El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 3
El
doctor ha venido del extranjero. Llegó desde Venezuela con grandes esperanzas y dispuesto a trabajar en
el leprocomio de la isla. En cuanto arribó al pueblo, hizo los contactos
necesarios para alquilar una vivienda y consiguió arrendar la pequeña casa de
madera a orillas del río. Allí vive él con sus sobrinos. Desde la ventana,
protegida con celosías de madera sin asomos de pintura, cualquiera puede
divisar, en medio del río, a lo lejos, la
isla de los leprosos. A Luís Daniel le basta con cruzar un trecho de la
corriente, que en ese sitio es mansa y barrosa, para trasladarse diariamente
desde su casa hasta el lazareto donde el gobierno de la Guayana Inglesa
hace ya un tiempo decidió aceptarlo para que intentase tratar y curar a los
leprosos con sus innovadores procedimientos. El lazareto, según le habían
dicho, estaría creado casi solo para él. Es su sitio de trabajo diario y los
pacientes están a su entera disposición para que él pueda hacer sus
experimentos.
El médico de Cumaná había aceptado la
propuesta del gobierno británico y estuvo dispuesto a proseguir y llevar a
término su obsesivo proyecto de investigación sobre la curación de la lepra. En
esto había estado trabajando y haciendo experimentos con los enfermos en su
tierra durante casi una década. En los pasados últimos cinco años la
publicación en revistas médicas sobre sus procedimientos curativos fue conocida
en el mundo y de allí surgió la propuesta de los ingleses. Él creyó en aquella
nueva oportunidad que le ofrecían. Imaginó que serviría para desvelar el
secreto de la curación del mal de Hansen. Había empeñado su familia, su
tranquilidad espiritual, su vida entera, en aquel proyecto.
Tan solo el vaivén de la canoa y el chasquido del agua
con el chapotear del remo, alteran la quietud rompiendo el silencio quedo del
amanecer. Definidas entre la bruma, las aguas ondulan con tonos malva y lila,
hasta llegar lamiendo el terraplén y el puente que parece emerger cerca de la
orilla ante la sombra de las casuchas de la isla. Unos segundos le bastarán a
Luís Daniel para sentirse otra vez joven y transmutar el Esequibo por el Sena.
Creerá percibir el relamido de las ondas contra las piedras del Quai de
l´Horlogue. Renegó de su imaginación con un estremecimiento y abrió los ojos
para atisbar la isla. Ahora se perfilaba contra un cielo de naranjas pasadas.
Su sobrino Julio remaba de un lado y del otro y las aguas se iban hendiendo
ante la curiara. Él volteó por un instante y al admirar la espuma en la popa,
notó a lo lejos la silueta de su casa de madera transformada ya en una densa
sombra. En lo alto, el cielo violáceo comenzaba a teñirse con el rosado del
amanecer. Volvió entonces a cerrar sus ojos…
Escribir la historia de Luis Daniel
Beauperhuy relatada como sus recuerdos en un ir y venir por el río Esquibo,
desde su casa a la isla de los leprosos, fue siempre una pretensión mía. Debo
confesar que esta idea la acariciaba desde la época cuando viviendo en Caracas,
a través de Ruth me enteré de la increíble hoja de vida de aquel personaje, un
hombre nacido en el siglo antepasado. Mis conexiones con las bibliotecas
nacionales en la capital, me llevaron a recopilar abundante información sobre
el llamado “médico de Cumaná” quien sobrevivió a terremotos y a epidemias de fiebre
amarilla y de cólera en la primogénita ciudad de América. Tengo varios cuadernos
y un par de agendas plenos de datos y desde hace un tiempo ya, hasta había
ideado un hilo conductor para relatar su historia. Lo que nunca imaginé, es que
fuese justamente una investigación actual del siglo XXI sobre la lepra, lo que
me llevase a caer en el desideratum de revivir las vicisitudes del “médico de
Cumaná” en su obsesionante idea de tratar y curar a los leprosos. Menos aún
pensé en que iba a utilizarlas para contrapesar mi situación personal. No
obstante, no fue hasta estar atravesando la desgraciada circunstancia de haber
sido arrollado, digamos que atropellado por los avatares del destino, cuando me
ha tocado involucrarme en esta historia actual que también trata sobre el mal
de Hansen. Esta disparatada aventura con visos de novela y lamentablemente con
ciertas implicaciones políticas, tuvo consecuencias personales y familiares que
aún no logro superar totalmente. Ellas constituyen otro asunto cuya naturaleza
trataré de desvelar, si puedo hacerlo en paralelo, simplemente, escribiendo.
