El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
CAPITULO 7
Sábado 21 de mayo, 1871; 7:00 pm
Sentado en tu silla de cuero voltearás a mirar la noche.
A través de la ventana, notarás como ha aparecido una cinta de plata que
cabrillea sobre las aguas del río. Han transcurrido varios meses desde el
momento cuando decidiste emprender tu viaje a la Guayana Británica.
Estarás viviendo en Bartica point, a orillas del Esequibo y ante tu mesa de
madera, como todas las noches, te dispones a escribirle a Ignacia. Te detienes
entonces sintiendo una extraña congoja y saltarás a recordar a tu hija menor,
la más linda, Inesita y querrás estar de vuelta, regresar a tu vida familiar,
allá lejos, en Cumaná. Te quedarás mirando el tintero, todavía con la pluma
adentro y querrás entender porqué ese tu afán por escribir sobre la felicidad
en medio de tanta angustia. ¿Porqué querer redactar manuscritos sobre tu
juventud? Recuerdos de cuando conociste a la bella niña que te llevaría con su
mirada y su sonrisa a regresar para quedarte definitivamente a vivir en aquella
ciudad primogénita de la tierra firme de América. Ignacia, tu adorada esposa,
la madre de tus hijos. Regresar a tu lejana felicidad a través de la escritura,
¿si acaso pudiese ser posible? ¿Cómo escribir sobre tantos años dichosos cuando
estos se alejan día tras día? ¿Como rememorar tus luchas y las dificultades?
¿Cómo no recordar a Inesita y su prematura partida? Escribir para revivir
espacios felices y a la vez rememorar tristes realidades, ¿pero cómo?, en la
soledad de tu casa de madera frente al río, ¿cómo escribir desde tan lejos
sobre tantos recuerdos? Será una tarea como la de proponerte a repasar tu vida
de estudiante en París, y escribir sobre tus amigos y tus profesores, en Paris,
cuando estudiabas Medicina, hacía ya tantos años y sin embargo… No parece haber
calma para tu espíritu… Sentirás entonces que se te oprime el pecho y lagrimean
tus ojos…
Como estudiante de Medicina, tus prácticas las cumpliste
principalmente en un hospital cercano a la pensión de la calle L´Harpe. A pie
te acercarías diariamente bajando por la calle Bouchette hasta el hotel Dieu a
orillas del Sena. El hospital–hotel, era el más antiguo de la ciudad. Había
sido fundado por el obispo San–Landry y edifi cadosobre la ribera izquierda de la Isla de París, estaba allí
desde el año 651. Durante los siglos VII al XVII el hospital–hotel fue un
símbolo de la caridad cristiana. Todas estas cosas las aprenderías después, ya
que en los primeros años de tus estudios médicos, tendrías que memorizar muchas
asignaturas teóricas, con poca práctica clínica. Estas actividades te
mantendrían ocupado, por lo que sentirías que era grande tu suerte cuando
comenzaste a asistir a los Cursos de Terapéutica Médica dictados por el
profesor Jean Louis Alibert, el fundador de la Escuela de Dermatología
del hospital Saint Louis. El profesor Alibert combinaba sus lecciones con la
presentación de grandes láminas donde mostraba las lesiones dermatológicas. En
ellas, los enfermos aparecían dibujados con sus características personales y
quizás por eso, para ti, sus lecciones resultaron una experiencia inolvidable.
También eras asiduo asistente a la
Cátedra de Fisiología que dictaba en el College de France el
gran Magendi. Tu professeur Magendi quien también se había hecho famoso por sus
descripciones dermatológicas. Allí aprendiste a conocer las lesiones de la
micosis fungoides, el aspecto real de los queloides y aquella lesión florecida,
una pústula muy particular llamada “botón de Alepo”. Imaginaste por un momento
al voltear hacia el río y recordar la apariencia terrible de la elefantiasis en
algunos de tus enfermos en la isla Kaow, como hubiesen sido las descripciones
de Magendi si el destino le permitiese, como a ti, la oportunidad de examinar
tantas lesiones infiltrativas de la piel, como las que veías en tus
pacientes leprosos…
También en aquellos días cuando eras un atento
estudiante, había dado inicio Magendi a intensas reuniones sobre la Medicina Experimental,
una cátedra que había heredado del famoso Claude Bernard quien en esos días se
había trasladado al hotel Dieu. Escuchando el murmullo de la corriente del
Esequibo cerrarás tus ojos en un momento cuando la luna se ha ocultado tras las
nubes y tú, recordarás los comentarios que se tejieron sobre Bernard de quien
supiste estuvo dictando sus lecciones en el hospital hotel Dieu hasta el año
1823 cuando una epidemia de peste les obligó a evacuar a los enfermos del
noscomio. Allí precisamente, en el hotel Dieu, sería el sitio donde iniciarías
tu aprendizaje sobre la clínica médica. Nunca en aquellos días felices, podrías
haberte imaginado estar como ahora, tan lejos de Cumaná, a orillas del río
Esequibo, persiguiendo al demonio de la lepra para domeñarlo. Pensarás en tus
enfermos del leprocomio, ellos habían sido trasladados desde varios sitios,
lejanos pequeños hospitales de la Guayana Británica. Ya el doctor Sheringan te
había señalado como no importaba que hubiesen sobrepasado la capacidad para el
espacio previamente dispuesto para tantos pacientes leprosos. Había hacinamiento. En aquellos tiempos lejanos, cuando eras un
estudiante de Medicina, también el hacinamiento fue un grave problema pues el
hospital hotel Dieu tenía una capacidad limitada, solamente para doscientas
sesenta y cuatro camas, eso recordarás, pero habían llegado a contarse hasta
casi ochocientos pacientes. Ese había sido tu sitio de trabajo y de estudio, y
ahora, nuevamente, el doctor Sheridan te planteaba lo del hacinamiento…
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El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
CAPITULO 8
Me sigue pareciendo disparatado, que
sea yo quien escriba todas estas vivencias y que me atreva a estar utilizando
el diario de Ruth para mis propósitos. No pareciera lógico continuar haciéndolo
sin haber antes escrito cualquier cosa sobre mi amistad con Rubén, mi compañero
de estudios desde la primaria elemental.
¿Como no
comentar acerca del cariño acendrado que tuve hacia Carmen Luisa, la madre de
Ruth y de Rubén? (Siento que es necesario explicar como me introduje en su
familia). Yo era el amigo de Rubén, desde el primer grado. Cuando mi mamá se
murió yo tenía tan solo ocho años y los lazos de amistad entre nosotros se reafirmaron.
Sin hermanitos, yo era un niño muy solitario (en casa estaba leyendo todo el
tiempo y hablaba poco). Quizás por ello, papá siempre vio con buenos ojos que
fuese a menudo a la casa de Rubén. El señor Eusebio y Carmen Luisa me aceptaron
encantados y allí yo llegué a sentirme como otro hijo. Esta fue mi vida durante
la primaria y luego, en el bachillerato, cuando Rubén y yo estudiábamos juntos.
Estábamos en un colegio de curas, cercano a nuestra casa. Éramos casi vecinos.
