El año de la lepra
CAPITULO 2
Mi
nombre es Alejo Plumacher y estoy decidido a escribir. No tengo otra salida. Lo
voy a hacer. Es mi decisión. Tengo que atreverme. Comenzar, pareciera ser
siempre lo más difícil. No es que yo nunca haya querido ser escritor, he escrito,
sí. No soy escribidor de oficio pero he creado poemas y algunos relatos. De
hecho, soy un hombre que ha convivido con las letras. He estudiado literatura,
he sido profesor de la misma durante varios años, pero en mi situación actual,
esto es diferente. Me veo en la imperiosa necesidad de poner por escrito
ciertos hechos que involucran mi historia personal, y se que el hablar conlleva riesgos,
pero callar sería imperdonable. No lograría aplacar la voz de mi conciencia…
Me preocupa que hayamos llegado a esto y me arrepiento a diario por
no haber percibido a tiempo las implicaciones que habría de tener todo
lo ocurrido en nuestras vidas. Realmente en un par de semanas los hechos
lograron avasallarnos. ¡Ah! Si fuese yo un Ednodio, quien sabe si arrancaría
a escribirlo todo desde mi propia infancia, y aunque no podría decir
“Yo nací en un lugar agreste de la alta montaña”, ciertamente, pues
no me crié en parajes montañosos, tal vez me presentaría como un hombre
de tierras llanas y calientes con un lago grande abierto hacia el Mar
Caribe. Sé que no tengo esa capacidad de inventiva, y acepto que esta
es una situación particular. Al sentarme ante la hoja en blanco y escribir
cosas que no me creerán, aspiro tan solo a que mi relato sea percibido como
una ficción. Obligado estoy y en esta disyuntiva, temo que se me pueda acabar
el tiempo. Hay una cierta urgencia y se que debo comenzar más pronto que tarde.
Podría hacerlo desde épocas felices, o puede que convenga más hacerlo a partir
de mi desgracia… Un hecho cierto, es que necesito buscar las palabras
apropiadas. Se ha dicho que la frase inicial, cuando uno escribe un relato, es
crucial. Algunas veces puede encerrar una clave, pero son tantas las ideas de
cómo hacerlo que se me revuelven y al final no se me resuelven. ¿Cómo comenzar?
Escribir toda la historia es apremiante, pero son varias las situaciones y debo
buscar la forma de ordenarlas. Tengo que organizar mis ideas, para luego
expresarlas, por escrito. Decir algo que finalmente desvele la verdad,
pero ¿desde cuando?, y luego, ¿cómo?...
El
31 de diciembre del año 2011, ya tras los sucesos cruciales, acepté la realidad
de los hechos y decidí que era necesario poner por escrito todo cuanto había
acontecido. Se me ocurrió entonces la idea de crear una historia dentro de otra
historia, algo así como escribir mientras uno parece estar como el perro que se
muerde la cola. Pensé que quizás esta técnica me pudiese ofrecer mejores
dividendos que el llamado “sistema confesional”. Este podría lograrlo
incorporando una correspondencia, como lo hizo Fuentes en “La silla del Águila”,
¿como olvidar el diario de la obsesionada Alina Reyes de Cortazar en “Lejana”?,
o más sencillo, puedo intercalar trozos del diario de mi Ruth como algo
inocente, cual si lo hubiese escrito María Eugenia Alonso, o como lo hiciera Laura,
en “Solitaria Solidaria”, a dos tiempos… Seriamente hablando,
si
acepto que hay un asunto peliagudo de fondo, y habida cuenta de que éste es
insoslayable, pienso que cuando se trata de personajes conocidos, la
situación puede complicarse. Seguramente se facilitaría todo con aquello de “las
máscaras”. Muchos personajes han vivido sus momentos en la historia, los
padecieron, y uno podría intentar escribir sobre sus vidas como si fuese un
biógrafo, ¿qué tal un Stefan Zweig? Quizás como lo hizo Sergio Ramírez en “Sombras
nada más”, e ir de atrás hacia adelante para desarrollar los acontecimientos en
una secuencia prevista. Es posible que más interesante resulte si uno tratase
de resolver las cosas a la inversa, es decir, aún con personajes reales, el
desarrollo de una trama que se iniciaría desde el desenlace, en un clímax, y uno puede devolverse, o regresar a
un pasado histórico trascendental. Son variables, evidentemente. El mismo
Sergio Ramírez lo hizo en “Una y mil muertes”. Pero debo aceptarlo. No soy un
escritor y por ello, para mi este asunto no resulta tan simple. Mi situación es
diferente. Debo escribir sobre algo acontecido tan solo en unos días, una
semana a lo sumo y a la vez exponer el trasfondo de una crítica situación que siendo
casi crónica, prácticamente hizo eclosión. Hasta cierto punto, podría
darle un horario, o un fechado en retrospectiva, o usar notas al margen
de lo escrito. Narrar los hechos como acontecieron, sería revivir la
realidad y no es la idea, puesto que hay muchas facetas en esta compleja
situación.