En aquel pedazo de la ciudad luz denominado por Víctor
Hugo “el país latino”, se instalaron Luís Daniel y su hermano cuando eran tan solo
unos adolescentes venidos desde la ciudad de Santa Rosa en la isla de Guadalupe
para estudiar en París. Tenía Luís Daniel tan solo catorce años ya cumplidos y
como tantos otros estudiantes procedentes de la provincia y de las colonias de
ultramar, los hermanos buscaron alojamiento en la ciudad luz. Ellos se
hospedaron en la calle La Harpe
donde le pagarían a la dueña de una pensión 20 francos al mes, estipendio este que
incluía diariamente “le petit dejeuner”. Desde allí, los hermanos Beauperthuy
se iban caminando hasta el Liceo y almorzaban en cualquier sitio, usualmente en
pequeños establecimientos a orillas del Sena. Estudiaron en el Liceo San Luís,
cerca del Liceo Luís El Grande que era un Colegio bastante más concurrido.
Ambas escuelas estaban casi equidistantes de la Sorbona, a una distancia
accesible caminando, por lo que Luís Daniel y su hermano acostumbraban a irse
por el boulevard Saint Jacques y por esa vía central llegaban hasta La Isla de La Cite y en ocasiones hasta el
monte de San Genaro donde estaba ubicada la universidad.
Cuando Luís Daniel terminó su bachillerato esta sería su
ruta usual para ir hasta La
Facultad cuando estuvo ya dedicado a sus estudios de
Medicina. Augusto y Luís Daniel fueron frecuentemente asiduos a los almuerzos
de “El Flicoteux” donde se comía bien y según el decir de la gente, “manger la
galette et boire un coup chez Flicoteux”. Algunas veces y más a menudo, se
detenían a medio camino y almorzaban en la taberna de “la vielle stapade” donde
por un centavo, que era “un sou”, tenían derecho a trinchar con el tenedor en
la oscura sopa con trozos de carne de res que se cocían en un gran caldero. Se
esperaban, ellos con los otros comensales, hasta su turno y tenedor en mano les
tocaba la opción de trinchar la carne. Luís Daniel y su hermano leían la prensa
gratuitamente en el “Mabille”, algunas veces en “La Roserie des Lilas”, y bien
fuese La Gacette,
Le Constitucional o el diario denominado “Monitor Universal”, de esa manera, se
enteraban los jóvenes de lo que acontecía en el país y en el mundo. Viviendo en
la calle L´Harpe, estaban muy cerca de la calle Guenegaud donde había
funcionado el salón de lectura de Madame Roland, una mujer que más que
literatura había hecho ejercicio político y de quien se sabía que antes de ser
guillotinada exclamó “¡Oh libertad!, ¡cuantos crímenes se cometen en tu nombre!”
Con todas estas curiosas experiencias del París de la época, nada le resultaba
tan interesante a Luís Daniel como visitar el Jardín des Plantas el cual en aquellos
días ya era un anexo del Museo de Historia Natural. El interés del jovencito
por las Ciencias Naturales se fue consolidando en aquella especie de gran isla
verde situada justamente dentro del Barrio Latino. Así ambos hermanos fueron
adelantando, año tras año en sus estudios de bachillerato, lo que denominaban
todos sus compañeros estudiantes “el bacho”. Cuando ya concluidas exitosamente
todas las asignaturas en el mes de julio del año 1829, Luís Daniel se graduará
de Bachiller en Letras, e inmediatamente, se inscribiría en la Facultad de Medicina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario