El Zorzal
Yo nací en el Saladillo, claro que no me consta, en esa época yo estaba muy chiquito y de bola que no puedo acordarme, pero pa que vos veáis, con ese orgullo me enseñaron a vivir, ser maracucho y saladillero. ¿Qué más queréis? A todo tiro andaba jochándome de esas dos cosas, diciéndoselo a media humanidad, cuando coñito, me refiero, de a cada rato se lo sacaba al Perico; vos sabéis que él era del Empedrao y yo venía y le decía, mirá Perico, ¿vos me vais a echar a Santa Lucía con la Chinita? después montábamos esa discutidera... Pero así y todo, el Perico era mi mejor amigo. Cuando carajito los cuentos de las vainas que a uno le ocurrieron son naturales, los de la edad, ¿comprendéis?, entonces todo era una felicidad, una pura inocencia y vos te creías todo lo que te decían, especialmente sobre ciertas jaibas, como los graves problemas del amor. Imaginate vos en aquellos tiempos... Es como cuando te hablaban sobre el origen de la gente, la procedencia pues, ¿me entendéis? Uno es de por aquí y puede que diga que ni le consta, pero uno se siente y sabe que es de aquí, otros ni se sabe, fijate que por estos predios siempre ha habido mucho camuflao, frijolillos tirándoselas de queso duro y quizás por eso será que uno se creía muchas vainas... Fijate vos el caso del mudo, nosotros creíamos una cosa, como todo el mundo, hasta los argentinos se creían el cuento y todos hubiéramos jurado que teníamos razón, pero la verdad es que no era así. Yo siempre creí que él había nacido en el propio Buenos Aires, quien sabe si en una casita del barrio del Abasto... Figurate, pasaron los años, que podéis hacer, ellos pasan, muchos años y nosotros siempre en el mismo predicamento, muy creídos y tiempo después, bastante después de lo del avión si supieras, supimos la jaiba, conocimos la verdad. Te digo, él para nosotros seguía vivo... Lo tuvimos tan cerca, sólo un mes antes del desastre de Medellín y lo teníamos que mantener vivo, cantando en la garganta de todos, le oíamos el rasgar de su guitarra en las noches estrelladas. El sol del veinticuatro viene asomando, el sol del veinticuatro... Como si estuviera todavía entre nosotros. Los compañeros de mi niñez fueron sus tangos... Para mí, también de un modo muy especial están mezclados los tangos con el recuerdo de unos ojos negros y de una tierna sonrisa, aquella niña de cabellos negros, rizados, recién lavados de boquita diminuta... ¡Como han pasado los años! Con el correr del tiempo, la imagen viva del hombre se nos fue transformando en un fantasma grandioso. Tampoco desapareció la imagen de la niña de la mirada triste y yo no pude lograr su materialización. Fantasmas que crecían cual si todo hubiese sido una leyenda, aquellos ojos y la figura del zorzal con su guitarra, él continuaba cantando y los de la cuerdita, ya disueltos algunos vínculos, lo seguimos admirando, pero cada quien por su lado, con su propia medida. Creo que fue para ese entonces cuando vinieron los uruguayos diciendo que él había nacido en Tacuarembó, y claro está, nosotros no les creíamos. ¡Después vinieron tantos entendidos! Hasta que al fin, ya ni recuerdo quien nos desveló el secreto de su misterioso origen. Todos tenemos un sitio de origen, vos sabéis, y a veces, este es un secreto. Nosotros, maracuchos entendemos que somos de un sitio muy especial, pero hay algunas criaturas que son de una región del espacio, que está más allá de las vainas lógicas, y entonces es cuando uno se explica por qué es fácil transformarse en fantasma y seguir vivo, otros cristianos somos seres humanos. No lo queríamos creer, pero las evidencias apuntaban a un origen terrenal para Charles Rumualdo Gardés. El había tenido un comienzo, de carne y hueso, él vino al mundo y no era etéreo, fue un 11 de diciembre, la ciudad fue Toulousse, el país Francia, el año 1890. ¡Vos te podréis imaginar nuestra consternación! Nos resultaba muy difícil de creer... Yo que lo vi en persona, metido bajo un ring de boxeo, con todo el sol del mediodía maracucho sobre la cabeza!, ¡biiirsia!, yo no podía asimilar la idea así no más.