DE LA CREACIÓN
LITERARIA Y DE LAS NOVELAS
Me quiero referir a varios temas
relacionados con la creación literaria, y de la escritura como oficio,
especialmente sobre el ejercicio de escribir: novelas.
El escritor – lector
Un buen escritor tiene que ser un
buen lector. El proceso de creación literaria no puede completarse
eficientemente si el escritor no ejercita permanentemente la lectura. Todos los
escritores han sido grandes lectores. Ya lo hemos dicho antes “para escribir bien hay que leer bien”.
La condición de ser lector es algo fundamental para quien se interese en el
oficio de escribir literatura y citaré algunos ejemplos de esta afirmación: fue
enfatizada por Juan
Nuño, hace años ya desaparecido.
Él escribió una vez que: “La clave de
todo buen escritor es la buena lectura”. En una reflexión similar, Jorge Luís
Borges dijo en una ocasión: “Que otros se jacten de los libros que les
ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”. Rosa Montero dice que “para
aprender a escribir hay que leer mucho”. Finalmente citaré algo expresado
por el novelista venezolano contemporáneo Eduardo Liendo. “Sin lectura mucha lectura,
siempre lectura, no hay escritor posible”. Adicionalmente haré otra afirmación
que he repetido por ahí: “la literatura
no se hizo para leerla, sino para releerla”. Se ha insistido en que la
lectura y más allá, la re-lectura es obligatoria para el escritor. "Solo la relectura salva al texto de
la repetición (los que olvidan releer se obligan a leer en todas partes la
misma historia)". Esta es una cita del ensayista francés Roland Barthes (1915-1980)
Sobre esta premisa de leer bien
para escribir, bien pueden surgir en ustedes algunas preguntas. ¿Cómo puede un
escritor ser auténtico? ¿Cómo puede ser capaz de sustraerse de cuanto ha leído?
Si el escritor es buen lector, tendrá algunos escritores favoritos, o
preferidos. ¿Cómo hace el escritor-lector para no imitar a esos autores? Si Jorge Luís
Borges, o Carlos Fuentes son
los escritores favoritos de un lector, y él está dispuesto a escribir
literatura, es lógico que le guste escribir como ellos. Al imitar a Borges, ¿se verá lo que redacte como una parodia
en su intento de novelar como el brillante invidente? Otra pregunta que puede
surgir sobre este asunto puede ser muy directa. ¿Cómo se puede ser original?
Hallar un escritor que pudiese ser absolutamente original tiene que ser muy
difícil. Sobre esta situación he citado en otras ocasiones a Eduardo Liendo,
quien parafraseando a Federico Amiel se
ha preguntado si todos los escritores no somos más que “copia de copias, reflejo de reflejos”. García Márquez, premio Nóbel de
literatura, en su novela “Cien años de soledad” repitió modalidades de forma y
estilo ya usadas por Rebelais muchos años antes y eso no desmerita
las novelas de El Gabo. Mijail Bajtín había denominado realismo
grotesco a la manera de enfocar la vida en la obra escrita de Rabelais, y
éste autor existió bastante antes del realismo mágico. Pueden estas reflexiones
llevarnos a hacer otra pregunta, si se quiere de corte shakespeariano, como el
príncipe de Dinamarca, tal vez uno puede preguntarse entonces, “leer o no leer,
he aquí el dilema”. Pero no hay tal dilema, porque definitivamente para poder
escribir literatura, es necesario leer.
Una pregunta adicional surgirá
entonces… pero… y, ¿Qué debemos leer? Con la masificación de la información es
imposible leerlo todo, y por lo tanto será indispensable hacer algún tipo de
selección. La mayoría de los escritores lee todo cuanto les cae en sus manos.
Hay que leer “los libros buenos”,
los que son realmente literatura, pero también puede ser útil leer los “libros malos”, es decir libros mal
escritos. Cuando el escritor es un buen lector, le será fácil sumergirse en las
historias y percibir el espíritu de quien narra, captar en detalle sus diversos
puntos de vista, igualmente deberá detectar las variables que funcionan para
cada personaje creado por el autor. El escritor-lector, puede disecar el
lenguaje, deberá hacerlo y ese será un ejercicio de gran utilidad para aprender
sobre lo bueno y lo malo, de lo que está escrito. Otra pregunta interesante
podría ser. ¿Se puede imitar, y hasta plagiar la manera de decir las cosas que
ya están escritas? Ya dijimos que al ser exégeta de un escritor preferencial,
el lector-escritor puede sentirse llamado a imitarlo. Esto puede ser visto como
una especie de “espionaje literario” que podría llevar a malas artes, o a
pésimas consecuencias. Algunas veces el temor a caer en el plagio puede frenar
la intención del escritor. Existe algo que se ha denominado la re-escritura de
una historia, desde otra óptica más personal y esto puede ser un peligro, pero
a la vez pudiese representar un arma poderosa para intentar alguna creación
literaria. Hay quien ha señalado que la pretensión de no plagiar, el deseo de
soñarse absolutamente original, no es otra cosa que más una declaración de soberbia
y de ignorancia. Pero hay que entender y aceptar que estos fenómenos
re-escriturales pueden darse inconscientemente en el escritor-lector. Sabemos
que la escritura se nutre de lo vivido y de la imaginación, así pues muchas veces también el escritor puede ser
influenciado por lo leído, o por lo que ha visto o ha percibido en su vida, o
que ha captado por otros medios como el cine, la televisión, o por la
información verbal, en ocasiones el desarrollo de situaciones históricas y
todos estos elementos que constituyen la vida misma del escritor-lector los
cuales estarán siempre relacionados con lo que él guarda en su subconsciente. Rosa Montero ha
opinado sobre la escritura de las novelas lo siguiente: “Cuando te encuentras escribiendo una novela, en los momentos de gracia
de la creación del libro, te sientes tan impregnado por la vida de esas
criaturas imaginarias, que para ti no existe el tiempo, ni la decadencia, ni tu
propia mortalidad. Eres eterno mientras inventas historias”.
La voluntad de crear
Con el bagaje de todas las
experiencias provenientes de la lectura de textos, con las variables que los
autores de los mismos nos ofrezcan, sumadas a lo que nace de la introspección y
de las experiencias adquiridas, amén de las habilidades personales de cada
cual, todavía puede ser que la creación literaria se vea restringida si no
existe una firme y decidida voluntad de trabajar seriamente para crear una obra
literaria. La memoria literaria de cualquier texto siempre tendrá algún
elemento autobiográfico, aunque sea inequívocamente ficcional, el escritor
alimentará sus relatos con la memoria personal. Roland Barthes dijo una vez que “toda autobiografía es ficcional y toda la ficción es autobiográfica”.
Podemos decir que la ficción unirá los retazos de momentos que han resultado
ser significativos para quien escribe, aunque parezcan hechos banales, esos
instantes serán con instancias imaginadas, los que conducirán hacia la creación
de la escritura para cualquier relato novelado o no. Rosa Montero afirmaba que “la
ficción es la manera de sacar a la luz un fragmento muy profundo del
inconsciente”. Al narrar, usualmente se recrearán escenas, algunas veces
imitando secuencias cinematográficas como si estuviésemos en el cine y no
importará que sean reales o imaginarias, cualquier situación llegará con el
recuerdo de algo visto, o leído, de alguna ficción o de algún suceso
históricamente real. La literatura, decía Oscar Wilde, “es el arte de mentir”, y esta frase resume la gran verdad sobre el
escritor quien tendrá la opción de ser él y ser otro. Por eso la literatura
puede verse como el ejercicio práctico de eso denominado, “la otredad”. Lo más
interesante de todo este asunto, es que en esa búsqueda de cuanto se tenga que
decir, el escritor solo contará con un instrumento, y éste será el lenguaje.
Según Goethe, todo ya está dicho, lo difícil es saber cómo
decir las cosas otra vez. Por estas razones, sobre el tema del escritor y del
escritor de novelas en particular, el planteamiento de cómo escribir y
específicamente de cómo escribir literatura, no es tan sencillo, pues no basta
con repetir historias, no se trata de volver a decir ciertas cosas, hay que
escribirlas y hay que cumplir ese cometido de cierta manera, de un modo
especial que conlleve siempre un nivel de excelencia en el lenguaje. No se
trata de “echar un cuento”. El asunto es más difícil de “como decirlo”, el
asunto está en “como escribirlo”. Por eso repetimos que escribir es un oficio y
que este no es fácil, requiere mucho trabajo y en particular en el caso de las
novelas, el cometido debe ser cumplido con paciencia, resistencia y mucha
pasión.