Por eso digo con propiedad que yo pude ver crecer a Ruth desde que era una niña
feliz. (Cuando escribo estas cosas pareciera que se me agolpan los recuerdos y
temo no ser sincero, me parece que puedo caer en la tentación de crearme una
historia ideal, pero no es así). Solo tenía ella diez años de edad cuando una
vez estando en su casa me la tropecé, de frente, tenía un aire de gacela
distraída y no olvido lo que me dijo. Se me quiso presentar ella misma, muy
formalmente, me alargó la mano y me dijo sus nombres y apellidos, como si fuese
la primera vez que nos veíamos. Eso me llamó la atención. Sus ojos negros como
semillas de níspero, muy grandes con muchas pestañas, el cabello lacio también
muy negro, me impresionaron, pero sobretodo, era ella, quien siempre estaba
sonriente. La había visto desde que era una bebecita, y ya estudiábamos
bachillerato Rubén y yo, cuando decidió hacer ante mí aquella su presentación
formal, me extendió la manito, y su mirada y su sonrisa, me dejaron
estupefacto. Era como haberla descubierto. Desde esa vez, seguí viéndola con
atención y admirándola. (Esto, necesito decirlo, y puede que se piense que
estoy exagerando, pero así fue). De esa manera continué, sobretodo a través de
Carmen Luisa, su madre, sabiendo siempre cosas nuevas sobre ella. Carmen Luisa me
había convencido de que no era necesario que persiguiese a Rubén en su carrera
de ingeniería. Rubén era mi muleta porque yo sabía que los números no iban
conmigo, me gustaba más la lectura y Carmen Luisa me enseñó que la literatura y
la poesía también valían la pena. Sé que fue por ella que comencé a estudiar
Humanidades al terminar el bachillerato, y luego entré en la carrera del
Derecho. A Carmen Luisa yo la quería como si fuese mi madre, creo que ya lo
escribí antes. Yo estudiaba a diario mis asignaturas humanísticas en la casa de
Rubén quien a su vez estudiaba Ingeniería mientras muchas veces el tiempo se me
iba conversando con su madre. Eusebio y Carmen Luisa era una pareja perfecta.
Mis primeros desengaños amorosos con compañeras de estudios se los confesé a
Carmen Luisa quien transformaba mis temores y mis rabietas en detalles sin
importancia y los llevaba a comparaciones con poemas o con relatos de amor.
Tristán e Isolda, Eloisa y Abelardo, Lanzarote y Ginebra, o más clásicos como
Romeo y Julieta, o Hamlet y Ofelia, para entrar siempre en los temas literarios
e ir de su mano sobre Shakespeare, o sobre el infierno de Dante y avanzar con
su musa Beatriz por los tercetos de sus cantos. Cuando supe que Carmen Luisa
estaba delicada de salud, no dejé de frecuentar la casa, por el contrario, me
acerqué más a ella. Recuerdo que leíamos juntos poemas y cuentos. Ella con gran
entereza de espíritu, como si nada, sabía que estaba enferma y yo, yo le
presentaba mis trabajos incipientes. (En esos tiempos le decía que deseaba ser
escritor y redactaba cuentos cortos, manuscritos que ella disfrutaba y sobre
los que me hacía observaciones interesantes). Era impresionante para mí ver
como ella siempre tuvo un gran optimismo y una gran fe. Carmen Luisa era una
muestra de lo que llaman la alegría de vivir. Era una mujer increíble y yo
quien había vivido tras la muerte de mi padre, con mis tías quienes eran
mayores y unas beatas, tuve la suerte de tener otra familia, la de Eusebio y de
Carmen Luisa Romero. En largas sesiones, aprendí bastante sobre la
vida y sobre la literatura y
me enteré sin haber leído ni una palabra, de que Ruth llevaba un diario, cosa
que despertaba mi curiosidad, por esto digo que siento que llegué a conocerla a
través de su madre. Pude saber como se iniciaba en la escritura con su diario,
del cual ahora siento, no sin remordimientos, que me he aprovechado para
retrospectivamente revivir cuanto sucedió con nuestras vidas. Creo que es por
todo esto, lo repito, al hacer este ejercicio literario, que siento un extraño
y lacerante dolor. Con Carmen Luisa, con Eusebio y sus hijos, a quienes he
querido siempre como si fuesen mis hermanos, viví en aquella casa mi
adolescencia y juventud hasta el final de Carmen Luisa. Sentí el dolor de todos
y en particular el de Ruth ante la enfermedad y el fallecimiento de su madre, y
lloré con ella después de su muerte. Para mi fue más traumática que la pérdida
de mi padre ya que Carmen Luisa era como mi segunda madre. Mi pesar en aquella
casa, se prolongó hasta cuando Ruthica nos dejó y se marchó a estudiar Medicina
en la capital. Es cierto que estos, los míos, pueden considerarse como
recuerdos de una infancia donde tuve la suerte de llenar la ausencia de mi
madre natural, donde quizás la sequedad de mi padre y de mis tías me llevaron a
vivir tan profundamente las penas y alegrías en medio de la familia Romero, de
allí el cariño que sentí por Carmen Luisa. En el curso de la vida, más
adelante, decidiría pensar seriamente en Ruth y esto vendría a ser
trascendental para mí. Así fue como, años más tarde, me empeñé a fondo en
conquistar su cariño, hasta lograrlo. ¿Como y cuanto luché? Solo lo sé yo
mismo. Escribí cuentos y relatos, nunca la historia verdadera. Me mudé a la
capital y estuve a su lado el tiempo que fue necesario para conquistar su amor,
hasta que lo decidimos, nos casamos, y regresamos, de vuelta al terruño. Fue
una verdadera Odisea. (También tendré que hablar sobre eso. Me tocará hacerlo,
pero no es este el momento). Evidentemente que existirán vacíos, sé que hay hiatos
en el diario de Ruth que nadie puede inventar. Luego de nuestra estadía juntos
en la capital, al final de sus estudios médicos y luchando yo para preparar mis
clases en un par de liceos capitalinos, regresaríamos felices a la “ciudad de
fuego”. La investigación era la principal ilusión de Ruth. Los proyectos de los
profesores Sarmiento y Korzeniowski le ofrecerían todas las posibilidades para
que no tuviésemos que esperar nada más de la vida, estábamos de vuelta con una
buena ofertan de trabajo, yo regresaba a mis clases y a mi cargo en la Universidad, y todo
funcionaba como lo habíamos proyectado, además, estábamos entre nuestra gente.
No teníamos que ponernos a inventar nada más. Quizás y sobretodo, Víctor
Pitaluga, de quien no he dicho nada todavía, pudiese haber sido un factor
revulsivo en nuestras relaciones. En aquellos días nunca lo pensé así. ¿Qué
pasó por la mente de Ruth para que se empecinase en volver a lo que ya había yo
creído era una etapa superada? Ella regresaría a la capital. Éste fue para mi
fue el disparate que consolidó nuestra desgracia, pero no debo adelantarme,
pues ya escribiré sobre esta situación. No me queda de otra, haré de tripas
corazón e iré sobre mis recuerdos del pasado, no tan lejano, ahora ya sin estar
ella presente. Es ésta la razón del por que siento que puedo atreverme a usar
su diario. Todos aquellos episodios, los míos, me parece que debo reducirlos a
su mínima expresión. Todo se transforma como creo que ya lo dije, en ciclos,
escribir sobre estas cosas es sentirme como el perro que se muerde la cola.
¡Quien sabe si será que estoy obligado a regirme por el principio de la
parsimonia!, no lo sé. ¿Soy acaso una especie de uróboro empeñado en persistir
a través de tanta destrucción?
Retazos del diario de Ruth
6 de Noviembre 2001: Querido diario, he decidido regresar
a ti. Después de varios años de ausencia, volví a mi ciudad natal y estoy
decidida a quedarme en mi tierra. Ahora soy una señora, ya soy una doctora, y
estoy casada con Alejo Plumacher, profesor de literatura y escritor. Él será un
escritor famoso, lo presiento, y eso tarde o temprano se dará. Él será cada vez
mejor. Ya escucharán sobre él cuando se decida a publicar sus cuentos. Te lo
digo yo, querido diario, y te lo digo en serio. En fin, aquí estoy, de regreso.
Compré otro cuaderno, uno gordo con espiral con la mejor intención y lo estoy
iniciando aquí. Un cuaderno para ti, mí querido y olvidado diario. Ha sido un
largo silencio, lo evidencia el hecho cierto de poseer tan solo un cuadernito
con fragmentos de mi vida de estudiante de Medicina y si acaso, alguito más.
