Imaginación y /o realismo en la novela venezolana actual
Sobre “El año de la lepra” y Yulia Timoshenko.
“Desde la época cuando se dio la
tragedia de Chernobyl, él había visitado de nuevo los lagos y bosques
contaminados de su país y pudo palpar en uno de sus familiares cercanos lo que
significó la desgracia de ser uno de los “liquidadores” en la lucha para descontaminar
la planta ucraniana y las áreas afectadas por la radiación. Desde entonces
había conservado el gusanillo de un creciente malestar por Ucrania y regresaba
mentalmente a la idea de que Belarus tendría que ser resarcida de alguna manera
por sus vecinos del sur. Pero si bien es cierto que su país mantenía una
conexión maternal con Rusia y con todo lo ruso como valor cultural y humano,
éstos deberían ser comunes con las del gobierno de Kiev. Pero no parecía ser
así. El distanciamiento y la inconformidad con todo lo ucraniano se
acrecentaron en él durante el proceso de las llamadas tendencias
pro-occidentales del presidente Yushchenko.
Durante la
Revolución Naranja del año 2004, Dimitri Yakolev estuvo en
Kiev como enviado especial del gobierno de Minsk para palpar la situación
ucraniana y vio el arribo de Yulia Timoshenko catapultada por aquel movimiento
casi subversivo, inaceptable para un agente de la KGB como él. Su trabajo en la KGB en su país, valía para
apretar cada vez más los sistemas de control del gobierno de Lukashenko.
Su determinación y disciplina, sin duda habían forjado en él una peculiar
personalidad. Había vivido durante más de tres años en La Coruña y estos le habían
proporcionado una fluidez particular en el lenguaje castellano y una especial
preparación en psicología que lo hacía un candidato ideal para cualquier
proyecto que pretendiese acercamientos con los países hispanoamericanos. Unos
meses antes de conversar por vez primera con su amigo Victor Sheiman y con el
presidente Lukashenko sobre su posible misión
en Suramérica, el teniente Yakolev había corroborado sus temores
al conocer de los acuerdos entre la Timoshenko como primer Ministro de Ucrania y Vladimir
Putin. Las posibilidades de intervenir en los problemas gasíferos ucranianos
parecían esfumarse para Belarus, y esto le molestaba al eficiente Dimitri por
cuanto él sostenía varias conexiones con funcionarios del grupo de mafiosos
provenientes de la Naftogaz
quienes en Suiza estaban comandando la nueva empresa RusUkrEnergo. Quizás para
apartarlo de las tensas situaciones generadas en el país por las acciones de la KGB con algunos periodistas
disidentes, fue su amigo personal el poderoso Sheiman quien le propuso al
presidente Lukashenko que Dimitri debería ser el hombre
ideal para una misión como agente especial en el país más rico en gas y en
petróleo de América.
En esos días, su tocayo Dimitri Medvedev el nuevo presidente de
Rusia hablando durante más de dos horas terminó achacándole a Putin algunas
fallas y dijo que éste había sido un líder caracterizado por sus políticas
agresivas. De momento, Yakolev no sabía cuanta influencia podría seguir
teniendo Vladimir Putin si acaso el joven presidente de Rusia, se atrevía a
responsabilizarle por la mala situación económica de su nación. Según Medvedev,
Rusia tenía que cambiar el estilo del hombre fuerte que todos deberían obedecer
con los ojos cerrados. El teniente Yakolev meditó preocupado, pensando que el
presidente parecía hablar de otra Rusia. ¿Qué pensará el presidente Lukashenko
sobre ese disparate? Recordó entonces la fecha, el
26 de abril de1986,
el accidente nuclear de Chrenobyl, el cual debería haber marcado
negativamente el futuro de Ucrania y sin embargo, el viento hizo de Belarus el
país más afectado al contaminar extensas áreas boscosas con miles de lagos y
desoladas zonas pantanosas al noroeste del área de desastre. Después
del accidente, Belarus atravesó una crisis energética, época ésta cuando Rusia
presionaba al presidente de Ucrania Yushchenko en la llamada “guerra del gas”.
El gas utilizado por las naciones orientales de Europa llegaba hasta ellas por
gasoductos que corren a través de Ucrania el país vecino,
poseedor de una poderosa industria pesada, productor de automóviles, autobuses,
aeroplanos, coches de subterráneo y hasta naves para el espacio. Mientras Rusia
y Ucrania se disputaban el aporte energético derivado del gas para su
desarrollo industrial, Belarus, seguía siendo un país primariamente agrícola
aunque comenzaba lentamente a industrializarse. Las vecinas naciones de la Europa oriental, Rumania,
Hungría, Polonia y Bulgaria, padecían por las reducciones del suministro de gas
natural, cuando llegó el momento para la compañía rusa Gazprom y esta dejó de
enviar gas natural a Ucrania. Moscú y Kiev iniciaron una disputa donde Rusia
esperaba convencer a los inversionistas de Praga, París, Berlín y Londres de
que era Ucrania la culpable de la carestía del gas. En el fondo aquella “guerra
del gas” se daba entre dos poderosas compañías, la rusa Gazprom y la
ucraniana Naftogaz, pero la situación evolucionó hasta el mes de mayo del año
2009, cuando Vladimir Putin y Yulia Timoshenko resolvieron el conflicto con la
creación de una firma intermediaria RusUkrEnergo, con sede en Suiza,
cuya inversión era compartida a partes iguales por los poderosos rusos de
Gazprom y por un grupo de oligarcas ucranianos. La necesidad de los bielorusos
de entrar en la competencia petrolera comenzó a clarificarse luego. Sus hábiles
negociadores políticos, especialmente su amigo Sheiman, pusieron en marcha los
acuerdos con la nación caribeña más rica en hidrocarburos del hemisferio
occidental. Un año antes de la aparente resolución del conflicto gasífero, fue
justamente cuando Dimitri Yakolev llegó a enterarse a través de noticias de
agencias de prensa internacionales, de que en aquel país caribeño existían
grupos de investigadores que estaban desarrollando una vacuna para el mal de Hansen”.
(Texto extraído de “El año de la lepra”, novela).
Lo que no sabía nadie para
la época ( ni siquiera el autor de la novela ), era que a Yulia Timoshenko,
luego de tan buenas migas con Vladimir Putin como relata la novela, la política
le haría una trastada y después de haber fungido como primera
ministra de Ucrania sería derrotada en elecciones por Víctor Yanukóvich quien fue electo presidente de Ucrania, y menos aún podría
pensarse que Yulia sería encarcelada para pagar una pena de siete años de
cárcel en la ciudad de Jarkiv. Pero como la historia es cíclica y
repetitiva, tampoco se podía preveer que ahora en el 2014, el pueblo de Ucrania
derribaría Yanukóvich, transformado por el regusto del poder en dictador, quien ahora anda escondiéndose,
y liberaría a Yulia, luego de algo más
de dos años de prisión, y como si ella estuviese reviviendo los años de la Revolución Naranja,
la Timoshenko
estaría nuevamente al frente del movimiento que aspira mirar con mayor interés
y esperanzas hacia la Unión de Naciones Europeas
que hacia la antigua posesiva mala madre, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ahora
sencillamente: Rusia.
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Esta actualización, la hace hoy en febrero del 2014, mientras
el pueblo venezolano protesta frente a un gobierno que quiere imponer a juro un
sistema socialista y usa a las fuerzas militares para reprimir a los
estudiantes, el propio autor de “El año de la lepra” (Jorge García Tamayo), una novela editada
por “elotro@elmismo”, y distribuida por EdicVen, en algunas ciudades de
Venezuela.
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