¡Imaginate vos!... ¡El morocho era francés! No sé si te podré explicar, pienso que fue como una especie de lección, como para que se me grabara aquello de que no importa donde se nace sino donde larga uno el forro, ¿me entendéis? Y así; ¡de bola!, ¿veis?, yo entonces creí que entendería mejor ciertas jaibas, de esas que la gente llama, las vainas de la vida... ¡Imaginate vos! A las dos pasadas, Carlitos no tendría ni cuatro años cuando su madre Bertha se lo llevó a vivir en Buenos Aires, un carajito solamente, pero allí se iba a quedar, allí iba a crecer, a cantar y si no hubiera sido así, la historia sería otra. Vos… ¿te podéis figurar como hubiera sido? Bueno vos te lo podréis imaginar, pero yo... A lo mejor si hubiese sentido desde temprano el sabor y la dentera de ese caujil tal vez no hubiera tenido que invertir tantos años buscando aquella mirada triste de una niña, imaginaria me figuro, porque ya no se si fue real o soñada. Y no la ví más. ¿Será que todo es mentira? Es un solo tango, eso debe ser lo que llaman el destino, todo es oscuro, como la noche afuera y llueve tanto, y a lo lejos, el quejido de un bandoneón. De estas cosas... ¡Qué iba a saber nada Majarete, ni el Perico y menos Cacha-floja que vivía idoebola!, ni tampoco Bolaequeso, ¡ni yo mismo! Ni soñarlo... Tantas ilusiones, durante tantos años, e iban siempre a girar en torno a Gardel, y nunca me lo hubieran creído mis amigos... Ya no vienen, ni siquiera a visitarme, cuerdaepillos, nadie viene a consolarme, nos hacíamos llamar los báquiros, y no éramos más que una pila de carajitos bellacos. Andábamos juntos, la mañana del ansiado día de su llegada, nos apretujábamos entre el gentío, cogidos de la mano, no esperdigarnos era la consigna. Hace más años que el simborrio... ¿Te podréis imaginar? La época del Presidente Pérez Soto, una mañana del mes de mayo y ese gentío sudando. De dril blanco y con pajilla los hombres, con paraguas las mujeres. Si te interesa, te diré que fue el treinta y cinco, y todos los de la pandilla nos abrimos paso a codazos y patadas hasta que logramos llegar al borde del malecón. Más cerca del "Libertador" no podíamos estar, y como todos, mirando deaparriba, esperando verlo, soñando con oírlo. Sacá tu cuenta paqueveais. Nosotros estábamos coñitos. Ahora ve como son las vainas, yo soy un viejo y él sigue igualito, no ha envejecido un año más, ni una cana, ni una arruga, ni un pelo se le despeina de su engominada cabeza y canta igualito, hasta suena mejor ahora. Es como si el tiempo no nos perdonara a algunos y a otros los respetara. Es el tiempo que no volverá y la bola del mundo gira, o yira y solo te queda el parpadeo de las estrellas, si, te basta con parpadear y ya lo tenéis allí, lo que vos queráis, la mirada aquella, la boquita y el cabello rizado, recién lavado, ¡es que chico!, yo la vi tan de cerca, estaban tan juntos... Te queda el recuerdo y ¿que más queréis?, cuando tengáis mi edad veréis cuanto vais a depender de ellos. Convencete de que el tiempo viejo, no vuelve. A mi, afortunadamente me resulta fácil recordar. Yo prolongué aquellos minutos y segundos, en años de una búsqueda infructuosa, revivir la ilusión permanente de tropezarme otra vez con su mirada. Es fácil, para mí, es sencillo regresar a los días de la llegada del vapor "Libertador"... El catirito, brillando bien arrecho sobre nuestras cabezas, la gente se arremolinaba desde temprano, habían llegado a pie, en mulas, en el tranvía, todos en el malecón, que mollejero!, como cientocincuentamil personas por lo menos, peor que una procesión por la calle derecha. Todavía no era el mediodía cuando se vio movimiento allá arriba, y vos hubieras visto el jaibero que se prendió entre la gente cuando apareció en la barandilla del vapor, sonriente, de casimir gris, con su sombrero de lado y la gente no hacía más que aplaudir y chiflar, entonces saludó con la mano y poco a poco comenzó a bajar por la escalera. ¡Bértica hermano que rebullicio! Nosotros nos habíamos acercado tanto que casi lo hubiéramos podido tocar, pero llegó como una ola de esa marea humana, cuando ya el tipo casi pisaba tierra, el empellón del negro Charleston nos sentó a Majarete y a mí en el suelo y después nos pisotearon. ¡Pero que nos iba a importar! De allí, salimos esmachetaos, logramos adelantarnos al hormiguero humano y fuimos a dar frente a la Curazao Trading. En medio de la calle estaba el ring de boxeo y allí entre una sola arrempujadera y pisotones nos situamos en una de las esquinas. Nos sentíamos como si fuéramos los second del morocho y desde allí, apretujaítos, sudando como unos cocíos, lo vimos subir a la lona y la gente gritando y pidiéndole canciones. Que si, cántame ésta, que si esta otra, vai cantá este tanguito, el otro, vos sabéis Ya encaramao, el morocho se arreguindó del micrófono, que era un bicho de esos grandes plateado, él sonriendo, como si la multitud que hervía a su alrededor no tuviera nada que hacer con él y comenzó a cantar... La gente enmudeció y él se mandó de un solo tarrayazo tres tangos de esos bien conocidos. Vos tendrías que haberlo vivido para creerlo. Después entre el vainero de los gritos y los aplausos, casi lo sacan en hombros. Nosotros nos fuimos con la corriente hasta la plaza Bolívar. El río humano reverberaba. Sonaba todavía en mis oídos