Puedo extraer y utilizar un pedacito como ejemplo, algo que escribí recién
comenzando a estudiar Medicina, hace ya tantos años…
“En fin, de todas maneras,
algo tengo claro, a todos nos ha de tocar, nunca se sabe
cuando ni como, pero es segura,
nos llegará, como le ocurrió a mi mamita y me duele en el
alma y mucho su partida, se nos fue pero quedó presente en
el recuerdo, no solo el mío,
también en el de todos quienes tuvieron la dicha de conocerla
y quererla y quienes seguimos en este valle de lágrimas,
Mamita… Ahora tengo 18 años y
he manoseado cadáveres en las prácticas de Anatomía, y he
conocido mucha gente nueva, tengo algunas buenas amigas, y
se que hay muchas enfermedades…
Pienso mamá en
tantas poesías como sabía, cuanto te gustaban… Tenemos un alma, sé que
Dios existe y que hay algo más, es una verdad y la siento, y esta certeza me
produce cierto sosiego, saberlo me da una gran paz interior”.
En
realidad acepto que todo cuanto viví en la capital fue
como una consecuencia del prolongado exilio y más que
eso, del tiempo y la dedicación que le puse a mi carrera.
Era estudiar y estudiar, y
luego comenzó el hospital y los pacientes y los exámenes y
luego las guardias. Escapé, sí, dejé atrás el período
vital de mi niñez y adolescencia.
Es cierto, estaba muy triste. De eso hace ya muchos años
y hoy, cuando me toca regresar formalmente a ti, mi viejo
diario, se que todo se ha
logrado gracias a mi padre. Eusebio, el bueno. El carpintero
cariñoso quien amó tanto y tan profundamente a su Carmen
Luisa, mi recordada mamita. Él, ahora está
viejito, en pocos años se le volvieron sus cabellos
blancos y su mirada está a veces como perdida, alrededor
de sus pupilas se pinta gris su arco senil, pero me mira
lleno de amor para su zurrapa ingrata. Lo abandoné
por varios años pero como me digo siempre,
nunca es tarde, me lo repito, no sé si para convencerlo
a él o para mi tranquilidad. He vuelto. Se que lo había
dejado de ver pero nunca olvidado, sí, pero
regresé para quedarme, como una hija pródiga, para estar con él, ahora sí, para
siempre en su vejez. Me asaltan los recuerdos y me agobia el remordimiento. He
llorado mucho, bastante creo, yo soy llorona y tú lo sabes querido diario, pero
este llanto, percibo que se debe a mi prolongada ausencia, y sin embargo, aún
no consigo la paz. Regresan imágenes del pasado con mi mamita,
les veo a ellos dos alegres, ellos felices, cantando, y
mi viejito ahora se me llena de
amorosa emoción cuando me repite. “Ella era como un
ángel y soñamos con hijos, los soñamos a ustedes. No
puedo olvidarla, nunca”. Me lo
repite… Yo le veo con los ojos cuajados de lagrimones y siento que él murmura
como cantando. “Hasta encontrar el prado más
verde que hay y recoger estrellas sobre mi, con ella, sí…” En la casa
vieja, me lleno de recuerdos, de la música que todo el
tiempo cantaban juntos, de
tantos boleros, Los Panchos, y él me dice que se siente como
un gitano que solo está ya sentado… “Esperando el momento
cuando todo se detendrá, quizás...” Me lo
repite cariñoso. “Has vuelto hijita y el espíritu de
mi Carmuncha revive en ti… Hijita de mi alma…” Yo me
recrimino. ¿Cómo pude dejarle por tantos años? Se que las
cosas han cambiado, y mucho. No soy la misma
niña que llenó páginas y páginas con poemas y
con sus ilusiones. Ellas están plasmadas en esos diez
cuadernos que mi padre celosamente ha guardado para mí.
He pasado toda una semana releyendo y llorando
al recordar a mamita y de cómo éramos, cuando
éramos una familia feliz. Mi infancia y mi adolescencia,
antes de que nos dejara y yo… Me enviaron lejos de todo,
lejos a la casa de mi tía, en
la capital. Allá con mi tía Eloisa terminé el bachillerato y
allá mismo decidí que iba a estudiar Medicina y me
inscribí en la
Universidad Central y aprobé todas las
pruebas. Comencé a estudiar y llevé mi carrera
hasta el final, creo que bien. Viví con mi tía Eloisa, en su casita
de La
Pastora y no pensé en otra cosa que no fuese estudiar. Estaba
para estudiar para sacar las mejores calificaciones,
hasta opté a una beca estudiantil y
logré ganarla y estudiar sí, y mucho para sostener las notas
y mantener aquella ayuda que a mi tía no le caía mal.
Expatriada de mi región,
exiliada de mi suelo nativo, así me sentía y tuve que reinventarme.
Muchas veces reviví en el recuerdo de mamita la tibieza
del sol y
del calor de mi ciudad. Los aromas de la comida en la
cocina, no volví a comerme un plátano verde cocido con queso, tan solo algunas
tajadas fritas de maduro, pero con el frío de las madrugadas, y la presencia
del verdor del Ávila asomada en la ventana, nunca dejé de recordar a mi tierra
caliente. Las cartas de mis hermanos y de mi padre mantuvieron la esperanza de
que si bien los afectos seguirían por allá lejos, ellos si existían. No estaban
tan solo en mis pensamientos y yo sabía que todos
latían
muy dentro de mi corazón. Recordaba la poesía de Bello, aquella que hizo
imitando a Víctor Hugo, “La oración por todos”, tantas veces recitada por
mamita, porque ella se la sabía de memoria, y ahora soy yo quien me repito que
debo rezar, por él y por ella… “Ve
a rezar hija mía y ante todo,
reza a Dios por tu madre; por aquella que te dio el ser y la
mitad más bella de la existencia ha vinculado en el; que
en su seno hospedó tu joven alma de
una llama celeste desprendida, y haciendo dos porciones de
la vida, tomó el acíbar y te dio la miel”. Estas
cosas me hacían entender que yo existía, que tenía un pasado, que no era etérea
y que aunque tardíamente ahora tenía la posibilidad de retomar el rumbo y de
volver a vivir otras etapas. Mi infancia y adolescencia ya habían desaparecido,
sabía que mis estudios eran primordiales en mi proyecto de vida y sin embargo,
nunca me abandonaron los recuerdos de mi vida anterior y en particular el amor
hacia mi madre desaparecida. Cuando Alejo se hizo presente, cuando reapareció,
llegó a la casa de La Pastora
y fue como haber visto llegar a un caballero con armadura y yelmo en un brioso
corcel. Él era algo diferente. Fue como un ser enviado desde mi tierra quien
sabe por cuales designios del destino. Al principio, yo no lo quería aceptar,
me costó. Era como que me quisieran controlar, pero pensé, estaba segura de que
el espíritu de mamita tenía algo que ver en ello. Él llegaba decidido a
esperarme. No le importó quedarse en la ciudad de los techos rojos y las azules
lomas, buscó la manera de sobrevivir. Consiguió a duras penas un trabajo digno,
como profesor, de maestro, y yo sentí que el caballero, Don Alejo, había
saltado el foso de las zarzas. Cuando se atrevió a besarme fue como en un cuento
de hadas y logró despertar en mí un sinfín de emociones que creo estaban
ocultas, soslayadas, tantas cosas olvidadas que resurgían y siempre mamita y su
cariñosa mirada como si estuviese aceptando nuestra relación, en todos estos
años pasados, como si me hubiese guiado siempre, desde el inicio mismo en mi
vida de estudiante frenética. Entonces llegó Alejo, él apareció. Estaba yo casi
para graduarme, con guardias y estadías en los hospitales, pero él supo estar
allí, me esperó con paciencia, siempre lleno de cariño puesto que él como bien
me lo dijo, hacía muchos años había decidido que tenía que ser yo la mujer de
su vida. Eso, él mismo me lo confesó. Alejo fue para mí la paz, él se iba a las
bibliotecas, dictaba clases, me esperaba siempre, pacientemente, fue para mi la
posibilidad de renacer y de volver a ser yo, la misma que vivió sus primeros
años con mamita. Alejo llegó para conocerme ya mujer, la que hubo de estudiar
lejos de su tierra, la que vivió apartada de sus hermanos y de su padre por
tantos años. Pero regresé. Siento que con ellos, me pude reencontrar, y con
Alejo, todos. Así lo veo ahora, mi diario querido, así lo veo y lo creo.
