jueves, 27 de marzo de 2014

Capitulos 7 y 8 de la novela "El año de la lepra"



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011


CAPITULO 7

Sábado 21 de mayo, 1871; 7:00 pm
Sentado en tu silla de cuero voltearás a mirar la noche. A través de la ventana, notarás como ha aparecido una cinta de plata que cabrillea sobre las aguas del río. Han transcurrido varios meses desde el momento cuando decidiste emprender tu viaje a la Guayana Británica. Estarás viviendo en Bartica point, a orillas del Esequibo y ante tu mesa de madera, como todas las noches, te dispones a escribirle a Ignacia. Te detienes entonces sintiendo una extraña congoja y saltarás a recordar a tu hija menor, la más linda, Inesita y querrás estar de vuelta, regresar a tu vida familiar, allá lejos, en Cumaná. Te quedarás mirando el tintero, todavía con la pluma adentro y querrás entender porqué ese tu afán por escribir sobre la felicidad en medio de tanta angustia. ¿Porqué querer redactar manuscritos sobre tu juventud? Recuerdos de cuando conociste a la bella niña que te llevaría con su mirada y su sonrisa a regresar para quedarte definitivamente a vivir en aquella ciudad primogénita de la tierra firme de América. Ignacia, tu adorada esposa, la madre de tus hijos. Regresar a tu lejana felicidad a través de la escritura, ¿si acaso pudiese ser posible? ¿Cómo escribir sobre tantos años dichosos cuando estos se alejan día tras día? ¿Como rememorar tus luchas y las dificultades? ¿Cómo no recordar a Inesita y su prematura partida? Escribir para revivir espacios felices y a la vez rememorar tristes realidades, ¿pero cómo?, en la soledad de tu casa de madera frente al río, ¿cómo escribir desde tan lejos sobre tantos recuerdos? Será una tarea como la de proponerte a repasar tu vida de estudiante en París, y escribir sobre tus amigos y tus profesores, en Paris, cuando estudiabas Medicina, hacía ya tantos años y sin embargo… No parece haber calma para tu espíritu… Sentirás entonces que se te oprime el pecho y lagrimean tus ojos…
Como estudiante de Medicina, tus prácticas las cumpliste principalmente en un hospital cercano a la pensión de la calle L´Harpe. A pie te acercarías diariamente bajando por la calle Bouchette hasta el hotel Dieu a orillas del Sena. El hospital–hotel, era el más antiguo de la ciudad. Había sido fundado por el obispo San–Landry y edifi cadosobre la ribera izquierda de la Isla de París, estaba allí desde el año 651. Durante los siglos VII al XVII el hospital–hotel fue un símbolo de la caridad cristiana. Todas estas cosas las aprenderías después, ya que en los primeros años de tus estudios médicos, tendrías que memorizar muchas asignaturas teóricas, con poca práctica clínica. Estas actividades te mantendrían ocupado, por lo que sentirías que era grande tu suerte cuando comenzaste a asistir a los Cursos de Terapéutica Médica dictados por el profesor Jean Louis Alibert, el fundador de la Escuela de Dermatología del hospital Saint Louis. El profesor Alibert combinaba sus lecciones con la presentación de grandes láminas donde mostraba las lesiones dermatológicas. En ellas, los enfermos aparecían dibujados con sus características personales y quizás por eso, para ti, sus lecciones resultaron una experiencia inolvidable. También eras asiduo asistente a la Cátedra de Fisiología que dictaba en el College de France el gran Magendi. Tu professeur Magendi quien también se había hecho famoso por sus descripciones dermatológicas. Allí aprendiste a conocer las lesiones de la micosis fungoides, el aspecto real de los queloides y aquella lesión florecida, una pústula muy particular llamada “botón de Alepo”. Imaginaste por un momento al voltear hacia el río y recordar la apariencia terrible de la elefantiasis en algunos de tus enfermos en la isla Kaow, como hubiesen sido las descripciones de Magendi si el destino le permitiese, como a ti, la oportunidad de examinar tantas lesiones infiltrativas de la piel, como las que veías en tus pacientes leprosos…
También en aquellos días cuando eras un atento estudiante, había dado inicio Magendi a intensas reuniones sobre la Medicina Experimental, una cátedra que había heredado del famoso Claude Bernard quien en esos días se había trasladado al hotel Dieu. Escuchando el murmullo de la corriente del Esequibo cerrarás tus ojos en un momento cuando la luna se ha ocultado tras las nubes y tú, recordarás los comentarios que se tejieron sobre Bernard de quien supiste estuvo dictando sus lecciones en el hospital hotel Dieu hasta el año 1823 cuando una epidemia de peste les obligó a evacuar a los enfermos del noscomio. Allí precisamente, en el hotel Dieu, sería el sitio donde iniciarías tu aprendizaje sobre la clínica médica. Nunca en aquellos días felices, podrías haberte imaginado estar como ahora, tan lejos de Cumaná, a orillas del río Esequibo, persiguiendo al demonio de la lepra para domeñarlo. Pensarás en tus enfermos del leprocomio, ellos habían sido trasladados desde varios sitios, lejanos pequeños hospitales de la Guayana Británica. Ya el doctor Sheringan te había señalado como no importaba que hubiesen sobrepasado la capacidad para el espacio previamente dispuesto para tantos pacientes leprosos. Había hacinamiento. En aquellos tiempos lejanos, cuando eras un estudiante de Medicina, también el hacinamiento fue un grave problema pues el hospital hotel Dieu tenía una capacidad limitada, solamente para doscientas sesenta y cuatro camas, eso recordarás, pero habían llegado a contarse hasta casi ochocientos pacientes. Ese había sido tu sitio de trabajo y de estudio, y ahora, nuevamente, el doctor Sheridan te planteaba lo del hacinamiento…




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El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011


CAPITULO  8
Me sigue pareciendo disparatado, que sea yo quien escriba todas estas vivencias y que me atreva a estar utilizando el diario de Ruth para mis propósitos. No pareciera lógico continuar haciéndolo sin haber antes escrito cualquier cosa sobre mi amistad con Rubén, mi compañero de estudios desde la primaria elemental.