Por eso tal vez, insisto en que usar historias dentro de otras historias nunca
ha sido una mala táctica. También Ednodio lo hizo magistralmente en “Mariana y
Los Comanches”. El asunto es entrarle al tema, y está claro que debo intentarlo
sin temores. Insistir en la búsqueda del modo y del tono y de la mejor manera
de decir las cosas sin que sean concretas para que se puedan mostrar
difuminadas las crudas verdades. No puedo ser tan claro, ni tan preciso puesto
que todo ha de presentarse como una novela, aunque la verdadera historia, la
nuestra siendo única, sin duda podría habitar dentro de otras historias.
Cohabitar… Eso me gusta. Pudiera hacer como Auster en “El Oráculo de la Noche” con unos cuadernos
garrapateados y llegar a crearles pie de páginas, e ir sobre diversos temas, y
relatarlos cual si yo fuese un prisionero. Todavía no me enjaulan, pero puedo
simular ser un relator cautivo, y hacerme la ilusión de que me escucharán, como
quien narra una película,
como si quisiera detallársela a otro preso, cual Puig y su mujer araña. Sería
interesante, sí. Volviendo a lo de la historia dentro de la historia, siento
que este será para mí un trabajo arduo, donde ciertos factores individuales
influirán sin duda en lo que escriba. Tal vez mí autoestima, o mis conflictos
personales puedan entorpecer el flujo de las ideas, pero estos sentimientos
encontrados presiento que sean los que habrán de llevar el hilo conductor para
que al final todo pueda saberse… Además, si tengo que moverme entre el pasado y
el presente, el diario de mi mujer, me ayudará a regresar, a dar una vuelta
atrás para reencontrarme con la vida. Las “historias” de Ruth aunque sinceras, pueden
parecer como producto de su imaginación más que una relación de su propia vida.
¿Como hacerle para que no parezcan reales y suene todo este asunto cual si fuese
ficción, como si se tratase verdaderamente de una novela? La idea del fechado,
podría ayudar como para orientarse, casi una muleta, y uno va escribiendo, y si
se puede apoyar con
los trozos del diario, así sería mejor, tal vez. Al fi nal, puede que haga desaparecer
todo el fechado y los horarios para que la lectura esté sujeta tan
solo a lo que el lector decida. La refl exión es válida y hay recursos, sí.
Quién sabe si valdrá la pena. Atreverse a intentarlo. Atreverme. Creo que
cuando uno se decide y comienza a escribir, sencillamente, escribe. Lo
menos que se le puede pedir a un escritor es que escriba bien, decía nuestro
Oswaldo Trejo. Pero a veces me he preguntado, ¿por qué nos ocurrieron
tantas cosas? Siempre al pensar en el azar, recuerdo a Conrad,
y
no es por lo marinero del escritor polaco, mas bien creo es por aquella su
única novela protagonizada por un personaje femenino, “Azar”. ¡Oh mi Ruth! No
se me va tu imagen de mi mente. ¿Es que acaso las cosas suceden por azar? En
las novelas, puede que si… ¿Suceden realmente?, o se inventan… Como los sueños
y el portazo revienta y el disparo en el sueño es simultáneo sin que sea fácil
entender como llegamos hasta allá. En la vida de cada quien, puede conjugarse
una sumatoria de factores, mas creo que siempre habrá que considerar el azar.