La realidad y la ficción
La escritura como oficio requiere
un estricto régimen de disciplina, el cual puede ser variable en sus formas
pero que sin duda alguna, es indispensable, especialmente para quien se decide
por la tarea de escribir novelas. Hay escritores rigurosos, quienes por su
cuenta fijan horarios y hasta número de páginas a ser escritas en determinados
períodos de tiempo; algunos de estos, trabajan como jornaleros, piensan
posiblemente como decía Miguel Ángel Asturias
que el escritor de novelas es “la
araña de la literatura”, los insignes trabajadores quienes a veces resultan
ser, como dijera Carlos Fuentes que “no creen en la inspiración sino en las
nalgas”. También existen otros escritores, más lentos, quienes se toman su
tiempo, al estilo de algunos cuentistas como fueron Julio Garmendia o Augusto
Monterroso, quienes produjeron sus obras literarias pausadamente. Lo
importante del tema es que para crear, para sentarse a escribir lo más
importante es tener la voluntad de hacerlo. Alejo Carpentier le confesó una vez a Antonia Palacios su sistema para haber creado esas sus obras de
largo aliento, y decía él, que “el único secreto es la página diaria”. Cada
una, sumada, va a hacer 365 páginas al año. Evidentemente, que hay que tener
disciplina para cumplir diariamente con esa tarea pautada. Todo lo dicho, viene
a reforzar lo antes expuesto y ratifica que para decidirse a escribir una
novela, es muy importante la voluntad de querer hacerlo. Estos datos los obtuve
hace ya unos años a través de Eduardo Liendo.
El éxito de un escritor dependerá
de su capacidad de convicción. Para esto, será importante la manera de enfocar
el asunto que se tenga en mente, bien sea fantasioso o realista, la verdad
personal de quien escribe deberá prevalecer en el texto. Esta premisa puede
sonar extraña pues cualquiera se preguntará ¿Cuánto de verdad y cuanto de
ficción puede haber en un relato, o en una novela? El escritor, y en particular
el escritor de novelas, debe estar muy atento, pues el camino para la creación
de las mismas estará sembrado de trampas. No se debe escribir para relatar la
vida, se tiene que escribir para inventar la vida. Así pues, el éxito de quien
escribe dependerá de sus poderes para involucrar al lector, persuadirlo de lo
que dice y para ello, repito que solo cuenta con las armas del lenguaje que
habrá de usar para transformarlo en escritura. Citaré de nuevo a Eduardo Liendo sobre el tema de lo real y lo ficticio. “El escritor no puede dejarlo todo al
capricho de su imaginación y saqueará constantemente la realidad real”.
Así, con esa redundancia pareciera recordarnos que la realidad prevalecerá e
igualmente refrendará su idea al expresar. “Podría
decirse que la calidad de la imaginación es la levadura que puede producir una
transmutación poética de la realidad”. Paradójicamente John Updike, escritor y periodista estadounidense, quien
escribió 20 novelas, decía en Conversaciones de escritores. “Repudio cualquier conexión esencial entre
mi vida y lo que escribo.”
Para mí, personalmente, prefiero
pensar que quien escribe debe sentir que está viviendo lo que relata. Si el
escritor no se sumerge en su historia, sino la siente y la padece, le sucederá
como al niño cuando su barco pirata zarandeado por un huracanado temporal se le
trasforma en la realidad de su cama. Asediado en una trinchera, él deberá
padecer como su personaje las consecuencias de sus actos. El lenguaje textual
de una novela revelará un estado consciente e inconsciente del escritor, los
símbolos y las metáforas que habitan en su mente habrán de transparentarse en
su escritura. Por eso es que no habrá grandes diferencias entre las historias,
bien sean reales o imaginarias, no podemos sustraernos al hecho bien conocido
de que en ocasiones, la realidad supera con creces la ficción. ”Escribir novelas en una actividad
increíblemente íntima que te sumerge en el fondo de ti mismo y saca a la
superficie tus fantasmas más ocultos”. E insiste Rosa Montero en afirmar que “Los fantasmas de escritor son aquellos personajes o situaciones que
persiguen al autor como perros de presa a lo largo de todos sus libros”.