Viernes 3 de diciembre, 2011; 8:30 pm
El profesor Arístides Sarmiento vivía en una casa de dos
habitaciones con baño, sala, cocina y un estudio muy amplio que iba de un
extremo al otro. Era un recinto acogedor con techo de madera en listones de
pardillo y paredes tapizadas por libros que habían ido conformando una rica
biblioteca a pesar de su rústica apariencia. Un aparato de aire acondicionado,
artilugio indispensable para sobrevivir en la “ciudad de fuego”, murmuraba
permanentemente extendiendo su frescor en efluvios que flotaban hasta las
habitaciones en la parte trasera. El piso del estudio, también era de madera y
estaba protegido por una amplia alfombra con arabescos simulando ser
originalmente persa. Era sin lugar a dudas la habitación preferida del
profesor. Estaba iluminada por dos ventanales que daban a un patio apacible por
cuatro grandes matas de mango, densas y verdes y varios nísperos frondosos que
parecían trasladar un ambiente húmedo y sombreado hasta dentro del estudio.
Arístides había comprado la casita hacía ya casi treinta años, situada dentro
de una de las llamadas “villas”, urbanizaciones cerradas, ahora muy
características de la “ciudad de fuego”, donde la vigilancia a la entrada les
asegura a los vecinos una cierta protección contra los ladrones. En ella se
acostumbró Arístides a la soledad luego de la muerte de su esposa a finales de
la década de los noventa. En su estudio–biblioteca, él preparaba café, se
reunía con sus amigos y compañeros de trabajo para conversar o discutir sobre
los proyectos del Centro de Investigaciones a su cargo, sobre la Medicina y sus
investigaciones, o también a menudo, para disertar sobre la política y
atreverse a pensar como organizar el futuro cada vez más complejo del país. Esa
noche esperaba la visita del presbítero Omar Yagüe Oliva a las 9 de la noche,
pero el cura se había adelantado media hora a la cita. El profesor lo notó más
que nervioso, angustiado.
Luego de un breve saludo le invitó a tomar
asiento en uno de los dos sillones forrados en semicuero y él se arrellanó en
el suyo al lado de una pequeña mesa sobre la que reposaban algunas carpetas con
documentos. Se miraron ambos, un tanto estirados y tras una corta charla
introductora, Yagüe pareció relajarse un poco y entrar en el tema objeto de la
entrevista.
OY– Debo decirle que me costó mucho trabajo decidirme a
venir. Estoy aquí, he decidido conversar, con usted porque creo que estoy metido
en un lío y necesito de su asesoramiento…
AS– Padre, hace tiempo que sé que usted tiene un
problema. Sabemos todos como usted se fue metiendo en ese paquete en que se
encuentra y ahora veo que parece ser que se angustia paso a paso.
OY– Bien, no sé si de veras es algo tan obvio, puesto
que, ¡parece usted saber de lo que le vengo a hablar! ¿Es medio pitoniso?
AS– Me consta que usted por su cuenta, y a conciencia,
decidió retomar el asunto de la isla. No me diga que no sabía para donde iba ni
con quienes se estaba reuniendo. ¡Perdóneme! Todos en la ciudad estamos
enterados de que usted se ha asociado con gente desconocida, que no es de
nuestro entorno, y estoy seguro de que eso lo decidió sin que nadie le obligase
a hacerlo.
OY– Entiéndame profesor Santiago que esa asociación era
la única manera de realizar mi sueño.
AS– Entiendo que usted de muy buena gana les vendió su
ilusoria y disparatada idea de la Insula Barataria a unos marchantes. Mi posición sobre
este asunto siempre fue para usted bien conocida.
OY– Esa fue la única vía para poder sacar adelante mi
proyecto. Usted sabe que han sido años pensando en la isla y el parque de
diversiones para los niños. Años de años…
AS– Todo esto, siempre me ha dado la impresión de ser un
asunto de dinero. Así me lo han dicho y también así lo veo y lo creo. Ahora más
que nunca. Dudo que pueda usted refutármelo.
Arístides se levantó y acercó dos tazas hasta la mesa.
Pasó a verter café muy negro que aromatizaba el ambiente desde una cafetera
eléctrica en la tazas y le ofreció al presbítero una de ellas sin preguntarle
nada, como si ya hubiesen convenido que Omar habría de aceptarla. El cura
asintió y se sirvió una cucharada de la pequeña azucarera que reposaba en la
mesa. Luego prosiguió…
OY–Yo no he hecho otra cosa más que imaginarme como se
beneficiará mucha gente, en el caso de darse el proyecto… ¡Claro está! Le juro
que eso fue lo que pensé al fi rmar el acuerdo. Sobretodo, yo creía en mis
obras sociales, en las madres pobres de la comunidad y en sus hijos. Para eso
creamos los grupos de apoyo y los relacionamos con las Juntas Comunales, las
tenemos funcionando, bueno, a duras penas…
AS– Pero no resultó. Usted no ha logrado nada aún, que
sepamos... Debo decirle que se habla en la ciudad, de que usted ha recibido mucho
dinero, hay mucho chismorreo.
OY– Me prometieron dividendos increíbles, y yo pensé que
iba a poder ayudar a mi gente. Estaba convencido de que directamente iba yo a
controlar el dinero puesto que me hablaron de ganancias fabulosas, ciertamente.
Los proyectos de mis Consejos Comunales también serían apoyados, aunque todavía
ellos esperan... Dijeron que habría dinero de sobra, hasta para equipar a todo
trapo el ambulatorio. Todo eso me lo creí… Todo eso lo pensé, lo creí, sí, al
principio, sí…
AS– Desde hace ya casi un par de años mucha gente habla
de que usted está podrido en dólares, y que yo sepa, la gente de su parroquia
no muestra ningún cambio... Se ha dicho que usted pactó con unos tipos, viajó,
y cobró, que tiene un par de testaferros, eso dicen, pero ahora, viene acá y me
dice que cree que tiene un problema. Me asombra. ¡Con la fama de buen
negociante que tiene usted! Padre Yagüe, usted es cualquier cosa menos tonto.
Usted…
OY– ¡Ya! No sea cruel conmigo profesor, ¿acaso quiere
hacer leña del árbol caído?
AS– ¿Árbol caído usted?, ¡Qué riñones!
OY– Al comenzar todo este asunto nunca pude imaginar
cuales eran las intenciones de mis socios. Además, ¡era imposible saberlo!,
todo era legal, es legal, todo está respaldado por personajes importantes y por
acuerdos firmados por otras naciones con el gobierno. Tenía además el visto
bueno del Partido. Me lo dijeron, me mostraron las firmas y demás. Yo les creí,
pensé que así se reactivaría mi proyecto, y sabía que recibiría ayudas
adicionales. No es un pecado…
AS– Padre, seamos sinceros. Usted vio que había mucho
dinero de por medio y se lanzó como pájaro buchón. No tuvo reparos en asociarse
con quienes pueden ser unos mafi osos, no lo sé pero todo parece ser un asunto
político. Con gente de otros países. Usted no lo habló con su gente, no dijo
nada, ¿por qué no buscó asesoramiento local?
OY– Soñé que se realizaría mi sueño pendiente, desde
hacía ya tantos años, desde cuando luché para sacar a los leprosos de la isla.
Me parecía imposible. Me lo creí. Además, yo no los busqué, ellos llegaron hasta
mí, ellos fueron apareciendo, los chinos, los rusos, luego los iraníes, las
opciones eran variadas y todos, a través de otros, se ofrecían a ayudarme en mi
proyecto.
AS– Usted sabía de mi desacuerdo, pero me sacó el cuerpo.
No. Oírme de nuevo no le interesaba, ¿verdad?, de aquí nadie, ¡eso dijo!, lo
que hablamos y hace años que le dijimos lo que pensábamos, no le importó. Se le
inflaron las agallas…
OY– Profesor Sarmiento, ¡hágame el favor! Eran consorcios
extranjeros reconocidos y me plantearon su interés en invertir. Eran empresas transnacionales
conectadas y recomendadas por el Partido de gobierno, por conocidos personeros
del gobierno. Para mí, lo importante era que se daría mi isla para los niños.