Para entendernos mejor, como quien hace un ejercicio, deberé concretar
situaciones específicas… Supongamos una novela como “El halcón Maltés”, diría yo que seguramente
por culpa de Bogart, Dashiel Hammett
para muchos parecerá un escritor más cinematográfico que policial,
y es que el cine, como sucede con la música, en general con todo
lo leído y lo vivido, pueden ser importantes causales de ese supuesto azar
de las novelas… Que puedo decir si siempre que pienso en el inspector
Maigret de Georges Simenon es el actor Jean Gabin quien viene
a mi mente. Evidentemente, muchos productos de la imaginación quedan
plasmados en borradores que no se concretan y otros van a terminar en el cesto
de la basura. Este crear y destruir se da de manera permanente,
persistentemente, con verdades y mentiras, y todos esos papeles, los borradores
de quien escribe, pienso yo que deberían ser sagrados.
Lo
que existe en la mente al plasmar las ideas en letras se transforma en
documentos que tan solo deberían poder ser transgredidos por su creador. Las letras así
concebidas, deben ser una especie de santuario
inviolable.
Tan sacrosanto como la correspondencia personal,
como
las páginas de un diario que se ha escrito en días de dicha o de profunda tristeza. Digo esto quizás
para excusar mi decisión de utilizar
el
diario de mi mujer para darle cuerpo a lo escrito. ¿Habré de utilizar su intimidad para ayudarme en el
relato o será más bien para acallar mi
conciencia?
La palabra escrita tiene el poder de matar, y esta reflexión viene a propósito del escritor que
se culpaba por la muerte de una hija
fallecida,
tal y como él lo describiera para el personaje de una novela previa.
Si yo me atrevo a utilizar el diario de mi mujer, lo haré para tratar de
explicar mis contradicciones y mis dudas. Pienso que ante los hechos, y
como los mismos estarán relatados, no debería temer. Dicen que el miedo es
libre… Vivimos el presente, pero el futuro estará siempre con nosotros pues
lo podemos torcer. El pasado, regresa, y para muchos, ya hace tiempo que
desapareció. ¿El futuro?, algunas veces conocemos las cosas antes de que estás
ocurran y se dan aunque no queramos. Tal vez esto tenga que ver con la
intuición, o con aquello de que la historia es cíclica y repetitiva. Los
retazos del diario de Ruth y los breves comentarios míos han sido escritos
precisamente para complementar la historia de un médico del siglo XIX, su vida
apasionada por la investigación, un soñador en la búsqueda de una
cura
para la lepra, quien dejó su casa y su familia por su propia voluntad para
irse a trabajar en una isla en medio de un río hasta encontrarse con la muerte
fuera de su terruño.
***
Ciertamente
había sido una epifanía la revelación que tuvo el presbítero Omar
Yagüe Oliva un mediodía soleado del mes de abril cuando desde
los Puertos de Altagracia, viajó hasta la isla de los leprosos. Omar
ya
estaba enterado de la resolución ministerial que establecía desde el año
1947 la dispersión ambulatoria de los enfermos del mal de Hansen. Él
había leído sobre el tema y examinado en detalle sus aspectos jurídicos,
y aunque pareciera un disparate, la incumplida resolución decretada desde
tantos años antes, implicaba la disolución de los establecimientos dedicados a
confinar en espacios estancos a los enfermos de lepra.
Cuando
descendió a tierra desde una barquilla con motor fuera de borda,
contempló admirado las edificaciones del conjunto hospitalario con
sus paredes encaladas brillando bajo el inclemente sol del mediodía. Caminó
siguiendo un sendero limitado por flores de berberías e ixoras que
alternaban con multicolores lanceolados crotos, y como había pedido que
lo llevasen primero a la iglesia, se detuvo un momento para contemplar
los cocoteros que hundían sus raíces en el lago y se erguían entre
las movedizas hojas de retorcidos uveros. A lo lejos, tras palmeras y
matas de uvas playeras, brillaba refulgente la “ciudad de fuego”. Soplaba
una brisa fresca que parecía acariciar la superficie iridiscente de
las aguas del lago Coquivacoa salpicándola con destellos plateados. Cuando
escuchó el trinar de unos turpiales desde el follaje denso de mangos
y de nísperos, Omar pensó que aquella era una isla de fantasía y
sin saber porqué, aquel día, iniciándose la década de los ochenta, el presbítero
Yagüe Oliva, vislumbró lo que habría de ser la razón de su vida
en los treinta años venideros. Estaba consciente de que en minutos estaría
enfrentándose a los desafortunados pacientes del mal de Hansen y
aceptaba que si bien el horror de aquel mal bíblico era insoslayable, la belleza
del paisaje hizo eclosión en su mente concretando la idea precisa de
que cuanto antes pudiesen abandonar los enfermos aquella hermosa isla,
mejor sería, para todos y en particular para él mismo. Los vecinos y
feligreses de El Jobo y parte de La Macandona que circunvalaban su
parroquia, serían los primeros en salir favorecidos con su brillante idea.