la musiquita de una de aquellas canciones, muñequitas perfumadas, con sus boquitas pintadas, Mary, Julie, chicas de Nueva York y nosotros las habíamos conocido a Nelly y a Julie, te podéis imaginar chico, salidas de su propia boca, bajo el ala de su sombrero, casi debajo de él mismo, en aquel ring de boxeo, brillante su sonrisa con el sol y nosotros en ese jaibero entre cuerdas y los cables del micrófono... Llegamos en medio del río humano hirviente hasta la emisora Ecos del Caribe y esperamos fuera, en medio de la calle, lo entrevistaba un perifoneador que se llamaba Luis García Nebot, eso nos dijeron y allí fue donde oímos la noticia El sábado del debut, la emisora pondría altoparlantes hacia la plaza y en la calle íbamos a poder oír todo lo que ocurriera en el teatro Baralt. La entrada al teatro era sólo dos bolívares, bastante, pero uno como muchacho no tenía ni esperanzas de colearse, por eso la noticia nos abrió una nueva expectativa y la cuerdita hicimos planes para esperar hasta el sábado. Ese día, el gentío comenzó a llegar desde temprano, se llenaron las calles y la plaza y ya era casi de noche cuando apareció el automóvil del Presidente Pérez Soto. Antes de entrar al teatro, no más estaba descendiendo del carro cuando saludó a la gente y todos los aplaudimos con furor. Esperamos un rato... De pronto comenzamos a oírlo. "Cuesta abajo", "Mano a mano", "Mi Buenos Aires querido", "La Cumparsita", "Por una cabeza", todas las que tenían que ser... ¿Qué más queréis que te cuente entonces? Así fue, y nosotros unos carajitos, vivimos unos días de delirio, gozamos una y parte de la otra. Con Majarete y Cachafloja yo lo volví a ver frente al Metro, y desde afuera le oímos otra vez en la calle del vecindario del Odeón, le oímos todas las canciones que ya nos sabíamos. En uno de los últimos días de su gira nos fuimos una tarde, cargados de mamones y cotoperices que acabábamos de bajar de las matas a que el padrino de Leche Fría, andábamos la cuerdita completa, nos sentamos en la acera frente al hotel Granada y allí nos dedicamos a pelar ese pepero. El Granada nos quedaba cerca, porque de la carretera Unión a nuestras casas en los Valles Fríos era solo un brinco de dos cañadas. Entonces le montamos una cacería, comiendo mamones. Al fin lo vimos llegar, en un coche descapotado, venía con aquella jovencita, no era una mujer de mundo, un instante después nos tocó verlos muy de cerca... Era una tierna maracuchita de ojos negros, muy grandes, boca pequeñita, cabellera de negros crespos, recién lavada, envueltos los dos en un aura de flores, descendieron de la máquina, todo fue tan breve, en ese momento, no recuerdo lo que pensé, uno no se imagina las cosas cuando las ve, creo que nos pareció como una representación teatral, el bacán que la acamala, dentro del hotel estarían los cafishos milongueros, hasta no sé si pensamos en su buena suerte. A mí, con todo y la pila de años que han pasado no se me olvida la mirada de la pebetica criolla, la busqué durante meses y luego en todo el curso de mi vida, chiquilla de mi barrio, estaba seguro de que podría encontrarla, sus ojos, su sonrisa velada, cual si hubiera sido una aparición irreal, aquella criatura primorosa, casi niña, descendió del automóvil ante la sonrisa de Carlitos y el asombro nuestro, y desapareció para no volver. Recuerdo que nos miramos, primero Majarete y yo, el Perico y Bolaequeso sonrieron cómplices. Leche fría se molestó cuando el Perico le dijo, creo que le dijo, ¡ar coño!, creí que era tu hermanita Zulima... Todos nos levantamos como si nos hubieran dado una orden y cogimos la ruta de la cañada que baja del Granada hacia los Valles Fríos, atrás quedaron las pepas de mamón y un conchero verde. Entre los cujíes, bajando hacia la casa, el Perico me detuvo y trató de convencerme para que regresáramos y los viéramos otra vez, cuando salieran del hotel. Yo no acepté. Sentía que algo me había golpeado bajo y no sabía si era un asunto de mi amor propio. No quise volver. No nos pudimos reunir más. Parecía como si se nos hubiese cortado la inspiración y ni siquiera fuimos al malecón al final de Bella Vista cerca del manicomio, no estuvimos presentes el día que despegó el hidroavión con el zorzal. Se nos fue. Así que vos veis, yo nací detrás de San Juan de Dios y me pasé la vida oyéndolo y cantando con él pero creeme lo que te digo, hasta hoy, nadie supo de la jaiba que le echó a este carajito, hace más años que el siruyo y por culpa de Charles Rumualdo, aquella pebetica marabina, de ojos grandes y negros, de boquita pequeña y cabellera negra, llena de crespos recién lavados, esa es la pura verdad.
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