miércoles, 12 de marzo de 2014

El año de la lepra. Capítulo 3



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 3

El doctor ha venido del extranjero. Llegó desde Venezuela con grandes esperanzas y dispuesto a trabajar en el leprocomio de la isla. En cuanto arribó al pueblo, hizo los contactos necesarios para alquilar una vivienda y consiguió arrendar la pequeña casa de madera a orillas del río. Allí vive él con sus sobrinos. Desde la ventana, protegida con celosías de madera sin asomos de pintura, cualquiera puede divisar, en medio del río, a lo lejos,  la isla de los leprosos. A Luís Daniel le basta con cruzar un trecho de la corriente, que en ese sitio es mansa y barrosa, para trasladarse diariamente desde su casa hasta el lazareto donde el gobierno de la Guayana Inglesa hace ya un tiempo decidió aceptarlo para que intentase tratar y curar a los leprosos con sus innovadores procedimientos. El lazareto, según le habían dicho, estaría creado casi solo para él. Es su sitio de trabajo diario y los pacientes están a su entera disposición para que él pueda hacer sus experimentos.
 El médico de Cumaná había aceptado la propuesta del gobierno británico y estuvo dispuesto a proseguir y llevar a término su obsesivo proyecto de investigación sobre la curación de la lepra. En esto había estado trabajando y haciendo experimentos con los enfermos en su tierra durante casi una década. En los pasados últimos cinco años la publicación en revistas médicas sobre sus procedimientos curativos fue conocida en el mundo y de allí surgió la propuesta de los ingleses. Él creyó en aquella nueva oportunidad que le ofrecían. Imaginó que serviría para desvelar el secreto de la curación del mal de Hansen. Había empeñado su familia, su tranquilidad espiritual, su vida entera, en aquel proyecto.

Tan solo el vaivén de la canoa y el chasquido del agua con el chapotear del remo, alteran la quietud rompiendo el silencio quedo del amanecer. Definidas entre la bruma, las aguas ondulan con tonos malva y lila, hasta llegar lamiendo el terraplén y el puente que parece emerger cerca de la orilla ante la sombra de las casuchas de la isla. Unos segundos le bastarán a Luís Daniel para sentirse otra vez joven y transmutar el Esequibo por el Sena. Creerá percibir el relamido de las ondas contra las piedras del Quai de l´Horlogue. Renegó de su imaginación con un estremecimiento y abrió los ojos para atisbar la isla. Ahora se perfilaba contra un cielo de naranjas pasadas. Su sobrino Julio remaba de un lado y del otro y las aguas se iban hendiendo ante la curiara. Él volteó por un instante y al admirar la espuma en la popa, notó a lo lejos la silueta de su casa de madera transformada ya en una densa sombra. En lo alto, el cielo violáceo comenzaba a teñirse con el rosado del amanecer. Volvió entonces a cerrar sus ojos…

Escribir la historia de Luis Daniel Beauperhuy relatada como sus recuerdos en un ir y venir por el río Esquibo, desde su casa a la isla de los leprosos, fue siempre una pretensión mía. Debo confesar que esta idea la acariciaba desde la época cuando viviendo en Caracas, a través de Ruth me enteré de la increíble hoja de vida de aquel personaje, un hombre nacido en el siglo antepasado. Mis conexiones con las bibliotecas nacionales en la capital, me llevaron a recopilar abundante información sobre el llamado “médico de Cumaná” quien sobrevivió a terremotos y a epidemias de fiebre amarilla y de cólera en la primogénita ciudad de América. Tengo varios cuadernos y un par de agendas plenos de datos y desde hace un tiempo ya, hasta había ideado un hilo conductor para relatar su historia. Lo que nunca imaginé, es que fuese justamente una investigación actual del siglo XXI sobre la lepra, lo que me llevase a caer en el desideratum de revivir las vicisitudes del “médico de Cumaná” en su obsesionante idea de tratar y curar a los leprosos. Menos aún pensé en que iba a utilizarlas para contrapesar mi situación personal. No obstante, no fue hasta estar atravesando la desgraciada circunstancia de haber sido arrollado, digamos que atropellado por los avatares del destino, cuando me ha tocado involucrarme en esta historia actual que también trata sobre el mal de Hansen. Esta disparatada aventura con visos de novela y lamentablemente con ciertas implicaciones políticas, tuvo consecuencias personales y familiares que aún no logro superar totalmente. Ellas constituyen otro asunto cuya naturaleza trataré de desvelar, si puedo hacerlo en paralelo, simplemente, escribiendo.