Los resultados de su proyecto salvarían su imprenta, vendrían a consolidar
la emisora de radio y apuntalarían el dispensario. Crecería sin
duda alguna su prestigio como un cura de avanzada y entre todos, él y
la Iglesia,
con los comerciantes y empresarios de su ciudad, tendrían como
norte el progreso de su querida región. Entre todos, él sería el adalid
y llevaría a feliz término su proyecto. En los meses siguientes, movió
cielo y tierra, conversó con personeros del gobierno nacional, estadal, municipal,
y se apersonó en el Ministerio de Sanidad indagando cómo
y porqué se incumplían las leyes y no se ejecutaba aquel decreto vigente
desde el año 1947. Personalmente visitó varios “asilos” y “casas de
salud” en su afán por lograr plazas donde ubicar a los pacientes que estuviesen
discapacitados. También indagó sobre el paradero de familiares de
muchos enfermos y durante casi un año estuvo revolviendo papeles
en una especie de censo hasta que luego de varios años de trabajo, logró
tener la situación, a su entender, bastante controlada. Entonces hizo
contacto con autoridades del Ministerio de Obras Públicas para
poner en movimiento los engranajes que habrían de mover las maquinarias
pesadas y las cuadrillas de obreros que se encargarían de la
misión definitiva. El final de estas gestiones habría de consolidarse el
año 1985. En barcazas y gabarras llegarían hasta la isla los hombres que
iban a derruir hasta no dejar piedra sobre piedra de todo cuanto antes
fuera el leprocomio y sus instalaciones, incluyendo la estación de policía,
el cine, la iglesia y el cementerio cuyas vetustas tumbas con sus cruces
y precarios monumentos fueron removidos y arada la tierra hasta solo
quedar cual humus, una capa superficial de escombros y detritus sobre
la que comenzaría presta a reptar la maleza. Los planes de Omar iniciaron
entonces su marcha formal, viento en popa y la futura ciudad infantil
pareció calar paulatinamente en el espíritu emprendedor de los comerciantes
de la “ciudad de fuego”. Algunos de ellos se interesaron en
futuros ingresos al ver los planos y dibujos que le daban cuerpo a la
promoción del presbítero y muchos de ellos estaban ya calculando cual
iba a ser el valor de las acciones que representarían la titularidad de aquella
empresa. El paraíso infantil contaría con un sistema de traslado de
ida y vuelta desde la “ciudad de fuego” en lanchas con piso y paredes de
“plexiglas transparente” para los niños que quisieran asistir al gigantesco
parque
de diversiones. La otra parte del proyecto lo constituía un orfanato
para los hijos de madres de la etnia wayúu quienes crecerían en
la isla para ser entrenados en talleres y escuelas técnicas que harían
de
ellos ciudadanos útiles a la patria. Fue en un domingo caluroso, cuando
la opinión del doctor Arístides Sarmiento, expresada brevemente en
un diario de circulación local, pareció querer quebrar los sueños
de
Omar Yagüe Oliva. Arístides era un científico, médico y profesor universitario
ya jubilado, que había estado involucrado en investigaciones sobre
la lepra iniciadas en el lazareto de la isla del lago Coquivacoa
y
sus declaraciones cayeron como un rayo directamente sobre el entusiasta
presbítero. Absurdo, irresponsable, inconsulto, disparatado, cruel
y muy peligroso, fueron algunos de los adjetivos calificativos que el
profesor Sarmiento, públicamente le endilgara al proyecto de la isla de
la fantasía. Enfurecido, acudió Yagüe a las oficinas del Diario del Occidente.