¿Como no comentar acerca del cariño acendrado que tuve hacia Carmen Luisa, la madre de Ruth y de Rubén? (Siento que es necesario explicar como me introduje en su familia). Yo era el amigo de Rubén, desde el primer grado. Cuando mi mamá se murió yo tenía tan solo ocho años y los lazos de amistad entre nosotros se reafirmaron. Sin hermanitos, yo era un niño muy solitario (en casa estaba leyendo todo el tiempo y hablaba poco). Quizás por ello, papá siempre vio con buenos ojos que fuese a menudo a la casa de Rubén. El señor Eusebio y Carmen Luisa me aceptaron encantados y allí yo llegué a sentirme como otro hijo. Esta fue mi vida durante la primaria y luego, en el bachillerato, cuando Rubén y yo estudiábamos juntos. Estábamos en un colegio de curas, cercano a nuestra casa. Éramos casi vecinos. Por eso digo con propiedad que yo pude ver crecer a Ruth desde que era una niña feliz. (Cuando escribo estas cosas pareciera que se me agolpan los recuerdos y temo no ser sincero, me parece que puedo caer en la tentación de crearme una historia ideal, pero no es así). Solo tenía ella diez años de edad cuando una vez estando en su casa me la tropecé, de frente, tenía un aire de gacela distraída y no olvido lo que me dijo. Se me quiso presentar ella misma, muy formalmente, me alargó la mano y me dijo sus nombres y apellidos, como si fuese la primera vez que nos veíamos. Eso me llamó la atención. Sus ojos negros como semillas de níspero, muy grandes con muchas pestañas, el cabello lacio también muy negro, me impresionaron, pero sobretodo, era ella, quien siempre estaba sonriente. La había visto desde que era una bebecita, y ya estudiábamos bachillerato Rubén y yo, cuando decidió hacer ante mí aquella su presentación formal, me extendió la manito, y su mirada y su sonrisa, me dejaron estupefacto. Era como haberla descubierto. Desde esa vez, seguí viéndola con atención y admirándola. (Esto, necesito decirlo, y puede que se piense que estoy exagerando, pero así fue). De esa manera continué, sobretodo a través de Carmen Luisa, su madre, sabiendo siempre cosas nuevas sobre ella. Carmen Luisa me había convencido de que no era necesario que persiguiese a Rubén en su carrera de ingeniería. Rubén era mi muleta porque yo sabía que los números no iban conmigo, me gustaba más la lectura y Carmen Luisa me enseñó que la literatura y la poesía también valían la pena. Sé que fue por ella que comencé a estudiar Humanidades al terminar el bachillerato, y luego entré en la carrera del Derecho. A Carmen Luisa yo la quería como si fuese mi madre, creo que ya lo escribí antes. Yo estudiaba a diario mis asignaturas humanísticas en la casa de Rubén quien a su vez estudiaba Ingeniería mientras muchas veces el tiempo se me iba conversando con su madre. Eusebio y Carmen Luisa era una pareja perfecta. Mis primeros desengaños amorosos con compañeras de estudios se los confesé a Carmen Luisa quien transformaba mis temores y mis rabietas en detalles sin importancia y los llevaba a comparaciones con poemas o con relatos de amor. Tristán e Isolda, Eloisa y Abelardo, Lanzarote y Ginebra, o más clásicos como Romeo y Julieta, o Hamlet y Ofelia, para entrar siempre en los temas literarios e ir de su mano sobre Shakespeare, o sobre el infierno de Dante y avanzar con su musa Beatriz por los tercetos de sus cantos. Cuando supe que Carmen Luisa estaba delicada de salud, no dejé de frecuentar la casa, por el contrario, me acerqué más a ella. Recuerdo que leíamos juntos poemas y cuentos. Ella con gran entereza de espíritu, como si nada, sabía que estaba enferma y yo, yo le presentaba mis trabajos incipientes. (En esos tiempos le decía que deseaba ser escritor y redactaba cuentos cortos, manuscritos que ella disfrutaba y sobre los que me hacía observaciones interesantes). Era impresionante para mí ver como ella siempre tuvo un gran optimismo y una gran fe. Carmen Luisa era una muestra de lo que llaman la alegría de vivir. Era una mujer increíble y yo quien había vivido tras la muerte de mi padre, con mis tías quienes eran mayores y unas beatas, tuve la suerte de tener otra familia, la de Eusebio y de Carmen Luisa Romero. En largas sesiones, aprendí bastante sobre la
vida y sobre la literatura y me enteré sin haber leído ni una palabra, de que Ruth llevaba un diario, cosa que despertaba mi curiosidad, por esto digo que siento que llegué a conocerla a través de su madre. Pude saber como se iniciaba en la escritura con su diario, del cual ahora siento, no sin remordimientos, que me he aprovechado para retrospectivamente revivir cuanto sucedió con nuestras vidas. Creo que es por todo esto, lo repito, al hacer este ejercicio literario, que siento un extraño y lacerante dolor. Con Carmen Luisa, con Eusebio y sus hijos, a quienes he querido siempre como si fuesen mis hermanos, viví en aquella casa mi adolescencia y juventud hasta el final de Carmen Luisa. Sentí el dolor de todos y en particular el de Ruth ante la enfermedad y el fallecimiento de su madre, y lloré con ella después de su muerte. Para mi fue más traumática que la pérdida de mi padre ya que Carmen Luisa era como mi segunda madre. Mi pesar en aquella casa, se prolongó hasta cuando Ruthica nos dejó y se marchó a estudiar Medicina en la capital. Es cierto que estos, los míos, pueden considerarse como recuerdos de una infancia donde tuve la suerte de llenar la ausencia de mi madre natural, donde quizás la sequedad de mi padre y de mis tías me llevaron a vivir tan profundamente las penas y alegrías en medio de la familia Romero, de allí el cariño que sentí por Carmen Luisa. En el curso de la vida, más adelante, decidiría pensar seriamente en Ruth y esto vendría a ser trascendental para mí. Así fue como, años más tarde, me empeñé a fondo en conquistar su cariño, hasta lograrlo. ¿Como y cuanto luché? Solo lo sé yo mismo. Escribí cuentos y relatos, nunca la historia verdadera. Me mudé a la capital y estuve a su lado el tiempo que fue necesario para conquistar su amor, hasta que lo decidimos, nos casamos, y regresamos, de vuelta al terruño. Fue una verdadera Odisea. (También tendré que hablar sobre eso. Me tocará hacerlo, pero no es este el momento). Evidentemente que existirán vacíos, sé que hay hiatos en el diario de Ruth que nadie puede inventar. Luego de nuestra estadía juntos en la capital, al final de sus estudios médicos y luchando yo para preparar mis clases en un par de liceos capitalinos, regresaríamos felices a la “ciudad de fuego”. La investigación era la principal ilusión de Ruth. Los proyectos de los profesores Sarmiento y Korzeniowski le ofrecerían todas las posibilidades para que no tuviésemos que esperar nada más de la vida, estábamos de vuelta con una buena ofertan de trabajo, yo regresaba a mis clases y a mi cargo en la Universidad, y todo funcionaba como lo habíamos proyectado, además, estábamos entre nuestra gente. No teníamos que ponernos a inventar nada más. Quizás y sobretodo, Víctor Pitaluga, de quien no he dicho nada todavía, pudiese haber sido un factor revulsivo en nuestras relaciones. En aquellos días nunca lo pensé así. ¿Qué pasó por la mente de Ruth para que se empecinase en volver a lo que ya había yo creído era una etapa superada? Ella regresaría a la capital. Éste fue para mi fue el disparate que consolidó nuestra desgracia, pero no debo adelantarme, pues ya escribiré sobre esta situación. No me queda de otra, haré de tripas corazón e iré sobre mis recuerdos del pasado, no tan lejano, ahora ya sin estar ella presente. Es ésta la razón del por que siento que puedo atreverme a usar su diario. Todos aquellos episodios, los míos, me parece que debo reducirlos a su mínima expresión. Todo se transforma como creo que ya lo dije, en ciclos, escribir sobre estas cosas es sentirme como el perro que se muerde la cola. ¡Quien sabe si será que estoy obligado a regirme por el principio de la parsimonia!, no lo sé. ¿Soy acaso una especie de uróboro empeñado en persistir a través de tanta destrucción?

Retazos del diario de Ruth
6 de Noviembre 2001: Querido diario, he decidido regresar a ti. Después de varios años de ausencia, volví a mi ciudad natal y estoy decidida a quedarme en mi tierra. Ahora soy una señora, ya soy una doctora, y estoy casada con Alejo Plumacher, profesor de literatura y escritor. Él será un escritor famoso, lo presiento, y eso tarde o temprano se dará. Él será cada vez mejor. Ya escucharán sobre él cuando se decida a publicar sus cuentos. Te lo digo yo, querido diario, y te lo digo en serio. En fin, aquí estoy, de regreso. Compré otro cuaderno, uno gordo con espiral con la mejor intención y lo estoy iniciando aquí. Un cuaderno para ti, mí querido y olvidado diario. Ha sido un largo silencio, lo evidencia el hecho cierto de poseer tan solo un cuadernito con fragmentos de mi vida de estudiante de Medicina y si acaso, alguito más. Puedo extraer y utilizar un pedacito como ejemplo, algo que escribí recién comenzando a estudiar Medicina, hace ya tantos años…
“En fin, de todas maneras, algo tengo claro, a todos nos ha de tocar, nunca se sabe cuando ni como, pero es segura, nos llegará, como le ocurrió a mi mamita y me duele en el alma y mucho su partida, se nos fue pero quedó presente en el recuerdo, no solo el mío, también en el de todos quienes tuvieron la dicha de conocerla y quererla y quienes seguimos en este valle de lágrimas, Mamita… Ahora tengo 18 años y he manoseado cadáveres en las prácticas de Anatomía, y he conocido mucha gente nueva, tengo algunas buenas amigas, y se que hay muchas enfermedades…
Pienso mamá en tantas poesías como sabía, cuanto te gustaban… Tenemos un alma, sé que Dios existe y que hay algo más, es una verdad y la siento, y esta certeza me produce cierto sosiego, saberlo me da una gran paz interior”.
