martes, 1 de diciembre de 2020

Con tinitus, a cantar rancheras…

 

Con tinitus, a cantar rancheras…

En la duemevela de mis tiníticas chicharras, a mi mente acudió repetitivo, aquel poema de Ezequiel Bujanda: No toques ese vals cierra ese piano, no broten nunca de tu blanca mano, esas notas que invitan a llorar”; pero resulta que estaba equivocado, pensé que era aquel un poema titulado, “Música triste” cuyo autor,  era Andrés Mata, quien se resiste y dice… ¿Un amor que se va? ¡Cuántos se han ido! Otro amor llegará más duradero y menos doloroso que el olvido.  El poema de Bujanda, cuya primeras letras conocía, en realidad era: “Sobre las olas” y fue ese mismo día, cuando logré leerlo totalmente, y era lóbrego y triste, ¡demasiado!, tanto me pareció, que aquello me hizo pensar en la oración de Bello, el rezo aquel “por todos”, que culminaba, arrancado una lágrima, un suspiro que llegaba hasta el lóbrego retiro para hacer al helado polvo rebullir.  No pude dormir más, y para mi consuelo, recordé que es el alma cual pájaro inseñero, que roto el nido en el ruinoso alero, bajo otro alero reconstruye el nido. Me dije entonces que Andrés Mata, tenía mucha razón cuando escribía certero: mientras más torturado y abatido, el corazón del hombre es más sincero, y por ruda tormenta sacudido, florece hasta morir el limonero. 

Todo había comenzado por estar “tiniqueteado”, pensando, en la letra de las poesías  y lo que vino a mi mente fue un corrido mexicano, tan mentado era, que recordé, que sí, lo había cantado… Fue por allá, más no en la hacienda de La Flor… A la historia triste de un ranchero enamorado me refiero, el mero mero quien fue borracho jugador y parrandero… Entonces, me vi de nuevo en una casa en San Antonio de los Altos, donde estaba cantando a duo, con un amigo colombiano... Mexicanísimos nos veíamos mientras, cantábamos los dos, Gerzaín y yo, cual si fuésemos cuates, o tal vez compadres… ¡Como hermanos! “Pistola en mano se le echaron a montón. Estoy borracho les gritaba y soy buen gallo”…Tras muchos años sin saber nada de él, la suerte me lo había presentado, pues sin pensarlo, un par de meses antes lo había detectado, por allá en Santa Fe de Bogotá… A poco… Mejor se los cuento…

A Gerzaín Rodríguez Toro lo había invitado a participar en el Primer Simposio de Patología Ultraestructural, en Maracaibo. ¡Muchos años atrás! Fue en abril del año 1971. Can you imagine that?,  como acostumbraba a preguntarme mi amigo, el neuropatólogo cubano: Julio Martínez… Éste, o sea, el otro, mi amigo colombiano, era de su país, de “el hermano país” donde él era, el número uno en la ultraestructura de las enfermedades virales. Puedo mostrar la foto de Gerzaín, joven de pelambre hirsuta, quien en el 71, aparece entre los maestros Wenger y Pérez Tamayo (ver). Como dice el bolero, “pasaron desde aquel ayer, ya tantos años”, hasta que sería en 1995, cuando me invitaron a un Curso Internacional de Microscopía Electrónica en Santa Fe de Bogotá, donde no reconocía a un señor calvo quien intervenía para hacer un sin fin de acertadas preguntas, y quien resultó ser, ¡el propio Gerzaín! Poco tiempo después, casi al año siguiente, yo lo invité a Caracas y nos dio un par de conferencias en nuestro Instituto de la UCV. Fue en aquella ocasión, cuando juntos cantamos el corrido de Juan Charrasqueado y nuevamente, han pasado desde aquel ayer ya muchos años, pero por internet me he enterado de que él está bien y me contenta saber que sigue siendo un gran patólogo del hermano país.   

Esta historia, que parece estar ya algo enredada. Se inició en una duermevela “tiniqueteada” cuando recordé a Ezequiel Bujanda un poeta natural de Cabudare, y por eso, desde allí, pasé imaginariamente a recordar a Barquisimeto “la del cuatro y del corrío”, donde viven tantos colegas patólogos conocidos,  y a donde no he vuelto desde hace varios años. En la duermevela creo que quizás estuve pensando en el Cordon-Blue del Colegio de Médicos del Estado Lara, pero con el recuerdo de Bujanda me llegó la imagen de otro Ezequiel, seguramente por culpa del corrido de Juan Charrasqueado; este otro Ezequiel, es precisamente mexicano. Ezequiel Velez Gómez, a quien sus amigos apodan “el Cheke”, y quien a mí, me recuerda al “flaco de oro”, Agustín Lara, sin la cicatriz, claro está, pero es un cuate de una contagiosa simpatía, y es un gran patólogo, y con Guillermo Juárez y Alfredo Ávila son cofradía y mueven con fortuna el ejercicio de la patología,  allá, en Jalisco, la patria chica de nuestro maestro inolvidable, Mario Armado Luna.

A propósito del compositor jarocho, dicen que no se sabe con certeza el lugar y la fecha de su nacimiento, sin embargo, Agustín Lara señalaba ser originario de Tlacotalpan, Veracruz, donde pasó una buena parte de su infancia. En su canción Veracruz, Lara celebraba el lugar donde creció, expresando su deseo de regresar al sitio de la luna y las olas plateadas... “Yo nací­ con la luna de plata, nací­ con alma de pirata, he nacido rumbero y jarocho, trovador de veras, y me fui lejos de Veracruz…  Veracruz, rinconcito donde hacen su nido las olas del mar, Veracruz, rinconcito de patria que sabe sufrir y cantar.  Veracruz, son tus noches diluvio de estrellas, palmera y mujer, Veracruz, vibra en mi ser, algún dí­a hasta tus playas lejanas tendré que volver”. Con estos detalles musicales, dedicados en el original a Lupita y a mi hermano Fernando, cerré este repertorio disparatado el año pasado esperando distraerles, un poco...

NOTA: esta reláfica mayormente musical, fue escrita en Mississauga, Ontario en Canadá y publicada el 22 de julio del 2019; la traigo de nuevo –un año después- para dar inicio a una serie de temas mayormente musicales, con lo que espero iniciar el mes de diciembre, y a falta de Jingle bells intentaré matizar con recuerdos musicales, aunque sirvan mayormente para acallar para distraer mi tinitus con música para acallar las voces de la tragedia del COVID-19.

 

Maracaibo, martes 1 de diciembre 2020, el año de la pandemia y también el de la vacuna para el COVID-19

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