Nunca había podido olvidar la diatriba pública establecida por
él mismo contra el profesor Sarmiento ya vivida varios años antes a propósito
de un artículo de divulgación, en el cual Arístides iba desde Adán
y Eva hasta el Big Bang y revolvía el ADN de los habitantes de la
ciudad de Maracaibo. El artículo en la prensa, según Yagüe, había sido
escrito irrespetando la teoría de la evolución y otros dogmas de fe
sin consideraciones para el pueblo católico de su querida ciudad. La respuesta
del presbítero por el mismo diario fue la comidilla de algunos círculos
intelectuales de la “ciudad de fuego” durante un par de semanas sin
que el doctor Sarmiento se diese por enterado. Nuevamente, Omar con
el tema de la isla en la palestra, sentía estar enfrentándose al viejo profesor
quien en esta oportunidad lo acusaba casi de orate por ser el padre
de tan genial propuesta. ¿Cómo imaginar una ciudad de niños
donde
durante varios siglos habían habitado tan solo enfermos de lepra? El
presbítero Yagüe de lo más molesto se acercó hasta las oficinas del Centro
de Investigación para la Enfermedades Tropicales (CIET) en la ciudad
universitaria y Arístides Sarmiento le recibió en su despacho. Tras
explicarle sus argumentos, que eran fundamentalmente científicos, pasó
a informarle los motivos por los que se veía obligado a rechazar
su
proyecto. La resuelta postura del presbítero y su negativa a escuchar las
razones esgrimidas por el doctor Sarmiento, llevaron al profesor a ser
más enfático. Llegó a decirle que de ser necesario lo llevaría hasta
demandarlo
y meterlo preso si continuaba insistiendo en promover el proyecto
de la ínsula fantástica. Después de aquel segundo incidente, Omar
pareció calmarse y no había vuelto a hablar del asunto. Así, en
silencio
transcurrieron varios años, muchos posiblemente, mientras la isla
desolada se sumía en el olvido.
***
Estaréis,
Víctor Pitaluga, revolviéndote en tu cama. Vos seguramente quisieras
descansar y sentirte arrullado por el zumbido del aire acondicionado,
pero de momento no lográis conciliar el sueño, y mientras pensáis y repensáis
en la necesidad de ir nuevamente hasta la isla y aclarar si cuanto
habéis
escuchado es cierto, regresáis entonces a la imagen de Ruth, siempre ella,
allí, en una nebulosa, sonriéndote, tal vez insinuante, ella quien cada vez
más se adherirá a tus pensamientos hasta hacerte creer otra vez que de repente
y tal, vos mismo, casi hasta podéis creer estar comenzando de nuevo a
sentirte esperanzado...
Iremos
a la isla, creo que no nos queda otra opción, quién sabe si resultará de algún
provecho, siento que allí he de hallar alguna respuesta, se escuchan tantas
cosas, cuando el río suena, piedras trae, o lleva, seguramente, ir será lo
mejor, mañana lo intentaremos, será, es probable, isla de los leprosos, porción
de tierra rodeada de agua por todas partes, definición de isla, menos por una,
¡claro está!, es por arriba, una vez fuimos estudiantes, chistosos, ¿remembranzas
tal vez?, una isla en la corriente, ¿de algún río?, del Esequibo y el Mazaruni,
¿allá en Guyana?, ¿del río San Juan?, el del Perú, o ¿nuestra isla con la “ciudad
de fuego” al frente?, en la corriente que sube al norte bajo el puente, que
baja al sur, centro del lago, no es un juego, pleamar de luna, acaso brillando,
cabrilleando en las ondas, y la pienso cual si fuese una isla flotante,
Solentiname sin volcanes lejanos, es la nuestra una isla desgarrada, de
historias tristes, y además sin poetas, ¿en el lago de los poetas?, precisamente…
¡Ay!, tal vez hay por aquí mucho hidepueta, ¿será la de Platón?,
él allá admirando las columnas de Heracles, ¿una isla como la de
Morel?, una sin fugitivos, sin fantasmas inventados, mas bien, ¿será la
otra isla?, ¿la de Suniaga?, ¿quizá la del doctor Moreau?, para experimentar
con
animales, Dasypus sabanicolas, ¿sus humanoides?, para nosotros