 En realidad acepto que todo cuanto viví en la capital fue como una consecuencia del prolongado exilio y más que eso, del tiempo y la dedicación que le puse a mi carrera. Era estudiar y estudiar, y luego comenzó el hospital y los pacientes y los exámenes y luego las guardias. Escapé, sí, dejé atrás el período vital de mi niñez y adolescencia. Es cierto, estaba muy triste. De eso hace ya muchos años y hoy, cuando me toca regresar formalmente a ti, mi viejo diario, se que todo se ha logrado gracias a mi padre. Eusebio, el bueno. El carpintero cariñoso quien amó tanto y tan profundamente a su Carmen Luisa, mi recordada mamita. Él, ahora está viejito, en pocos años se le volvieron sus cabellos blancos y su mirada está a veces como perdida, alrededor de sus pupilas se pinta gris su arco senil, pero me mira lleno de amor para su zurrapa ingrata. Lo abandoné por varios años pero como me digo siempre, nunca es tarde, me lo repito, no sé si para convencerlo a él o para mi tranquilidad. He vuelto. Se que lo había dejado de ver pero nunca olvidado, sí, pero regresé para quedarme, como una hija pródiga, para estar con él, ahora sí, para siempre en su vejez. Me asaltan los recuerdos y me agobia el remordimiento. He llorado mucho, bastante creo, yo soy llorona y tú lo sabes querido diario, pero este llanto, percibo que se debe a mi prolongada ausencia, y sin embargo, aún no consigo la paz. Regresan imágenes del pasado con mi mamita, les veo a ellos dos alegres, ellos felices, cantando, y mi viejito ahora se me llena de amorosa emoción cuando me repite. “Ella era como un ángel y soñamos con hijos, los soñamos a ustedes. No puedo olvidarla, nunca”. Me lo repite… Yo le veo con los ojos cuajados de lagrimones y siento que él murmura como cantando. “Hasta encontrar el prado más verde que hay y recoger estrellas sobre mi, con ella, sí…” En la casa vieja, me lleno de recuerdos, de la música que todo el tiempo cantaban juntos, de tantos boleros, Los Panchos, y él me dice que se siente como un gitano que solo está ya sentado… “Esperando el momento cuando todo se detendrá, quizás...” Me lo repite cariñoso. “Has vuelto hijita y el espíritu de mi Carmuncha revive en ti… Hijita de mi alma…” Yo me recrimino. ¿Cómo pude dejarle por tantos años? Se que las cosas han cambiado, y mucho. No soy la misma niña que llenó páginas y páginas con poemas y con sus ilusiones. Ellas están plasmadas en esos diez cuadernos que mi padre celosamente ha guardado para mí. He pasado toda una semana releyendo y llorando al recordar a mamita y de cómo éramos, cuando éramos una familia feliz. Mi infancia y mi adolescencia, antes de que nos dejara y yo… Me enviaron lejos de todo, lejos a la casa de mi tía, en la capital. Allá con mi tía Eloisa terminé el bachillerato y allá mismo decidí que iba a estudiar Medicina y me inscribí en la Universidad Central y aprobé todas las pruebas. Comencé a estudiar y llevé mi carrera hasta el final, creo que bien. Viví con mi tía Eloisa, en su casita de La Pastora y no pensé en otra cosa que no fuese estudiar. Estaba para estudiar para sacar las mejores calificaciones, hasta opté a una beca estudiantil y logré ganarla y estudiar sí, y mucho para sostener las notas y mantener aquella ayuda que a mi tía no le caía mal. Expatriada de mi región, exiliada de mi suelo nativo, así me sentía y tuve que reinventarme. Muchas veces reviví en el recuerdo de mamita la tibieza del sol y
del calor de mi ciudad. Los aromas de la comida en la cocina, no volví a comerme un plátano verde cocido con queso, tan solo algunas tajadas fritas de maduro, pero con el frío de las madrugadas, y la presencia del verdor del Ávila asomada en la ventana, nunca dejé de recordar a mi tierra caliente. Las cartas de mis hermanos y de mi padre mantuvieron la esperanza de que si bien los afectos seguirían por allá lejos, ellos si existían. No estaban tan solo en mis pensamientos y yo sabía que todos latían muy dentro de mi corazón. Recordaba la poesía de Bello, aquella que hizo imitando a Víctor Hugo, “La oración por todos”, tantas veces recitada por mamita, porque ella se la sabía de memoria, y ahora soy yo quien me repito que debo rezar, por él y por ella…  “Ve a rezar hija mía y ante todo, reza a Dios por tu madre; por aquella que te dio el ser y la mitad más bella de la existencia ha vinculado en el; que en su seno hospedó tu joven alma de una llama celeste desprendida, y haciendo dos porciones de la vida, tomó el acíbar y te dio la miel”. Estas cosas me hacían entender que yo existía, que tenía un pasado, que no era etérea y que aunque tardíamente ahora tenía la posibilidad de retomar el rumbo y de volver a vivir otras etapas. Mi infancia y adolescencia ya habían desaparecido, sabía que mis estudios eran primordiales en mi proyecto de vida y sin embargo, nunca me abandonaron los recuerdos de mi vida anterior y en particular el amor hacia mi madre desaparecida. Cuando Alejo se hizo presente, cuando reapareció, llegó a la casa de La Pastora y fue como haber visto llegar a un caballero con armadura y yelmo en un brioso corcel. Él era algo diferente. Fue como un ser enviado desde mi tierra quien sabe por cuales designios del destino. Al principio, yo no lo quería aceptar, me costó. Era como que me quisieran controlar, pero pensé, estaba segura de que el espíritu de mamita tenía algo que ver en ello. Él llegaba decidido a esperarme. No le importó quedarse en la ciudad de los techos rojos y las azules lomas, buscó la manera de sobrevivir. Consiguió a duras penas un trabajo digno, como profesor, de maestro, y yo sentí que el caballero, Don Alejo, había saltado el foso de las zarzas. Cuando se atrevió a besarme fue como en un cuento de hadas y logró despertar en mí un sinfín de emociones que creo estaban ocultas, soslayadas, tantas cosas olvidadas que resurgían y siempre mamita y su cariñosa mirada como si estuviese aceptando nuestra relación, en todos estos años pasados, como si me hubiese guiado siempre, desde el inicio mismo en mi vida de estudiante frenética. Entonces llegó Alejo, él apareció. Estaba yo casi para graduarme, con guardias y estadías en los hospitales, pero él supo estar allí, me esperó con paciencia, siempre lleno de cariño puesto que él como bien me lo dijo, hacía muchos años había decidido que tenía que ser yo la mujer de su vida. Eso, él mismo me lo confesó. Alejo fue para mí la paz, él se iba a las bibliotecas, dictaba clases, me esperaba siempre, pacientemente, fue para mi la posibilidad de renacer y de volver a ser yo, la misma que vivió sus primeros años con mamita. Alejo llegó para conocerme ya mujer, la que hubo de estudiar lejos de su tierra, la que vivió apartada de sus hermanos y de su padre por tantos años. Pero regresé. Siento que con ellos, me pude reencontrar, y con Alejo, todos. Así lo veo ahora, mi diario querido, así lo veo y lo creo.

