Canarios y migrantes
La habitación 230 del hotel Waikiki, en las Islas Canarias, solía estar ocupada por turistas. Desde noviembre 2020, sin embargo, fue el refugio temporal de Ousmane Ndao, uno de los miles de migrantes alojados en resorts de la Playa del Inglés. Este senegalés de 32 años con otros sesenta compatriotas durante los seis días de odisea que vivieron en el Atlántico hasta llegar a la isla de Gran Canaria, que fue descrita en una noticia del 17 de diciembre 2020 como “la región más pobre y aislada de España”...
“No somos racistas. Es solo que no nos gustan los pobres”. Así se titulaba la información periodística que insistía en destacar la crisis de migrantes en las Islas Canarias que le sirve para desnudar “la hipocresía de España ante la inmigración y desatado un pulso entre xenofobia y solidaridad que definirá el país que seremos por décadas”. Una vez en tierra, vecinos de la zona recibieron a los náufragos senegaleses con manifestaciones pidiendo su expulsión.
El gobierno español cubrió los 45 euros diarios de la estancia de Ndao y alrededor de otros 6000 migrantes en hoteles del sur de Gran Canaria, una solución que parecía razonable. Con los turistas extranjeros confinados en sus países, y las autoridades locales desbordadas, el programa de acogida ofrecía ingresos a los hoteleros y solventaba una crisis humanitaria. Pero la escena de senegaleses y marroquíes hospedados en resorts fue demasiado, y la extrema derecha, la presentó como la prueba de que los migrantes vienen a pegarse la gran vida y se aprovechan de ayudas que deberían ir solo a los españoles.
Todos los estudios económicos, en España y el extranjero, sostienen que el país necesitará a miles de futuros trabajadores como Ndao si quiere mantener su nivel económico y seguridad social: el sistema está seriamente amenazado por una población envejecida y uno de los índices de natalidad más bajos del mundo. Los intentos de distorsionar esa realidad, y criminalizar a los extranjeros, buscan despertar nuestros sentimientos más bajos.
La crisis se utiliza para explotar una falacia según la cual la inmigración pone en riesgo los empleos y “destroza la imagen de Canarias”, una teoría abrazada oportunistamente por algunos políticos locales para evitar preguntas incómodas: ¿Cómo es posible que el paraíso canario, que en 2019 atrajo 13 millones de turistas, siga siendo una de las regiones menos desarrolladas de Europa? ¿Es realmente la inmigración la causa de este atraso? O, más bien… ¿Será la corrupción, el caciquismo y la ausencia de visión política?
Las islas, situadas junto a la costa atlántica de África, lideran los peores datos nacionales en desigualdad, pobreza severa o desempleo -el paro juvenil supera el 60 por ciento-, todos estos problemas son muy anteriores a la crisis migratoria. La pandemia del año pasado, 2020, ha agravado la situación y ha ofrecido al populismo la combinación perfecta de una población frustrada y otra, en el lado africano, desesperada. Todas estas afirmaciones tan graves son desnudadas para considerar la posibilidad de que en el caso de enfrentarlas podría tener un premio electoral para la extrema derecha, que hasta ahora no ha logrado representación en el parlamento autonómico…
La noticia insiste en que los canarios opinan así: “Lo que define la altura de los muros que levantamos ante quienes vienen de fuera no es la raza ni el origen sino el dinero”. Los príncipes árabes que gastan en Marbella como si no hubiera mañana son bienvenidos; nadie va a exigir a los más de 350.000 británicos que viven en España que se marchen tras el brexit; y quienes se oponen a alojar a inmigrantes en hoteles vacíos no parecen ver un problema en que se conceda la residencia a los extranjeros que “adquieran inmuebles por valor igual o superiores a 500.000 euros”.
Pocos pueblos deberían sentir mayor empatía por quienes se niegan a resignarse a una vida sin futuro que el español... La guerra y la pobreza convirtieron a los canarios en emigrantes durante gran parte del siglo XX y más de 700.000 jóvenes se marcharon en la Gran Recesión que siguió al crash económico de 2008. Ndao resume el motivo que le llevó a arriesgarlo todo con una frase: “En mi país los pobres siempre serán pobres”.
Solo en la última semana de octubre casi medio millar de personas se ahogaron en la ruta a Canarias, utilizada con más frecuencia por los africanos ante el cierre de vías alternativas. Los gritos de un grupo de náufragos alertaron la noche del 25 de noviembre a los vecinos de Órzola, una aldea de la isla canaria de Lanzarote. Alumbrados por la luz de sus teléfonos móviles, se lanzaron al agua en un intento de salvar a los supervivientes. Ignacio Fontes, un joven pescador, relató su impotencia al no poder atender a tiempo las llamadas de auxilio de un niño mientras sacaba a otra persona del mar. “Cuando volví, el llanto del niño no se oía más”, declaró a El País. Ocho migrantes murieron ese día.
Mientras una minoría de la población canaria acosaba y señalaba a los migrantes, otros se arrojaban al mar para salvarlos, les traían alimentos y los confortaban en sus comunidades. El contraste entre xenofobia y solidaridad quedó reflejado en un reportero local que, al ver a sus vecinos increpar a los recién llegados, rompió a llorar durante su narración en la radio. Más allá de lo que cada uno pensemos sobre la política migratoria, si debe ser más laxa o endurecerse, deberíamos estar de acuerdo en la obligación humanitaria de ayudar a quienes alcanzan nuestras costas.
Ousmane Ndao fue trasladado a Barcelona el 6 de diciembre; en Cataluña le esperaba una hermana que emigró diez años antes, con la que vive a la espera de encontrar empleo. “Marcho a trabajar como peón al campo. Después espero lograr los papeles para quedarme”, me dijo este miércoles. Aunque solo sea por egoísmo, todos deberíamos empujar porque Ndao tenga éxito y demuestre que en España los pobres sí tienen una oportunidad para dejar de serlo. Todas estas interesantes reflexiones son hechas públicas por David Jiménez (@DavidJimenezTW) quien es escritor y periodista. Su libro más reciente se titula como “El director”.
Maracaibo, domingo 3 de enero del año 2021.
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