está a la vista, cruzar el puente y está más cerca, una isla como en
el río San Juan, sin un motociclista, la isla de Gael protagonista, cruzando
el río, a nado, y los leprosos a la espera, él acezante, ellos en la ribera,
río de corriente amazónica, meandros en la selva peruana, el Ché Gael
y el leprocomio infecto, selva de Pantaleón, albergando leprosos a
montón, sin visitadoras, tan solo él, queriendo cumplir con su deber, soñando
con lograr alguna curación, joven Guevara Lynch, Gael ahora, asmático,
y su amigo Granados, que no es el César bólido de la tele, éste Granados
irá a tener a cabo Blanco, irá a parar, a tener dicen algunos en
Caracas, a dar al leprocomio guaireño, el de Jacinto, con grandes piedras
blancas, cual fortaleza frente al mar, obligado estoy a recordar, Miranda
en la Carraca,
fuera sido es por allá lo que es hubiera por aquí, ¿mejor
hubiese?, juegos gramaticales, resabios infantiles, aprendidos de la
madre mía, la gran educadora, fina maestra de gramática, y para mí, especie
de manía, viene y se va, ella sola, maña o reflejo, en esto quizás me
pueda parecer a Alejo, ¡que Dios me ampare!, ya se lo he dicho a Ruth,
todo es cuestión de cómo vea las cosas, cierta objetividad, nada es
casual todo es causal, es como si aquí nos diera por denominarles los cusucos,
en Panamá así les dicen, igual en Costa Rica, les conocemos como
los sabanícolas, son como los conejos, cachicamos escavadores,
Dasypus,
raíz griega, animalitos acorazados, son ellos quienes albergan los
bacilos, puede que los trasmitan, se dio la gran sorpresa, súbitamente, mis
cachicamos se brotaron, es un secreto, hace ya muchos meses,
¡no
puede haber dasypus leoninos!, separamos las cepas, no era posible, sabemos
que no se pueden cultivar, Silvester el gran maestro, presto lo decidió,
¡inoculemos pues!, presentimos que les bastaba un solo inóculo, por
otra parte preparados estábamos, organizamos tremendo bioterio, Ruth
tuvo mucho que ver en ese asunto, ¡ah mi querida Ruth!, tan dedicada,
ruda labor, hasta llegar a estar seguros, habrían de parir en
cautiverio,
nacen cuatro de cada madre y una sola placenta, pequeñines con los ojos
abiertos, la carcasa es blandita, inolvidable la emoción de Ruth, ¡encantadora,
mi querida doctora!, ha sido todo un éxito, la poliembrionia, así la llaman, solo en ellos se ve, sin duda es un
misterio, ya hemos inoculado varias madres, las tenemos a todas preparadas,
parirán con los bacilos que han mutado, gestación de seis meses, grandes expectativas,
en muchas madres tan solo dos semanas nos faltan, rayos ultravioleta del astro
rey, calor de arenas, animalitos a pleno sol, bien lo sabíamos, en la
temperatura parece resolverse la charada, es la parte importante, he allí la
clave, tal vez unos dasypus leoninos, nacerán repletos de bacilos, las madres
mientras vivan refrigeradas, nos consta que sobrevivirán, ya conocemos por
donde van los tiros, pero está lo otro, la isla de Providencia, cosas que
dicen, para todos nosotros creo se aclararán, isla de Lázaros, como la Kaow del Esequibo, Ruth
cerniendo arena bajo el sol, frente a Bartica, allí estuvimos, también en
nuestra isla, ya hace unos años, buscar arenas, arduo trabajo, vana ilusión,
¿quién sabe?, puede que las arenas y el calor sumados, “ciudad de fuego” refulgente,
en la temperatura está la cosa, conocemos que pasa en la cubierta celular de las
bacterias, esos cambios ocurren en la superficie, son los residuos de manosa,
la arabinosa terminal, lo comprobamos, lo hemos hallado, está condicionado por
sus genes, sin menospreciar lo otro, la cuadriga del sol, es evidente, las
corinebacterias han mutado, y cernimos arenas en la isla de Beauperthuy, y
buscamos arenas en volcanes de Nicaragua, nada que ver, todo estaba en los
genes, es como un cuento, una novela, puede escribir Alejo su novela sobre la
isla Kaow, hace años que está en eso, el pobre Alejo, un cuesta abajo sin
