Eduardo intercedió, buen referí, eso lo pensé yo. En ocasiones una frase fortuita puede pasar a ser la chispa afortunada, sino pregúntenle a Renato sobre aquel cuento al Sur del Ecuanil y Salvador allí presente hizo chin chin brindando, riendo a carcajadas y disfrutando un rato con Orlando. Bien lo recuerdo, sí... 
          ¿Como y porqué se escribe? Ya nos lo dijo Sartre. Es un pedante y presuntuoso ser, lleno de suerte el escritor quien piensa ha de vencer la muerte. ¿Que tanto anotas Jorge? ¿Quién yo? Mis apuntes solo son puntos de referencia, detalles para recordar... “Yerma y seca la tierra. El Irak bombardeado. No les basta rezar.” Se me transforman en un asunto lúdico mis notas. Cuando uno escribe, es el propio pellejo el que tú expones. Pareciera que los venezolanos somos algo pacatos, poco nos gusta desnudarnos. Noto que estás sonriendo. ¿Es cierto, acaso entre nosotros alguno se ha atrevido a escribir como Miller? ¿El padre Borges cuando Vargas Vila? Salió con esto uno de nuestros veteranos. ¡Cónchale, digo yo, hablamos de escribir! ¡Lo menos que se le puede pedir a un escritor es que escriba bien!, cuidar la ortografía, la prosodia, la sintaxis también, pero esta afirmación en realidad no es mía, yo aquí la dejo, parafraseando a Oswaldo Trejo.
         Yo ni intentaba de reojo atenderle a mi Casio para alargar at libitum el deguste del sabroso taller. ¿Hay tiempo para otro cuento breve? Uno de esos, lleno de cosas reales, del pasado y presente, cosas de estas muy citadinas, dolorosas, historietas muy perimetrales de las que a diario se suceden en nuestros barrios marginales. El cuento era sobre Dodó y un unicornio protectores de una niña cianótica y a su lado un médico rural que se asfixiaba como un pez pulmonado. ¿Realidad de nuestra vida diaria o suerte de quiméricos castillos encantados? ¿Son acaso los anillos de Tolkein cosas del futuro o representan la inventiva de un mítico pasado? Omar salió brillante a señalar que el relato, para empezar era muy cruel, no pareciera improvisado, indubitablemente el escritor amoratado y tal, ¡fue testigo ocular en sus tiempos de ese instante fatal. ¡No necesariamente compañero! Tú puedes ser cual Del Paso en Palinuro, erudito en exceso, o alardear de una florida erudición como un Denzil cualquiera, o intentar como Kaffka reproducir la enajenada aventura de El Proceso, y ¡ni hablar de Cortazar en Bestiario! En la literatura todo es imaginario si así el autor lo quiere. En ocasiones puede ser la vivisección de un ciudadano lo que engrandezca un texto literario, y puede más la introspectiva imaginación atormentada de Gregorio cucaracha atrapada, o el alma de Raskolnikof perdiendo la cordura, que un bolero de Otero, o el esotérico revolotear del colibrí Sarduy. ¿Serán estas las cosas que de veras engrandecen la literatura? Definitivamente hay algo que es muy evidente, se escribe para inventar la vida y no para contarla, de otra manera cada periódico del día sería una obra literaria y debe ser innecesario concienciarlo, ¡suena tan lógico!, basta escuchar a Lavoe salseando a diario que es inútil leer lo que dice la prensa del ayer. 
            Ya casi terminábamos cuando Zuleima se levantó y nos propuso leernos un texto breve. Es muy conciso, dijo, y arrancó: “Tardíos recuerdos, fragancias con olor a fuego, unas flores de entierro... Chillan los cristales, aúllan y se astillan...” Omar, a quien Eduardo apodó “la chuleta viviente” había captado la quintaesencia de la poesía y no nos dijo nada, tan solo sonreía. Abraham protestó por lo ininteligible de la moderna poesía. La gente se movía con inquietud. ¿Quizás será la hora? De frente le dijeron. ¿No eras tú quien ha rato criticaba los lugares comunes? Hemos solo escuchado un hilvanar de frases. Zuleima ni parpadeaba atenta a las intervenciones. Pensé por un instante, la están arrinconando. Es agradable, me sonó bonito, vocearon algunos en apoyo. ¡Oh poesía intimista inescrutable! Si siguen alentándola, pensé, tomará un segundo aire. Miré el desplazamiento del referí en el ring. De su esquina gritaron. ¡Ternura metafórica! El referí ya estaba mirando las tarjetas, en realidad atisbaba el reloj. En ese instante interrumpió el conteo declamando a Vallejo. “Amorosa llavera de innumerables llaves”... Cuanto Zuleima ha escrito es pura poesía. ¿Prosa poética tan solo? Nada más son cuatro las esquinas, yo me lo dije imaginando el ensogado. Entre cuatro