Viernes 3 de diciembre, 2011; 8:30 pm
El profesor Arístides Sarmiento vivía en una casa de dos habitaciones con baño, sala, cocina y un estudio muy amplio que iba de un extremo al otro. Era un recinto acogedor con techo de madera en listones de pardillo y paredes tapizadas por libros que habían ido conformando una rica biblioteca a pesar de su rústica apariencia. Un aparato de aire acondicionado, artilugio indispensable para sobrevivir en la “ciudad de fuego”, murmuraba permanentemente extendiendo su frescor en efluvios que flotaban hasta las habitaciones en la parte trasera. El piso del estudio, también era de madera y estaba protegido por una amplia alfombra con arabescos simulando ser originalmente persa. Era sin lugar a dudas la habitación preferida del profesor. Estaba iluminada por dos ventanales que daban a un patio apacible por cuatro grandes matas de mango, densas y verdes y varios nísperos frondosos que parecían trasladar un ambiente húmedo y sombreado hasta dentro del estudio. Arístides había comprado la casita hacía ya casi treinta años, situada dentro de una de las llamadas “villas”, urbanizaciones cerradas, ahora muy características de la “ciudad de fuego”, donde la vigilancia a la entrada les asegura a los vecinos una cierta protección contra los ladrones. En ella se acostumbró Arístides a la soledad luego de la muerte de su esposa a finales de la década de los noventa. En su estudio–biblioteca, él preparaba café, se reunía con sus amigos y compañeros de trabajo para conversar o discutir sobre los proyectos del Centro de Investigaciones a su cargo, sobre la Medicina y sus investigaciones, o también a menudo, para disertar sobre la política y atreverse a pensar como organizar el futuro cada vez más complejo del país. Esa noche esperaba la visita del presbítero Omar Yagüe Oliva a las 9 de la noche, pero el cura se había adelantado media hora a la cita. El profesor lo notó más que nervioso, angustiado.
Luego de un breve saludo le invitó a tomar asiento en uno de los dos sillones forrados en semicuero y él se arrellanó en el suyo al lado de una pequeña mesa sobre la que reposaban algunas carpetas con documentos. Se miraron ambos, un tanto estirados y tras una corta charla introductora, Yagüe pareció relajarse un poco y entrar en el tema objeto de la entrevista.
OY– Debo decirle que me costó mucho trabajo decidirme a venir. Estoy aquí, he decidido conversar, con usted porque creo que estoy metido en un lío y necesito de su asesoramiento…
AS– Padre, hace tiempo que sé que usted tiene un problema. Sabemos todos como usted se fue metiendo en ese paquete en que se encuentra y ahora veo que parece ser que se angustia paso a paso.
OY– Bien, no sé si de veras es algo tan obvio, puesto que, ¡parece usted saber de lo que le vengo a hablar! ¿Es medio pitoniso?
AS– Me consta que usted por su cuenta, y a conciencia, decidió retomar el asunto de la isla. No me diga que no sabía para donde iba ni con quienes se estaba reuniendo. ¡Perdóneme! Todos en la ciudad estamos enterados de que usted se ha asociado con gente desconocida, que no es de nuestro entorno, y estoy seguro de que eso lo decidió sin que nadie le obligase a hacerlo.
OY– Entiéndame profesor Santiago que esa asociación era la única manera de realizar mi sueño.
AS– Entiendo que usted de muy buena gana les vendió su ilusoria y disparatada idea de la Insula Barataria a unos marchantes. Mi posición sobre este asunto siempre fue para usted bien conocida.
OY– Esa fue la única vía para poder sacar adelante mi proyecto. Usted sabe que han sido años pensando en la isla y el parque de diversiones para los niños. Años de años…
AS– Todo esto, siempre me ha dado la impresión de ser un asunto de dinero. Así me lo han dicho y también así lo veo y lo creo. Ahora más que nunca. Dudo que pueda usted refutármelo.
Arístides se levantó y acercó dos tazas hasta la mesa. Pasó a verter café muy negro que aromatizaba el ambiente desde una cafetera eléctrica en la tazas y le ofreció al presbítero una de ellas sin preguntarle nada, como si ya hubiesen convenido que Omar habría de aceptarla. El cura asintió y se sirvió una cucharada de la pequeña azucarera que reposaba en la mesa. Luego prosiguió…
OY–Yo no he hecho otra cosa más que imaginarme como se beneficiará mucha gente, en el caso de darse el proyecto… ¡Claro está! Le juro que eso fue lo que pensé al fi rmar el acuerdo. Sobretodo, yo creía en mis obras sociales, en las madres pobres de la comunidad y en sus hijos. Para eso creamos los grupos de apoyo y los relacionamos con las Juntas Comunales, las tenemos funcionando, bueno, a duras penas…
AS– Pero no resultó. Usted no ha logrado nada aún, que sepamos... Debo decirle que se habla en la ciudad, de que usted ha recibido mucho dinero, hay mucho chismorreo.
OY– Me prometieron dividendos increíbles, y yo pensé que iba a poder ayudar a mi gente. Estaba convencido de que directamente iba yo a controlar el dinero puesto que me hablaron de ganancias fabulosas, ciertamente. Los proyectos de mis Consejos Comunales también serían apoyados, aunque todavía ellos esperan... Dijeron que habría dinero de sobra, hasta para equipar a todo trapo el ambulatorio. Todo eso me lo creí… Todo eso lo pensé, lo creí, sí, al principio, sí…
AS– Desde hace ya casi un par de años mucha gente habla de que usted está podrido en dólares, y que yo sepa, la gente de su parroquia no muestra ningún cambio... Se ha dicho que usted pactó con unos tipos, viajó, y cobró, que tiene un par de testaferros, eso dicen, pero ahora, viene acá y me dice que cree que tiene un problema. Me asombra. ¡Con la fama de buen negociante que tiene usted! Padre Yagüe, usted es cualquier cosa menos tonto. Usted…
OY– ¡Ya! No sea cruel conmigo profesor, ¿acaso quiere hacer leña del árbol caído?
AS– ¿Árbol caído usted?, ¡Qué riñones!
OY– Al comenzar todo este asunto nunca pude imaginar cuales eran las intenciones de mis socios. Además, ¡era imposible saberlo!, todo era legal, es legal, todo está respaldado por personajes importantes y por acuerdos firmados por otras naciones con el gobierno. Tenía además el visto bueno del Partido. Me lo dijeron, me mostraron las firmas y demás. Yo les creí, pensé que así se reactivaría mi proyecto, y sabía que recibiría ayudas adicionales. No es un pecado…
AS– Padre, seamos sinceros. Usted vio que había mucho dinero de por medio y se lanzó como pájaro buchón. No tuvo reparos en asociarse con quienes pueden ser unos mafi osos, no lo sé pero todo parece ser un asunto político. Con gente de otros países. Usted no lo habló con su gente, no dijo nada, ¿por qué no buscó asesoramiento local?
OY– Soñé que se realizaría mi sueño pendiente, desde hacía ya tantos años, desde cuando luché para sacar a los leprosos de la isla. Me parecía imposible. Me lo creí. Además, yo no los busqué, ellos llegaron hasta mí, ellos fueron apareciendo, los chinos, los rusos, luego los iraníes, las opciones eran variadas y todos, a través de otros, se ofrecían a ayudarme en mi proyecto.
AS– Usted sabía de mi desacuerdo, pero me sacó el cuerpo. No. Oírme de nuevo no le interesaba, ¿verdad?, de aquí nadie, ¡eso dijo!, lo que hablamos y hace años que le dijimos lo que pensábamos, no le importó. Se le inflaron las agallas…
OY– Profesor Sarmiento, ¡hágame el favor! Eran consorcios extranjeros reconocidos y me plantearon su interés en invertir. Eran empresas transnacionales conectadas y recomendadas por el Partido de gobierno, por conocidos personeros del gobierno. Para mí, lo importante era que se daría mi isla para los niños. Con Irán existen muchos convenios suscritos por este gobierno y fueron ellos, los iraníes de una compañía que lucía muy seria, quienes me propusieron la mejor oferta. Yo acepté la mejor oferta.