retorno, una miseria humana, puede que yo también me hubiese echado al
abandono, ¿cómo saberlo?, Alejo, tantos padecimientos, y todo por pendejo, las
tristes consecuencias de lo que fuera un absurdo ruleteo, un escritor taxista,
¡quien habrá visto cosa igual!, ¿me habría vuelto un borracho?, ¿lo sería?,
podría, pudiera ser, yo no lo creo, pero ¿y Ruth?, no debo ser tan pesimista,
ella tal vez, está llegando al tope, no la entiendo, ella persiste y yo no se
como logra seguirlo soportando, alentándolo, cuidándolo, ¿queriéndolo?, ¿y qué
de nuestra isla?, la de Los Mártires, la del leprosario que fundó El Libertador,
aplastada, arrasada, flota ante la “ciudad de fuego”, refulgente, que reluce
con ígneo resplandor, no así Bartica, opaca y gris la vimos, la Demerara, lluvioso pueblo
de pescadores, no obstante, desde su orilla, remaba Beauperthuy en su canoa,
zarpaba a diario, esperanzado, decidido a curar a sus leprosos, los
elefantiásicos, los hombres leoninos, él les ungía con emplastos oleosos. Han
pasado los años, un centenar, y ante nosotros, está ahora la isla, siento que
nos espera, debemos resolver esta quimera, absurdo chisme, un juego pareciera,
tal vez pleno de historias falsas, o de medias verdades, de espantosas
mentiras, yo convencido estoy, saltaremos sobre todas las expectativas,
desvelaremos el enigma, espero logremos hallar las evidencias, en medio de la
noche, penetraremos este misterio arcano, acaso haya gato encerrado, minino o
fiera, lo sacaremos de la isla, divina providencia, ingresaremos todos en
penumbras, nos moveremos sigilosos, ese es el plan, muy pronto, y luego, en
cuanto paran nuestros sabanícolas, podremos ofrecerle al mundo la noticia, los
de las nueve bandas, ¡tremenda carambola!, va a ser como en un juego de billar,
las novecinctus, han de parir hijos brotados, cachicamos enfermos en útero
materno, con bacilos mutados, habremos de tener mucho cuidado, ser discretos,
tenemos que guardar nuestro secreto, el gran Korzeniowski lleva las riendas, es
imposible que la información se haya filtrado, ¿quien puede imaginar lo que
sucede?, el sol, la mutación, los genes, quien sabe si por algún resquicio,
¿pudiese ser posible?, hemos protegido nuestro experimento hasta donde cabe, pero
siempre hay hendijas, no existen evidencias, pero nunca se sabe…
***
A
mediados de marzo del año 2010, Dimitri Yakolev había llegado por
primera vez a Caracas. Él era simplemente, un ruso, y como funcionario importante,
fue muy bien tratado por las autoridades aduanales ya que no solamente poseía
pasaporte diplomático, sino también debido a la reciente visita del presidente
Lukashenko al país, él era un beneficiario de los estrechos nexos creados entre
el gobierno de Belarus y el país caribeño del petróleo. En su habitación del
hotel Eurobuilding, Dimitri sostenía una polémica discusión con Nicolai
Martinovic y con Germán Pinilla. Estos hombres habían sido seleccionados por la Embajada de su país para
una misión muy precisa, y su desempeño, obligaba a al teniente Yakolev a
insistir en que, al menos el gordo Pinilla,
no había entendido cuales eran sus requerimientos. Ciertamente, el
serbio Martinovic era un agente de la entera confianza del Embajador, pero al
estar ante los dos, Dimitri señalaba enfurecido como la incompetencia de ambos
le parecía insoportable. Las instrucciones del Primer Ministro del gobierno
bieloruso en el país americano, habían sido impartidas varios meses antes del
arribo de Yakolev, pero para Dimitri era evidente que aquel par de idiotas no estaban
listos para presentarle los resultados que él esperaba. ¡Son razones
de Estado! Esto les recalcaba Dimitri, mientras los miraba enfurecido.
Todos estaban de pie y muy tensos en su habitación del hotel Eurobuilding,
ellos murmurando excusas, él con un vaso de vodka Smirnoff en la mano izquierda
en tanto que les apuntaba con el índice de su derecha amenazante.