Con Irán existen muchos convenios suscritos por este gobierno y fueron ellos,
los iraníes de una compañía que lucía muy seria, quienes me propusieron la
mejor oferta. Yo acepté la mejor oferta.
AS– ¡Carajo padre! Usted parece que nunca escuchó hablar
de los ayatolas, de las torres gemelas, de los árabes, de la guerra del Golfo y
del petróleo del Golfo Pérsico. ¿Sabe acaso lo que es el Hezbollah? Seguramente
si sabrá que este, el nuestro, es un país petrolero, ¿no?
OY– No, es decir, sí… Yo tan estúpido no soy, profesor
Sarmiento, no se crea… Algo si sé. También sé cosas sobre el imperio
norteamericano y hasta puedo hablarle de la CIA y de sus planes…
AS– ¡No me joda con el discursito, padre! Para todo el
mundo es evidente que después de más de doce años de cubanización progresiva, estábamos
entrando ya en la etapa del apoyo ruso, o el de otras potencias más
beligerantes, como Siria, Irán, Argelia, o Belarus, todas esas naciones que
curiosamente están regidas por gobiernos autocráticos. ¿Nunca se le ocurrió
comparar los proyectos de nuestro presidente con los de Lukashenko? ¿Con los de Mahmud Ahmadinejad, o
los de Mohammed Al–Gaddafi , o los de cualquier otro presidente con un
historial como el de Fidel Castro? ¿No nota acaso las similitudes entre los
jefes de esos regímenes?, ellos quienes parece que piensan que nunca morirán,
se creen eternizados, per secula seculorum y…
OY– ¿Usted quiere profesor que yo venga y le replique con
un Amén? ¡Sarmiento! Que demonios…
AS– ¡Qué amén ni que carajo! Usted tiene una asociación o
un convenio, con una compañía de un país del otro lado del mundo, mejor aún, de
Persia. Usted está en negocios con los iraníes y lo ha hecho sin ningún
resquemor. Eso me parece interesante, es más, me parece, admirable. Sí, eso
diría yo. Un cura católico socio de musulmanes… ¡Una pelusa!
OY– Negocios son negocios y usted ya lo ha dicho, yo si
algo tengo, es buen ojo para saber donde está el dinero. ¿I qué? ¿Eso acaso me descalifica?
AS– A mi eso no me va ni me viene. Lo que no puedo
aceptar es que ahora se me haga usted el loco y quiera hacerme creer que nunca escuchó
a nadie relacionando el mundo islámico con el petróleo. Usted parece evadir mentalmente
al imperio norteamericano en lo que respecta a sus intereses sobre el petróleo
nuestro, o el de los países árabes, ¿no sabe nada sobre Irak y sobre la Guerra del Golfo? Es que,
usted actúa como que si Al Qaeda, el difunto Hussein, Osama Bin Laden y el
expresidente George Bush no hubiesen existido nunca. Como si la situación de
Palestina y de los judíos en la
Franja de Gaza, fuese para usted un cuento. Estas cosas, ¿a
usted como que ni le interesan? , ¿o es que cree que estamos muy lejos para
preocuparnos?…
OY– No trate de hacerme parecer como un idiota, ¡yo no me
chupo el dedo! Los israelitas y los palestinos. ¿Qué tienen ellos que ver en el
asunto de la isla y de mi proyecto? No exagere profesor. ¡Yo tonto no soy!
AS– ¡Claro que no! Eso bien lo sé. ¿Qué me dice sobre
Siria, o sobre Irán? ¿No sabe nada sobre los vuelos de aviones relacionados con
la ubicación de yacimientos de plutonio en suelo patrio? Hace varios años que
se ha hablado de que nuestro país ayuda a Irán a
transportar hasta Siria el material que sirve
para la fabricación de misiles y como de esa manera logra evitar
las sanciones de la ONU.
Diarios del mundo, lo han anunciado, existen muchas
evidencias. Desde hace unos cuantos años ya que en el mundo la gente habla de
Irán y de su creciente poderío nuclear, pero usted, parece que nada sabe.
OY– ¿Qué sirios y cuales misiles? No sé de qué cosas en
concreto me habla. Creo Sarmiento que usted es un oposicionista fanático. Usted
evidentemente está con las movidas de la
CIA y seguramente las respalda. Tal vez no he debido venir a
conversar con usted. Es que se le ven las costuras de oposicionista… Claro
está, es que usted no es ni ha sido nunca un individuo progresista. No cree en
el socialismo.
AS– Jajá, padre. ¡Progresista! Lo que le ha faltado es
que me llame “escuálido”. Se metió usted en un vainón y ahora como que anda
reculando. Es el típico procedimiento que ha caracterizado a este gobierno. Usted
marcha como angelito de procesión y ese símil seguro que si me lo capta,
¿verdad? Enchufado a motus propio en un negocio que bordea temas de política
internacional, un negocio con pueblos que viven en una lucha político–religiosa
ya ancestral y ajena a nuestra civilización occidental y judeo–cristiana.
Usted, un cura católico apostólico y romano haciendo negocios millonarios con
el Islam. ¡Es pa coger palco! Arístides se respantingó en su poltrona y pasó de
nuevo a servirse café en su taza. Omar con un gesto le dijo que no quería más.
OY– Profesor, atiéndame. Esto no es una broma. El parque
infantil, el orfanato para los niños de la etnia wayúu y los laboratorios para
fabricar medicamentos genéricos fueron desde el inicio la parte medular de
nuestro convenio. Todo está escrito. ¿Como podía yo creer que esto no iba a
hacerse realidad? A mediano plazo todo iba a estar listo. Estarían construidas
las edificaciones de los laboratorios para fabricar los genéricos y para hacer
investigación sobre medicamentos aprovechando nuevas tecnologías. Entiéndame
profesor que
según ellos, algunas de estas cosas ya están caminando.
Esta gente está preparada a niveles tecnológicos que nosotros no podemos ni soñar,
no podemos competir con ellos. No tenemos en el país personal calificado para
llevar adelante este tipo de proyectos, así me lo explicaron y...
AS– Encandilado por el verdín de los billetes era como
estabas Omarcito. ¡Onnubiliado de bola! ¡Si señor! Por eso no viste lo que
cualquier persona consciente hubiese detectado, o pudiese haber imaginado. En
la infernal danza de millones y millones que ingresan al país, el dinero del
petróleo ha estado presto para repartírselo a otros países, también estuvo para
regalarle bolsas de comida a los pobres inscritos en las misiones, o para ver
pudrirse toneladas de alimentos almacenado para multiplicar las ganancias de
una corrupción cada vez más floreciente, todo eso mientras los otros, o sea el
país entero, con los hospitales cayéndose, sin agua, sin electricidad, con una
mortandad por la inseguridad, nosotros, los otros, sobrevivíamos. ¡Proyectos
con otros gobiernos! Esos nos sobran. Dinero para otras naciones, a patadas lo
ha regalado nuestro presidente…
OY– En muchas cosas tiene razón doctor Sarmiento. Yo
estaba deslumbrado, es cierto. Lo acepto. Sí. Realmente no podía saber nunca hacia
donde iban.
AS– Luz en la calle y oscuridad en la casa, esto se ha
repetido hasta la saciedad. Para nadie es un hecho de que vivimos una situación
cada vez más precaria. Padecemos de la infl ación más grande de América. El país
está económicamente casi como Haití después del terremoto. Pero quien se atreva
a hablar mucho y fastidie es amenazado, amedrentado y si se descuida se le
inventa algún delito, o es hecho preso. La delincuencia sigue haciendo estragos,
pero usted padre, ¿como que no veía nada de esto? Como siempre, no hay peor
ciego que quien no quiere ver.
OY– Le debo informar que a mí, personalmente, me
mostraron el texto de los acuerdos, de varios convenios con el gobierno, me
dijeron que todos estos suscriptores iban a colaborar con la mejoría de nuestro
país, en agricultura, en vivienda, en lo militar, en la investigación y la ciencia.
