jueves, 27 de febrero de 2014

EL AÑO DE LA LEPRA ( novela )



El año de la lepra
Colección de narrativa Salvador Garmendia

El año de la lepra
 Jorge García Tamayo, 2011
1era edición, 2011 Colección de Narrativa Salvador Garmendia
De esta edición Ediciones El otro, el mismo Editor Víctor Bravo
Ediciones El otro, el mismo edicioneselotro@gmail.com
Hecho el Depósito de Ley:
Depósito Legal: F89220118002861
ISBN: 978-980-6523-85-2
Imagen de portada Francisco de Goya. Brujos en el aire, 1797-1798. Óleo sobre lienzo, 43,5 x 31,5 cm. Madrid, Museo del Prado. Diseño y diagramación
José Gregorio Vásquez Impresión Talleres Gráficos UniversitariosMérida, Venezuela  Impreso en Venezuela


Epígrafe
Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Jorge Luís Borges “Everness”


Nota:
Aunque por esta narración circulen numerosos personajes reales, de esos que
existen, o que han existido y algunos de ellos hasta han hecho historia, lo
que se describe a continuación, conviene catalogarlo como una novela y por
lo tanto, en su mayor parte pertenece al territorio de la ficción.


Al releer el texto de lo aquí escrito, debo aclarar que no soy solo yo el autor de este farragoso manuscrito. Están incluidos retazos del diario de la mujer de Alejo, también parte de lo que, como él dice, ha “garrapateado” en sus cuadernos. Igualmente he utilizado la trascripciónde algunas grabaciones suyas en cintas magnetofónicas, y varias resmas de papel escritas de su puño y letra. Presiento que todo esto puede ser interpretado como una novela y como tal, podría parecer una obra disparatada, plena de episodios inverosímiles, fácilmente aceptada como producto de una calenturienta imaginación.
Debo señalar que estoy fuera de mi país por motivos ajenos a mi voluntad, y no temo represalias, aunque tampoco hay acusación formal alguna que pese sobre mí. Lo mismo puedo decir sobre Alejo. Quizás
apoyándome en esto, he aceptado trabajar en su extenso manuscrito convencido de que necesitamos relatar lo que vivimos, aunque parezca pertenecer al territorio de la ficción. Así pues, no tuvimos otro remedio y ambos nos lanzamos al ruedo literario en una lidia al alimón.
Durante meses me he dedicado por entero a organizar sus notas y las mías, siempre tratando de ordenar en mi mente una secuencia que pueda parecer lógica. Me he esforzado por mirar los hechos desde afuera,
desapasionadamente y sin querer interferir opinando como un ser omnisciente. Serán vidas ajenas las que desnudaremos y algunos de los personajes, puede que todavía corran peligro. Estoy convencido de que
ha sido una decisión acertada mantenernos en lo que llaman ahora, un bajo perfil. Al final si logramos que nos lean, será un triunfo, y vivo con la ilusión de que tendremos suerte y podremos disfrutar de la receptividad de los lectores.
  1. Sarmiento
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CAPITULO   1

Viernes 3 de septiembre de 1871; 6.00 am

El doctor Luís Daniel Beauperthuy dormía intranquilo en su hamaca cuando creyó despertar sintiendo una trepidación y un fuerte dolor dentro de su cráneo. Aspiraba estertorosamente. Sentía que se asfixiaba y su cuerpo se agitó quejándose por unos momentos…
Lorencita Rubio, era la esposa de José Beauperthuy, uno de los sobrinos del doctor Luís Daniel. Ella era una joven cumanesa y hacía menos de una año que se habían casado. A José le gustaba la Medicina, él era hijo de Felipe, un hermano del doctor residenciado en Maturín desde su juventud. José había trabajado con su tío en Cumaná, y desde su llegada a Bartica–Point, le ayudaba llevando en ocasiones a algunos de sus pacientes hasta Demerara donde vivían mejorando paulatinamente.
Fue Lorencita quien sintió la respiración agitada del tío en la otra habitación por lo que se levantó de su hamaca. Luís Daniel de su puño y letra, había ido plasmando sus impresiones en los papeles que guardaba en el armario, único mueble en su pequeña habitación de la casa de madera a orillas del río. Aquella noche escribió hasta muy tarde…
“La tarea que me he impuesto es considerable y se extiende al estudio
de las enfermedades que constituyen en cierto modo la patología
sola entera. Es el examen de todos los tejidos de la economía en el
estado patológico; no el estudio de las masas, sino de los elementos
por decirlo así atómicos, únicos en mi opinión que pueden revelar su
naturaleza entera. Un plan tan vasto, una empresa tan gigantesca, son
superiores a la actividad de un solo hombre”.
La hoja de papel había quedado sobre la mesa de madera. Sus palabras escritas mostraban un ligero temblor en la caligrafía y la tinta había salpicado al fi nal donde insistía en lo difícil que para un hombre resultaba haber acometido aquella empresa. Los elementos vivos, los animáculos, los
seres microscópicos invisibles que él sí conocía, estaban presentes en sus enfermos, eran para él unos seres externos, gérmenes causales de las enfermedades, sobre los que él había escrito y les había señalado como responsables de diversos males. Él los intuía…
“Hay algo en la lepra que altera la respiración de la piel”.
Sobre la mesa habían quedado esa noche un par de páginas y el tintero abierto. La pluma yacía en el suelo. Luís Daniel sabía que el agua pura era tan solo hidrógeno y oxígeno, pero también le constaba que ésta podía contaminarse. Lavoisier el químico francés ya lo había descrito, oxígeno e hidrógeno, eran los elementos de la respiración animal. En el aire flotaban los gérmenes, los animáculos, y él estaba convencido de que los tipularios bien podían transmitirlos y con ellos aparecerían las enfermedades. Estaba persuadido de que no existen los miasmas, de que no hay generación espontánea. Todo resultaba tan claro para él. Ya lo había demostrado años atrás el italiano Spellanzani.