Cuando nace la creación literaria, emerge en un espacio transcisional, lo cual
implica que el escritor para lograr convencer al lector debe percibir la
situación que describe como si fuese real. Una novela puede parecer el
resultado de una suma de historias, pero en el decir de Rosa Montero, “aunque
cada autor tiene su ritmo, la redacción de una novela es un proceso muy lento”.
Ella afirmaba cómo, “…yo suelo tardar
tres o cuatro años y de ese tiempo, la mitad lo empleo en desarrollar la
historia dentro de mi cabeza, tomando notas a mano en una infinidad de cuadernillos”.
En este sentido puede ser interesante escuchar lo que al discutir el tema de la
mujer como escritor y de lo que ella piensa sobre el oficio de escribir, opina Lucía Guerra,
profesora de literatura en la Universidad de California al entrevistar a Stefanía Mosca y a Ana Teresa Torres en
una publicación de Monte Ávila Eds. Latinoamericana, del año 1997 (Escritura y
desafío. Narradoras venezolanas del siglo XX). Ellas conversan sobre la
literatura y la mujer-escritor, y Lucía Guerra dice.
“…como escritoras, estamos insertas en
un contexto preñado de metáforas masculinas acerca del llamado oficio del
escritor y de lo que muchos hombre llaman, “el parto de la escritura”… En mi
caso, la mayoría de mis libros los he escrito en la cocina mientras cuidaba a
mis hijos y nunca, en realidad, me he identificado con esa aureola solemne y
sublime que se le atribuye al oficio del escritor”. Stefanía Mosca replicará. “…yo
si creo que existe el oficio del escritor, en el sentido que plantea Pavese,
como la búsqueda de un estado de gracia que pasa, que se te da y que uno trata
de explicarse aunque sea inútil”. Ana Teresa Torres concretará
al final. “…en cuanto al oficio del escritor yo no sé, porque me imagino que no
es igual para todo el mundo, dando por descontado el factor del sexo. …lo que
yo pienso cuando estoy escribiendo es que estoy construyendo un mundo que es un
mundo de ficción, pero que, para mí, tiene una cierta realidad y que yo me
construyo en ese proceso”.
Variaciones metodológicas
Para lograr el trabajo de una creación literaria
eficiente y sostenida, puede que el peor enemigo exista dentro del escritor
mismo y tal vez éste puede ser, precisamente, el factor tiempo. ¿Cómo lograr
las condiciones óptimas para concentrarse?, ¿de dónde sacar el tiempo para que
la rutina del diario vivir no interfiera con la creación literaria? Escribir en
general puede requerir un esfuerzo especial y las variables individuales serán
múltiples, por eso volveremos a repetir que para escribir literatura como
oficio, es necesario sacrificarse. Luego de que ya estén escritas docenas de
páginas, estas han de sufrir un proceso de depuración, de relectura, de
tachaduras, de borrones y de terminar muchas veces, aunque nos duela, haciendo
una bola de papeles que irá al cesto de la basura hasta no querer recordar lo
que con tanta emoción habíamos escrito. Si Hemingway escribía de pie ante su
máquina de escribir y otros lo han hecho a mano, acostados en la cama, sentados
ante una mesa por las mañanas al levantarse, con pluma estilográfica, con
bolígrafo o con lapicito, o en las noches, directamente en una computadora,
durante los viajes, solos y en absoluto silencio, en las madrugadas, con música
de fondo, en fin habrá un centenar de opciones para hacerlo, y sin duda cada
cual en su momento habrá de buscar el espacio de tiempo más conveniente y el
horario más favorable… Citaré a Ednodio Quintero quien
ha escrito sobre este tema: “Puedo
escribir en muy diversas circunstancias, me basta con tener a mano un lápiz de
grafito bien afilado, más bien blando, un sacapuntas, un cuadernito y un
borrador… …El ritual es sencillo, incluso sobrio, podría decir que austero y
monacal. Escribo con una letra menuda y enrevesada que a veces semeja un
desfile de hormigas que hubiesen consumido LSD y que a menudo no logro
descifrar. Luego, días o meses después, vacío el contenido de mis cuadernos en
la computadora y comienza allí un proceso de revisión, depuración y arreglo de
los materiales… Los cuadernos contienen la esencia de la narración y lo demás
es coser y cantar”.