Ya sabemos que nuestro desarrollo tecnológico es muy precario. Yo me lo creí.
¡Es que está todo escrito! Esa es la verdad…
AS– Sí, como lo que está en nuestra Constitución. Eso
también está escrito. Pero padre Yagüe, dígame: ¿sinceramente usted se creyó
todos los cuentos? ¡Desarrollo precario! Hemos vivido años de atraso, más de
una década de estancamiento tecnológico… ¿No sería más bien que no le
interesaba saber nada de nada? Tan solo su idea fi ja, su proyectoy el dinero,
usted dice, ¡mis niños!, pero yo pienso en, ¡sus dólares!, sus billetes
verdecitos…
OY– No. No es cierto. Ellos tienen que estar más
desarrollados que nosotros, eso me dije yo, eso pensé…
AS– ¿Irán más avanzado que nosotros? No lo creo, pero
ahora, quien sabe… Tenemos más de una década viviendo de importaciones, y nuestra
productividad se ha reducido casi a cero. Somos una caricatura de país. Hemos
visto despilfarrar y regalar millardos, los dólares del petróleo los gastamos
en armamento y ahora hasta importamos la gasolina. Vivimos en un “cuesta abajo”
cruel y sin sentido. La crisis energética es insufrible tan solo por no hacer a
tiempo ajustes necesarios. Eso lo sabe Raymundo y todo el mundo padre Yagüe…
OY– Tal vez deba aceptar que nuestra situación nacional
es complicada y que puede que hasta me haya comportado como un tonto útil, pero
es ahora cuando estoy viendo con claridad lo que parece ser cierto, en lo que
realmente se ha transformado mi proyecto. Es que ahora se cosas que de momento,
son muy feas… Me temo que las aguas se han salido de su cauce.
AS– Pues no lo crea, y perdóneme pues debo parecerle
cruel. Creo que no ha sido usted tan tonto. Parece haber hecho un negocio
millonario. Usted como empresario pujante funciona mejor que como cura católico
con una parroquia que atender. Ahora se asusta ante la caja de Pandora. Bien
podría largarse y esconderse, llevarse sus billetes verdes y hacer una nueva
vida. Si usted desaparece, no creo que lo echen de menos. No será el primero
que lo hace en estos tiempos, y perdóneme si le parezco cruel. Es una solución
que estaría acorde con lo que le sucede a muchos en este momento. Piénselo
padre. ¿Cuántos escapan semanalmente para buscar otros derroteros? ¿A quien le
teme? ¿A Dios, o al Diablo?
OY– Es cierto profesor. Tengo miedo, y no es el santo
temor de Dios. Tengo miedo de que mi hora esté llegando y deba desaparecer, pero
para la conveniencia de otros. De unos cuantos. Hay gente muy mala metida en
esto. Hay gente de la que usted ni sospecha profesor, usted ni idea tiene de
quienes son, y lo cierto es que me tienen contra la pared. Así me siento… ¿Por
qué cree que he acudido a usted? Si le digo, si le cuento lo que estoy
conociendo, es por que… Yo me pregunto… ¿Que haría usted en mi situación? Es el
asunto del orfanato. Ya está en obras, me dicen que está levantándose el edificio
principal de la isla, pero Zacarías me ha abierto los ojos. Luego me mostró las
pruebas, y… ¡Es terrible!
AS– Vaya con calma Omar, explíqueme que es lo que le
perturba. Zacarías es su sobrino, ¿cierto? Déme luz…
OY– He leído las copias traducidas de los protocolos de
investigación originales, son varias las drogas a ser estudiadas y el proyecto
en General tiene que ver con el aprovechamiento de esos niños sin familia, sin parentescos,
de manera tal que no existan parientes, ni deudos que interfieran en los
propósitos que se persiguen. Utilizarán a los huérfanos como conejillos de
indias. Esto no es una idea. Está escrito y yo he firmado estos convenios, sin
saberlo. Zacarías investigando, traduciendo, llego al fondo y me los ha dado a
leer. Me lo ha demostrado. Es más, me ha dicho que así mismo es, algo que ya se
sabe, que es así como actúan muchas transnacionales de la industria
farmacológica… ¿Me entiende profesor? ¡En mi isla!
AS– Es tan disparatado todo esto, padre Yagüe, que
preferiría creer que está usted equivocado.
OY– Le digo que he leído cuidadosamente la traducción de
todo y es aterrador. Zacarías no puede estar loco. ¿Entiende ahora porqué vine a
verle a usted? Vine a conversar con quien puede entenderse como mi más
persistente detractor, como mi peor enemigo.
AS– Es posible que Zacarías se haya equivocado, que estén
ambos confundidos, digo yo… ¿Le sirvo más café padre?
OY– Sí, por favor… Hace un par de años que yo no visito
la isla, pero sé que toda una edifi cación subterránea ya está lista. He visto
los planos. Es un largo sótano con varias áreas para los laboratorios, con
celdas donde hay facilidades para tener camas donde ahora siento que… ¿Será
allí donde habrán de experimentar con los huérfanos? Es según los planos, una
especie de bunker de concreto armado y sirve como de base sobre los restos del
hospital que desde antes existiera en la isla. Me han dicho que se están
levantando ya las paredes de un nuevo edificio que tendrá tan solo dos plantas.
La investigación se supone es para indagar sobre la acción de medicinas que
resolverán problemas en varias enfermedades granulomatosas, como la
tuberculosis, la lepra, sífilis, leishmaniasis y brucellosis. Estas son algunas
de las cosas que recuerdo decían los protocolos. Es que los detalles están
señalados en cada protocolo y se destacan hasta las fórmulas de los primeros
medicamentos a probar en los niños. Hay un tercer edifi cio que está más
retirado, pero también
tiene ya lista la conexión subterránea. Ese será solo
para los huérfanos y poseerá algunos talleres y varias aulas para estudiar. Un
poco más lejos, cerca del viejo cementerio estarían las máquinas que moverán el
complejo de aparatos para la diversión. ¿Comprende usted la magnitud de lo que he llegado a saber? ¿Dígame que debo
hacer.
***
Eran las ocho y media de la noche del viernes 3 de
diciembre del año 2011 cuando el teniente Dimitri Yakolev estaba llegando
nuevamente de visita a la casa del profesor Silvester Korzeniowski. Ya hacía más
de una década que el microbiólogo había enviudado y con agrado recibía
nuevamente la visita de su amigo, el simpático ruso de Belarus con quien desde
hacía un par de meses disfrutaba compartiendo sus cuitas. El microbiólogo le
había comentado al profesor Arístides Sarmiento sobre su amigo y de como él
había hecho buenas migas con un bieloruso. Dimitri aparecía como un hombre con
una vasta cultura y era muy buen conversador. Un par de veces en noches de
visitas previas, cuando se despedían, le pareció a Silvester que él, acaso sin
querer, había trasgredido sus límites en la bebida, cosa que no acostumbraba a
hacer pero por otra parte, las pláticas con su amigo le entusiasmaban y le
habían hecho regresar varias veces a recuerdos que ya creía perdidos en la maraña
de sus neuronas. Juntos habían revivido espacios terribles de su infancia muy
lejana en Polonia durante el inicio de la Segunda Guerra. Dimitri
Yakolev se había documentado, con la singular eficiencia de la KGB de Belarus, sobre los orígenes
del profesor, y sabía todo sobre su nacimiento y los avatares de él y de su
familia durante su primera infancia y juventud. Fue relativamente fácil para el
bieloruso conducir sutilmente sus cuitas estimulando los sentimientos del viejo
profesor polaco. Dimitri concluyó finalmente haciéndole ver que si bien habían 100 nacido en épocas diferentes, ambos
pertenecían a la misma región. Eran coterráneos. Con manipulada emoción el
teniente Yakolev le planteó a Silvester una situación teórica por la cual, él
mismo pudiese haber sido polaco y el profesor un bieloruso, esto si las
desdichas de la guerra no hubiesen cambiado el rumbo de las cosas. Después de
varias visitas algunas veces ayudado por el vodka y otras sencillamente
bebiendo infusiones de té caliente o de café muy tinto, ambos hombres llegaron
a conversar animadamente sobre muchos temas. Mientras Silvester sintió estar
reviviendo episodios totalmente olvidados, acaecidos muchos años atrás en los
oscuros bosques de Belarus, Dimitri estaba seguro de que muy pronto podría
entrarle de lleno y sin temores al tema de los cachicamos, y las bacterias
mutadas. Esa noche del 3 de diciembre, después de un rato de estar hablando y
casi sin querer, la charla se desvió hacia el tema de la política, cosa que
Dimitri había evitado permanentemente por razones obvias. Silvester planteó una
situación que teóricamente podía provocar el trabajo de cualquier espía, a
propósito del comentario de alguien que había advertido como su nuevo amigo
había aparecido en su vida de manera un tanto extraña. El profesor le hizo un
comentario risueño a Dimitri y ambos se rieron pensando que la situación les llevaba
a recordar el título de un viejo fi lm de la guerra fría titulado “el espía que
vino del frío”.