José despertó al escuchar a su mujer llorando en la habitación del médico. Cuando ella entró al cuarto contiguo, la hamaca del doctor ya  estaba inmóvil. Pronto comprobaron que el doctor Luís Daniel ya no
respiraba. Al constatar que éste había fallecido, entre ambos trasladaron su cuerpo desde su hamaca hasta una cama. Al amanecer de ese día viernes 3 de septiembre del año 1871 José salió de la casa de madera
para buscar ayuda.
Comenzaba a clarear un nuevo día cuando José contactó a un vecino amigo y le pidió les avisara sobre la tragedia a los colegas de su tío. A quienes se encontrasen de guardia en la isla Kaow, en medio del río
Esequibo, esto les dijo, ya cerca del mediodía. Más tarde, dado el calor y la humedad del ambiente, consideraron que sería preferible gestionar la mejor manera de darle cristiana sepultura al cadáver de Luís Daniel, de ser posible esa misma tarde en el cementerio de Bartica Point. Julio Beauperthuy decidió que los restos mortales de su tío, fuesen enterrados en Bartica Grove, para lo cual hizo las diligencias pertinentes con el cura de una pequeña iglesia católica y con las autoridades de manera que las exequias se cumplieron al atardecer y en presencia de los sobrinos, el cura y algunos vecinos, el doctor Luís Daniel Beauperthuy fue sepultado en el pequeño cementerio de Bartica.

Un par de meses más tarde, por exigencia de su Excelencia el Gobernador de la Guayana Británica, el cadáver fue exhumado y trasladado para ser enterrado nuevamente en el bello Cementerio de los Oficiales del Establecimiento Penitenciario de Mazaruni River. En esa ocasión, tras los preparativos para el sepelio llevados adelante por el Capitán Tkyford, el cortejo fúnebre fue presidido por el Gobernador de la Colonia,
el Justicia Mayor, el Superintendente y los ofi ciales principales del Establecimiento Penitenciario quienes marcharon con José y su esposa Lorenza acompañándolo hasta su última morada.
Los restos mortales de Luís Daniel Beauperthuy “el médico de Cumaná” quedaron allá, en tierras de la Guayana Inglesa donde había vivido durante casi ocho meses, en un hospital experimental para leprosos creado por los ingleses en la isla Kaow en medio del río Esequibo, trabajando afanosamente en la búsqueda de un tratamiento efectivo para el mal de Hansen.

Viernes 20 de febrero, 1871; 6:00 am
Las aguas del río Esequibo serpentean hendiendo por la mitad la región oriental de la Guayana Inglesa. Es muy temprano, un nuevo día se está iniciando y en una canoa, te diriges sobre la corriente del río hacia
el pequeño hospital en la isla Kaow. Sombras fantasmagóricas mecen los azules penachos de las palmeras agitados suavemente por la brisa del amanecer. Notarás como una a una se apagan las estrellas en el fi rmamento mientras leves tonos violáceos delatan el sitio por donde habrá de aparecer la esfera sangrienta. A lo lejos, entre la bruma, ves como en medio del río se desdibujan los contornos del islote que va creciendo
paulatinamente. Es la isla Kaow, ubicada en la confl uencia de los ríos Mazaruni y Esequibo, frente a Bartica Point.

Luís Daniel Beauperthuy había llegado desde Cumaná semanas atrás. Arribó a Bartica Point con su sobrino Julio y su joven esposa Lorenza, con la intención de instalarse en aquel caserío de pescadores en las márgenes del Esequibo. Desde el pueblo, la isla se divisaba en el sitio de unión de las
dos corrientes como si fl otase sobre las aguas. Algunos de los habitantes de Bartica, tenían familiares enfermos que habitaban en la isla Kaow, y todos compartían la desdicha de padecer de una pobreza extrema.

Rumorosa, la corriente es tan solo interrumpida por el leve golpe de las ondas contra la proa de la curiara. Encrespada contra el cielo, la exuberante vegetación parece alejarse del bote mientras se metamorfosea
en lanzas y fl echas creando garras entre oquedades de un magenta burbujeante que se diluye en las márgenes del río. Cerrarás los ojos mientras por un momento quedamente suspirarás percibiendo el aire
oscuro y denso en el frescor del amanecer. Abrirás los ojos y notarás una leve fosforescencia violeta que fluctúa sobre las ondas del río.

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