Especialmente, sobre la novela
Es necesario preguntarnos ante
todo: ¿Qué es una novela? A continuación les diré algo que he leído por allí,
en alguna parte: “Una novela no se
parece a nada, ni siquiera a otra novela”. Escuchemos nuevamente a Ednodio
Quientero quien ha definido a La Novela como: “esa forma de prosa que explora hasta sus
últimas consecuencias las posibilidades del lenguaje, a fin de examinar algún
aspecto de la condición humana”. Ednodio ya había escrito también: “La novela no es el lugar apropiado para la
prédica, ni púlpito ni cátedra ni tarima, es un espacio abierto, desolado tal
vez, abismo a la intemperie, donde el escritor, acompañado de su cómplice,
puede desplegar los múltiples registros de su voz, donde le es permitido
expresar su ansia por reconocer lo que aún resta de humano, donde acepta, al
fin, su parentesco con los dioses muertos, con el agua que corre y con el polvo
estelar”.
¿Cómo deberá funcionar la
creación literaria para una novela? En todo texto tiene que existir una fuerza
que se perciba intensamente, un espíritu que esté vigente, algo esencial que
tiene que prevalecer y que estará expresado en el lenguaje particular del
escritor. Esta fuerza interior será lo que en cada escritor de novelas vendrá a
transformarse en su propio estilo. Quien se inicia podrá sentir evidentemente
las dificultades de la indagatoria sobre lo que se tiene en mente y de cómo
trasladarlo al texto para crear una novela. Quien se decide a escribir una
novela, generalmente ha escrito relatos, o especie de cuentos breves. Estos no
valen para darle cuerpo a una novela, pues se necesitará haber tomado la
decisión previa de escribirla con un plan definido. Un pintor no se lanza a
pintar un cuadro sin tener una idea aproximada del mismo, sin hacer un boceto, por
lo que de manera similar, una novela puede llevarle al escritor meses o años
mientras la planifica y antes de acometer esa tarea puede que sea necesario
saber cuánto tiempo, cuanta dedicación y constancia, requerirá para llevar
adelante esa tarea. También hay que entender que un relato no es una novela
corta, ni una novela es un relato largo, son dos cosas muy diferentes. Ambos,
si bien pertenecen al ámbito de la Narrativa, su ritmo, su estilo y los
recursos que se emplearán en ambos son muy diferentes. Se pueden ofrecer datos
cuantitativos sobre estos distintos géneros. Existe el MICROCUENTO, de menos de
cien palabras. El CUENTO CORTO, que tiene entre 100 y 2.000 palabras, el CUENTO
que deberá tener entre 2.000 y 30.000 palabras, la NOVELA CORTA de 30.000 a
50.000 palabras y la NOVELA que contará con más de 50.000 palabras. Estos son
detalles matemáticos que poco se aplican en la creación literaria. Para Cortazar
el cuento es “un texto continuo y
cerrado sobre si mismo que exige un alto grado de perfección para que sea
eficaz”. En otras ocasiones he dicho que me parece más difícil escribir un
cuento bien logrado que una novela. Sobre la novela Pedro Beroes ha dicho. “En
verdad la novela es un género de saqueo que deliberadamente se nutre de los
elementos propios de otros géneros literarios; del diálogo, que toma del
teatro, de la capacidad razonadora del ensayo, y de la atmósfera lírica de la
poesía”. El cuento se lee de un tirón, la novela se suele leer por etapas y
sus historias se mezclarán con las vivencias diarias del lector. Quizás por
estas características es que las novelas parecieran quedar grabadas en la
memoria de los lectores con mayor intensidad que los cuentos. En el mes de mayo
del año 1943 Enrique
Bernardo Nuñez escribía: “La novela en nuestro país necesita una
renovación. En otros términos, necesita nuevos novelistas que nos ofrezcan
temas distintos de la vida venezolana”.