–Si
no son capaces de traerme en un par de días la información que
les he solicitado, van a saber de mí…
Con
esta frase les despidió y tras un portazo se sentó en un sillón, tomó su
ordenador portatil, lo abrió y pulsó el botón de Enter. En el momento de la
espera, terminó de beberse el vaso de vodka. Dimitri Yakolev había solicitado
ante la KGB
bielorusa información detallada sobre algunas personas que laboraban en un par
de laboratorios que estudiaban la lepra en el país caribeño. Con sus conexiones
internacionales, deseaba conocer a fondo en particular lo relativo a la certificación
de la vacuna por los organismos de la Salud Mundial, pues parecían existir algunas
dudas en lo concerniente a su actividad protectora. Por otra parte, esperaba
Dimitri esclarecer todas las actividades de Silvester Korzeniowski en el
occidente del país. Al eficiente teniente bieloruso le parecía insólito que el
par de agentes seleccionados por el Primer
Ministro meses atrás, se hubiesen quedado regodeándose en la capital,
¿quién sabe con cuantas mujeres?, seguramente distrayéndose en
esas y otras cosas, sin entregarle a su regreso el dossier de excelencia que
él esperaba. Tampoco habían logrado ningún dato preciso sobre los investigadores
del profesor Sarmiento quienes trabajaban en la llamada “ciudad
de fuego”, asunto éste que aún tenía para Dimitri varias preguntas
sin
respuesta. A él le interesaba en particular hacer contacto con Korzeniowski
el microbiólogo judeopolaco. El desconocimiento de los detalles
solicitados sobre el curso de los experimentos que se hacían en los
laboratorios creados en La
Cañada de Urdaneta, le pareció que era una excusa estúpida y
por ello Dimitri enfurecido no quiso escuchar nada más cuando les amenazó.
–Sin
papeles, les gritó, –no acepto ningún comentario, lo quiero todo
por escrito, esta misma semana.
Él
había leído durante el par de meses cuando estuvo de regreso en su patria,
algunos informes llegados desde Centroamérica sobre ciertos experimentos que
modificaban el efecto de la vacuna utilizando arenas volcánicas. Costa Rica y
Nicaragua, países con volcanes ya habían sido objeto de un examen detallado y
Yakolev sabía sobre una serie de hallazgos terapéuticos que parecían conectar
una enfermedad parasitaria, la
Lehismaniasis cutánea, con la lepra. Pero sobre este tema
tampoco poseía toda la información requerida. En realidad, no tenía ningún dato
preciso, sobre arenas, ni sobre parásitos, ni cambios en la efectividad del BCG
en los pacientes tratados, ni sobre la supuesta cría de cachicamos en el
Laboratorio de La Cañada
de Urdaneta. El Primer Ministro bieloruso en Caracas ignoraba absolutamente la
razón del porqué Dimitri Yakolev estaba interesado sobre todos estos aspectos
de tipo médico. Al enterarse de que colateralmente a sus gestiones en el área
de petróleo y gas, el teniente Yakolev resultaba ser un experto en el tema de
la lepra, le pareció una situación curiosa, pero no fue más allá. En realidad
el Ministro ni se imaginaba cuanto y como había logrado
Dimitri Yakolev averiguar sobre la vida de gentes que nunca antes había
conocido y que investigaban en el país caribeño sobre el mal de Hansen. No
sospecharía jamás el Ministro cuanto sabía Dimitri acerca de muchas otras cosas
que sin duda le sonarían disparatadas. Esto pensó para sí, el propio Dimitri,
sonriendo por primera vez en la tarde. Ya había averiguado detalles absurdos
sobre un cura que tenía convenios con empresas iraníes para crear laboratorios
de investigación en una isla en el lago Coquivacoa, donde antes había un
leprosario. Rumores le habían llegado coincidentes entre las actividades
encubiertas de compañías farmacéuticas iraníes en la isla del leprocomio y una
probable conexión sobre las necesidades de plutonio del país del presidente
Ahmadinejad. Dimitri sabía que de momento, gracias al llamado “proceso
revolucionario”, las relaciones iraníes con el país petrolero caribeño se
estrechaban casi tanto como las bielorusas, por ello le preocupaba un tanto
enterarse sobre secretos convenios que podrían estar relacionados con la
necesidad de algunos países árabes de obtener material para preparar ojivas
nucleares. Con estos y otros puntos aún sin resolver, el teniente Yakolev algo sabía
con toda certeza. Tanto en la capital como en el occidente del país se
trabajaba haciendo investigación sobre la lepra, y ese asunto, a él le interesaba
sobremanera, especialmente para llevar adelante un proyecto que arrastraba en
su mente desde una fortuita estadía en Pakistán hacía ya bastante más de dos
décadas. Dimitri presentía que la necesidad de conocer todas las conexiones
colaterales que parecían fl orecer alrededor del tema de la investigación sobre
el mal de Hansen era un preludio, y percibía como se acercaba la consolidación
de su proyecto. Sus agentes evidentemente no le habían respondido, y le sacaba de
quicio pensar en que fuese precisamente el recomendado experto serbio Nicolai
Martinovic quien en esta ocasión le había fallado. En cuanto al gordo Pinilla, no
veía la hora de patearle el trasero.
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