AS– ¡Carajo padre! Usted parece que nunca escuchó hablar de los ayatolas, de las torres gemelas, de los árabes, de la guerra del Golfo y del petróleo del Golfo Pérsico. ¿Sabe acaso lo que es el Hezbollah? Seguramente si sabrá que este, el nuestro, es un país petrolero, ¿no?
OY– No, es decir, sí… Yo tan estúpido no soy, profesor Sarmiento, no se crea… Algo si sé. También sé cosas sobre el imperio norteamericano y hasta puedo hablarle de la CIA y de sus planes…
AS– ¡No me joda con el discursito, padre! Para todo el mundo es evidente que después de más de doce años de cubanización progresiva, estábamos entrando ya en la etapa del apoyo ruso, o el de otras potencias más beligerantes, como Siria, Irán, Argelia, o Belarus, todas esas naciones que curiosamente están regidas por gobiernos autocráticos. ¿Nunca se le ocurrió comparar los proyectos de nuestro presidente con los de Lukashenko? ¿Con los de Mahmud Ahmadinejad, o los de Mohammed Al–Gaddafi , o los de cualquier otro presidente con un historial como el de Fidel Castro? ¿No nota acaso las similitudes entre los jefes de esos regímenes?, ellos quienes parece que piensan que nunca morirán, se creen eternizados, per secula seculorum y…
OY– ¿Usted quiere profesor que yo venga y le replique con un Amén? ¡Sarmiento! Que demonios…
AS– ¡Qué amén ni que carajo! Usted tiene una asociación o un convenio, con una compañía de un país del otro lado del mundo, mejor aún, de Persia. Usted está en negocios con los iraníes y lo ha hecho sin ningún resquemor. Eso me parece interesante, es más, me parece, admirable. Sí, eso diría yo. Un cura católico socio de musulmanes… ¡Una pelusa!
OY– Negocios son negocios y usted ya lo ha dicho, yo si algo tengo, es buen ojo para saber donde está el dinero. ¿I qué? ¿Eso acaso me descalifica?
AS– A mi eso no me va ni me viene. Lo que no puedo aceptar es que ahora se me haga usted el loco y quiera hacerme creer que nunca escuchó a nadie relacionando el mundo islámico con el petróleo. Usted parece evadir mentalmente al imperio norteamericano en lo que respecta a sus intereses sobre el petróleo nuestro, o el de los países árabes, ¿no sabe nada sobre Irak y sobre la Guerra del Golfo? Es que, usted actúa como que si Al Qaeda, el difunto Hussein, Osama Bin Laden y el expresidente George Bush no hubiesen existido nunca. Como si la situación de Palestina y de los judíos en la Franja de Gaza, fuese para usted un cuento. Estas cosas, ¿a usted como que ni le interesan? , ¿o es que cree que estamos muy lejos para preocuparnos?…
OY– No trate de hacerme parecer como un idiota, ¡yo no me chupo el dedo! Los israelitas y los palestinos. ¿Qué tienen ellos que ver en el asunto de la isla y de mi proyecto? No exagere profesor. ¡Yo tonto no soy!
AS– ¡Claro que no! Eso bien lo sé. ¿Qué me dice sobre Siria, o sobre Irán? ¿No sabe nada sobre los vuelos de aviones relacionados con la ubicación de yacimientos de plutonio en suelo patrio? Hace varios años que se ha hablado de que nuestro país ayuda a Irán a transportar hasta Siria el material que sirve para la fabricación de misiles y como de esa manera logra evitar las sanciones de la ONU. Diarios del mundo, lo han anunciado, existen muchas evidencias. Desde hace unos cuantos años ya que en el mundo la gente habla de Irán y de su creciente poderío nuclear, pero usted, parece que nada sabe.
OY– ¿Qué sirios y cuales misiles? No sé de qué cosas en concreto me habla. Creo Sarmiento que usted es un oposicionista fanático. Usted evidentemente está con las movidas de la CIA y seguramente las respalda. Tal vez no he debido venir a conversar con usted. Es que se le ven las costuras de oposicionista… Claro está, es que usted no es ni ha sido nunca un individuo progresista. No cree en el socialismo.
AS– Jajá, padre. ¡Progresista! Lo que le ha faltado es que me llame “escuálido”. Se metió usted en un vainón y ahora como que anda reculando. Es el típico procedimiento que ha caracterizado a este gobierno. Usted marcha como angelito de procesión y ese símil seguro que si me lo capta, ¿verdad? Enchufado a motus propio en un negocio que bordea temas de política internacional, un negocio con pueblos que viven en una lucha político–religiosa ya ancestral y ajena a nuestra civilización occidental y judeo–cristiana. Usted, un cura católico apostólico y romano haciendo negocios millonarios con el Islam. ¡Es pa coger palco! Arístides se respantingó en su poltrona y pasó de nuevo a servirse café en su taza. Omar con un gesto le dijo que no quería más.
OY– Profesor, atiéndame. Esto no es una broma. El parque infantil, el orfanato para los niños de la etnia wayúu y los laboratorios para fabricar medicamentos genéricos fueron desde el inicio la parte medular de nuestro convenio. Todo está escrito. ¿Como podía yo creer que esto no iba a hacerse realidad? A mediano plazo todo iba a estar listo. Estarían construidas las edificaciones de los laboratorios para fabricar los genéricos y para hacer investigación sobre medicamentos aprovechando nuevas tecnologías. Entiéndame profesor que
según ellos, algunas de estas cosas ya están caminando. Esta gente está preparada a niveles tecnológicos que nosotros no podemos ni soñar, no podemos competir con ellos. No tenemos en el país personal calificado para llevar adelante este tipo de proyectos, así me lo explicaron y...
AS– Encandilado por el verdín de los billetes era como estabas Omarcito. ¡Onnubiliado de bola! ¡Si señor! Por eso no viste lo que cualquier persona consciente hubiese detectado, o pudiese haber imaginado. En la infernal danza de millones y millones que ingresan al país, el dinero del petróleo ha estado presto para repartírselo a otros países, también estuvo para regalarle bolsas de comida a los pobres inscritos en las misiones, o para ver pudrirse toneladas de alimentos almacenado para multiplicar las ganancias de una corrupción cada vez más floreciente, todo eso mientras los otros, o sea el país entero, con los hospitales cayéndose, sin agua, sin electricidad, con una mortandad por la inseguridad, nosotros, los otros, sobrevivíamos. ¡Proyectos con otros gobiernos! Esos nos sobran. Dinero para otras naciones, a patadas lo ha regalado nuestro presidente…
OY– En muchas cosas tiene razón doctor Sarmiento. Yo estaba deslumbrado, es cierto. Lo acepto. Sí. Realmente no podía saber nunca hacia donde iban.
AS– Luz en la calle y oscuridad en la casa, esto se ha repetido hasta la saciedad. Para nadie es un hecho de que vivimos una situación cada vez más precaria. Padecemos de la infl ación más grande de América. El país está económicamente casi como Haití después del terremoto. Pero quien se atreva a hablar mucho y fastidie es amenazado, amedrentado y si se descuida se le inventa algún delito, o es hecho preso. La delincuencia sigue haciendo estragos, pero usted padre, ¿como que no veía nada de esto? Como siempre, no hay peor ciego que quien no quiere ver.