Cada novela debe responder a una
intención muy personal, la de investigar algo, de querer decir algo. Ese algo,
tiene que expresarse poniéndole mucha imaginación. No creo exagerar si digo que
cada novela debe reflejar de alguna manera el inconsciente del escritor. No se
debe escribir sin antes hacer una profunda investigación, sin sumergirse a
fondo, sin margullirse en determinado asunto, ese que revolotea en la mente del
escritor y que le lleva a batir las alas de su imaginación. Esas inquietudes
deberán ser plasmadas en letras, puesto que la novela es obra escrita y no
puede ser un simple relato, no debe ser, tiene que constituir algo que salga
del alma, que surja del interior, de lo más profundo de quien escribe y con una
dosis abundante de imaginación. Eso, la imaginación que Santa Teresa llamaba
“la loca de la casa”, según lo expresara en su brillante novela homónima, la
escritora española Rosa Montero, la imaginación que fuera denominada por
Baudelaire “la más alta y filosófica de nuestras facultades”. Cada escritor
tendrá su estilo. No estoy muy seguro, como decía Bufón, de que “el estilo es
el hombre”. De lo que si estoy perfectamente seguro es de que, el estilo es
esencial. No hay un escritor verdadero que no haya creado su propio estilo, su
forma personal de expresión literaria. Importará la solidez de estilo que vaya
adquiriendo el escritor con su experiencia. Ya hemos dicho que la historia
puede no ser tan relevante sino la manera de plantearla, la manera de decir las
cosas será lo que constituya el estilo del escritor. Después ya surgirá el tono
de lo relatado que no será otra cosa que la manera como se narrarán los hechos.
Más que un asunto de técnica narrativa, el tono vendrá dado por al
interpretación subjetiva de la historia que se escribe. De tal manera que la
originalidad de la obra residirá en el imaginario, en la memoria inconsciente y
en la conciencia misma del escritor, esos serán los pilares y conformarán un
estilo propio. Quien escribe, buscará el tono que se adapte a los requerimientos
de la historia relatada en lenguaje literario. La trama de la novela se
vinculará con la organización estructural de la misma. Será como una urdimbre
donde la manera de cruzar los hilos, enfrentar nudos e inventar el laberinto
por donde transcurrirá la historia, será potestativo del escritor. Algunas
veces los episodios podrán aparecer anticipados, en prolepsis narrativa, o
contados hacia atrás, en analepsis, especie del llamado flash-back del cine, y
así él podrá iniciar una historia por su final, de atrás hacia adelante, de
manera circular, por la mitad… "La Odisea", se inicia al desembarcar Ulises en
Itaca, para retroceder luego la narración unos diez años atrás y finalmente
llegar a su encuentro con Penélope. Quien no ha leído lo de: “Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría
de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
A partir de esa frase, García Márquez retrocederá hasta la fundación de Macondo
para regresar con la historia de “Cien años de soledad”. El narrador en primera
persona de “Corazón tan blanco”, novela de Javier Marías, no ha nacido aún,
cuando la novela se inicia con el suicidio de una jovencita ante un espejo con
la pistola de su padre, mientras su familia está almorzando. En “Para subir al
cielo…” la historia transcurre un día domingo en Caracas, pero los personajes
viven situaciones que giran en torno a una autopsia en la morgue el día viernes
y entretanto, se relata la vida del pintor flamenco Hyeronimus Bosch.