paredes, si tú supieras... Los poetas nos ofrecen imágenes y Zuleima ha leído algo muy expresivo, sus palabras puede que encierren un metamensaje, mas su discurso es persuasivo. Se produjo un silencio de segundos pero bastante tenso. Escuché como Lina musitó. ¡Fue lindo! Eduardo continuó. Hay que ponerle empeño, no por hermoso o tierno, un texto tiene que estar falto de opciones, no obstante de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. ¡Cuán problemático es lo obvio! De tan sencilla cualquier cosa puede tornarse en un defecto. El ritmo y la armonía en Neruda y en Whitman pueden estar ausentes, esconderse o latir subyacentes y no obstante, nadie negaría que sus escritos son pura poesía, y donde me dejan a Tagore? Yo pensaba en Becker, en García Lorca y en Darío, todos esos sonetos, tantísimos endecasílabos brillantes. Desde los versos libres hasta un tardío suspiro, gemidos de romántica factura, cuando ya muere el día, sabemos todos que la noche es oscura, mas el sol siempre sale y alumbrará de nuevo la eterna poesía, eso pensaba yo...
            El taller culminaba cuando escuché las palabras cadenciosas de Lina. Entre la prosa, narrativa habitual y la hermosura natural que exuda el lenguaje poético de Zuleima, me pareciera presenciar hoy un encuentro, un para mi crucial enfrentamiento entre dos géneros en pugna. De un lado están los investigadores, los puristas de la prosodia y de la ortografía, muchos sabihondos en literatura, plenos de pragmatismo, y en la otra orilla. En la otra esquina me dije yo. Allí se encuentra la belleza total. Esa eres tú preciosa Lina, y era impensable no ripostar dentro de mí de esa manera. El arte de escribir, las emociones transformadas en letras, como todo en el Universo necesita de estar reglamentado. Ciencia y literatura pueden ser una combinación perfecta, ¿para que enfrentamientos? Era tal su hermosura y su talento que yo permanecía desconflautado. Habló Lina y en silencio, con un rubor inolvidable en sus mejillas, descendieron sus párpados cuando me dije… ¡Que maravilla es esta criatura! Creí verme en la lona, ya noqueado, casi que me olvidaba del conteo, quise recapacitar por un instante creyéndome capaz de levantarme, mas la cuenta iba en ascenso, se escuchaba con ritmo, rumorosa. Estaba listo, sería un nocaut técnico, no había otra alternativa, Lina con su boquita, sus ojazos y sus ojeras, su risa turbadora, su todo todo, lo había logrado. ¿Que hacerle ahora? Es a primera vista, me lo dije, más que noqueado, he sido traspasado por un dardo de acero, aquí en el mero pecho, puro curare, del más fino y estaba sutilmente envenenado. Estoy en crisis, sé que de Lina irremisiblemente me voy a enamorar, que vicio el mío, que tragedia esta especie de destino fatal. Sin duda alguna es esta una costumbre ociosa, no sé de donde provendrá mi singular manía, pero siempre, en cualquier circunstancia, me enamoro perdidamente y debo repetirme, ¡que carrizo!, esta lava es tan solo un Taller, es la primera vez que asisto a una de estas cuestiones y se supone que el asunto se trata de aprender a escribir, son instrucciones para poder narrar en un papel. ¿Como demontres me voy a enamorar? Debo tratar de escudriñarle los secretos a la narrativa, no imaginarme una pelea de box, ni entusiasmarme de modo irracional con los ojazos negros de la bella Lina... ¡Que mala maña esta la mía de exagerar las cosas! Nos pusimos de pie, caminamos escaleras abajo y ya en la puerta de la biblioteca nos despedimos todos. Adiós, adiós, nos veremos la semana que viene. Estaba lloviznando. Ella cruzó la calle. En la otra acera me quedé yo, pensando... Se irá a su casa, eso imagino, pero, ¿y después? ¿La veré nuevamente? Ciertamente. La muchacha es hermosa, está fina la chama, tan solo son dos horas pero ni loco he de faltar a este taller, la soñaré entretanto, pensaré en sus ojeras, en su risa radiante, estoy tranquilo pues sé que la mirada de Lina habrá de acompañarme hasta que vuelva la semana entrante.



1 comentario:

Jorge García Tamayo dijo...

Soy yo mismo el autor del relato "Taller de Narrativa", Jorge García Tamayo, quien durante dos años asistí a los Talleres de Eduardo en el hermoso edificio a casi en la esquina del Conde, donde antes funcionó el Ministerio de Educación. Decidí publicarlo para homenajear a Eduardo quien en La Feria del Libro d Chacao, en mayo2015 será al fin aceptado como nuestro mejor novelista! Gracias.