OY– Le debo informar que a mí, personalmente, me mostraron el texto de los acuerdos, de varios convenios con el gobierno, me dijeron que todos estos suscriptores iban a colaborar con la mejoría de nuestro país, en agricultura, en vivienda, en lo militar, en la investigación y la ciencia. Ya sabemos que nuestro desarrollo tecnológico es muy precario. Yo me lo creí. ¡Es que está todo escrito! Esa es la verdad…
AS– Sí, como lo que está en nuestra Constitución. Eso también está escrito. Pero padre Yagüe, dígame: ¿sinceramente usted se creyó todos los cuentos? ¡Desarrollo precario! Hemos vivido años de atraso, más de una década de estancamiento tecnológico… ¿No sería más bien que no le interesaba saber nada de nada? Tan solo su idea fi ja, su proyectoy el dinero, usted dice, ¡mis niños!, pero yo pienso en, ¡sus dólares!, sus billetes verdecitos…
OY– No. No es cierto. Ellos tienen que estar más desarrollados que nosotros, eso me dije yo, eso pensé…
AS– ¿Irán más avanzado que nosotros? No lo creo, pero ahora, quien sabe… Tenemos más de una década viviendo de importaciones, y nuestra productividad se ha reducido casi a cero. Somos una caricatura de país. Hemos visto despilfarrar y regalar millardos, los dólares del petróleo los gastamos en armamento y ahora hasta importamos la gasolina. Vivimos en un “cuesta abajo” cruel y sin sentido. La crisis energética es insufrible tan solo por no hacer a tiempo ajustes necesarios. Eso lo sabe Raymundo y todo el mundo padre Yagüe…
OY– Tal vez deba aceptar que nuestra situación nacional es complicada y que puede que hasta me haya comportado como un tonto útil, pero es ahora cuando estoy viendo con claridad lo que parece ser cierto, en lo que realmente se ha transformado mi proyecto. Es que ahora se cosas que de momento, son muy feas… Me temo que las aguas se han salido de su cauce.
AS– Pues no lo crea, y perdóneme pues debo parecerle cruel. Creo que no ha sido usted tan tonto. Parece haber hecho un negocio millonario. Usted como empresario pujante funciona mejor que como cura católico con una parroquia que atender. Ahora se asusta ante la caja de Pandora. Bien podría largarse y esconderse, llevarse sus billetes verdes y hacer una nueva vida. Si usted desaparece, no creo que lo echen de menos. No será el primero que lo hace en estos tiempos, y perdóneme si le parezco cruel. Es una solución que estaría acorde con lo que le sucede a muchos en este momento. Piénselo padre. ¿Cuántos escapan semanalmente para buscar otros derroteros? ¿A quien le teme? ¿A Dios, o al Diablo?
OY– Es cierto profesor. Tengo miedo, y no es el santo temor de Dios. Tengo miedo de que mi hora esté llegando y deba desaparecer, pero para la conveniencia de otros. De unos cuantos. Hay gente muy mala metida en esto. Hay gente de la que usted ni sospecha profesor, usted ni idea tiene de quienes son, y lo cierto es que me tienen contra la pared. Así me siento… ¿Por qué cree que he acudido a usted? Si le digo, si le cuento lo que estoy conociendo, es por que… Yo me pregunto… ¿Que haría usted en mi situación? Es el asunto del orfanato. Ya está en obras, me dicen que está levantándose el edificio principal de la isla, pero Zacarías me ha abierto los ojos. Luego me mostró las pruebas, y… ¡Es terrible!
AS– Vaya con calma Omar, explíqueme que es lo que le perturba. Zacarías es su sobrino, ¿cierto? Déme luz…
OY– He leído las copias traducidas de los protocolos de investigación originales, son varias las drogas a ser estudiadas y el proyecto en General tiene que ver con el aprovechamiento de esos niños sin familia, sin parentescos, de manera tal que no existan parientes, ni deudos que interfieran en los propósitos que se persiguen. Utilizarán a los huérfanos como conejillos de indias. Esto no es una idea. Está escrito y yo he firmado estos convenios, sin saberlo. Zacarías investigando, traduciendo, llego al fondo y me los ha dado a leer. Me lo ha demostrado. Es más, me ha dicho que así mismo es, algo que ya se sabe, que es así como actúan muchas transnacionales de la industria farmacológica… ¿Me entiende profesor? ¡En mi isla!
AS– Es tan disparatado todo esto, padre Yagüe, que preferiría creer que está usted equivocado.
OY– Le digo que he leído cuidadosamente la traducción de todo y es aterrador. Zacarías no puede estar loco. ¿Entiende ahora porqué vine a verle a usted? Vine a conversar con quien puede entenderse como mi más persistente detractor, como mi peor enemigo.
AS– Es posible que Zacarías se haya equivocado, que estén ambos confundidos, digo yo… ¿Le sirvo más café padre?
OY– Sí, por favor… Hace un par de años que yo no visito la isla, pero sé que toda una edifi cación subterránea ya está lista. He visto los planos. Es un largo sótano con varias áreas para los laboratorios, con celdas donde hay facilidades para tener camas donde ahora siento que… ¿Será allí donde habrán de experimentar con los huérfanos? Es según los planos, una especie de bunker de concreto armado y sirve como de base sobre los restos del hospital que desde antes existiera en la isla. Me han dicho que se están levantando ya las paredes de un nuevo edificio que tendrá tan solo dos plantas. La investigación se supone es para indagar sobre la acción de medicinas que resolverán problemas en varias enfermedades granulomatosas, como la tuberculosis, la lepra, sífilis, leishmaniasis y brucellosis. Estas son algunas de las cosas que recuerdo decían los protocolos. Es que los detalles están señalados en cada protocolo y se destacan hasta las fórmulas de los primeros medicamentos a probar en los niños. Hay un tercer edifi cio que está más retirado, pero también
tiene ya lista la conexión subterránea. Ese será solo para los huérfanos y poseerá algunos talleres y varias aulas para estudiar. Un poco más lejos, cerca del viejo cementerio estarían las máquinas que moverán el complejo de aparatos para la diversión. ¿Comprende usted la magnitud de  lo que he llegado a saber? ¿Dígame que debo hacer.

***
Eran las ocho y media de la noche del viernes 3 de diciembre del año 2011 cuando el teniente Dimitri Yakolev estaba llegando nuevamente de visita a la casa del profesor Silvester Korzeniowski. Ya hacía más de una década que el microbiólogo había enviudado y con agrado recibía nuevamente la visita de su amigo, el simpático ruso de Belarus con quien desde hacía un par de meses disfrutaba compartiendo sus cuitas. El microbiólogo le había comentado al profesor Arístides Sarmiento sobre su amigo y de como él había hecho buenas migas con un bieloruso. Dimitri aparecía como un hombre con una vasta cultura y era muy buen conversador. Un par de veces en noches de visitas previas, cuando se despedían, le pareció a Silvester que él, acaso sin querer, había trasgredido sus límites en la bebida, cosa que no acostumbraba a hacer pero por otra parte, las pláticas con su amigo le entusiasmaban y le habían hecho regresar varias veces a recuerdos que ya creía perdidos en la maraña de sus neuronas. Juntos habían revivido espacios terribles de su infancia muy lejana en Polonia durante el inicio de la Segunda Guerra. Dimitri Yakolev se había documentado, con la singular eficiencia de la KGB de Belarus, sobre los orígenes del profesor, y sabía todo sobre su nacimiento y los avatares de él y de su familia durante su primera infancia y juventud. Fue relativamente fácil para el bieloruso conducir sutilmente sus cuitas estimulando los sentimientos del viejo profesor polaco. Dimitri concluyó finalmente haciéndole ver que si bien habían 100 nacido en épocas diferentes, ambos pertenecían a la misma región. Eran coterráneos. Con manipulada emoción el teniente Yakolev le planteó a Silvester una situación teórica por la cual, él mismo pudiese haber sido polaco y el profesor un bieloruso, esto si las desdichas de la guerra no hubiesen cambiado el rumbo de las cosas. Después de varias visitas algunas veces ayudado por el vodka y otras sencillamente bebiendo infusiones de té caliente o de café muy tinto, ambos hombres llegaron a conversar animadamente sobre muchos temas. Mientras Silvester sintió estar reviviendo episodios totalmente olvidados, acaecidos muchos años atrás en los oscuros bosques de Belarus, Dimitri estaba seguro de que muy pronto podría entrarle de lleno y sin temores al tema de los cachicamos, y las bacterias mutadas. Esa noche del 3 de diciembre, después de un rato de estar hablando y casi sin querer, la charla se desvió hacia el tema de la política, cosa que Dimitri había evitado permanentemente por razones obvias. Silvester planteó una situación que teóricamente podía provocar el trabajo de cualquier espía, a propósito del comentario de alguien que había advertido como su nuevo amigo había aparecido en su vida de manera un tanto extraña. El profesor le hizo un comentario risueño a Dimitri y ambos se rieron pensando que la situación les llevaba a recordar el título de un viejo fi lm de la guerra fría titulado “el espía que vino del frío”.