–Mi querido amigo– dijo Silvester sorbiendo su recién
servida taza de té muy cargado–. Bastante hemos conversado con total franqueza sobre
muchos tópicos, pero, te repito que me dio mucha risa, lo del espía y el frío. –Es
el título de una novela, también, eso creo– le interrumpió Dimitri… –Vienes del
frío, jajaja... Silvester se reía y colocó
la taza en la mesa cuidadosamente para proseguir. –Ya te expliqué que mis
amigos me cuidan, ¡ja!, pero, fíjate, ¿sabes algo?, hay cosas que de veras me
preocupan. No me gusta éste régimen en el que vivimos. Eso es un hecho. Le
dicen “El Proceso”, Kafka dixit, jejeje, y fíjate que primariamente, no me cae
bien por dos cosas, por ser centralista y por ser de militares. Aquí habíamos
acabado con la centralización del poder desde hacía ya varios años. Para
nosotros los provincianos, la autogestión, es algo muy importante y ahora nos
sentimos muy maltratados, discriminados y todos
sabemos que cada vez más, la disidencia es perseguida. –Si,
lo sé. Están ustedes en un proceso que está cambiándolo todo. Abandonan el
capitalismo.
Yakolev frunció el entrecejo como sintiendo pesar por lo
expresado por el profesor, o quizás por su propio comentario y Silvester, no
obstante, prosiguió en sus consideraciones.
–Los militares por demás, debo decirte Dimitri, que
tampoco me agradan, nunca me han gustado. Pero, te advierto que yo no me
comporto como un paranoico. Mi trabajo es lo más importante para mí, aunque
poco hemos conversado sobre éste. Algún día hablaremos con calma y te contaré
cuanto hemos avanzado en nuestras investigaciones sobre la lepra. Pero, como te
dije, hay algunas personas amigas que desconfían de nuestra amistad. Me lo han
dicho y supongo que es por ser tú, un ruso, ¡y de Belarus! Dimitri lo
interrumpió para expresar con énfasis.
–¡Un ruso de el hermano país de Belarús!, oiga profesor,
creo que lo comprendo. Silvester entonces le respondió, sonriente.
–Ni se imagina la gente que ambos nacimos en la misma
región. ¿Quién creerá que tú podrías haber sido tan polaco como yo podría haber
sido ruso? Eres más joven, ciertamente, pero eso no lo entenderán, y es porque la
gente, sobretodo los jóvenes, no han vivido la historia, no la han sentido como
la podemos percibir nosotros. Sé que el gobierno y tu país están haciendo grandes
negocios. Son gobiernos militares, ambos… Tú mejor que nadie lo sabe, pues en
eso estás metido, de cabeza, ¿no?
–Sí. Nuestros presidentes se han entendido a las mil
maravillas, y eso es una gran ventaja –dijo reflexivamente el teniente
bieloruso.
–No te entusiasmes mucho Dimitri, ya sabes que a mi muy
poco me gusta nuestro presidente, y déjame decirte que tampoco el de tu país me
parece una pera en dulce. No hemos conversado sobre ese tema, que es por demás
escabroso, para mí, casi vergonzoso, quizás por esas similitudes peculiares
entre nuestros dos mandatarios, o entre nuestros dos sistemas comunistas,
militares ¡bah!
–Sí, todo debe ser muy curioso para ustedes que han
vivido antes en el capitalismo, ya ves que para nosotros ha sido más fácil
mantener nuestro sistema y nuestras costumbres.
–Tampoco creas que me gusta el comunismo– Silvester fue
muy categórico en su afirmación haciendo señales negativas con el índice de la
mano derecha. –Sobre este asunto si que ya hablamos, lo suficiente, pero te
repito amigo Dimitri, que en el fondo, posiblemente por ser tú un ruso, es la
razón por la que la gente piensa que eres una especie de espía, y te repito
francamente, eso a mi no me importa. Creo que nosotros somos, sencillamente,
dos buenos amigos, casi de la misma tierra.
–Es muy cierto, mi estimado profesor y yo, yo entiendo a
la gente. ¿Qué piensas tú Silvester sobre mi labor en este país? Yo soy un
agente diplomático de Belarus, soy un comerciante, un funcionario de la Embajada de mi país en
asuntos de negocios, el tema mío es el gas, y sin embargo, mira cuanto me gusta
pasar aquí horas conversando contigo. Me gusta escribir sobre la historia,
nuestra historia. Yo no soy un hombre que está en funciones políticas y menos
de espionaje, ¿Quién puede imaginar una cosa así de loca?
–A mi me parece Dimitri, que sería increíble y ridículo
considerarte como un espía. ¡En nuestros días! El espía que vino del frío,
jajaja. Hemos conversado sobre tantos temas, ¿Qué tal la tragedia de Chernobyl?
¡Cuánto no analizamos ese triste accidente!, y te digo que, ¡nunca se me
ocurrió pensar que estaba hablando con un espía! Además me dices que escribirás
sobre el Holocausto…
–Si, es cierto y por el contrario profesor Silvester, no
puedo ser un espía, porque vengo a hacer negocios limpios con el gobierno de
este país, y te repito son negocios sobre petróleo y sobre el gas. Sabes que después
de los convenios de marzo del 2010, todo fl uye sin problemas y por eso, como
yo viajo a Cabimas y a Lagunillas, he tenido mucha suerte porque te he conocido
y ahora aprovecho mis viajes de negocios y conversamos. Somos amigos.
El teniente Yakolev hizo una pausa para asir la tetera y
servirse nuevamente en su taza. Después insistió mirando fijamente a su
interlocutor.
–Pero, no te creas Silvester, yo si estoy bien informado,
sobre las cosas de los espías. Te digo que yo si sé quienes están cumpliendo
funciones de espionaje en este país. Recuerda que el petróleo tiene muchos amigos
interesados… Son unos cuantos mi querido Silvester, son unos cuantos… Te puedo
confi ar cosas de gran interés…
–¿Si?, supongo que puede ser, pero te digo que yo, ni
idea tengo sobre asuntos de espionaje. Ya sabes que después de tantos años,
poco me gustan esos embrollos internacionales…
–Pues para que vea mi estimado profesor Korzeniowski, en
el negocio de los espías, hay muchos en este país. Existen miembros del
Servicio de Inteligencia Chino, lo llaman el SIC, y están bien situados,
también está el DGI cubano. Ellos están en este país desde hace años y son muy
activos, están muy metidos en el gobierno y es muy cierto lo que dicen que
controlan a los militares criollos. Esto no es ningún secreto. Silvester
Korzeniowski lo interrumpió para decirle.
–Sí, eso que me cuentas es algo que aquí es “vox populi”,
ha sido un proceso lento pero seguro. Bien planificado...
–Mira Silvester, los cubanos en esa actividad son más de diez
mil agentes y están muy informados, bien entrenados, ellos dirigen y controlan a
mucha gente en importantes instituciones. Son buenos. Son de la escuela rusa,
de la vieja KGB. Nosotros que tenemos también muy buena escuela sabemos de
estas cosas, investigamos todo, porque es importante para nosotros mismos, para
nuestras conexiones comerciales.