El uso del llamado monólogo
interior puede ofrecerle al escritor una capacidad intimista que lo conecte
psicológicamente con el lector. Si el escritor habla consigo mismo establecerá
una especie de soliloquio y esto puede parecerse más bien a un monólogo, pero
en el monólogo interior nadie habla. Si hablamos del llamado monólogo interior,
o corriente del pensamiento, esta riada de ideas pueden ser traducidos al
lenguaje escrito y las palabras y frases pueden ser vistas como ideas
dispersas, sin sentido o caóticas, sin embargo, la traducción del mismo servirá
para señalar que este discurso interno estará siempre dirigido por el
inconsciente y se rige por asociación de ideas. En realidad lo que se pretende
es escribir en palabras un fenómeno normal de la mente humana. No hay que
olvidar que el cerebro es como una máquina que mientras estemos vivos, hasta
donde conocemos, nunca deja de funcionar, no cesa de trabajar ni siquiera
cuando dormimos y una prueba de esto son los sueños. El cerebro estará siempre
hablando y no podremos hacerlo callar. Dujardin en “Han cortado los laureles” fue el primero en usar la técnica del
monólogo interior que luego en el siglo XX Jamen Joyce lo
haría magistralmente en el “Ulyses”.
La lectura de un monólogo interior puede resultar inquietante e incómodo, y es
que precisamente por ello, escribirlo es pasearse por el lado oscuro,
posiblemente inhóspito de la mente pues se trata de que el escritor plasme en
letras lo que atraviesa por la región del inconsciente. En el fondo, estos
procedimientos del escritor al crear secuencias de palabras que son reflejos de
su inconsciente, se pueden semejar a lo que es la creación poética, o lo que se
logra expresar en una pintura. Es poner por escrito la parte más de artista con
poner en palabras el yo interior, ese que comenzó a vislumbrarse con el
psicoanálisis. El oscuro territorio de los sueños es atisbado desde el monólogo
interior y puede transformarse en una especie de escritura automática. Otros
escritores también como Joyce han utilizado con excelencia esta
técnica, Luís Martín
Santos, William Faulkner, Miguel Delibes, Virginia Wolf y algunos otros han usado la técnica con grandes
ventajas, no solo de la mayor verosimilitud que se le da al texto, sino que
logra crear una especie de nexo entre el escritor y el lector a través de los
personajes cuya vida interior es cada vez mejor conocida por la existencia de
curiosos registros lingüísticos utilizados adecuadamente. Cito nuevamente Rosa Montero quien en “La
loca de la casa” dice: “Estoy
convencida de que por las noches cuando nos dormimos y empezamos a soñar,
entramos en realidad en otra vida, en una existencia paralela que guarda su
propia memoria, su causalidad enrevesada”…”ambas cosas, los sueños y las
novelas, surgen del mismo estrato de la conciencia”.
Es importante recordar la novela “Tiempo
de silencio”, ya que ésta viene a ser el primer intento sólido de ruptura con la
estética realista en la literatura de España, entendiendo que en la novela de Martín-Santos
hay una profunda reflexión sobre la realidad socio-cultural española, desde el
hombre humilde e inculto hasta las clases sociales profesionales y ésta todavía
conserva en su interior el germen de una atmósfera naturalista que viene de la
posguerra. “Tiempo de silencio” fue
publicada en 1962 con veinte páginas censuradas por el franquismo, y la edición
definitiva salió en 1981. El autor innovaría en esta novela, utilizando tres
personas narrativas, el monólogo interior, la segunda persona y el estilo
indirecto libre, procedimientos narrativos que venían ensayándose en la novela
europea desde James Joyce pero que eran ajenos al realismo social usado en la
época. Todo ello contribuye a lo que el propio Martín-Santos llamaría "el
realismo dialéctico". La novedad de “Tiempo de silencio” parece estar más en su forma y su estructura,
en la técnica narrativa y en particular en su lenguaje, todas éstas cosas y bastante
menos en su contenido”. Es novelística en español, por ello, es necesario
señalar que la irrupción de Vargas Llosa, va
a ser, sin duda para la novela de habla hispana, más determinante que la ya
comentada novela de Martín-Santos. Vendrá a acontecer lo que Emir Rodríguez
Monegal en 1972 denominaría “el
boom”, un fenómeno que obedeció a una corriente que creo una especie de
desintegración del canon novelesco que se daba en aquellos años sesenta. La
concesión en 1962 del Premio Biblioteca Breve a Vargas Llosa, dará, en gran
medida su inserción en el panorama de la novela peninsular. En detalle, es
interesante entender que hablamos de un peruano Vargas Llosa, dos cubanos Cabrera Infante
y Carpentier, un argentino Cortázar, un colombiano García Márquez, un mexicano Fuentes, un chileno Donoso y un venezolano González León. Estos ocho
novelistas rellenaron un segmento que va desde 1962, hasta 1969, el cual viene a cerrar José Donoso con
su novela Coronación.