–Mi querido amigo– dijo Silvester sorbiendo su recién servida taza de té muy cargado–. Bastante hemos conversado con total franqueza sobre muchos tópicos, pero, te repito que me dio mucha risa, lo del espía y el frío. –Es el título de una novela, también, eso creo– le interrumpió Dimitri… –Vienes del frío, jajaja...  Silvester se reía y colocó la taza en la mesa cuidadosamente para proseguir. –Ya te expliqué que mis amigos me cuidan, ¡ja!, pero, fíjate, ¿sabes algo?, hay cosas que de veras me preocupan. No me gusta éste régimen en el que vivimos. Eso es un hecho. Le dicen “El Proceso”, Kafka dixit, jejeje, y fíjate que primariamente, no me cae bien por dos cosas, por ser centralista y por ser de militares. Aquí habíamos acabado con la centralización del poder desde hacía ya varios años. Para nosotros los provincianos, la autogestión, es algo muy importante y ahora nos sentimos muy maltratados, discriminados y todos
sabemos que cada vez más, la disidencia es perseguida. –Si, lo sé. Están ustedes en un proceso que está cambiándolo todo. Abandonan el capitalismo.
Yakolev frunció el entrecejo como sintiendo pesar por lo expresado por el profesor, o quizás por su propio comentario y Silvester, no obstante, prosiguió en sus consideraciones.
–Los militares por demás, debo decirte Dimitri, que tampoco me agradan, nunca me han gustado. Pero, te advierto que yo no me comporto como un paranoico. Mi trabajo es lo más importante para mí, aunque poco hemos conversado sobre éste. Algún día hablaremos con calma y te contaré cuanto hemos avanzado en nuestras investigaciones sobre la lepra. Pero, como te dije, hay algunas personas amigas que desconfían de nuestra amistad. Me lo han dicho y supongo que es por ser tú, un ruso, ¡y de Belarus! Dimitri lo interrumpió para expresar con énfasis.
–¡Un ruso de el hermano país de Belarús!, oiga profesor, creo que lo comprendo. Silvester entonces le respondió, sonriente.
–Ni se imagina la gente que ambos nacimos en la misma región. ¿Quién creerá que tú podrías haber sido tan polaco como yo podría haber sido ruso? Eres más joven, ciertamente, pero eso no lo entenderán, y es porque la gente, sobretodo los jóvenes, no han vivido la historia, no la han sentido como la podemos percibir nosotros. Sé que el gobierno y tu país están haciendo grandes negocios. Son gobiernos militares, ambos… Tú mejor que nadie lo sabe, pues en eso estás metido, de cabeza, ¿no?
–Sí. Nuestros presidentes se han entendido a las mil maravillas, y eso es una gran ventaja –dijo reflexivamente el teniente bieloruso.
–No te entusiasmes mucho Dimitri, ya sabes que a mi muy poco me gusta nuestro presidente, y déjame decirte que tampoco el de tu país me parece una pera en dulce. No hemos conversado sobre ese tema, que es por demás escabroso, para mí, casi vergonzoso, quizás por esas similitudes peculiares entre nuestros dos mandatarios, o entre nuestros dos sistemas comunistas, militares ¡bah!
–Sí, todo debe ser muy curioso para ustedes que han vivido antes en el capitalismo, ya ves que para nosotros ha sido más fácil mantener nuestro sistema y nuestras costumbres.
–Tampoco creas que me gusta el comunismo– Silvester fue muy categórico en su afirmación haciendo señales negativas con el índice de la mano derecha. –Sobre este asunto si que ya hablamos, lo suficiente, pero te repito amigo Dimitri, que en el fondo, posiblemente por ser tú un ruso, es la razón por la que la gente piensa que eres una especie de espía, y te repito francamente, eso a mi no me importa. Creo que nosotros somos, sencillamente, dos buenos amigos, casi de la misma tierra.
–Es muy cierto, mi estimado profesor y yo, yo entiendo a la gente. ¿Qué piensas tú Silvester sobre mi labor en este país? Yo soy un agente diplomático de Belarus, soy un comerciante, un funcionario de la Embajada de mi país en asuntos de negocios, el tema mío es el gas, y sin embargo, mira cuanto me gusta pasar aquí horas conversando contigo. Me gusta escribir sobre la historia, nuestra historia. Yo no soy un hombre que está en funciones políticas y menos de espionaje, ¿Quién puede imaginar una cosa así de loca?
–A mi me parece Dimitri, que sería increíble y ridículo considerarte como un espía. ¡En nuestros días! El espía que vino del frío, jajaja. Hemos conversado sobre tantos temas, ¿Qué tal la tragedia de Chernobyl? ¡Cuánto no analizamos ese triste accidente!, y te digo que, ¡nunca se me ocurrió pensar que estaba hablando con un espía! Además me dices que escribirás sobre el Holocausto…
–Si, es cierto y por el contrario profesor Silvester, no puedo ser un espía, porque vengo a hacer negocios limpios con el gobierno de este país, y te repito son negocios sobre petróleo y sobre el gas. Sabes que después de los convenios de marzo del 2010, todo fl uye sin problemas y por eso, como yo viajo a Cabimas y a Lagunillas, he tenido mucha suerte porque te he conocido y ahora aprovecho mis viajes de negocios y conversamos. Somos amigos.
El teniente Yakolev hizo una pausa para asir la tetera y servirse nuevamente en su taza. Después insistió mirando fijamente a su interlocutor.
–Pero, no te creas Silvester, yo si estoy bien informado, sobre las cosas de los espías. Te digo que yo si sé quienes están cumpliendo funciones de espionaje en este país. Recuerda que el petróleo tiene muchos amigos interesados… Son unos cuantos mi querido Silvester, son unos cuantos… Te puedo confi ar cosas de gran interés…
–¿Si?, supongo que puede ser, pero te digo que yo, ni idea tengo sobre asuntos de espionaje. Ya sabes que después de tantos años, poco me gustan esos embrollos internacionales…
–Pues para que vea mi estimado profesor Korzeniowski, en el negocio de los espías, hay muchos en este país. Existen miembros del Servicio de Inteligencia Chino, lo llaman el SIC, y están bien situados, también está el DGI cubano. Ellos están en este país desde hace años y son muy activos, están muy metidos en el gobierno y es muy cierto lo que dicen que controlan a los militares criollos. Esto no es ningún secreto. Silvester Korzeniowski lo interrumpió para decirle.
–Sí, eso que me cuentas es algo que aquí es “vox populi”, ha sido un proceso lento pero seguro. Bien planificado...
–Mira Silvester, los cubanos en esa actividad son más de diez mil agentes y están muy informados, bien entrenados, ellos dirigen y controlan a mucha gente en importantes instituciones. Son buenos. Son de la escuela rusa, de la vieja KGB. Nosotros que tenemos también muy buena escuela sabemos de estas cosas, investigamos todo, porque es importante para nosotros mismos, para nuestras conexiones comerciales.