En aquel pedazo de la ciudad luz denominado por Víctor Hugo “el país latino”, se instalaron Luís Daniel y su hermano cuando eran tan solo unos adolescentes venidos desde la ciudad de Santa Rosa en la isla de Guadalupe para estudiar en París. Tenía Luís Daniel tan solo catorce años ya cumplidos y como tantos otros estudiantes procedentes de la provincia y de las colonias de ultramar, los hermanos buscaron alojamiento en la ciudad luz. Ellos se hospedaron en la calle La Harpe donde le pagarían a la dueña de una pensión 20 francos al mes, estipendio este que incluía diariamente “le petit dejeuner”. Desde allí, los hermanos Beauperthuy se iban caminando hasta el Liceo y almorzaban en cualquier sitio, usualmente en pequeños establecimientos a orillas del Sena. Estudiaron en el Liceo San Luís, cerca del Liceo Luís El Grande que era un Colegio bastante más concurrido. Ambas escuelas estaban casi equidistantes de la Sorbona, a una distancia accesible caminando, por lo que Luís Daniel y su hermano acostumbraban a irse por el boulevard Saint Jacques y por esa vía central llegaban hasta La Isla de La Cite y en ocasiones hasta el monte de San Genaro donde estaba ubicada la universidad.
Cuando Luís Daniel terminó su bachillerato esta sería su ruta usual para ir hasta La Facultad cuando estuvo ya dedicado a sus estudios de Medicina. Augusto y Luís Daniel fueron frecuentemente asiduos a los almuerzos de “El Flicoteux” donde se comía bien y según el decir de la gente, “manger la galette et boire un coup chez Flicoteux”. Algunas veces y más a menudo, se detenían a medio camino y almorzaban en la taberna de “la vielle stapade” donde por un centavo, que era “un sou”, tenían derecho a trinchar con el tenedor en la oscura sopa con trozos de carne de res que se cocían en un gran caldero. Se esperaban, ellos con los otros comensales, hasta su turno y tenedor en mano les tocaba la opción de trinchar la carne. Luís Daniel y su hermano leían la prensa gratuitamente en el “Mabille”, algunas veces en “La Roserie des Lilas”, y bien fuese La Gacette, Le Constitucional o el diario denominado “Monitor Universal”, de esa manera, se enteraban los jóvenes de lo que acontecía en el país y en el mundo. Viviendo en la calle L´Harpe, estaban muy cerca de la calle Guenegaud donde había funcionado el salón de lectura de Madame Roland, una mujer que más que literatura había hecho ejercicio político y de quien se sabía que antes de ser guillotinada exclamó “¡Oh libertad!, ¡cuantos crímenes se cometen en tu nombre!” Con todas estas curiosas experiencias del París de la época, nada le resultaba tan interesante a Luís Daniel como visitar el Jardín des Plantas el cual en aquellos días ya era un anexo del Museo de Historia Natural. El interés del jovencito por las Ciencias Naturales se fue consolidando en aquella especie de gran isla verde situada justamente dentro del Barrio Latino. Así ambos hermanos fueron adelantando, año tras año en sus estudios de bachillerato, lo que denominaban todos sus compañeros estudiantes “el bacho”. Cuando ya concluidas exitosamente todas las asignaturas en el mes de julio del año 1829, Luís Daniel se graduará de Bachiller en Letras, e inmediatamente, se inscribiría en la Facultad de Medicina.

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