Silvester se levantó de su silla no sin cierta dificultad
y avanzó hasta el refrigerador para sacar del congelador una botella de vodka.
Se volteó para decirle a su amigo.
–Es el momento propicio para abrir esta botella, creo que
nos estaba, como esperando…
El teniente Yakolev hizo un gesto de aprobación y
sonriente le preguntó.
–¿Cómo vamos a estar seguros nosotros que somos unos
comerciantes sobre las personas con quienes vamos a negociar? Tenemos que informarnos.
Tú que eres, judío, sabrás de negocios. Sin embargo, creo que no sabes sobre la
presencia de agentes de la
Inteligencia israelita en tu país. Les dicen los Kansas del
Mossad y desde hace años, están para proteger las inversiones millonarias, del
Estado de Israel especialmente las explotaciones mineras en los territorios de la Guayana.
Silvester parecía no haberle escuchado cuando abrió la
botella y acercó un par de vasos hasta la pequeña mesa. Sirvió sin reparo el
vodka y se sentó nuevamente. Pareció reflexionar un instante cuando le dijo.
–Por todas estas cosas es que me imagino yo que desde
siempre, el gobierno y mucha gente ha dicho que la CIA también está en nuestro país.
Antes siempre acusaban a cualquier disidente de ser de la CIA, esa era como una mala
costumbre del gobierno, ahora les dicen burgueses, capitalistas, adecos, ¡que
se yo! Yo creo que no es solo por la vecindad de Colombia y el plan de ayuda
que le da el imperio norteamericano, no, lo de la CIA es también por lo de los
convenios que este gobierno ha firmado con otros países. La CIA todo lo sabe… No es para
menos, jeje.
–Ese comentario amigo Korzeniowski me da que pensar, ¿Qué
me quieres decir con lo de los convenios y los otros países? Silvester sonrió
apurando un trago de su vaso.
–No me mal interpretes Dimitri. Es algo de lógica. Los
convenios con naciones que no son aliadas de los Estados Unidos deben provocar resquemores
entre los gringos, y es lógico. Ahora parece que tenemos muchas conexiones con
los árabes y con ustedes mismos, con los bielorusos y con los rusos. Sobre los
iraníes también se ha hablado mucho, pero tú estarás más enterado que yo,
puesto que ustedes están en el cuerpo diplomático. Cada vez más se dice que
ellos andan detrás del uranio, es algo que hasta por la prensa se comenta y no
es una cosa de ahora, ya desde hace varios años.¿Cierto?
El teniente Yokolev guardó silencio por un momento y
pareció reflexionar mientras bebía un largo trago de vodka. Después se expresó cuidadosamente.
–Sí. Esas cosas también las sabemos nosotros. Sí
Silvester, nosotros somos muy eficientes en esto de saber como van nuestros
negocios. Sabemos de todos los agentes secretos que operan en Venezuela, y
algunos son de cuidado. Los hay de naciones que ni te imaginas, los del BND de
Alemania y los del DGSE de Francia. Agentes de naciones europeas que rastrean
en Guayana la salida del uranio desde Venezuela hacia el Irán, hacia China,
para Siria y a Rusia. Todos reportan sus informes, los reseñan y muchos se los
pasan a los agentes de la CIA
y a los británicos. Todos saben todo. El secreto está en no decir nada. Todos
callados…
El profesor Korzeniowski le interrumpió.
–¡Pero me parece un exabrupto que eso ocurra en nuestras
narices Dimitri, ¿y nadie hace nada? ¿Quieres decirme que estamos siendo
analizados y aprovechados por gente de diferentes países sin que nosotros digamos
nada? Y se habla tanto de la regaladora de nuestros bienes a otras naciones,
pero esto me parece que es peor...
–Todo se debe, mi querido Silvester, al interés que este
país tiene estratégicamente y es por el petróleo, algo que en abundancia
todavía existe aquí debajo de la tierra. Hay agentes de los servicios de
inteligencia canadienses, como M16, y hasta del Mukabarat jordano y todos ellos
han confirmado la existencia de uranio en territorio venezolano, es un suelo
muy rico el de este país, con uranio y bauxita y también con otros minerales
utilizables para tecnología de guerra. Todos y en particular la CIA conocen los mapas y saben
desde hace años, de donde salen y como salen los minerales. Ese conocimiento es
muy instructivo y funciona hasta para los narconegocios. Los mayores depósitos
de uranio están en la región Guayanesa. Hasta aquí cerca hay uranio, en lo que
llaman en el Macizo de la
Sierra de Perijá. Hace muchos años que están localizadas
también las áreas del territorio Amazonas y en los llanos centrales. Alrededor
de estas zonas circulan los guerrilleros y los
narcotraficantes.
El profesor Korzeniowski terminó de beberse el vodka de
su vaso y pareció reflexionar para sí. Disgustado cuando habló, lo hizo en voz
alta.
–Me parece increíble, como es que tú, un bieloruso, sabe,
casi demasiado sobre la geografía de este país. ¡Carajo! Ya hasta comienzo a creer
que bien puedes ser un espía. Lo que me lleva a pensar en que si ustedes están
tan bien informados, el gobierno también lo estará… ¿y entonces? Habrá mucha
gente que debe saber de todas esas vainas también, ¿por qué entonces será que
no hacemos ni decimos nada? ¿Quiénes son los beneficiarios?
Dimitri sonreía cuando le respondió.
–¡Cálmate Silvester!, que es allí justamente donde
nosotros creemos que podemos ayudarles. Nosotros si sabemos quienes están en
ese asunto, y el país tiene que conocer quienes somos nosotros y como tratamos
de darles apoyo. Definitivamente los bielorusos no estamos en el negocio del
uranio. Nuestro interés es más cultural, de ayuda social y claro, siempre mejor
sobre el tema del petróleo y del gas, pero lo del uranio, eso no. Eso es algo
fuera de nuestra propuesta de colaboración. Fíjate cuanto se sabe, cuanto sé
yo… Te cuento que la mayor extracción de uranio se produce en la parte
occidental de un tepuy que está en la margen izquierda del curso del Río Urico,
en el Estado Bolívar. Allí existe un gran campamento camufl ado, cerca de la
base del tepuy está la base de operaciones de algunos chinos e iraníes. Ellos
están protegidos por equipos de la policía, del G2 cubano y de la guardia
nacional. También existen milicianos extranjeros armados, especialmente gente
de las FARC. Para los envíos al exterior los iraníes usan la pista de
aterrizaje del Pitón de
Uroy, en las márgenes del Río Chicanán. Fíjate que eso
no es ningún secreto, yo lo sé y tanto así que te lo puedo comentar.
El profesor Korzeniowski, quien se notaba disgustado, se
sirvió nuevamente el vaso y mirando a Dimitri con el ceño fruncido le preguntó.
–Tú que eres extranjero, ¿como conoces sobre todas estas
vainas?, ¡me parece insólito! ¿No existe la posibilidad de que alguien escriba,
publique o nos informe sobre esa especie de saqueo que le hacen a la nación?
¿Cómo cargan el uranio para sacarlo hacia afuera? Me imagino que es arena y
piedras, no lo se, pero ¿como se lo llevan?…
Dimitri sonriendo nuevamente, movió la cabeza hacia los
lados y tras beber un trago, trató de explicarle al profesor sus conocimientos sobre
la estructura físico–química del uranio.
–La estructura del uranio, amigo Silvester, es
afortunadamente muy poco radioactiva. Le dicen U–238. Estas cosas las conozco
bien desde Chernobyl. Se necesita otra forma, un isótopo, más inestable, este es
necesario para “enriquecer” el U–238. Eso lo hacen utilizando centrífugas
especiales y al final con una tonelada de Uranio–235 usada en un reactor de
agua ligera pueden llegar a producir la misma cantidad de energía que tres
millones de toneladas de petróleo utilizado como combustible. ¿Qué te parece?
Como verás, la importancia de estas riquezas naturales de tu país es muy grande
y por eso ellas son apetecidas…
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