Silvester se levantó de su silla no sin cierta dificultad y avanzó hasta el refrigerador para sacar del congelador una botella de vodka. Se volteó para decirle a su amigo.
–Es el momento propicio para abrir esta botella, creo que nos estaba, como esperando…
El teniente Yakolev hizo un gesto de aprobación y sonriente le preguntó.
–¿Cómo vamos a estar seguros nosotros que somos unos comerciantes sobre las personas con quienes vamos a negociar? Tenemos que informarnos. Tú que eres, judío, sabrás de negocios. Sin embargo, creo que no sabes sobre la presencia de agentes de la Inteligencia israelita en tu país. Les dicen los Kansas del Mossad y desde hace años, están para proteger las inversiones millonarias, del Estado de Israel especialmente las explotaciones mineras en los territorios de la Guayana.
Silvester parecía no haberle escuchado cuando abrió la botella y acercó un par de vasos hasta la pequeña mesa. Sirvió sin reparo el vodka y se sentó nuevamente. Pareció reflexionar un instante cuando le dijo.
–Por todas estas cosas es que me imagino yo que desde siempre, el gobierno y mucha gente ha dicho que la CIA también está en nuestro país. Antes siempre acusaban a cualquier disidente de ser de la CIA, esa era como una mala costumbre del gobierno, ahora les dicen burgueses, capitalistas, adecos, ¡que se yo! Yo creo que no es solo por la vecindad de Colombia y el plan de ayuda que le da el imperio norteamericano, no, lo de la CIA es también por lo de los convenios que este gobierno ha firmado con otros países. La CIA todo lo sabe… No es para menos, jeje.
–Ese comentario amigo Korzeniowski me da que pensar, ¿Qué me quieres decir con lo de los convenios y los otros países? Silvester sonrió apurando un trago de su vaso.
–No me mal interpretes Dimitri. Es algo de lógica. Los convenios con naciones que no son aliadas de los Estados Unidos deben provocar resquemores entre los gringos, y es lógico. Ahora parece que tenemos muchas conexiones con los árabes y con ustedes mismos, con los bielorusos y con los rusos. Sobre los iraníes también se ha hablado mucho, pero tú estarás más enterado que yo, puesto que ustedes están en el cuerpo diplomático. Cada vez más se dice que ellos andan detrás del uranio, es algo que hasta por la prensa se comenta y no es una cosa de ahora, ya desde hace varios años.¿Cierto?
El teniente Yokolev guardó silencio por un momento y pareció reflexionar mientras bebía un largo trago de vodka. Después se expresó cuidadosamente.
–Sí. Esas cosas también las sabemos nosotros. Sí Silvester, nosotros somos muy eficientes en esto de saber como van nuestros negocios. Sabemos de todos los agentes secretos que operan en Venezuela, y algunos son de cuidado. Los hay de naciones que ni te imaginas, los del BND de Alemania y los del DGSE de Francia. Agentes de naciones europeas que rastrean en Guayana la salida del uranio desde Venezuela hacia el Irán, hacia China, para Siria y a Rusia. Todos reportan sus informes, los reseñan y muchos se los pasan a los agentes de la CIA y a los británicos. Todos saben todo. El secreto está en no decir nada. Todos callados…
El profesor Korzeniowski le interrumpió.
–¡Pero me parece un exabrupto que eso ocurra en nuestras narices Dimitri, ¿y nadie hace nada? ¿Quieres decirme que estamos siendo analizados y aprovechados por gente de diferentes países sin que nosotros digamos nada? Y se habla tanto de la regaladora de nuestros bienes a otras naciones, pero esto me parece que es peor...
–Todo se debe, mi querido Silvester, al interés que este país tiene estratégicamente y es por el petróleo, algo que en abundancia todavía existe aquí debajo de la tierra. Hay agentes de los servicios de inteligencia canadienses, como M16, y hasta del Mukabarat jordano y todos ellos han confirmado la existencia de uranio en territorio venezolano, es un suelo muy rico el de este país, con uranio y bauxita y también con otros minerales utilizables para tecnología de guerra. Todos y en particular la CIA conocen los mapas y saben desde hace años, de donde salen y como salen los minerales. Ese conocimiento es muy instructivo y funciona hasta para los narconegocios. Los mayores depósitos de uranio están en la región Guayanesa. Hasta aquí cerca hay uranio, en lo que llaman en el Macizo de la Sierra de Perijá. Hace muchos años que están localizadas también las áreas del territorio Amazonas y en los llanos centrales. Alrededor de estas zonas circulan los guerrilleros y los
narcotraficantes.
El profesor Korzeniowski terminó de beberse el vodka de su vaso y pareció reflexionar para sí. Disgustado cuando habló, lo hizo en voz alta.
–Me parece increíble, como es que tú, un bieloruso, sabe, casi demasiado sobre la geografía de este país. ¡Carajo! Ya hasta comienzo a creer que bien puedes ser un espía. Lo que me lleva a pensar en que si ustedes están tan bien informados, el gobierno también lo estará… ¿y entonces? Habrá mucha gente que debe saber de todas esas vainas también, ¿por qué entonces será que no hacemos ni decimos nada? ¿Quiénes son los beneficiarios?
Dimitri sonreía cuando le respondió.
–¡Cálmate Silvester!, que es allí justamente donde nosotros creemos que podemos ayudarles. Nosotros si sabemos quienes están en ese asunto, y el país tiene que conocer quienes somos nosotros y como tratamos de darles apoyo. Definitivamente los bielorusos no estamos en el negocio del uranio. Nuestro interés es más cultural, de ayuda social y claro, siempre mejor sobre el tema del petróleo y del gas, pero lo del uranio, eso no. Eso es algo fuera de nuestra propuesta de colaboración. Fíjate cuanto se sabe, cuanto sé yo… Te cuento que la mayor extracción de uranio se produce en la parte occidental de un tepuy que está en la margen izquierda del curso del Río Urico, en el Estado Bolívar. Allí existe un gran campamento camufl ado, cerca de la base del tepuy está la base de operaciones de algunos chinos e iraníes. Ellos están protegidos  por equipos de la policía, del G2 cubano y de la guardia nacional. También existen milicianos extranjeros armados, especialmente gente de las FARC.   Para los envíos al exterior los iraníes usan la pista de aterrizaje del Pitón de
Uroy, en las márgenes del Río Chicanán. Fíjate que eso no es ningún secreto, yo lo sé y tanto así que te lo puedo comentar.
El profesor Korzeniowski, quien se notaba disgustado, se sirvió nuevamente el vaso y mirando a Dimitri con el ceño fruncido le preguntó.
–Tú que eres extranjero, ¿como conoces sobre todas estas vainas?, ¡me parece insólito! ¿No existe la posibilidad de que alguien escriba, publique o nos informe sobre esa especie de saqueo que le hacen a la nación? ¿Cómo cargan el uranio para sacarlo hacia afuera? Me imagino que es arena y piedras, no lo se, pero ¿como se lo llevan?…
Dimitri sonriendo nuevamente, movió la cabeza hacia los lados y tras beber un trago, trató de explicarle al profesor sus conocimientos sobre la estructura físico–química del uranio.
–La estructura del uranio, amigo Silvester, es afortunadamente muy poco radioactiva. Le dicen U–238. Estas cosas las conozco bien desde Chernobyl. Se necesita otra forma, un isótopo, más inestable, este es necesario para “enriquecer” el U–238. Eso lo hacen utilizando centrífugas especiales y al final con una tonelada de Uranio–235 usada en un reactor de agua ligera pueden llegar a producir la misma cantidad de energía que tres millones de toneladas de petróleo utilizado como combustible. ¿Qué te parece? Como verás, la importancia de estas riquezas naturales de tu país es muy grande y por eso ellas son apetecidas…
 


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