Además del estilo, puede ser
necesario para precisar el tono de lo que se relatará profundizar en el entorno
de los personajes, en la psicología del personaje principal, en saber quién
narra y como quiere hacerlo. En fin hay otra serie de búsquedas que ayudan a
concretar un tono adecuado a lo que se está relatando, pero está claro que este
proceso no es siempre fácil, por lo que puede ser que quien inicia la escritura
de un texto le toque enfrentarse al llamado “dragón del escritor”, también
denominado “el dilema de la página en blanco”, y que puede representar una
especie de bloqueo mental para la escritura. Esta situación puede darse en el
escritor, y para algunos en ciertas circunstancias puede hacerse casi
irreversible. De producirse, diría yo que para quienes se inician en los
avatares de la escritura, puede ser aconsejable no darle mucha importancia al
fenómeno. Mi consejo se debe a que como una consecuencia del bloqueo, se puede
caer en la tentación inicial de darle larga al trabajo para luego finalmente
abandonarlo. Esto sería ceder a la presión de “el dragón” y hay que entender
primordialmente que si se quiere escribir, tiene que realizarse por el placer
de hacerlo. Escribir debe ser un acto consciente y agradable donde inicialmente
no debemos querer ver de inmediato el producto de lo que estamos elaborando,
debemos aceptar a la escritura como parte del juego que constituirá todo el
proceso de lo que se estamos denominando
“el oficio de escribir”.
Para llegar a un feliz término en
la creación literaria, será necesario conciliar tres cosas fundamentales: paciencia,
confianza y tiempo. Estas tres palabras tienen que ser realidades básicas y
fundamentales. Ellas solo se asimilarán con el ejercicio de otra virtud
capital, la disciplina. Estas virtudes que deberán irse consolidando en el
tiempo, tendrán que ser examinadas concienzudamente y finalmente aceptadas si
se quiere emprender la tarea de escribir como oficio. Quien se propone a
escribir una novela debe entender que él se ha de trasformar en un creador. Él
tendrá que poseer una imaginación fértil que logre inventar situaciones y
episodios de los que él mismo estará consciente, pero de los que puede ser que
no tenga muy claras las motivaciones de su creación, estas usualmente le
llegarán desde muy adentro de si mismo, y representan la voz de su inconsciente.
Como hacen los buenos actores cuando tienen que representar a ciertos
personajes y para poder hacerlo magistralmente entran en un estado de
concentración muy particular, un trance que podría verse como de locura puesto
que deben dejar de ser ellos mismos, así como quien padece una especie de rapto
de esquizofrenia transitoria, durante la creación literaria el escritor deberá
lograr un estado de búsqueda entre ser él mismo y ser a la vez otro, u otros,
los personajes de su obra. El escritor necesita vivir dentro de sus personajes,
pensar como ellos, sufrir, amar y hasta morir con ellos. Lograr esto y ponerlo
por escrito con niveles de excelencia no es tarea fácil. Hay algo especial que
diferencia al escritor del actor, es su pasión por la palabra escrita, por el
lenguaje literario. La creación literaria es una labor individual, y ella va a
depender de procesos introspectivos personales que a su vez deberán ser
extrovertidos en palabras escritas, algo más difícil aún. Ante los miedos y las
dudas pueden muchas cosas querer emerger del inconsciente, y el escritor
necesitará dejar que fluyan, que los fantasmas afloren, que broten esas ideas
ocultas hasta comprender que la novela, no es tanto de quien la escribe, deberá
ser más bien de los personajes que por ella transitan, y el escritor como
amanuense gratuito, irá traduciendo y plasmando en letras sobre páginas en
blanco o rayadas, lo que sus personajes les muestren al ir viviendo. Al final
el producto deberá ser más de los lectores que de sus autores… Esta es una
opinión personal mía.
Jorge García Tamayo
Maracaibo
2014
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